Cartel cedido por Marta Navarro, mantenedora del sublime blog Entrenómadas, absolutamente recomendable.
El pasado mes de marzo se cumplieron cien años del nacimiento de David Lean, cineasta británico superlativo, consagrado maestro en la puesta en imágenes de la épica, la epopeya y la aventura, autor de filmes de leyenda, de obras maestras indiscutibles y que han ocupado no poco espacio en la memoria colectiva. ¿Quién no evoca con facilidad, con los ojos cerrados, a Peter O’Toole túnica blanca al viento danzando majestuosamente sobre el techo de un tren en medio del desierto? ¿Quién no es capaz de recrear en su cabeza un desfile de prisioneros británicos silbando al unísono camino de su campo de internamiento japonés en las selvas de Thailandia? ¿Quién no podría retratar fielmente la carga de la caballería rusa sobre los manifestantes que piden pan en las calles de Moscú mientras los opulentos burgueses cenan en sus clubes privados? ¿O las muecas extrañas de John Mills y el rostro duro de Robert Mitchum en La hija de Ryan? El cine de David Lean es uno de los más reconocibles de todos los tiempos, pero en su limitada filmografía (apenas una docena y media de filmes), son muchas más las obras maestras: Breve encuentro, Cadenas rotas, Pasaje a la India, su última película, ya en 1984… Incluso su proyecto inacabado, Nostromo, basado en la obra de Joseph Conrad.
Y entre su filmografía menor, destaca esta pequeña joya de la comedia, uno de los mayores hitos de la comedia británica de todos los tiempos, realizada antes de su magistral Breve encuentro. Tanto en ésta como en Un espíritu burlón (y en su obra anterior, This happy breed), David Lean se apoya en textos teatrales del gran dramaturgo Noel Coward (en este caso una obra escrita durante una semana de vacaciones del autor en Gales), exitosamente representados durante mucho tiempo en el West End londinense. Un espíritu burlón es una comedia hilarante en la que el ingenio y los diálogos chispeantes, agudos e irónicos campan a sus anchas. La película, cuyo título proviene de un poema del autor romántico Percy Bhysse Shelley, cuenta la historia de Charles (Rex Harrison), un novelista con cierto prestigio que planea casarse en segundas nupcias con la bella Ruth (Constance Cummings). Sin embargo, el fantasma de su primera esposa, Elvira (Kay Hammond) comienza a aparecerse, a atormentarle y a hostigarle para dilapidar uno tras otro todos los proyectos que tiene planeados junto a su novia. Charles intenta desesperadamente seguir adelante con su boda, pero se muestra impotente una y otra vez frente a las diversas argucias con las que Elvira va incrementando por momentos su pequeña venganza. Pero sin duda la película se la lleva de calle el personaje de Madame Arcati (Margaret Rutherford), la excéntrica y alocada médium a la que Charles recurre para intentar deshacerse de la incómoda y espectral presencia de su primera esposa. Rutherford tiene las mejores frases, protagoniza las mejores secuencias y realiza un despliegue cómico entre el gag y el humor negro que pocas veces puede verse en el cine personificado en una actriz. Está sencillamente magistral y es uno de los grandes alicientes para disfrutar con la película.
Comedia deliciosa, agradable inteligente, muy aguda y de ritmo vertiginoso (sus 96 minutos saben a muy poco), consigue plasmar en lenguaje cinematográfico todo el imaginario fantástico que había ideado Coward en una obra que tuvo el récord de número continuado de representaciones teatrales en Londres hasta los años setenta, con dos mil representaciones. Especialmente destaca la utilización de unos efectos especiales puramente artesanales que obtuvieron el Oscar en los premios de la Academia de ese año y que resultan verdaderamente sorprendentes para una película en color de 1945. Pero sin duda son los actores, especialmente Rutherford, y la facilidad con la que encajan en el tratamiento ligero, irónico, agudo, un tanto cínico de la trama los que elevan la película a la categoría de una de las mejores comedias jamás filmadas, un género a priori no muy adecuado para Lean y al que no volverá a dedicarse plenamente en el resto de su filmografía, probablemente a causa de un cierto número de críticas que reseñaron su inferioridad con respecto a la obra teatral que hicieron a Lean desconfiar de sus dotes para la comedia.
Una de las grandes virtudes de la cinta, no obstante, no puede separarse del momento histórico de su estreno, la Gran Bretaña de 1945, recién terminada la Segunda Guerra Mundial y en un país cuya población civil, a diferencia de los Estados Unidos, sí había tenido que sufrir directamente los acontecimientos violentos de aquellos años (bombardeos, ataques, amenazas de invasión, sabotajes…), y para el que el cine y el teatro suponían una evasión impresncindible en unos momentos en que la amenaza directa de destrucción se había mitigado pero cuya lucha contra el racionamiento, la carestía, la escasez y la falta de trabajo duraría aún varios años. En particular, resulta realmente digno de mencionar el tratamiento jocoso que hacen Coward y Lean de la muerte justo tras un conflicto en el que habían perdido la vida decenas de millones de personas, algunos de ellos británicos. En lugar de un drama truculento, sombrío, sentido, sobre la muerte, obsequiaron al público con una comedia en la que una muerta bastante particular vuelve entre los vivos para atormentar sutil y sibilinamente a un marido al que incluso desde el otro lado no ha podido olvidar, en lo que constituye un valiente intento de desdramatización de las tristes circunstancias recientes por aquellas fechas que no todos los críticos entendieron. Sin embargo, la película vista hoy permite disfrutar de hora y media de entretenimiento inteligente, buenos diálogos y buenos actores de la mejor tradición británica que ofrecen una más que notable muestra de uno de los géneros más exitosos y perfeccionados por aquella cinematográfia, la comedia, muchas de cuyas mejores muestras vieron la luz en los estudios británicos desde los años 30 hasta bien entrados los sesenta.
Unas por otras: el tiempo, pero esta vez es más el cansancio el que me impide disfrutar tu entrada. Me toca volver mañana. El martes tengo mi primer taller de lengua castellana. Me gustaría que el tiempo fuese más rápido: esto de estar desorientado es un tanto angustiante.
Un abrazo, hermano; nos seguimos leyendo.
Descansa amigo, que ahora tienes buen tajo por delante. Y mucha suerte con tu debut.
Abrazos
Me ha dado unas ganas enormes de verla, a ver si la encuentro. Besos
¿Filmografia menor? ¡Sacrebleu!
De menor nada, amigo. Incluso aún no habiendo visto la película, sólo leyendo tu estupenda reseña ya se comprueba que de menor no tiene nada de nada.
Aunque para mí el trabajo de Harrison supera a la sobresaliente Rutherford, quizás porque Rex estaba mejor dotado para la fina comedia, dando una lección de matices.
Una de las mejores comedias británicas en una época en que la competencia en su propio terreno era muy dura.
Saludos.
Magistral post.David Lean está entre mis directores favoritos.La gran épica perdida,amigo Alfredo.Se dice que Billy Wilder cuando vio Breve encuentro se quedó con la imagen de la habitación donde la pareja pasan la noche y cedida por un amigo.Esta idea le obsesionó durante años hasta eclosionar en El apartamento.Me encantan todos estos detalles.El cine era muy grande amigo.
Me repito:un post sublime.
Un fuerte abrazo.
Missing, no te arrepentirás. Y lo de encontrarla, no sé si será fácil. Ya sabes, cine de calidad de los 40…
Besos
Josep, si no menor en calidad, ni mucho menos, sí en repercusión, algo entendible teniendo en cuenta la categoría de la filmografía de Lean (por cierto, me ha encantado la expresión, hacía mucho que no la veía u oía). Es difícil no quedar a la sombra de sus obras épicas, de sus epopeyas visuales. Coincido en lo de Harrison, aunque su papel sea más habitual en las comedias de entonces. A mí la médium me cautivó, creo que sobre todo por su originalidad.
Saludos
Gracias, Francisco. Lo de Wilder es cierto, lo confirmó el mismo en varias entrevistas. Él, con su mala baba habitual y su incesante ojo crítico enseguida pensó «¿y qué hace el dueño de la casa mientras la pareja está en ella?». Y así nació otra obra maestra. O dos, porque la génesis de «Deseando amar» de Wong Kar-Wai es pensar en qué estarán haciendo los cónyuges de ambos cuando ellos están juntos.
El cine no sólo es la pantalla. Es una mitología completa.
Abrazos
Primero una curiosidad;
El fotocromo que te sirve de ilustración para la entrada, es una de esas pequeñas reliquias que guardo desde niño, junto al de algún que otro incunable más (La costilla de Adán, La fiera de mi niña, Encadenados,…). Creo que los encontré en el fondo de un baúl que había en la habitación de un tío mío medio aventurero.
Sin haber buceado más en la biografía de Lean, siempre me ha sorprendido y hasta cierto punto fascinado, la versatilidad de este director a la hora de enfrentarse a «modestos proyectos» en cuanto a producción, y a la vez, a fastuosos empeños cinematográficos. En cuanto a esa maniobrabilidad a la hora de cambiar el tamaño de su película, creo que solventa la papeleta con muchisimo más acierto que otros contemporáneos como Mankievich o Mann que, dejando al margen su suprema e incontestable calidad, sin embargo para mí gusto, en las grandes propuestas cojeaban algo más que Lean. Ya sea en «tallas» grandes o pequeñas, la manufactura de Lean no tiene merma, por algo él mismo se consideraba más un artesano que un director.
Buena entrada, sí señor.
Raúl, mi querida amiga Marta, en un acto de generosidad insuperable, me hizo llegar un montón de programas de mano y postales de películas de las décadas 30 – 60 que contiene verdaderos tesoros, como ésta o como las que alimentan la sección «Cine de papel». Son verdaderas joyas.
Y en cuanto a lo que comentas de Lean, totalmente cierto. No hay más que acordarse de la nefasta «Cleopatra», nacida ya herida de muerte y comparar con las epopeyas de Lean. Era un todoterreno, y creo que no se le ha colocado en el sitio que merece.
Saludos
Un gran tipo, lleno de talento y buenas intenciones.
Su cine es espléndido.
Cacho de Pan, nunca el cine fue tan majuestuoso, también en su sencillez.
David Lean era un puritano ejerciente. Mientras rodaba «La hija de Ryan», había prohibido totalmente el consumo de alcohol por parte de todo el equipo. Mitchum, cuya afición desmedida por el alcohol era conocida, era una de las obsesiones de Lean. En uno de sus momentos de concentración dentro del decorado de la casa de
Mitchum, el director sorprendió a este, escondido en una de las habitaciones, con una petaca en la mano y a punto de beber. Se miraron, Lean alzó la ceja y Mitchum extendió la botella amisto-
samente: «Do you wanna a drop, sir?» (¿Le apetece un trago,señor?)
Lean dió media vuelta y solo dirigió la palabra a Mitchum a través de su Ayudante. Muy inglés, muy metódico, David Lean había sido el nejor montador de cine británico antes de pasar al campo de la dirección. Por eso sus películas son tan exactas en el tempo, en el ritmo. Siempre, como Hitchcock, llevaba la película en la mente antes de rodar. Y sabía exactamente lo que quería. Hay una anécdota que demuestra esto: Durante el rodaje de «Doctor Zhivago», aquí en España, cuando se construyó el decorado de la entrada de la casa de Lara, donde vive con Zhivago, (muro, algu- na rata, pobreza), el decorado le fué presentado por John Box (oscar) y lo tuvo que rectificar seis o siete veces hasta lograr
el tipo, tono y movimiento que necesitaba para la acción en ese momento.
Gracias por tu comentario Antonio, muy enriquecedor. Aunque me atrevo a interpretar el grado de puritanismo de Lean; la verdad es que con Mitchum había que estar a la que saltaba con el tema de la bebida, y si añadimos el lugar del rodaje, que también se las gastan bien con la bebida, pues era un polvorín.
Excelentes anécdotas.
Pues hablando de fantasmas recomiendo ver El fantasma y la Sra. Muir. Besos
Extraordinaria recomendación, Missing. La veremos por aquí algún día, seguro.
Besos
Pues estoy deseando leer tu reseña sobre esta película. Besicos