Desde que Adolf Hitler, pintor frustrado, se hizo con París casi sin resistencia el 14 de junio de 1940, tuvo el propósito de vaciar de arte la capital francesa, esquilmarla, desvalijarla metódica, meticulosamente, saquearla a conciencia tomándose todo el tiempo que hiciera falta. De este modo, el irrepetible tesoro artístico francés pasaría a ser la orgullosa colección de arte del Reich. Para ello, Hitler creó un intrincado aparato burocrático dirigido por Kurt Von Behr, que rendía cuentas directamente con Herman Göring, con la finalidad de organizar una labor sistemática de expolio que se prolongaría durante años y que incluiría, ya desde 1940, una red clandestina de fuga para obras y traficantes de ellas que permitiera sacarlas de Francia al margen de la suerte de la guerra. En apenas tres años, de abril de 1941 a julio de 1944, casi ciento cuarenta trenes especiales partieron desde París hacia Alemania o hacia los países pantalla para el robo organizado (Suiza, España, Portugal, Suecia, el Vaticano…) más de cinco mil cajas y arcones repletos de objetos artísticos de todo tipo, en un extraño paralelismo irónico con los trenes que hacían casi las mismas rutas y que terminaban algo más lejos, en Auschwitz, Sobibor, Treblinka o tantos otros. Muchas de esas obras siguen hoy en proceso de recuperación; algunas fueron recuperadas en 1945 en las dependencias privadas del propio Hitler o de algunos de sus jerarcas, como Von Ribbentrop o Herman Göring, a pesar de que calificaran en público repetidamente a la mayor parte de los autores de aquellas obras de artistas degenerados, o incluso, conservando obras de artistas judíos. Se calcula que el número total de obras expoliadas supera las 100.000, de las que unas 60.000 se recuperaron, y que los domicilios privados saqueados superan los 40.000, en su mayor parte propiedad de judíos enviados al exterminio. La contabilización escrupulosa de estas operaciones pudo realizarse gracias a una infiltrada en la organización, Rose Valland, quien pasaba información a la resistencia y a los servicios secretos británicos y norteamericanos en orden a impedir la salida de las obras de arte de Francia o a dejar constancia del origen, destino y transporte utilizado para las mismas.
El tren, obra maestra del irregular director John Frankenheimer, recoge un episodio puntual relacionado con estos hechos. Cuando faltan pocos días para que los aliados entren en París, los nazis cargan en un tren los cuadros más valiosos de la capital francesa para enviarlos a Alemania y de ahí al mercado negro para sostener la fuga de los dirigentes nazis que ya ven perdida la guerra. Un grupo de resistentes intentará impedir la salida de las obras de Francia, saboteando el tren en el que son transportadas, con un doble riesgo: la necesidad de recuperar las obras sin dañar al tren que las contiene bajo la amenaza de perder una cantidad ingente de obras irrepetibles.
Sin duda se trata de la mejor película de su director, y cuenta para la ocasión con un magnífico reparto: Burt Lancaster, Jeanne Moreau, Albert Rémy, Howard Vernon y el shakespeariano actor, recientemente fallecido, Paul Scofield, que interpreta al coronel alemán encargado de salvaguardar el envío y de perseguir y acabar con quienes lo pongan en dificultades. La película es una obra imprescindible de ritmo vivísimo y precisión casi matemática. Supone uno de los más grandes fenómenos cinematográficos de la conjunción entre interpretaciones sobresalientes y acción magnificamente rodada junto con un guión espléndido y un estilo vibrante y emocionante que no da un respiro. Incluso vista hoy, cuarenta y cuatro años después de su rodaje, es imposible no resaltar la espectacularidad e impresionante magnitud de la película, superior a años luz a la mayor parte de los pirotécnicos productos repletos de explosiones y destrucción de chapa «modelo Michael Bay».
Pero además de acción perfectamente rodada, El tren nos sumerge en el clima contradictorio de la época a través de unos personajes fantásticamente dibujados y mediante los cuales Frankenheimer nos ofrece una galería de los sentimientos y razones del momento: unos alemanes que se saben derrotados pero que se resisten a dejar de seguir provocando daño, una resistencia que prefiere sacrificar vidas humanas por la salvación de unas obras de arte que considera parte del orgullo nacional, imagen de la identidad francesa (aunque entre los pintores y artistas haya tantos no franceses como Picasso, por ejemplo, cuyo nombre aparece múltiples veces en las cajas de embalaje, verdadera curiosidad a lo largo del film que nos permite encontrarnos con nombres como Matisse, Cezanne, Monet, Degas, Gaugin, y tantos otros), y también el combate físico y moral entre dos inteligencias, cada una al servicio de sus fines, Paul Scofield y Burt Lancaster, majestuosos ambos en la conformación de sus caracteres, en el primer caso, como hombre al que no le importa que sus tropas mueran por conservar las obras, en el segundo, como un defensor de la vida, reticente a perderla por la defensa de unos lienzos cubiertos de garabatos que no obstante terminará poniéndose en riesgo para salvarlas cuando comprenda que el poder simbólico que encierran esas obras va mucho más allá de la calidad o del gusto.
Por otro lado, la cinta hará las delicias de todos los aficionados al mundo del ferrocarril. Casi podría considerarse una puesta en imágenes del juego del Ibertren, en el que los frikis del asunto podrán encontrar un compendio de la manera de trabajar y conducirse en el mundo del tren de los años cuarenta, casi como un curso acelerado en imágenes, con todo el realismo y el encanto de la época, de las máquinas de vapor, los cambios de agujas, las antiguas y monumentales estaciones que nada tenían que ver con las actuales moles de hormigón y cristal…
Pero la película, cómo no, incide directamente en un concepto sobre el que merece la pena reflexionar. Claro está que basta con colocar un uniforme gris y una cruz de hierro al malvado de turno para que interpretemos que todo lo que hace es malo, que nos pongamos de lado de Lancaster y de sus compañeros y aliados por la conservación de las obras de arte y para impedir su caída en manos de la bestia de las tinieblas que representa la esvástica. Pero, ¿cuántas veces en la Historia, en nuestra propia Historia, en la Historia de quienes concibieron la película, en la Historia de Francia, el país que lucha por evitar un saqueo criminal, todos no hemos terminado ocupando en uno u otro momento el lugar de los nazis? No sólo en cuanto a la comisión de crímenes, genocidios o exterminios, sino en cuanto a la idea central de la cinta, el expolio. ¿Acaso la Corona de Castilla no arrasó las riquezas de América exterminando a millones de indios como Roma lo había hecho antes con las de la Península Ibérica? ¿Acaso el Imperio Británico no constituía una magna empresa destinada al pirateo organizado por los cinco continentes a costa de la vida de millones de seres? ¿Acaso no robaron piezas únicas de arte griego que hoy en día siguen pendientes de devolución? ¿Acaso Napoleón no arrambló con todo lo que pudo en su breve paso por el Egipto de los mamelucos a fines del siglo XVIII? ¿Acaso los museos, colecciones, salas de arte, palacios y parlamentos de occidente no están a rebosar de tesoros artísticos robados a sus antiguos propietarios a punta de sable o de pistola? Ciertamente, ha habido pocos (pero los ha habido) criminales capaces de organizar aparatos de exterminio humano tan perfeccionados como los creados por los nazis. En cuanto al expolio, por desgracia, no les faltaron maestros. No tenían más que leer la Historia o, todavía más fácilmente, recordar el historial de sus enemigos.
Cabe resaltar, por último, el magnífico trabajo de dirección y la enorme capacidad de Frankenheimer para sugerir emoción, acción y riesgo con una gran limitación de medios. Sin los engaños, retoques ni artificios actuales, con un gran acierto en la toma de decisiones y la asunción de riesgos, consigue transmitir un ritmo vibrante gracias a un elaborado y minucioso trabajo de dirección que encadena picados y contrapicados, planos selectivos y escenarios parcialmente dejados fuera de cuadro que suplen con creces la ausencia de un presupuesto mayor y de unos medios más ampios.
En suma, obra maestra imperecedera, recomendable al cien por cien, que hace disfrutar por lo emocionante de su historia, por la calidad de las interpretaciones, por las múltiples lecturas humanas, políticas e históricas que abre, por el encantador retrato que hace del mundo del ferrocarril y, cómo no, por recuperar con toda justicia y merecimiento para la posteridad el papel de los profesionales de ese medio de transporte, cuyo papel en la Historia suele pasar desapercibido pero que en la era moderna ha sido de capital importancia, tanto para lo malo, como eslabón imprescindible de la solución final, pero, sobre todo, para lo bueno, como su importante contribución a los hechos reales de los que esta película pretende ser una muestra que, como resultado, es magistral.
Alfredo, no la he visto y no sabes cuánta rabia me da. El texto me parece soberbio y te doy la razón, los actores son impecables.
Este post va directo a mi madres que sí la ha visto y sé que le interesará.
Un beso,
Marta
Pues es magnífica, Marta, no la dejes pasar si tienes ocasión.
Ay, madre no hay más que una…
Besos
Qué bueno que rescates la obra de este grande de la dirección que siempre es olvidado a la hora de hablar del clásico. Saludos!
Querido compañero (permíteme esta confianza): El tren es una película grande y en ella se puede debatir un montón de temas tal y como expones.
Es una película que he visionado varias veces y que además hemos debatido varios amigos y conocidos sobre ella.
Primero, básicamente, me interesó por Burt Lancaster, uno de mis actores favoritos y del que estoy intentando ver toda su filmografía. Después, porque me gusta la historia y conocer distintos aspectos y visiones de, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial. Esta película da un enfoque original y la reflexión final es también interesante: ¿merece el arte, el salvar esa valiosa colección de cuadros, la muerte de un montón de seres humanos? ¿Vale un cuadro, un libro, una melodía, un poema… la vida de los seres humanos? Es una respuesta complicada y vale mil debates.
También, es estupenda la construcción de personajes, el héroe de acción y el antagonista cerebral…
Como bien señalas es una joya para los amantes del tren y la obra civil.
En fin, que es de esas películas que inexplicablemente no son tremendamente conocidas y gracias a personas como tú sale de vez en cuando del viejo baúl para recordarla o para que nuevos espectadores consigan verla.
Un abrazo enorme
Hildy Johnson
Estupendo comentario, 39escalones, que me refresca las sensaciones experimentadas cuando vi esa película en la tele hace años.
Reconozco que ni me acordaba de ella y que no la tengo en mi pequeña colección, por lo que te agradezco doblemente tu hermoso texto al percatarme de esa carencia que deberé remediar.
Un saludo.
Espléndida película, sin duda, de lo mejorcito del prolífico, y en parte por descubrir, Frankenheimer. Plan diábolico y El hombre de Alcatraz también me gustaron mucho.
Muy buena entrada.
Así es, Budokán, es un cineasta muy olvidado, pero hay que reconocer que él mismo, con su irregularidad, ha hecho mucho por ello.
Saludos.
Gracias Hildy, por el comentario y por la confianza. Creo que es una película injustamente desapercibida, salvo para quienes la vieron en su momento y que, invariablemente, la recuerdan con aprecio. Además, es una buena muestra de que el cine de acción no tiene por qué estar vacío, que puede construirse con historias sólidas y personajes profundos y riquísimos en cuanto a matices. O sea, lo contrario de lo habitual.
Un abrazo.
Gracias, Josep. Aprovecha para volver a echarle un ojo a esta pequeña maravilla.
Saludos.
Gracias Castedo Merinero. Frankenheimer es uno de esos extraños casos en los que no se sabe muy bien por qué, alternaban grandes trabajos como los que citas, con cosas vulgares o incluso telefilmes baratos. Y luego va el tío y se marca Ronin, con sus persecuciones y su ritmo frenético… En fin, cosas raras.
Saludos.
Un tipo de lo más curioso, el tal Frankenheimer, ciertamente. jamás he sabido el por qué de su titubeante carrera. Parte de su obra me recuerda un poco (sólo un poco y a años luz de distancia) a aquellos encargos famélicos con los que tenía que alternar Eastwood para después realizar sus obras más personales.
Por lo general diré que no me acaba, pero como bien señalas, hay algún que otro título de lo más indispensable en su filmografía. El tren, película que hace mil años que vi, bien podría ser una de ellas.
una película magníficamente realizada, y que invita a la reflexión, a mí la reflexión que me parece más interesante es ¿a quién pertenece el arte? ¿pertenece a quien sabe apreciarlo? Los expolios artísticos y de todo tipo han ocurrido y temo que ocurrirán. En mi opinión el arte pertenece a quien lo aprecia, es patrimonio de la humanidad, y no pertenece ni a un país ni a otro. Por ejemplo ver una caja con Picasso entre lo reclamado por los franceses pues tampoco deja de tener su cosa, a fin de cuentas aunque su relación con Francia era estrecha, en cierto modo, era español, aunque el verdadero artista es universal, y si no es universal, no es un artista. Un saludo.
Lo llamativo, Raúl, es que las grandes películas de Frankenheimer no le han abierto las puertas del cine con mayúsculas, y se ha movido siempre en una segunda o tercera fila. Verdaderamente curioso, sí.
Buena reflexión, Samuel. Creo que arte y nacionalismo juegan en ligas diferentes y sin embargo todos nos empeñamos en relacionarlo. Categorizarlo por el lugar de procedencia de su creador o por el lugar de concepción de la propia obra es una forma como cualquier otra de perder el tiempo y de saltarse a la torera cualquier apreciación mínima de rigor y de mérito. Pero así estamos.
Saludos.
Ohhhh..esta no la he visto Alfredo, he visto muchas de Frankenheimer pero me perdí «El tren», me voy a hacer de inmediato con ella para disfrutarla. Me has alegrado el día con la recomendación, jeje.
Además, me pasó algo extraño con este director. Durante un tiempo no aprecié en exceso su cine, me dejaba la sensación de correcto y poco más, pero conforme fueron pasando los años y revisando sus obras me fue atrapando un poquito más cada vez, no se si por valores cinematográficos (que creo que si) o por comparación con lo de ahora.
Saludos!!
Pues Iván, hay que verla. Esta es im-pres-cin-di-ble.
En realidad con Frankenheimer es lo que hay. Tiene películas notables, pero como William Friedkin o Michael Cimino o algunos otros, inexplicablemente terminan perdidos en infumables telefilmes o en dramas o thrillers ramplones. Es un caso para estudio.
Abrazos.
Desde luego que es una obra maestra,mi querido Alfredo,y tu texto también.Como me gusta que rescates las grandes obras clásicas de la historia del cine.Ya sabes lo que a mí me gustan.
John Frankenheimer nos ha regalado obras tan impresionantes como El hombre de Alcatraz y El mensajero del miedo.Su obra se resiente algo,porque él viene del mundo de la televisión y eso se nota,pero nada,olvidemos este pequeño detalle.Es lamentable que este director se perdiera con películas más que olvidables.Falleció en 2002 y muy poco se habló de él.
El tren la vi por televisión un par de veces,creo que la última fue en el gran programa de Garci Que grande es el cine.Impresionante por todo el despliegue de trenes sin efectos especiales.Hoy sería completamente imposible realizar una película como esta,sin artificios y imágenes digitales.
Excelente texto,Alfredo,como siempre.
Un fuerte abrazo,amigo.
Gracias, Francisco. Es de justicia, en estos tiempos de mala memoria cinematográfica (y peor) gusto, retomar aquellas obras que han hecho del cine lo que es (o lo que era).
Realmente Frankenheimer tras su muerte ha pasado al olvido (sus películas más repuestas son «Ronin», que no está mal, o «Tiro mortal», que es un telefilme sin pretensiones). Una injusticia.
La gran virtud de El Tren es la ausencia de trampas, de efectos, y el uso de un plató en continuo movimiento, un plató de raíles y traviesas.
Abrazos.
‘Su Propio Infierno’?; ‘El Embajador del Miedo’; ‘Siete Días de Mayo’ y ‘Plan Diabólico’ estuvieron muy bien logradas y ‘Los Temerarios del Aire’ y ‘Yo Vigilo el Camino’ tampoco son despreciables. ‘Grand Prix’ es casi anónima. Frankenheimer no era el realizador adecuado para ‘El Hombre de Kiev’ o ‘Contacto en Francia 2’. Su inesperada decadencia se había comenzado a hacer sentir con ‘The Extraordinary Seaman’ (1969, con Alan Alda, David Niven y Faye Dunaway) – lanzo desafío a quien la vea completa.
Yo la vi completa, aunque lo lamento…
Soberbia,grandiosa,espectacular obra maestra de cine bélico,todo un tributo a la resistencia francesa de la época,gracias a genios como Frankenheimer que nos deleita con un filme fabuloso.
Como ya te he dicho, alentado por el recuerdo que pusistes a mi alcance con esta entrada, hoy he vuelto a ver esta fantástica película. Fascinado me he quedado por comprobar la precisión milimétrica en el encaje de cada escena; pura coreografía (él se esconde por la derecha, en el preciso instante en que los soldados entran en plano por la izquierda). Por comprobar el ritmo, siempre creciente de la tensión. Por comprobar como Lancaster fue y será el actor más físico, más orgánico y más natural, dentro de su circense teatralidad, que haya dado la historia del cine (ningún otro empleaba las manos como él; atando cosas, golpeando a alguien, trepando paredes, anudando cables de un explosivo, picando tierra, arrastrandose por el suelo,…). Genial.
Bueno, Carlos, en el fondo es algo más, bastante más que cine bélico. En cualquier caso, imprescindible.
Así me gusta, Raúl, que aproveches los días de fiesta para bucear en los grandes clásicos. A mí de Lancaster no me terminaba de convencer su brutal amaneramiento. Recuerdo la escena de «Duelo de Titanes» en la que asiste al cadáver de su hermano: demasiado teatral, demasiado «gay» si se puede decir esto sin ser políticamente correcto. Pero actorazo de categoría, uno de los grandes hasta el final.
¿Cuánto les costará a las televisiones el permiso para pasar esta obra? 4 perricas. ¿Cuánto el último tostonazo de cine de acción? Seguro que un montón. Y el público sin que sepamos nada de esta obra que tan buena pinta tiene para que nos guste a todos, al público de acción y al que también esté versado en aspectos culturales. Para que luego critiquen al E Mule ése.
Bueno Carlos, la cosa no es exactamente así. En realidad los canales de televisión compran paquetes enteros de tal o cual distribuidora. Eso incluye los últimos estrenos, un sinnnúmero de bazofia que hay que adquirir a la vez que éstos para que los estudios le den salida comercial a innumerables bodrios (todo lo que programa Antena 3, por ejemplo) y clásicos y demás. De ésta en particular TVE ha tenido o tiene derechos, ya que la han puesto varias veces.
En cuanto al emule, tampoco es exactamente así. Yo estoy a favor de que el profesional se vea recompensado por su trabajo. También es cierto que sin programas como ése no tendríamos a menudo acceso a cine que no podemos ver de otro modo. El emule y compañía no tienen la culpa en exclusiva de la situación. Más bien aprovecha una ausencia de vehículos de comunicación de la cultura, una laguna inmensa que el poder pretende no subsanar sino con represión, como casi siempre, porque el acceso ilimitado a la cultura de cualquier tiempo, lugar y procedencia puede hacer que sepamos demasiado. De ahí que no interese resolver esta cuestión y el debate se banalice en torno al fenómeno discutiblemente llamado «piratería» (como si los estudios o las discográficas no fueran piratas…). Pero ésa es otra historia.
Sé que llego un poco tarde y si bien soy asiduo lector de la página, recién descubro este artículo, pero me animo a escribir sobretodo porque me doy cuenta de que el autor vio la película en una forma muy similar a la mía. No hay dudas de que El tren es una obra maestra, lamentablemente olvidada y no tengo la menor duda de que debería de entrar en cualquier de esas famosas listas que se hacen de las mejores de la historia, y hasta me animaría a decir que bien puede ganarle el duelo a más de unas de esas películas que aparecen sistemáticamente en las listas pero a las que los años las han hecho envejecer muy mal. El tren se hizo hace 51 años y no tiene nada que envidiarle a cualquier película hecha hoy en día, y es cierto que unos cuantos directores que tienen toda la pirotecnia de efectos especiales a su favor deberían de aprender un poco del sentido del ritmo que tiene el relato en El tren, el cual no pierde pie en toda la película. Como anécdota contar que la película comenzó a filmarla Arthur Penn como director, pero fue despedido a pedido de Burt Lancaster porque no estaba de acuerdo con el perfil que le venía dando. No es que uno quede contento cuando echan a alguien de un trabajo, pero en este caso la decisión no puedo haber sido más acertada.
De hecho, cuando un actor es, además de estrella, productor, se puede permitir ciertos lujos en cuanto a los directores asalariados. En todo caso, el cambio fue para bien, como dices. Sigue siendo una película estupenda, y, visto lo visto, en el terreno del expolio artístico obra de los nazis, sigue siendo la número uno. Y creo que por muchísimo tiempo.
Saludos, y gracias por un comentario tan completito.