Esta magnífica película rodada en 1973 por François Truffaut, cinéfilo antes que director, apasionado antes que crítico, es su personal homenaje al arte del cine, y en concreto, al proceso de rodaje de una película, además de ser una completa delicia de principio a fin para quienes sentimos una atracción infinita por las historias de cine dentro del cine. Como homenaje personal, Truffaut escogió centrar la trama, no en los escenarios, modos y maneras de la nouvelle vague que él mismo contribuyó a generar, sino en el Hollywood clásico que corresponde a las grandes películas que hicieron nacer en él el amor por el cine. Principalmente Truffaut centra ese homenaje en la creación cinematográfica, no como un arte, sino como un ejercicio de elaboración, como un trabajo manual, un puro producto de artesanía (desde luego, el rodaje de la película que constituye el centro de la trama no es precisamente el de una obra maestra que vaya a quedar para los anales de la historia). Es decir, que nos muestra el cine no desde el punto de vista del resultado final, sino desde el complejo proceso de trabajo colectivo que conlleva la creación cinematográfica, mezcla del resto de las artes, y la necesaria conjunción de esfuerzos y resultados de los que depende que una película adquiera una forma definitiva u otra.
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