En el Japón del siglo XII tres personajes se cobijan de una lluvia torrencial en un lugar abandonado, un antiguo templo derruido llamado Rashomon: un peregrino, un leñador y un monje. Los tres comienzan a hablar acerca de los oscuros sucesos ocurridos recientemente en el bosque, donde un hombre ha sido asesinado y una mujer violada.
La película gira en torno a las diferentes versiones que cada personaje, incluidos el supuesto asesino, la víctima de la violación, ¡e incluso el hombre asesinado a través de una médium! hace de los hechos una vez abierto el proceso para la detención y ajusticiamiento del culpable. Los personajes (en especial el testimonio absolutamente sobrecogedor de la mujer y el mágico magnetismo de la declaración del asesinado a través de la médium) declaran frente a la cámara, como si nosotros fuéramos el funcionario policial o el magistrado que debe averiguar la verdad y formular la pena correspondiente al culpable.
Akira Kurosawa utiliza con maestría los flashbacks para mostrar qué es lo que está contando cada personaje, al mismo tiempo que realiza un análisis pesimista de la condición humana, en la que prevalece para él, el egoísmo y la desconfianza del prójimo, en la que la búsqueda de redención está supeditada al propio interés. Porque cada uno contará la historia a su manera no en aras de esclarecer la verdad, sino por el deseo de que las sospechas no recaigan sobre él, mantener su honorabilidad ante los demás, verse absolutamente libre de toda sospecha, o simplemente lograr que la persona que nos resulta molesta, antipática, que el ser al que odiamos sea cargado con la culpa y por tanto con el castigo. Este punto de vista es el que hace que, pese a ser una producción de 1950 goce de una absoluta actualidad y de que su tratamiento tan acusatorio contra el ser humano no haya pasado de moda. Vemos todos los días cómo la realidad se manipula constantemente en función del propio interés: se inventan excusas rocambolescas para invadir países, se pagan testigos o se inventan informes para crear fantasías que sirvan de coartada a los embusteros, se asegura que vivimos en el mejor de los mundos posibles con nuestras tiendas rebosantes de productos y nuestra cómoda existencia sin hacer referencia al hecho de su falsedad intrínseca, del precio que la humanidad paga, y de los problemas incontables e irresolubles que deparará en el futuro.
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