Shoah, rodada en 1985 por el francés Claude Lanzmann es la obra maestra por excelencia del cine documental.
El director francés gestó la realización de esta monumental película de nueve horas y media durante diez largos años en los que recorrió el mundo de punta a punta recabando testimonios, entrevistas y datos de los supervivientes del Holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial, e imágenes de los lugares donde se asentaron los campos de exterminio de Auschwitz-Birkenau, Sobibor, Treblinka y Chelmno, retratándolos tal y como se encontraban, en estado de abandono, cuando no comidos por la indomable naturaleza centroeuropea, durante los años que le costó rodar todo el material, y el resultado de tan colosal trabajo es una obra magistral.
Sin música, sin imágenes de archivo, sin una voz en off que haga de narrador, la película está desnuda, se sostiene solamente en los testimonios directos de personas implicadas, bien como víctimas, bien como guardianes, o como diseñadores de la solución final resultado de la Conferencia de Wansee. El autor no interviene apenas, solamente para realizar alguna precisión de las imágenes que se están mostrando o para, a la manera de un entrevistador siempre oculto tras la cámara, invitar a sus entrevistados a aclarar algún punto de su relato o incluso para, en aquellos casos en que se derrumban psicológicamente al revivir la extrema crueldad de sus experiencias, recordarles la importantísima labor que pueden prestar ayudando a que aquellos años de penurias y muerte no sean olvidados por las generaciones posteriores, y la necesidad de continuar sus historias a lágrima viva, aunque por dentro sientan desgarrarse las entrañas. Las imágenes muestran los restos de los campos de exterminio, reducidos en algún caso a llanos cubiertos de hierba enmedio de enormes superficies boscosas, conservando en otros algunas construcciones de ladrillo o de piedra y hundidos o quemados los edificios de madera, incluso en algún caso con hornos crematorios todavía intactos. En el campo de Auschwitz-Birkenau, el estado de conservación (incluso en nuestros días) no deja lugar a la imaginación, se mantiene tal y como fue.
En otras ocasiones la cámara parece divagar por ríos centroeuropeos o por vías de tren vacías, sin actividad, para poco a poco ir acercándose a los lugares donde se hallaban los campos de la muerte nazis, y a las localidades alemanas o polacas cerca de las cuales se asentaban y cuyos vecinos, muy pocos de los cuales aceptaron ser entrevistados, comentan en la cámara sus experiencias de aquellos años, reducidas casi siempre a la mera contemplación de los vagones para ganado repletos de personas en dirección a los campos y en algún caso, en las propias estaciones y apeaderos de la línea férrea, confesando, contra la mayoría de los testimonios, que sabían perfectamente el final que les esperaba a aquellos infelices inocentes.
Especialmente sobrecogedores son los testimonios de aquellas víctimas que no pueden soportar sus propios relatos y estallan en llanto, o las visitas que algunas de las víctimas, con los ojos enrojecidos y la voz ahogada, hacen a los lugares donde se levantaron las gigantescas fábricas de muerte de las que salieron con vida por pura casualidad, como el prisionero Simon Srebnik, que volvió a pisar el lugar donde se levantó el campo de Chelmno para dar su testimonio, o Abraham Bomba, el barbero de Treblinka.
Igualmente resultan estremecedoras las entrevistas de los fríos funcionarios alemanes que gestionaban aquellos centros de producción de infamia, como Muller, Sonderkomando en Auschwitz, o Suchomel, guardia de las S.S. en Treblinka, o de los maquinistas y empleados de los ferrocarriles que hacían llegar los trenes cargados de muerte a su trágico destino.
Pero especialmente impactante es la entrevista hecha a uno de los guardianes judíos de los campos, uno de aquellos que, a cambio de mejor comida, de no recibir palizas, de vivir algo más confortablemente, tenían que ayudar a los nazis a mantener el ritmo de su programa de exterminio, engañando a sus compañeros para que entraran de buena gana a las duchas. Lo mismo ocurre con el testimonio de otro judío que participaba en las cuadrillas de trabajo que tenían que vaciar las duchas y los hornos una vez asesinados sus ocupantes, y enterrar los restos en los bosques cercanos, rociados de cal viva. Salvó la vida milagrosamente, pues éstos eran asesinados cada cierto tiempo para que no pudieran contar nada de lo que habían visto.
La película deja un poso de amargura difícil de superar, y mueve a hondas y profundas reflexiones acerca de lo que significó la llegada al poder de los nazis, los extremos a los que puede llegar un país cuando su democracia se somete a una continua degradación, que conlleva inevitablemente la degradación moral de muchos de sus habitantes, y los efectos que tiene el hecho de que las instancias políticas internacionales y los gobiernos que dicen velar por la libertad (pero sólo por la suya) se dediquen a mirar para otro lado. Por otro lado, la película demuestra la importancia de la memoria histórica, tan de moda últimamente en España, y da la razón a quienes defienden la recuperación de la historia, no como medio de ajustar cuentas, sino como verdad incuestionable de la que extraer valores, principios para el futuro, pero, no se nos olvide, también responsabilidades, para quienes cometieron aquellos crímenes, y para quienes insultan nuestra inteligencia y nuestra memoria, negando la realidad histórica de aquellos hechos, o provocando atrocidades semejantes y tratando de venderlas como guerras justas: la antigua Yugoslavia, Ruanda, Burundi, Zaire, Palestina, Guantánamo, Somalia… La importancia de recordar, por ejemplo, que lo que sucedió en Europa entre 1933 y 1945 fue responsabilidad de todos, de los alemanes, en primer lugar, pero también de quienes impusieron una paz durísima e injusta tras el armisticio de 1918, de los empresarios capitalistas alemanes que apoyaron a Hitler pensando que podrían controlarlo sin problemas y así hacer frente al ascenso del comunismo en Alemania, de quienes en occidente se llenaron los bolsillos (como los abuelos de Kennedy, o de George W. Bush, Rockefeller o William Randolph Hearst, por citar algunos de entre muchísimos) firmando contratos millonarios con Hitler, Mussolini o Franco, de quienes se arrugaron ante la prepotencia de semejante grupo de patanes, de aquellos países que apoyaron en la guerra a los alemanes, como Finlandia, Hungría, Rumania o Bulgaria, de quienes combatieron a su lado y colaboraron en sus crímenes cuando no aprovecharon la ocasión para cometer sus propias atrocidades, como los letones, croatas, cosacos o ucranianos, de quienes, por toda Europa, corrieron a alistarse para combatir al lado de la mayor máquina de muerte organizada de la historia; enrolados en los ejércitos nazis lucharon, además de alemanes y austriacos (especialmente merecedores de desprecio por la cantidad ingente de jerarcas que aportaron al Reich y que fueron parte fundamental en el catálogo de infamias que los nazis repartieron por el mundo en tan poco tiempo, y que luego han pretendido asumir el papel de víctimas inocentes de Alemania), tropas de Italia, España, Noruega, Suiza, Holanda, Bélgica, Suecia, Rumania, Hungría, Bulgaria, Checoslovaquia, Dinamarca, Irlanda, Croacia, Letonia, Rusia, Ucrania o Francia (estas dos últimas fueron parte de los últimos defensores de Berlín), y de quienes, finalmente, apoyaron de algún modo a que esta pesadilla tuviera lugar, desde los grupos filonazis de Estados Unidos o Gran Bretaña, hasta los gobiernos que apoyaron al Reich, como España o Turquía, o a los que fueron deliberadamente tibios y calculadores a fin de preservar sus privilegios, como el Vaticano.
Por último, la película en sí tiene un valor cinematográfico incuestionable. Consiguió rememorar toda una época de horror sin mostrar ni una sola imagen morbosa o cruda, más allá de los efectos del recuerdo en la emoción de los entrevistados, pero sobre todo, la plasmación de esta idea es que consigue mostrar la presencia cruel y extrema de los terribles acontecimientos históricos precisamente con la ausencia de imágenes explícitas sobre ello. Como dijo un crítico: «el más elevado grado de presencia a través de una total ausencia». No aparecen los millones de muertos, ni imágenes en blanco y negro del pasado, ni pruebas, ni restos, ni archivos sonoros ni visuales.
La película dio incluso nombre al proceso de exterminio judío tal y como se le conoce ahora en hebreo, Shoah, que significa catástrofe. A la vista del documental, puede que hasta la definición se quede corta para definir aquel horror.
Pienso en el equipo de personas que rodaron ésta película, debieron quedar destrozados, tanto físicamente como psicológicamente.
No podemos olvidar ésta parte tan vergonzosa de la Historia, sobre todo teniendo en cuenta que en muchos sitios del mundo pasan cosas similares todos los días.
Es muy triste.
Un abrazo.
Tienes razón. Claude Lanzmann, tanto en varias entrevistas y artículos de prensa de la época como después en un libro que escribió al respecto, daba muestras del agotamiento emocional sufrido no sólo por los miembros del equipo, él incluido, sino por los participantes en la película y también por su propia familia.
Todo demasiado triste para un lunes, pero a medida que avance la semana tendremos ocasión de sonreír.
Un abrazo
Uf, vaya día que llevo. Aprovecho la noche, como mis gatos, para pasear por los tejados y los escalones de la red. No conozco la película, por lo que cuentas es fuerte. Un día con fuerzas haré por conseguirla y verla.
Kisses luneros,
Nunca mejor dicho lo de las fuerzas, no sólo por la dureza, sino también por la duración, más de nueve horas de testimonios impactantes y crudos.
Yo la vi en cuatro partes.
Besos matutinos
Me gustaría que alguien me informara de dónde puedo comprar esta ´película. Muchas gracias
Carmen, hace unos meses se podía conseguir una edición muy decente en DVD en comercios como Fnac y similares. Ahora hace mucho que no la veo ofertada en ninguno, pero la edición existe, y por tanto no debería ser difícil encargarla y conseguirla.
En cualquier caso, te anoto un enlace donde puedes intentarlo:
http://www.videomaniaticos.com/comprar/ficha_pelicula.asp?id_pelicula=13184
http://www.videomaniaticos.com/comprar/ficha_pelicula.asp?id_pelicula=13185
Gracias a ti.
imposible olvidar tanto horror, tanta animaliad y pensar que a pesar de ello seguimos repitiendo la historia en tantos lugares del mundo, muy triste todo, Que impotencia!
sería incapaz de ver esta película, Alfredo, apenas pude contenerme al ver «Noche y niebla» de Resnais, es demencial todo lo que ocurrió entonces y da pánico pensar que millones de personas se sienten inocentes, completamente irresponsables ante lo que hicieron y consintieron. Luego se le echa la culpa de todo a Hitler, igual que en España a Franco, pero millones de indiferentes y tiranos apoyaron tanto a Hitler como a Franco, y sin esas multitudes patológicas no habría quien siguiera a líderes con tal complejo de inferioridad que necesitan siempre aplastar a alguien para sentirse fuertes, cuando son débiles. Un saludo y felicidades por este rincón que es para enmarcarlo.
Estoy de acuerdo en una cosa: Hitler, Franco, Stalin, Castro o los presidentes de USA (para mí igual de reprobables) no son causas, sino consecuencias. Lo cual no les exime de ninguna responsabilidad; al contrario, pero invita a compartirlas.
Gracias.