Noche en La Tierra (1991) es otra de esas historias corales del gran cineasta Jim Jarmusch. Esta vez, con un elenco de actores que incluye a Winona Ryder, Giancarlo Esposito, Gena Rowlands, Armin Mueller-Stahl, Rosie Pérez, Roberto Benigni, Béatrice Dalle, Matti Pellonpaa o Isaach De Bankole se centra en contarnos qué ocurre en la noche de cinco ciudades del mundo, Los Ángeles, Nueva York, París, Roma y Helsinki, vistas desde el interior de un taxi.
Nos quedamos con el fragmento de Roma, original en italiano con subtítulos en francés (duración total aproximada, unos 25 minutos).
Decía Orson Welles que era un error capital creer que las películas son ante todo una forma de entretenimiento. Si lo son es por casualidad, por accidente. Welles le atribuía al cine nada menos que la categoría de mayor medio de intercambio de ideas y de información desde la invención de la imprenta. Y el viejo Welles no se equivocaba, aunque ese entretenimiento casual cobre a veces formas tan sugerentes y atractivas como en este clásico del gran Cecil B. DeMille, cineasta inabarcable, inagotable, superlativo, que en ésta, ni de lejos su mejor película, creó una magnífica obra de entretenimiento y aventuras no exenta de contenido, de divulgación y de referentes éticos y morales. Continuar leyendo «Cine clásico para revolcarse en él: ‘Los inconquistables’»→
En esta película bélica, muy sui generis por otra parte, dirigida por Terrence Malick en 1998 queda demostrado por si hacía falta que la música es un lenguaje universal que está por encima de culturas, prejuicios y barreras lingüísticas. La magnífica banda sonora de Hans Zimmer incorpora algunos coros melanesios en fantásticas interpretaciones de las que ofrecemos dos piezas, God U Tekem Laef Blong Mi y Jisas Yu Holem Hand Blong Mi. Música para disfrutar sin prisas y que nos transporta directamente a lo más profundo y bello de la experiencia vital, a ese nebuloso terreno del cual la ajetreada y competitiva vida moderna se empeña en separarnos.
Incluso quienes no apreciamos demasiado el género musical por múltiples razones tenemos nuestras excepciones. Y una de ellas es esta película que Bob Fosse dirigió en 1972, ganadora de ocho premios de la Academia de Hollywood, con Liza Minelli (convertida en un icono del cine antes de emular los pasos de su madre en una caída absoluta y sin fin en los abismos más oscuros) y Joel Grey presentando su candidatura a la eternidad cinematográfica, acompañados de Michael York o Marisa Berenson, entre otros.
Son varios los momentos recordados de esta cinta, pero nos quedamos con dos. En primer lugar, el famoso Money, money, en el que Minelli y Grey nos recuerdan la irresistible atracción de ese poderoso caballero que es el dinero (el fascismo económico sí que ha conseguido la plena igualdad entre los seres humanos: nos jode a todos por igual, incluso a los que se creen elegidos), y el número musical que abre la película, una obra maestra del género, que supone una excelente forma de presentar a los personajes y las localizaciones principales de la historia, al tiempo que nos hace saborear ese ambiente tan típico del Berlín de entreguerras y del ascenso del nazismo: cultura, vanguardia artística, desenfreno, amor por la vida, por el carpe diem, apenas unos pocos años antes de comenzar la zambullida en la más profunda de las tinieblas…
La soberbia y los complejos habituales de nuestro público provocan habitualmente un doble efecto: el rechazo frontal y casi total al cine proveniente de países que consideramos menos avanzados que el nuestro, en la creencia de que no pueden ofrecernos nada que nosotros no conozcamos ya lo suficiente y que además no son capaces de hacerlo tan bien como nosotros, y por otro lado, la adoración, casi idolatría, hacia cinematografías de países frente a los que nos vemos atrasados, como es la norteamericana. Y para ello no obsta la realidad de que en las últimas dos décadas nos han llegado magníficas producciones desde países «fuera de circuito» como Bosnia, Rumania, Brasil, Colombia, Sudáfrica, Thailadandia, etc., mientras que las mayores y más ingentes cantidades de basura enlatada nos llegan de Estados Unidos.
A España, sin embargo, aunque con cuentagotas muy selectivos, siempre ha llegado cine latinoamericano, principalmente de México, Brasil y Argentina, en los últimos años con gran reconocimiento por parte de la crítica y también del público. Pero hay un gran mercado de cine latinoamericano del resto de países de aquel continente, principalmente de Venezuela, Chile, Uruguay o Colombia, y en una gran parte coproducido por España, que si bien es cierto que sus niveles de calidad no siempre llegan a lo mínimo exigible para un estreno comercial, sí dejan de vez en cuando interesantes películas que quedan relegadas al video-club o a las emisiones marginales de madrugada del Canal Internacional de Televisión Española. Una de las mejores películas de este grupo en los últimos tiempos es Tinta roja, de Francisco J. Lombardi.
Esta cinta peruana coproducida por España (a ello se debe la presencia en el reparto de Lucía Jiménez o de Fele Martínez, entre otros) nos cuenta la historia de un joven aspirante a escritor (Giovanni Ciccia) que mientras espera su gran momento como autor pasa el tiempo trabajando como redactor en prácticas en la sección de sucesos de un diario sensacionalista. Sin embargo, choca con su jefe (Gianfranco Brero, Concha de Plata al mejor actor en el Festival de San Sebastián de 2000), un veterano desencantado, quemado por la profesión, que sobrevive dejando los trabajos más desagradables para los más jóvenes en la creencia de que deben curtirse, y que ve en el muchacho un recuerdo vivo de su propio inicio en la profesión, mientras que para el joven él es el ejemplo a evitar para el futuro. Continuar leyendo «‘Tinta roja’, crónica de sucesos desde Perú»→
«Este emblema pertenece a una antigua orden de caballeros masónicos de la Santa Sede…».
Valga esta frase del delirante guión para ejemplificar la absoluta memez que supone este thriller apocalíptico (y nunca mejor dicho) de tintes catolicistas en el que una vez más la Humanidad (la cristiana, claro, única que parece existir para los productores de Hollywood) se ve bajo la amenaza de la llegada del Anticristo (el cual afecta no sólo a cristianos, sino a todo bicho viviente, que para eso es el Maligno de la religión verdadera…). Y perlas como la enunciada al principio, tan contraproducente como ridícula (sin duda a la altura de poder hablar de heterosexuales gays, borrachos abstemios o herejes ortodoxos) adornan la narración de esta gilipuertez con mayúsculas de principio a fin.
Protagonizada por un Arnold Schwarzenegger ya talludito y más pendiente de buscarse las judías ante la falta de capacidad física y de ofertas para emular sus «éxitos» de antaño, la película nos traslada a una típica y absurda historia con las paranoias de la religión católica, estilo Dan Brown y sus simuladores, como telón de fondo. La acción nos traslada al Nueva York de 1979, momento y lugar en el que nace una niña con, tatatachááááán, la marca del Anticristo. Paralelamente, un cura del Vaticano dedicado a las investigaciones sobre el demonio y demás criaturas cornudas con rabito terminado en punta, informa en un consejo secreto en el que está presente la flor y nata de los cardenales y obispos que guardan todos los secretos del catolicismo, de que la niña ha nacido y de que el peligro se cierne, no sobre la cristiandad, sino también sobre todos aquellos miles de millones de personas a los que la mitología católica de corte catastrofista se la trae muy floja. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – El fin de los días»→
El 15 de octubre millones de blogs en todo el mundo celebran el Blog Action Day, con el cual se pretende que gentes de todo el planeta utilicen sus bitácoras como altavoces para reclamar atención y soluciones sobre algunos de los múltiples y acuciantes problemas que acechan a la mayor parte, a la gran mayoría a decir verdad, de la Humanidad. Si en la edición de 2007 el tema era el medio ambiente, en 2008 las miradas se dirigen a la erradicación de la pobreza.
Y nada mejor que rememorar ese monumento cinematográfico rodado por el maestro aragonés Luis Buñuel en México en 1950 llamado Los olvidados, película declarada Patrimonio de la Humanidad – Memoria del Mundo, obra maestra indiscutible sobre las cloacas de la sociedad capitalista, sobre su profunda hipocresía, su podredumbre intrínseca y de cómo la suerte de nacer en el lado amable o mísero de esa sociedad condiciona, no sólo nuestra vida, sino también nuestros valores, necesidades, varas de medir, comportamientos, actitudes y grado de sociabilidad, nuestra capacidad de sentir rencor, odio o piedad, de asumir la violencia y la crueldad como hechos cotidianos a los que enfrentarse cada día, como azares de un combate por la subsistencia, síntomas de la lucha diaria por la supervivencia fuera de un sistema que mira para otro lado y que no sabe reconocer sus errores e intenta camuflar el producto de sus injusticias, sus crímenes diarios.
Porque mientras la democracia se mantenga dentro de los estrictos cánones del nacionalismo (es decir, derechos, bienes y desarrollo para quienes están dentro de mis fronteras -y a veces ni siquiera eso-, y no para los demás, a los cuales utilizo y exploto por las buenas o por las malas para mantener mi nivel de vida y mi sistema de «libertades») y supere ese artificio denominado fronteras políticas, económicas, étnicas, culturales, lingüísticas o sociológicas, es decir, mientras sigamos utilizando el nacionalismo como vehículo para maquillar nuestro racismo, no contra otras razas, etnias o religiones (pretextos, al que hay que añadir la idea de patria, siempre al servicio de la lucha continua del hombre por el control de los recursos, única verdad que hay tras cada guerra o cada lucha dialéctica entre ideologías), sino contra los (económicamente) pobres (dice el proverbio árabe, «al perro que tiene dinero se le llama Señor Perro»), sea cual sea su nacionalidad, etnia, raza o religión, la democracia, simplemente, no existe. Al igual que ocurre con ideologías ya fracasadas, la democracia sólo tiene sentido si es global, si es mundial, planetaria, si es completa y nos acoge a todos, en cualquier geografía, de cualquier condición.
Por ello, para superar este simulacro de democracia sobre el papel supeditada al dinero y a los valores sociales asociados a él (éxito y reconocimiento, ascenso y aceptación social) y llegar por fin a un estado de gobierno del pueblo que la Humanidad jamás ha podido disfrutar hasta la fecha, basta con cumplir una serie de mínimos fáciles de conseguir si se deja de gobernar para los consejos de administración y se empieza a gobernar para las personas. Si las gentes bien nacidas queremos que el sueño de Pedro deje de ser un sueño para miles de millones de seres humanos del planeta, si queremos que el final que Buñuel pensó para su obra maestra -Pedro víctima de una sociedad injusta que extermina a los excluidos sociales en un genocidio continuo desde la invención del dinero y con sus cadáveres arrojados a los vertederos para servir de alimentos a los chacales- se convierta en el final alternativo que Buñuel filmó para sortear, en su caso, una censura mexicana que no quería ver sus vergüenzas expuestas al mundo entero (y no por ser vergüenzas mexicanas en ningún caso, sino vergüenzas compartidas por todos aquellos que se asocian a un sistema que necesita pisotear a dos tercios de la Humanidad para sostener el consumismo, la obesidad y los gastos superfluos del tercio de privilegiados), dejando que esa parte inmensamente mayoritaria del planeta se incorpore a la raza humana como miembros de pleno derecho, simplemente hay que cumplir una serie de mínimos innegables por cualquier persona que se atribuya la condición de ser humano: acceso a los alimentos, acceso a una educación y escolarización primaria y a la cultura, acceso a atención sanitaria y clínica, posibilidad de desarrollo profesional y social, derecho a la democracia, a la paz y a la supeditación de cualquier otro criterio a la conservación de una vida digna como primer objetivo de cualquier gobierno.
Aunque dejaremos el comentario amplio y minucioso que la película merece para más adelante, valgan las dos escenas mencionadas como ilustración de un futuro deseable, de que esa frase tan manida otro mundo es posible, no es un eslógan para colocar en una valla publicitaria, sino una realidad que todos necesitamos para subsistir. La Humanidad sólo se salvará por entero, no compartimentada, dividida, categorizada, los elegidos por un lado y los olvidados por otro. Por el destierro de toda forma política de gobierno, de todo partido político, de toda ideología o sistema que no asuma como primer mandamiento la consecución de esa democracia global, de una justicia social para todos, y ya que la democracia liberal sólo nos concede la ficción del voto como instrumento para hacernos sentir miembros de un sistema que dice tenernos en cuenta, utilicémoslo siempre que tengamos ocasión en el único sentido que es útil. Cuando votemos, sencillamente, hagámoslo como lo harían las personas.
De la intrascendente Y tú, ¿qué harías por amor?, categoría drama urbano, subsección extrarradio marginal, subclase lucha de pandilleros, dirigido por Saura Medrano en 2000 y protagonizado (es un decir) por Silke, acompañada por Fele Martínez y el propio director, uno sólo se acuerda de este tema de ese inmenso jeta llamado Tonino Carotone, individuo personalísimo de la música (es un decir) española pasada por la más tópica estética de El Padrino versión tercera regional.
La verdad, viendo a este señor uno se reconcilia consigo mismo sin mucha dificultad. Tantos años, y por fin servidor encuentra a alguien que cante peor que él… El título de la cancioncita, Me cago en el amor, al menos sirve a la imperiosa necesidad de tomarse algunas cosas a cachondeo para poder sobrevivir. Vamos, que si pasas un mal rato, que sea con una sonrisa.