¿Sabe que les dijo Hitler a sus generales para convencerles de que su plan con los judíos funcionaría?: ¿quién se acuerda del genocidio de los armenios?
Lejos de permanecer fosilizada en los libros, esta cinta rodada en 2002 por Atom Egoyan demuestra que la Historia forma parte de nuestros genes, que la llevamos a cuestas, que ella es tan parte de nosotros como nosotros de ella. Como escribió Benedetto Croce, «toda la historia es historia contemporánea». Con una estética visual más bien de corte televisivo, Egoyan nos sumerge en una narración de ambiente cotidiano que se ve salpicada por acontecimientos históricos que han marcado millones de vidas para siempre, y que lo harán como un efecto dominó mientras el mundo sea mundo conectando con hilos invisibles vidas del pasado y del presente, destinos entrelazados en el subterráneo de la memoria.
Con una compleja estructura que intercala tres escenarios diferentes (la Turquía de 1915, el estudio del pintor Arshile Gorky en el Brooklyn de 1934 y el Canadá próspero y tranquilo de 2002) la película nos mete de lleno en el espinoso tema del genocidio padecido por el pueblo armenio a manos del ejército turco durante la Primera Guerra Mundial a través de la historia de una familia y de los sucesos cotidianos que atraviesan en Toronto. La familia de Gorky fue exterminada por los turcos, salvándose él gracias a su huida a Norteamérica. En Brooklyn pintó un extraordinario retrato de su madre y él mismo a partir de una fotografía que les fue tomada poco antes del genocidio. En Toronto, Ani, profesora de Arte oriunda de Armenia, imparte conferencias sobre este pintor armenio y aprovecha las claves ocultas en el cuadro para difundir y recordar el mensaje reivindicativo del exterminio de todo un pueblo. Un famoso director de cine (interpretado por el cantante francés de origen armenio Charles Aznavour) se fija en ella y la contrata como asesora histórica en la superproducción sobre aquel momento histórico que comienza a rodar. Mientras, su hijo Raffi (David Alpay), contratado como conductor en el rodaje, vive una apasionada relación con su hermanastra, una joven conflictiva que acusa a Ani de ser la causante del suicidio de su padre. Raffi, cuya conciencia se ve removida por la vuelta al pasado que supone el rodaje de la película (sensacional forma con la que Egoyan encadena los distintos flashbacks para mostrar directamente los dramáticos hechos al desnudo, combinando una vuelta a la realidad del pasado con la ficción cinematográfica que lo recrea), se ve tan alterado que se zambulle en la Historia de su pueblo. Cuando regresa de Turquía, el funcionario de la aduana (espléndido Christopher Plummer) comprueba que lleva en su equipaje unas latas con rollos de celuloide de 35 mm., varios videocasettes y una videocámara. Intrigado y temiendo que las latas escondan algo muy distinto que la película que Raffi afirma llevar, comienza un largo interrogatorio por el que llegamos a conocer la compleja historia, y que poco a poco va conectando las vidas de ambos, ya que David, el funcionario de aduanas, vive con la pena de que su hijo, que le mantiene lo más alejado posible de su nieto, vive un amor homosexual con Alí (Elias Koteas), un joven actor de origen turco que interpreta al general genocida en la película que rueda Aznavour.
Esta compleja pero perfectamente encadenada historia nos abre a los abismos de la memoria y del recuerdo, tanto individuales como colectivos. Todos los personajes conviven con una situación que pretenden negar, ya sea un pasado histórico, un desencanto amoroso, un hecho luctuoso del que son responsables o una situación de hecho que sienten inadmisible, y que les asalta imperiosamente como una vivencia espectral incontrastable e inevitable pero no obstante durísima de aceptar. Pero particularmente es la cuestión armenia la que conmueve y trastoca el puzzle vital de Ani, pero sobre todo de Raffi, mientras que Alí (en una extraordinaria escena junto a Raffi en la escalera de su casa, botella de champán por medio, tras una no menos magnífica secuencia con Aznavour en el set de rodaje en la que ambos reflexionan acerca de la naturaleza del genocidio armenio, causas, pretextos y consecuencias) no quiere sino pasar página y vivir el momento, determinado a no perder tiempo en amargarse con una cuestión de la que está convencido que nadie hoy en día puede interpretar correctamente al no haberse encontrado en el lugar y momento histórico de los hechos.
La película, que en ocasiones, debido al extremo dramatismo de algunas de sus escenas y a la crudeza desnuda y lacónica con la que se retrata el laborioso exterminio de los armenios, resulta excesivamente impactante, casi hiriente, es una obra imprescindible, una reflexión profunda, amarga, doliente, sobre el abismo del ser humano. Quizá el único problema de la cinta es la implicación emocional de su director, a quien pertenecen en realidad todas las reflexiones y sentimientos que emiten los personajes y las situaciones, todo el dolor que traspasa la pantalla. Excesivamente reflexiva, teórica, «verbalizada», en la película prevalecen los tintes reivindicativos y divulgativos sobre un hecho olvidado por casi todo el mundo por encima del corazón, de la exposición de sentimientos desnudos, de amargura, tristeza y pérdida. Egoyan se encuentra demasiado cercano al epicentro de la trama, cuando quizá hubiese debido esforzarse por tomar distancia y narrar desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, sin incluirse emocionalmente por delante de los sentimientos de los propios personajes, de modo que el público no llega a simpatizar nunca del todo en profundidad con el drama de los personajes individualizados, mientras resulta apabullado con las amarguras del pueblo armenio.
Por otro lado, esta película de visionado obligado nos mueve a otro nivel de reflexión histórico-política. Conceptos como pueblo, nación, bandera, etnia, raza, religión, arrojados continuamente entre los seres humanos (hasta el punto de haberse convertido en un acto inconsciente, verdadero peligro para todos nosotros), son meras arbitrariedades, accidentes, que nada o muy poco tienen que ver con la auténtica esencia personal de todos y cada uno de los seres que los componen, al tiempo que sacan los colores a todos esas «víctimas» de la «opresión» que se adjudican «sufrimientos», «persecuciones» y «afrentas seculares» que no son sino ficciones y epopeyas románticas a la medida de unos deseos políticos que nada tienen que ver con la verdadera historia sí padecida por otros, que son realmente víctimas de un doble exterminio: el primero, a golpe de bayoneta, el segundo, a golpe de olvido. Y eso al tiempo que nos traslada a la más reciente actualidad, con una Turquía que intenta acceder al «confort» y «estabilidad» europeos pero en cuya legislación afirmar la verdad histórica del genocidio armenio sigue siendo un delito castigado con penas de cárcel, y una Europa, con Francia a la cabeza (país donde sucede lo contrario, se considera delito negar el genocidio armenio del mismo modo que el Holocausto judío) que exige pasos claros en el reconocimiento de unos hechos innegables que ni siquiera Mustafá Kemal Ataturk, el padre de la Turquía «moderna» que firmó el acta de defunción del Imperio Otomano tras la Primera Guerra Mundial, se dignó a reconocer.
Ararat, que toma el nombre del símbolo armenio por antonomasia, el célebre monte donde la tradición sitúa el aterrizaje del arca de Noé tras el diluvio universal, y cuya imagen preside como decorado central el set de rodaje de la película, es una cinta única, imprescindible. Ambiciosa por el espectro sentimental, histórico, político y reivindicativo que pretende cubrir, dura por lo que muestra, conmovedora por lo que hace sentir, muy pedagógica para todos aquellos que sienten la tentación de envolverse en una bandera cualquiera (no importan los colores ni la anchura, sentido o número de franjas) para vomitar odio y resentimiento hacia otros. El sacrificio del pueblo armenio (no olvidemos que, si bien de etnia armenia, eran plenos ciudadanos turcos desde hacía siglos y habían contribuido con su esfuerzo humano y económico durante centurias a la hegemonía turca en el Mediterráneo oriental) nos recuerda que seguir a ciegas a los inventores de naciones, a los mesías de los pueblos, los que se atribuyen la capacidad de etiquetar y compartimentar a las personas, decidir sobre la pureza de sangre de los que tienen que ser una cosa u otra, quienes se erigen en entes decisorios acerca de quién debe quedarse y quién irse, de quién cumple los requisitos y quién no, nos coloca tarde o temprano en el lado de las víctimas o en el de los verdugos.
Exótica me turbo para siempre hasta el punto de permitirme soñar con ser inspector de hacienda, sin tener pesadillas. Más tarde acompañé mudo y aterrado a Felicia en su viaje. Qué voy a decir por tanto que no sea bueno, del sr. Egoyan?
Hablaba el otro día y en otro blog, sobre la complejidad que supone lograr la sencillez al escribir (meta, a veces quimérica, que uno persigue sin pausa… mi blog es ejemplo de su dificultad) pues bien, Egoyan sería uno de mis paradigmas narrativos.
Creo que Atom Egoyan ha hecho justicia a una de las barbaridades más silenciadas y olvidados y enterradas de la historia reciente.
Es dura, impactante, hiriente, pero cómo se va a explicar lo que sucedió de otra forma.
A mí me dejo torcida unos días, pero creo que es imprescindible.
Pregúntale a cualquiera sobre esa parte de la historia y te dirán que no lo saben. Joer, es muy fuerte.
Un beso,
Marta
No la he visto, pero no puedo estar más de acuerdo con tus líneas finales. Los Jóvenes Turcos intentaron hacer de un imperio autocrático y multiétnico un pueblo homogéneo, una entelequia. Asimilación o eliminación o expulsión eran las únicas opciones. La perspectiva de los años nos permite horrorizarnos con esa beatífica indignación nuestra pero parece que el juicio nos falla cuando lo aplicamos a la actualidad. Sonrojante.
Veré la película, por cierto.
¡Por fin es viernes! Un beso
Pues esta parte de la historia no la conocía… da miedo el modo en que se pueden ocultar hechos como este a la mayoría de las personas…la película va para la lista de tirón.
Besos.
Rosa.
Me gusta mucho el cine de Atom Egoyan.La cita del principio de este magistral post es brutal Alfredo.Siempre he creído que la peor arma es el olvido,por eso siempre estamos condenados a repetir lo mismo,una y otra vez.Ya lo dijo Tucídides:»La historia es un incesante volver a empezar.»
Repito;gran post.
Un fuerte abrazo.
Raúl, a mí personalmente me gusta el equilibrio entre sencillez y contundencia de lo que escribes. No sé si llega a Egoyan, pero funciona.
Avísame cuando seas inspector de Hacienda y hablamos.
Saludos
Marta, es una tragedia doble. Primero porque sucedió, y segundo porque sucedió en un país «secundario». Ya sabemos que nosotros no explicamos ni leemos Historia, sino que explicamos y leemos la Historia según occidente. Por tanto, lo que no sucede o tiene implicaciones en occidente, simplemente, no existe. Por eso los armenios han sido olvidados, por pobres y por remotos. Y por esa regla de tres, y aunque resulte una aseveración impopular, por eso los judíos tienen hoy un Estado: por ricos, porque su genocidio tuvo lugar en Alemania, y porque, como occidente no pudo obviarlo, supieron aprovecharse de su complejo de culpa.
Y lo dejo aquí, que me voy del tema…
Besos
Virginia, muy bien apuntado. Todo el mundo es capaz de emitir juicios clarísimos sobre fenómenos remotos, se conmueve, responde con ira, indignación o compasión. En una situación similar cotidiana, empiezan a tenerse en cuenta otros aspectos, por lo general superfluos. Y por eso estas cosas siempre amenazan con repetirse. La guerra de Yugoslavia fue hace apenas quince o veinte años: ahí tenemos Kosovo. No aprendemos.
Pero es fin de semana. Ya nos preocuparemos el lunes.
Besos
Rosa, si estás en plena edad de estudiar es lógico que no conozcas una historia que a nadie se le ha ocurrido que pudiera entrar en ese limitado producto de marketing que son los planes de estudios. Si pensamos en que la Historia la cuentan los vencedores y de que un buen manual de esa asignatura no suele pasar de quinientas páginas, imagina cuántos hechos como estos se nos escapan. Es como un periódico: lo que no cabe en él, sencillamente, no ocurre. Hablemos de genocidios: el de los indígenas de América a cargo de los españoles y portugueses primero, y británicos, franceses y, sobre todo, norteamericanos después es un buen ejemplo. ¿Has estudiado en alguna parte los crímenes de los españoles en América? ¿El salvajismo de los británicos allí por donde han pasado? ¿El genocidio de los congoleños a cargo de los colonos belgas? ¿O las matanzas de poblados enteros de hombres, mujeres, ancianos y niños a golpe de sable obra del «heroico» general Custer, inmortalizado decenas de veces en el cine como un héroe americano? Lamentable, pero ni se estudia, ni se estudiará, al menos hasta que la historia se repita.
Besos
Francisco, muchas gracias, se hace lo que se puede. Un tío listo, Tucídides. Especialmente debemos estar atentos en España: pocos lugares existen tan ingratos y desmemoriados como éste, y no faltan apologetas de la estulticia que pretenden pescar en esa desmemoria.
Gracias de nuevo.
Abrazos
No he visto esta película, Alfredo, pero por lo que dices debe de estar bastante dura en su tema. Tu post es excelente.
Kertész, dice que hay que hablar mucho de todo este tipo de temas, para que no se repitan nuevamente.
Un abrazo
Magda
Kertész precisamente es un testimonio vivo e imprescindible de todas estas cosas. Y tiene razón.
Gracias, Magda.
Un abrazo
Estupendo comentario de una película que no he visto pero que, sin duda, veré.
Personalmente soy muy excéptico respecto a la historia desde el momento en que comprendí cuan cierta es la frase que dice que la historia la cuentan los vencedores.
Hechos como el del exterminio de los armenios (que no es único, por desgracia) han sido muy poco publicitados y han quedado sólo al alcance de quienes se dedican al estudio, con notas sueltas en los medios de vez en cuando; yo me enteré hace tiempo gracias precisamente al gran Aznavour que expresa siempre su condición errante, y provocó mi curiosidad.
Gracias pues por la información y enhorabuena por el texto.
Saludos sabatinos y acalorados.
En efecto, Josep. Y sobre todo hay que huir como posesos de todo aquel que quiere fundamentar sus posiciones políticas evocando a la Historia. Embusteros todos, sin excepción.
Creo que la película te gustará. Mezcla muchas cosas y todas muy interesantes.
Saludos derretidos
Alfredo.
Ando buscando una crítica que he leído en algún lado que hiciste sobre Milagro en Milán, pero buceando en tu blog, como no hace tanto que te visito, no logro encontrar la categoría en la que se esconde. Te agradecería que me facilitaras el enlace directo, por favor; quiero escribir algo sobre ella y necesito puntos de vista.
Un saludo y gracias anticipadas.
Pd.- Al publicarse mi comentario, creo que ya se indica mi dirección.
Lo que comenzó como un impulso individual, se está convirtiendo en una plaza de encuentro para la discusión y el debate. Generación Y ha logrado involucrar a un montón de personas en todas partes del mundo que me ayudan con la actualización, las traducciones y la difusión de los textos. La colaboración principal ha sido para colgar los posts, pues desde la última semana de marzo no he podido acceder al sitio en los cibercafé públicos ni en los hoteles. De manera que envío mis textos por email, algunos amigos los publican y me mandan -también por correo electrónico- los comentarios que dejan los lectores. Soy una blogger a ciegas, una cibernauta con una balsa que hace aguas y que logra flotar gracias al apoyo de una espontánea red ciudadana.
Todo el portal http://www.desdecuba.com sigue bloqueado en los servidores de locales públicos. He ido haciendo una copia de los mensajes de error que muestran los navegadores cuando intento acceder y aquí les dejo una muestra. También sé que el apagón no es total. Amigos que tienen internet en sus centros de trabajo pueden visitar el sitio, pero eso me sirve de poco, pues a esos lugares soy yo la que no puedo entrar.
No obstante, tengo los mismos deseos de escribir en esta bitácora que cuando empecé. Ahora con más testarudez, pues no hay nada que me resulte más atractivo que aquello que se me impide hacer. Para saltar las dificultades de la conectividad y llegar a los lectores dentro de la Isla, otros amigos han creado un minidisk con el contenido del Blog, que distribuyen gratuitamente. A todos quiero agradecerles el apoyo, los remos y el viento que me permite mantener el rumbo.
Escrito por:
Yoani Sanchez, Blogg Generacion Y
Exigimos:
Libertad de expresiòn en Cuba
Libre y total acceso a Internet para el pueblo cubano
Cese a la represiòn y persecuciòn polìtica en Cuba
¡Viva Cuba Libre!
De Atom Egoyan he visto también la magnífica El dulce porvenir. A partir del accidente brutal de un omnibus escolar, se desenroscan simultáneas historias que aluden a la búsqueda de la verdad, por dolorosa que esta sea y también a la descarnada relación con los hijos.
Muy buena esa que apuntas, Beatriz. Es de una intensidad desgarradora. Yo creo que más que esta, que se dispersa un poco en saltos temporales y en su atención a distintos personajes. En «Un dulce porvenir» el dolor está concentrado, expuesto con una desnudez y una crudeza que no dejan indiferente.
Gracias.
Me encantó esta crítica, genial.
Gracias.