CineCuentos – El hombre de Tulsa

El hombre de Tulsa llegó al motel la tarde de un viernes. Lo recuerdo bien porque por aquel entonces los sábados por la noche todavía pasaban películas en el viejo cine de Aaron Schulz. Lo llamo «El hombre de Tulsa» porque esa fue la ciudad que escribió como único dato sobre su lugar de procedencia en el registro del motel. Parecía un tipo poco corriente, al menos para Garrison, Arizona: buen coche, un Buick convertible del 56 de color burdeos invisible bajo la capa de arena y polvo del desierto, un traje oscuro de doscientos dólares hecho a medida, corbata en vez de lazo, piel bronceada, cabello engominado y peinado para atrás, parco en palabras, comedido en gestos y en expresiones… Ni siquiera desvió la mirada o hizo ademán valorativo alguno, como era corriente, al descubrir por primera vez las generosas formas de la señora Clutterman, que sí se había detenido a observarle detenidamente a él. Simplemente, no parecía haber reparado en aquella diosa encerrada en un motel sucio y viejo. No, no se veían muchos tipos como aquel en Garrison, Arizona.

Tampoco acudían muchos clientes al motel Clutterman que no salieran para nada de la habitación, ni encargaran comida, ni hicieran o recibieran llamadas de teléfono o enviaran telegramas. El hombre de Tulsa estaba en el motel, pero no dio otra seña de su presencia que un cajetín de llaves vacío en recepción y un Buick aparcado delante del edificio. Ni siquiera fue al cine el sábado por la noche, el único entretenimiento posible, junto al baile de primavera, en Garrison, Arizona, el único lujo que se permitía la señora Clutterman, la única nota de color y diversión en una vida demasiado triste desde que el señor Clutterman la había traído de Reno y se había casado con ella. Pobre señora Clutterman. Se notaba a la legua que era infeliz. Su única distracción eran las películas de cada sábado. El resto de sus días transcurrían entre los chismorreos habituales, el servicio del motel, y ser objeto de miradas codiciosas, de deseos insatisfechos y de comentarios más o menos explícitos sobre su apetecible anatomía. Aunque nutría mis emergentes fantasías sexuales (trabajar para una mujer como Sarah Clutterman quizá es demasiado para un chico de dieciséis años), no podía evitar sentir lástima por ella, por la tristeza que se leía en su rostro cuando la vista, tras un largo recorrido, recalaba en él.

Aquella noche había programa doble: Fort Apache y Conspiración de silencio. Como cada sábado, el pueblo entero abarrotaba la sala. Todos los sábados de sesión eran iguales; silencio de expectación, excitación colectiva antes de que empezara la película, whisky y cervezas en el bar al descanso, segunda sesión, y lenta marcha a casa a aguardar pacientemente el siguiente sábado. Y nada parecía indicar que aquel sábado iba a ser distinto. Cuando empezó la segunda película, ni siquiera me di cuenta de que la señora Clutterman no había vuelto a su asiento. Yo estaba muy concentrado y contento de ver en la pantalla un pueblo de mala muerte tan parecido a Garrison, Arizona (a excepción del ferrocarril, que queda a varios cientos de kilómetros del motel), y sólo cuando me fijé en que el señor Clutterman no paraba de removerse nervioso en el asiento, miraba frecuentemente el reloj al resplandor de la pantalla y giraba de tanto en tanto la cabeza hacia atrás, la busqué y descubrí su butaca vacía. Me sorprendió porque siempre volvíamos los tres juntos al motel cuando terminaba la sesión, y me pregunté si acaso se había sentido mal y había vuelto a casa. Al rato, vi a Clutterman levantarse agitado, casi diría que malhumorado, y salir de la sala maldiciendo entre dientes.

Cuando terminó la película volví solo al motel. Todas las luces estaban encendidas, pero no había nadie en el mostrador, sólo una nota breve y algo de dinero dejado de cualquier manera. Tras unos segundos escuché unos gemidos apagados provenientes de las habitaciones de atrás, las que ocupaban los Clutterman. El señor Clutterman lloraba de rabia sentado en la cama. Los armarios de la señora Clutterman estaban vacíos. Donde antes estaban sus maletas no había nada. Imaginé lo que había sucedido. Ella había aprovechado el descanso en el cine para volver al motel, recoger sus cosas y huir valientemente de aquella esclavitud en medio de ninguna parte. Hasta que no volví a la recepción no me percaté de que el Buick burdeos lleno de polvo del hombre de Tulsa no estaba ya aparcado delante del motel. Después de todo, sí había reparado en ella.

No, no había muchos hombres como aquel en Garrison, Arizona.

Dejó un dólar de propina.

La trastienda americana
Dwight W. Johnson
American Newsletter. Portland, 1974.

21 comentarios sobre “CineCuentos – El hombre de Tulsa

  1. Una bonita historia. Quizá alguien piense que demasiado bonita para un lugar como Garrison, Arizona…

    Pero todos tenemos derecho a la belleza, incluso entre polvo, piedra y cielos rojos…
    Una historia que nos lleva de la mano a otro lugar olvidado de Arizona donde Bette Davis se prendó de un loco soñador como Leslie Howard…
    O hasta una granja perdida de Iowa donde un fotógrafo creyó detenerse simplemente para solicitar información a Maryl Streep…

    Una historia donde los protagonistas obedecen a su instinto, sin cruzarse con Duke Mantee ni con el temor de que los sueños se rompan en el último momento…

    ¡¡Y gracias por recordar a los maravillosos Travelling Wilburys!! Curioso que los componentes de esta banda ocultaran sus nombres bajo pseudónimo.
    Un recuerdo y una lagrimita por mi querido Lefty Wilbury…

    Doscientos veintiún años de dolor no son nada…

    Pero veinte años sin Roy es demasiado tiempo…

  2. Sin duda, Jesús, lo que pasa es que si situamos esta historia en Pastriz, Valle del Ebro, y cambiamos el Buick por un Renault 5 no es lo mismo, le quita «glamour»…
    Pedazo de grupo, más bien sería EL GRUPO. Tarde o temprano tenían que aparecer por aquí, y tarde o temprano volverán a aparecer.
    Un abrazo

  3. Una buena historia de soledad interrumpida. Aunque no comprendo como se va en el intermedio de semejante sesión doble: yo me hubiera ido después…
    Mira que dejar de ver Conspiración de silencio…
    Fíjate que estaba leyendo el texto habiendo iniciado la reproducción del video musical, y me volvía loco al oir las reconocibles y añoradas voces, porque no me acordaba de ese grupo… 😉

    Saludos.

  4. Pues sí que le da un aire, Missing, aunque sin llegar a liquidar a nadie…
    Besos

    Rosa, pues tienes que echarle un ojo a ese grupo, que es mucho más que un grupo: Bob Dylan, Jeff Lynne, Tom Petty, Roy Orbison y George Harrison, juntos pero no revueltos. Qué más quieres.
    Besos

  5. GUAU!! No me había fijado en el clip, es verdad!! Traveling Wilburys, ¿No? Leí hace tiempo sobre este cóctel (creo que fue aquí pero no me acuerdo bien). Tras volver a escucharlos, subrayo lo de que suena muy bien, aunque claro, no podía ser de otra manera XD
    Rosa.

  6. Maravilloso artículo, sensacional, una vez más. Y además, me ha tocado mucho, porque aunque he tenido la suerte de cumplir ya algunos sueños en forma de viaje, la Route 66 todavía se me resiste, y estos cuentos e historias del medio-oeste americano me fascinan.
    Enhorabuena Alfredo, una delicia.
    Saludos!

  7. Rosa, creo que alguien comentó algo de ellos por aquí alguna vez… Sus discos se han reeditado este año. No te los pierdas.
    Besos

    Muchísimas gracias, Iván. Veo que compartimos mitomanía desértica…
    Un abrazo

    Cacho de Pan, ya me contarás el origen de esa expresión, no me dejes «in albis».
    Un abrazo

    Gracias Francisco. Un pedazo de grupo (con esos integrantes no podía ser de otra forma) y un texto que reúne varias de mis obsesiones cinéfilas y no cinéfilas.
    Un gran abrazo

  8. Para variar… no puedo más que decir: «cuánto sabes, alfredo». te sacaba yo de la secretaría y te ponía un despacho en la sala de juntas, además de un cuadro, al lado de tantos «ilustres».

    que muchas gracias por tu felicitación de cumple.

    tan sólo conocía El hombre de Tulsa porque es una web desde la que me bajo discos… ups.

    feliz tarde, muak!

  9. Me encantan tus relatos. Saben a cine, de eso no hay duda.
    Eso sí, para mí gusto sobraría -por obvia- la explicación final. El lector, apoyado en una elipsis, o en el siniestro silencio que envolvería las lágrimas del Sr. Clutterman al descubrir el pastel, hubiera adivinado que el Buick ya no estaba aparcado en el porche del motel.
    Fantástico, de todas formas.

  10. Bienvenido a Noviembre de 2008… Me ha encantado Alfredo, y me ha inspirado mucho (sonrisa). Uno siempre sabe cómo va a empezar el día, pero no cómo puede terminarlo… Mejor no encontrar un dólar al llegar a casa…
    Besos

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