El gran cineasta francés Claude Chabrol vuelve a aproximarse a las miserias morales que se esconden tras el próspero escaparate de la alta burguesía con esta película de 2000 para la que contó de nuevo con esa musa gélida que es la excelente Isabelle Huppert. Partiendo de una novela de Charlotte Armstrong, Chabrol nos sumerge con su ausencia de artificios habitual en la historia de Mika Müller y André Polonsky, una pareja de reconocido éxito profesional pero con muchas cosas que ocultar(se). Cuando nació Guillaume, el hijo que tuvo André con Lisbeth, su anterior esposa ya fallecida, en el hospital estuvieron a punto de cometer un error fatal, la confusión de dos bebés, el cambio de Guillaume por una niña recién nacida. Cuando Jeanne, ya convertida en una joven prometedora estudiante de piano conoce la historia de labios de su madre, siente la necesidad de conocer a los que podrían (o habrían podido ser) sus verdaderos padres, y se presenta en casa de André y Mika.
Él es un pianista de prestigio, ella la directora de una de las empresas chocolateras suizas de más solera. La llegada de la joven ocasiona una pequeña convulsión, sobre todo en Guillaume, que se encuentra de repente con la posibilidad de no ser quien cree que es. André, sin embargo, recuerda el suceso, pero asegura que el cambio fue detectado a tiempo. Aún así, y además del azar que casi estuvo a punto de unir sus vidas, la afición de la joven por el piano establece una pequeña unión entre André y la chica, que ni a Mika ni a Guillaume convencen, y que establece una especie de vínculo paternofilial encubierto entre ellos. Mika, bajo su apariencia cortés y aristocrática, oculta una personalidad fría y calculadora que no dudará en maniobrar para conseguir que la pequeña novedad que ha irrumpido en sus vidas no consiga trastocar el puzzle de emociones y afectos que a base de secretismo y manipulación ha logrado construir con el paso de los años y que tiene que ver con la antigua amistad que mantenía con Lisbeth, la anterior esposa de André.
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