Obra maestra del cine de aventuras: El mundo en sus manos

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Siempre he supuesto que algunas estancias del Kremlin tendrán las paredes repletas de hoyos por los cabezazos que se habrán dado muchos mandatarios soviéticos y rusos maldiciendo a sus antecesores los zares por haber vendido Alaska a los Estados Unidos, con lo bien que les hubiera venido en la Guerra Fría, e incluso ahora.

Precisamente este hecho histórico, la compra de Alaska por los Estados Unidos al zar de todas las Rusias es el que sirve como marco para la historia que retrata esta gloriosa película de aventuras en el mar, dirigida en 1952 por el maestro Raoul Walsh, cineasta todoterreno hijo de irlandés y española, a todas luces combinación magnífica. Gregory Peck interpreta al capitán Jonathan Clark, «El hombre de Boston», que con su goleta, La peregrina de Salem, vive navegando junto a su pendenciera tripulación entre el Mar de Bering (donde se dedican a la criminal actividad del asesinato indiscriminado de focas, todo hay que decirlo) y la ciudad de San Francisco. En uno de esos viajes a la ciudad conoce a Marina, una joven rusa que acompaña al séquito de una condesa que está de paso por la ciudad, y que en realidad es ella misma intentando ocultar su identidad. El preceptor que la acompaña vela porque llegue cuanto antes junto a la compañía de un altivo príncipe ruso que está enamorado de ella y hará todo lo posible por impedir su relación con el americano. Cuando Clark ponga en marcha su plan de comprar Alaska a Rusia, teniendo que vérselas con el príncipe no sólo en el terreno de la rivalidad amorosa, sino también diplomática, el enfrentamiento será inevitable.

Nos encontramos ante una película de aventuras sin pretensiones historicistas o intelectuales. Sólo cine para disfrutar de las imágenes y de la acción. Gregory Peck, en su línea correcta e inexpresiva, da vida al «bueno» de la película, apuesto, osado, atractivo, honrado y astuto, y el veterano John McIntire es su lugarteniente. Una jovencísima Ann Blyth como condesa, y sobre todo, el grandioso, enorme, gigante, maravilloso, fascinante Anthony Quinn como marinero competidor de Clark, astuto, bebedor, adulador, hipócrita, juerguista, voluble como el viento, pero en el fondo tan honrado o más que Clark cuando una alta ocasión lo merece, apodado «El portugués», completan el reparto.

Peleas, mamporros, camaradería, romance, la foca amaestrada que es la mascota de la tripulación y que deambula a sus anchas por los hoteles y palacios, juergas de alcohol y música y un sentido del humor que suelta pinceladas de principio a fin, pero sobre todo las inolvidables escenas en el mar con la mítica carrera de veleros en la que «El hombre de Boston» y «El portugués» se lo juegan todo a cara o cruz, hacen que el visionado de esta película merezca la pena y que nos deje buena sensación, aunque el romanticismo blandorro que la impregna a ratos nos sonroje un poco por su simpleza e ingenuidad y que el trasfondo de todo sea la caza de animales para obtener su piel (afortunadamente, no hay escenas al respecto).

Estados Unidos, como buenos herederos y discípulos del Imperio Británico, hicieron acopio de todas sus artes filibusteras y piratas para, saltándose los preceptos de su propia Declaración de Derechos, forjarse un imperio colonial al estilo europeo que todavía hoy perdura. Tras la independencia obtenida de Gran Bretaña gracias a la ayuda militar de Francia y España, compraron a Napoleón en 1802 el gran territorio de Luisiana. En 1819 España vendió Florida a Estados Unidos por cuatro perras (claro, no había hoteles todavía ni la moda de Miami Vice). En 1848 decidieron que no comprarían nada a México, sino que lo robarían por la fuerza, y así, tras una guerra iniciada con débiles pretextos, arrebataron a México más de la mitad de su territorio: las actuales Texas, Nuevo México, Arizona, Nevada, California, Colorado, Utah, etc., etc. Fue en 1867 cuando adquirieron Alaska a Rusia, y en 1898 cuando arrebataron a España Puerto Rico, Cuba y Filipinas, abriendo así la expansión hacia el Pacífico que le ha llevado a dominar casi cada islote entre Hawai y Japón, llenándolo de bases aéreas y acabando con los pueblos autóctonos de la zona. Y todo ello, añadido al genocidio de los pueblos indígenas de Norteamérica que Estados Unidos promovió entre 1783 y 1902. Parece que el título de la cinta se refiera más a Usamérica que a Jonathan Clark.

La visión de Walsh no es en absoluto política ni histórica. Le interesa la acción y el romance, aunque el resultado sólo es plenamente aceptable en el primer caso, quedando la historia de amor reducida a unos clichés romanticones demasiado almirabarados y tópicos. Aun así, la película deja un buen rollo que perdura, y el gran beneficiado de ella es Anthony Quinn, que despliega su arte habitual como siempre, en verdadero estado de gracia. Sólo por verle a él, merece la pena ver El mundo en sus manos.

14 comentarios sobre “Obra maestra del cine de aventuras: El mundo en sus manos

  1. Pues creo que la he visto pero que no me dejo huella. Quizá la pongan un día de éstos en la tele a la hora de la sobremesa, entonces la veré con más atención.
    Sr. Escalones, qué detalle más bonito y sornoso el de preocuparte de las pobres focas, ya veo como te ríes, jejejeje.
    Es cierto que Peck era algo inexpresivo, pero creo que transmitía serenidad. AL menos en «Mtr al ruiseñor»

    Besos marcianos,(que hoy es martes, no se vaya a mosquear usted again)

  2. Entrenómadas, te prometo que lo de las focas no iba con sorna, al contrario. En los cincuenta no había ninguna concienciación al respecto; ahora, afortunadamente, sería impensable que una película pasara tan ligeramente por encima de esa cuestión. Más bien, el tono conservacionista sería imprescindible. No creo que el público aceptara otra cosa. Pero en los cincuenta, a nadie le importaban esas cosas.
    Muy cierto lo de Peck (la peli la han puesto en la tele el mes pasado).

    Besos marcianos sin mosqueo

  3. Yo sí que la recuerdo y me divertí mucho con ella. Una buena película de aventuras, de las que apetece ver cualquier día. Me ha gustado el repaso que le has dado a la historia norteamericana, conciso pero muy clarito.
    Besos.

  4. Ana M. Muchísimas gracias por la advertencia. Lo he visto y me he caído rodando por varios tramos de escalera… Aún me duelen las corvas.
    Me apunto lo del recital, a las 20:45 si no recuerdo mal. No es la mejor hora para mí, porque estoy depilándome las cejas, pero si no tengo nada, allá que me planto.
    Besos

  5. Pues no la he visto, tendré q hacerle un día una visita a la señora mula para comentárselo.

    Respecto a lo de los eeuu, te has dejado los episodios de panamá, chile y alguno más seguro, pero bueno, no se echan de menos.. son más de lo mismo. Saludos

    PD: aqí no vengo a polemizar 😉

  6. Muy buen recuerdo el que nos traes con este film que es uno de los que uno difícilmente olvida una vez que lo ha visto. Me gustó el encare inicial que le das al post en el que hablas la importancia de Alaska en los tiempos que han venido después del hecho que narra el film. Saludos!

  7. Eryx Bronte, me alegro que te guste. El ritmo es cuestión de épocas. Normalmente cada día hay algo nuevo, pero no siempre.

    Agu2v, tranqui, que la ponen mucho por la tele (no voy a moralizar sobre la piratería, aunque yo no hago uso de ella). Sobre los episodios que citas, los dejé de lado porque próximamente habrá referencias al respecto cuando hablemos de otras películas más cercanas. Ah, y si quieres polemizar, procede, que aquí hacemos de todo.

    Budokan, siempre intentamos poner una nota acerca del entorno de las películas, porque éstas obedecen a circunstancias artísticas, pero generalmente también a momentos personales y sociales concretos.

    Saludos triples

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