CineCuentos – Don Quijote de Monegros

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En un lugar de Monegros, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo se detuvo un americano de los de habano entre los labios, cámara de Súper 8, Mercedes negro y chófer corredor. Una chaqueta raída abrochada a reventar en la voluminosa tripa, un par de zapatos sin lustre, media botella de coñac, una vieja maleta llena de libros y una cartera ausente de caudales consumían las tres partes de su equipaje. El resto de él no era más que rollos de película, un saquito con chismes de higiene personal, y un lazo en forma de pajarita para los días de etiqueta. Tenía en su hotel de Barcelona una mujer que pasaba de los treinta, y una hija que no llegaba a los doce, y el chófer así le llevaba donde quería como le servía de asistente y porteador. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta y uno, era de complexión recia, de vientre orondo, redondo de rostro, gran trasnochador y amigo de la juerga. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Wells o Güelles (que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Welles, pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración de él no se salga un punto de la verdad.

Y esta verdad no es otra que muerto de la sed, del calor y del polvo de Aragón el Mercedes negro, aquel hidalgo americano se detuvo en la misma puerta de la casa en la que mi señor padre recogía el rebaño las noches de verano, una vieja paridera hundida, simple cúmulo de cascotes, paredes temblorosas y techo derruido, ya con tres centurias a cuestas sirviendo a su fin, que a aquel loco de allende los mares no parecióle casa para el ganado, sino venta o acaso castillo para aposentar sus huesos. Díjolo así a mi señor padre en mal castellano señalando con el cigarro el viejo blasón, en campo de oro, una torre de gules, y salientes del homenaje, dos águilas de sable volantes, bordura de gules con ocho aspas de oro, esculpido a golpe de cincel en la piedra que aún indicaba sobre el portón el antiguo y noble origen de mi casa, y empeñóse en velar armas en su patio como antaño hiciera en las lejanas tierras de La Mancha aquel que por nombre tenía Quesada o Quijada (que en esto han pleiteado también los sabios que de sus andanzas escribieron). Y, para que mi señor padre, que a aquellas alturas ya se rascaba ora el tozuelo con la mano izquierda ora el mentón con la derecha dudando si se hallaba ante loco que compadecer o ante tramposo al que abrir la cabeza con la vara de avellano, simpatizara con su propósito, ofrecióle unas pocas monedas que tomadas prestó de su acólito, que resignado miraba al cielo con aire desesperado como quien acostumbra a abrir la bolsa a sabiendas de la pérdida de su dispendio en el saco roto de la memoria de su amo.

De este modo, mi señor padre, entre curioso y divertido, accedió a que aquel hidalgo velara armas en el patio, apenas un apartado formado con dos hileras de piedras que servía de dormitorio a los pastores de otro tiempo, y dispuso, según las instrucciones que recibió de él, tomando de aquí y de allá algunos de los escombros más grandes, un pequeño altar sobre el que depositó un viejo azadón que el americano encontró entre los restos del cobertizo y una navaja de explorador que éste sacó del bolsillo interior de su chaqueta. Quedóse el hidalgo insatisfecho con tal componenda, y aún salió al desierto a recoger unas pocas de entre las flores amarillas que crecían a la sombra de la tarde en la única pared que superaba la altura de un hombre. Descontento siguió pese al toque de amarillo entre tanta arena y piedra, y entonces mi señor padre recordó el baúl que mi señor abuelo había enterrado años ha en la tierra del hundido cobertizo. Así que, con el hidalgo americano perplejo, terminó de descoyuntar del todo el precario altar al arrastrar tras de sí el azadón y se puso a cavar entre los bloques de piedra y las vigas de madera podrida. Al momento destapó lo que buscaba, el viejo baúl de mi señor abuelo, y extrajo unas cuantas cosas que darían buen lustre al altar sobre el que el americano quería pasar la vigilia: un sable que ya volvió oxidado de Cuba, un fusil del 36 con bayoneta calada, una bandera republicana y otra con las barras de Aragón.

De aquel modo, ante un altar de flores amarillas, banderas derrotadas y armas viejas, pasó la noche aquel hidalgo americano leyendo al amor de la lumbre las aventuras de aquel loco aventurero de nombre Quijano y, según se cuenta en mi familia desde entonces, con la primera raya del alba, rodillas en tierra, habano entre los labios, mi señor padre, un sencillo pastor de ovejas que apenas sabía leer y escribir, el último de una noble y antigua estirpe de caballeros aragoneses, vara de avellano en ristre, armó caballero en nombre de San Jorge a aquel hidalgo americano que, camino de Barcelona, vino a parar por azar a la triste y derruida paridera que, quién sabe, quizá siempre fue castillo. Sea como fuere, nada queda ya de él en el desierto de Aragón, ni sus endebles muros a cuya sombra crezcan flores amarillas, ni los restos del cobertizo, ni las armas oxidadas, ni el blasón de mi familia. Pero cuentan los cronicones de los sabios que han dejado testimonio de esta historia, que las banderas fueron quemadas junto a los restos del anciano caballero americano cuando dejó este mundo décadas después, y que los huesos y las banderas, confundidas las cenizas de unos y otras, duermen juntos en la tierra española.

23 comentarios sobre “CineCuentos – Don Quijote de Monegros

  1. Excelente, excelente.
    Una observación y dos preguntas:
    1.- La composición del blasón (soy un gran aficionado a la heráldica) de lo más creíble y bien descrita.
    2.- ¿No mantearon a tu hidalgo?
    3.- ¿No hay Aldonza Lorenzo en tu cuento?.

  2. Gracias Raúl. Paso a tus cuestiones:
    1. Es que el blasón es auténtico, aunque corresponde a mi apellido real y no al del cuento, que de hecho no menciono.
    2. No había manta ni brazos capaces de levantar a Welles al aire en 1966. Al menos no en los Monegros. Por cierto, al que manteaban era a Sancho, y aquí no hay Sancho sino chófer ni rucio sino Mercedes.
    3. Había una Aldonza, sí, pero en su caso se llamaba Rita y nunca pisó los Monegros…

    Gracias, Sam. No veas cuánto me tranquiliza oír eso. Mi inseguridad al escribir es galopante. Aunque claro, aquí el maestro Cervantes me dio la mitad del trabajo hecho.
    Un abrazo.

  3. Saludos ahora por aquí, 39. Gracias por visitar mi blog. Seguiré escribiendo sobre cine.
    Respecto a lo que comentas en mi blog acerca de Michael Cimino te diré que a mí sí que me complace este cineasta: La Puerta del Cielo (tal vez demasiada retórica sentimental-humanista aquí) Manhattan sur, El siciliano… me parecen grandes películas. Desconozco sus obras más recientes.

  4. El caso de Cimino, Ángel, es para analizar. Creo que buena parte de su fracaso se debe a ciertos crímenes de montaje, pero también es verdad que hay en él cierto abuso de grandilocuencia, de pretenciosidad, entre la que él mismo se pierde. A mí hay cosas suyas que me gustan y otras que menos, pero para nada ha terminado siendo lo que prometía.

  5. Señor Escalones. Va para tres comentarios que dejo y se borran.
    No sé si es censura o mala hostia de internet.
    Vaya joya que nos regala usted hoy.
    No está nada mal para empezar la primavera.
    Me ha gustado mucho, Alfredo. No tardes en subir cosas así. ¿Vale?

    Kisses,

    M

    PD: Alfredo borra el anterior comentario que se ha colado antes de darle yo. Ta te digo…

  6. Lo siento, Entrenómadas, no es cosa mía, es que el wordpress se habrá levantado tonto hoy…
    Muchas gracias. No había caído en lo de la primavera. Habrá que celebrarlo.
    Iremos subiendo alguna cosilla, pero con tiempo.
    Besos & good weekend.

  7. Que me place leer de estos cuentos y platicar sobre ellos con los camaradas aquí, en la taberna de la Lebrijana. La fermosura de vuestro relato contrasta por el contrario con lo que hoy son esas tierras, y lo que serán, pues tengo entendido que hay negocios entre los aldeanos, gobernadores y unos caballeros venidos de tierras lejanas, más lejanas que Engalaterra. Curiosa cosa, el aldeano construye un altar para Güelles, y ahora, los de la tierra de Güellas vienen a construir cantinas y lugares de juego.

    Un saludo.

  8. No he visto la película,no puedo opinar,de todas maneras Wells me gusta. Me he informado un poquico,no sabía que Jesús Franco la había terminado.¿ Como puedes decir que tu inseguridad al escribir es galopante?. He disfrutado un montón leyendo este Quijote» Alfrediano»,con Heráldica incluida ,estupendo e ingenioso. Saludicos. P.D.Bunbury,estupendo

  9. Curiosa tierra la de Los Monegros. También sintió fascinación por este lugar el catalán Bigas Luna ¿no? Felicitaciones por el cuento y buena elección con Los restos del naufragio de Bunbury. Saludos.

  10. ¡Mal rayo me parta si no he visto perfectamente retratado a Orson mucho antes de aparecer su apellido!
    Me ha encantado esa narración, que sólo tiene un defecto: demasiado corta.
    Tanto, que voy a leerla de nuevo…
    Saludos.

  11. Carmen, la película, con un Don Quijote paseándose por la España de los cincuenta, es extraña, rara, inquietante y un punto onírica al tiempo que tristemente realista. Efectivamente Jesús Franco realizó el montaje de la versión que circula por ahí en DVD.
    Lo de mi escritura es otro cantar. Aquí don Miguel me ha hecho casi todo el trabajo. Supongo que en mi caso es como eso de que no nos gusta vernos en foto: no me gusta leerme.
    Saludos.

    Manchas de tinta, lo que pasa es que el cine de Welles y Bigas son como comparar un huevo y una castaña. Pero sí, algo tiene que tener para que se fijen tantos (demasiados, léase, Gran Scala) en él. Yo tengo fascinación por los desiertos, y este nos pilla cerca.
    Un abrazo.

    Bueno, bueno, Josep, ya sabes que lo de mi paisano Gracián: lo bueno (si es que lo es), si breve… Es que la estética de Welles es reconocible en cualquier parte, esa silueta y esa cabeza son casi tan reconocibles como la de Hitchcock.
    Gracias.
    Saludos.

  12. Uy, Minerva, eso son palabras mayores. No sé si de un guión, pero has adivinado que es el germen de algo que se está cociendo por ahí…

    Gracias a vos, amigo Cacho.

    Alba, Bunbury es un fenómeno, quizá algo payasete a veces, un poco creído otras, pero musicalmente todo un personaje, para bien.
    Gracias.
    Un abrazo.

  13. Magnífico Alfredo.El Caballero de la Triste Figura «figura más» en Welles o,quizá en Gilliam,entre otros locos que se atrevieren a darle vida a ese noble caballero que un día cabalgó por las tierras resecas de un antiguo imperio o,como bien canta Bunbury;los restos del naufragio.
    Don Quijote dijo una frase descomunal:»Yo se quien soy.»Todos lo
    sabemos o no.Igual me voy por esas tierras con una cámara de vídeo para encontrarme a mí mismo.
    Excelente relato.

    Un fuerte abrazo.

  14. Supongo que te hago retroceder con este comentario casi un año en el tiempo. Bienvenido a 2009 donde te quedó pendiente de recibir esta felicitación. Me ha encantado. La primera frase ya me ha hecho reír… Buena batida la de este relato. Hay cosas que no se crearon para ser mezcladas; pero tú las has hecho coincidir aquí. He disfrutado un montón y me he reído casi de principio a fin… Has sido fiel al original y tus ingredientes han hecho el resto!
    Besos

  15. Vaya, Ana, esto para mí casi es un ejercicio de arqueología. No te creas, la intención no era tanta la de escribir algo gracioso como la de utilizar, salvando las distancias en cuanto a talento y maestría, el estilo de El Quijote para señalar un episodio ficticio del verdadero paso de Orson Welles por España y por Aragón, aunando así cuatro de mis pasiones, El Quijote, Orson Welles, Goya y Buñuel, compartidas con Welles, por cierto.
    Pero, al obligarme a releerlo para contestarte debidamente, me he dado cuenta de que tienes razón, y yo tampoco he podido evitar reírme en algunos momentos. El texto me gusta; eso sólo ocurre cuando consigo hacerme la ilusión de que lo ha escrito otro…
    Besos y gracias mil.

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