Darlington Hall, 1958. El veterano mayordomo señor Stevens (Anthony Hopkins, en uno de los mejores papeles de su filmografía, si no el mejor, un año después de dar vida al psiquiatra Hannibal Lecter en El silencio de los corderos), sigue el consejo del nuevo dueño de la mansión, un americano recién instalado en Inglaterra (Christopher Reeve), y se toma por primera vez en su dilatada carrera unos días de descanso para visitar a la antigua ama de llaves de la casa, la señorita Kenton (magnífica Emma Thompson). El viaje de costa a costa a través de la campiña inglesa en el viejo auto de su antiguo amo le sirve a Stevens para rememorar los días gloriosos de Darlington Hall y, sobre todo, el periodo inminentemente anterior al estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando su cerrado mundo de rígida disciplina e invariable rutina se vio inesperadamente perturbado por los acontecimientos políticos del momento y, por encima de todo, por la irrupción de aquella mujer que le hizo ver que hasta entonces nunca había vivido.
Antes de la guerra, en pleno clima de creciente tensión por el constante pulso que Hitler mantiene con las cancillerías europeas, Lord Darlington (espléndido James Fox en su recreación de hombre iluso, ingenuamente engañado por los juegos de la política y la desfasada creencia en el buen juicio de las clases dirigentes tradicionales y en la diplomacia aristocrática como inmejorable guía para librar al mundo del desastre que se avecinaba) organiza en su mansión una conferencia internacional a la que acuden políticos y aristócratas de varios países para, a través de la discusión y el debate, buscar vías de entendimiento con la Alemania nazi que alejen el fantasma de la guerra, intentando buscar argumentos con los que contrarrestar la propaganda negativa que sobre el Reich se está extendiendo por Inglaterra y el resto del mundo y aceptando como legítimas algunas reivindicaciones alemanas producto del Tratado de Versalles de 1919 a través de las cuales lograr, con una Alemania en pie de igualdad con el resto de potencias mundiales, una paz duradera, definitiva. El número y la categoría de sus ilustres visitantes hace que el servicio deba reforzarse, y Stevens, metódico y calculador profesional, es el encargado de dar el visto bueno a las nuevas incorporaciones. Una, a sugerencia suya, es la de su propio padre, otro veterano mayordomo como él que por razón de su avanzada edad ha perdido su empleo y al que consigue refugiar en tareas secundarias, y otra es la señorita Kenton, una experimentada ama de llaves de referencias excelentes que abandonó su anterior trabajo por motivos personales y que despliega una actividad incansable de manera muy competente.
Este drama costumbrista dirigido por James Ivory, maestro en la recreación de las atmósferas aristocráticas de aire decimonónico (como sucediera en su anterior proyecto, Regreso a Howards End, también con Hopkins y Thompson, posteriormente, con La copa dorada, o también en su gran clásico, Una habitación con vistas), presenta así un cóctel que combina el drama sentimental de corte intimista con la trama política de su contexto espacio-temporal. Estupendamente adaptada por una escritora de origen indio (Ruth Prawer Jhabvala) a partir de la novela de un autor japonés (Kazuo Ishiguro), Ivory traslada magistralmente a imágenes la historia de un amor reprimido a través de una puesta en escena sencillamente sublime de impecable factura visual y, sobre todo, gracias a unas brillantes actuaciones, principalmente en el caso de la pareja protagonista, que resultan prodigiosas en su retrato de extrema sensibilidad y emoción a flor de piel constantemente contenidas. Tres son los más evidentes puntos de interés de la película, las líneas argumentales que en distintos momentos van poniéndose en primer término y que contribuyen en última instancia a asentar la idea subyacente: el devastador poder de la insatisfacción, lo implacable de sus dictados y la influencia determinante en la vida de las personas que puede tener el fracaso de un proyecto personal en un momento puntual; ése precisamente es el último hilo conductor: ninguno de los personajes consigue su pequeña parcela de felicidad, de satisfacción, ninguno logra lo que quiere y la derrota los sume en un estado de melancólica nostalgia de los días en los que todavía estaban a tiempo de ganar, de no cometer los errores que los han condenado a una eterna frustración.
En primer lugar es palpable la crítica social existente en cualquier historia en la que se alternan las vidas de los señores con las de los criados. La idea de orden y propiedad, de clases dirigentes y subalternas, de los diversos subórdenes que se dan a su vez dentro de éstas, y, más propiamente, las relaciones entre todas ellas en los espacios que comparten quienes están autorizados a ello, y la naturaleza, extensión y significado de los lugares privativos de cada cual, en los pisos superiores e inferiores, está muy presente en cada momento del metraje y muestra de manera callada la incesante evolución y el espíritu de cambio surgido tras la guerra: mientras que en el antiguo Darlington Hall todo sigue los más estrictos cánones del orden aristocrático tradicional inglés, el de Victoria, el del Imperio, un mundo en el que la vocación de servicio de los criados es una cuestión de honor, tras la guerra, con un americano en la casa como dueño y señor, es éste quien aconseja a Stevens guardar vacaciones, es él quien le ofrece utilizar el viejo coche de Darlington, es él quien pone en sus manos, en su buen juicio, el destino de la casa, sin instrucciones, sin entrometerse, algo impensable con un Darlington al mando.
Siendo éste un aspecto interesante y no menor, incluso en la comprobación de cómo estos esquemas estratificados funcionan incluso cuando se establecen relaciones personales entre los miembros del servicio, tanto dentro de una misma casa como entre personal de mansiones diferentes, llegando a resultar, por ejemplo, en el caso de un matrimonio, que el consentimiento de los señores y superiores en la profesión es hasta más importante que el de los padres, son otras dos cuestiones las que acaparan la acción más evidente de la historia. La trama política recoge la inevitable cuestión de la pacificación, de la contemporización con los alemanes que presidió la política internacional francobritánica en el periodo 1933-1939, cediendo continuamente ante el rearme alemán, su recuperación del Ruhr, la ocupación militar de las zonas desmilitarizadas en 1919, la anexión de Austria en 1938 y la reunión del mismo año en que franceses y británicos entregaron Checoslovaquia, el mejor aliado occidental en el centro de Europa, a los nazis para contentar sus ansias guerreras, como sabemos, con efecto inútil. La imagen del pánfilo de Neville Chamberlain mostrando en el aeródromo de Londres el documento en que Hitler ha puesto su firma como prueba de amistad y de paz contrasta con las de la Wehrmacht cruzando la frontera polaca el 1 de septiembre de 1939. Darlington, insistimos, magníficamente interpretado por Fox como muestra de esta pusilánime y errónea política denunciada tantas veces por Churchill, y también sus invitados, encarnan esta vergonzosa verdad histórica responsable en parte de la magnitud de los subsiguientes desastres: es lógico pensar que bien pudo frenarse en 1935, con una Alemania a medio gas, lo que fue inevitable cuatro años más tarde. En cambio, el personaje de Hugh Grant (afortunadamente alejado de sus insulsos registros habituales) representa a esos, llamados entonces, agoreros, a los que había que arrinconar en detrimento de quienes buscaban un entendimiento de igual a igual con Hitler, una idea ilusoria que el Führer había decidido ya quince años atrás que jamás se daría en la práctica.
Pero sin duda es el tercer aspecto, el de los sentimientos, la sensibilidad y la emoción, el que gana la partida. Stevens es un profesional veinticuatro horas al día, su trabajo es su vida, el estricto y meticuloso orden de su actividad diaria es el mismo que se aplica a su propia personalidad, compartimentada, reglada, basada en criterios de disciplina y contención, lo cual incluye los sentimientos, las cosas no están bien o mal, no son buenas o son malas, le gustan o no, sino que simplemente son o no correctas en función de lo que marca la norma correspondiente de comportamiento. En el amor, en el dudoso caso de que pueda colarse por algún resquicio de la ley interna que dice que no es propio de un mayordomo profesional perder la compostura por culpa de los sentimientos, el sistema a aplicar es el mismo. No así para la señorita Kenton, que en su trabajo es capaz de flexibilizar sus deberes para acomodarlos a las necesidades del momento, materiales, personales e incluso emocionales. El choque de ambos caracteres en cuestiones muy concretas hace saltar chispas, las cuales cristalizan en la sobria y aparente indiferencia profesional de él y la obligada contención y conservación interna de ella, proporcionando encuentros en los que temas banales de trabajo son la forma velada de demostrar ansias insatisfechas y sentimientos y emociones, no ya prohibidos, sino cuya demostración pública se considera inconveniente. Sin embargo, esas limitaciones son rotas poco a poco, más atrevida ella, más contenido él, siempre pensando en lo adecuado, en lo correcto.
Una escena capta a la perfección la esencia de este sordo combate de sentimientos que desean ser compartidos y se ven constantemente reprimidos: el momento en que, en las habitaciones de él, ella intenta que él le muestre el libro que está leyendo. Stevens aprieta la portada contra sí, ella lucha levemente, tímida, miedosa, casi aprisionando a Stevens contra la pared, para que se la enseñe, temiendo la reacción de él a lo que es una pequeña muestra de confianza que sin duda para él resulta inapropiada entre mayordomo y ama de llaves, acertando en que para él este aspecto, cualquier acercamiento personal o emocional entre ambos, es una inconveniencia, aunque sabe que él lo desea tanto como ella. No le falta una excusa fácil a la que echar mano: la invasión de la intimidad, algo que ella en absoluto pretende, pero que él utiliza para impedir, siempre en aras de lo profesionalmente correcto, que ocurra lo que ambos quieren. Así, contado, no llega a impactar ni la milésima parte de todo el torrente de emociones contenidas que sugiere la visión de la escena en cuestión, y constituye a la perfección tanto la demostración palpable de todo ese mundo subterráneo de sentimientos que nunca deben llegar al terreno de las apariencias, como la metáfora más acertada y evidente de esa sociedad clasista en la que lo reconocible y lo oculto caminan por mundos separados. Cuando Stevens lo comprende, comprende que, inmerso en ese mundo de apariencias, ha echado a perder su vida, ya es tarde, y se da cuenta de que lo que en el fondo siempre ha sospechado, que terminaría sus días como su padre, solo, abandonado, muriendo en soledad en las habitaciones de servicio de una mansión cualquiera, rodeado de doncellas, chóferes, jardineros y amas de llaves como única compañía, sin más amigos que algún que otro colega de profesión al que ver de vez en cuando en las fiestas de sociedad y, probablemente también en su caso, sin esposa, sin hijos, sin haberse sentido querido nunca, es lo único que le queda.
Dos horas y cuarto de exquisita puesta en escena, interpretaciones memorables y majestuosidad visual y narrativa, drama sobre oportunidades perdidas y vanos consuelos, toda una muestra del poder dramático del cine y de los actores británicos cuando se ponen manos a la obra.
Ésta no la vi en el cine cuando se estrenó, sino hace poquito, en la tele. Me pareció tan hermosa como triste: esas noches interminables, esa lluvia tan familiar, los silencios, las conversaciones que dicen sin decir,las mentiras, la vida que pudieron tener y no tuvieron… Ay, hijo, qué saudade atlántica, qué languidez.
Jo, Noemí, lo has descrito muy bien: saudade atlántica. Me encanta.
Besos.
Es que yo creo que las y los atlánticos (de este lado, claro) tenemos un toque romántico y nos mimetizamos con los paisajes verdegrises, las nieblas, las lluvias, las luces tibias… Que nos ponemos tristones, vaya.
Eso será, Noemí. No sé si eso nos llega a las arideces aragonesas. Me da que un poquito sí, pero aderezado con la dureza autóctona. No nos iría mal una escapadita atlántica (a este lado, of course).
Interesante flog. Le sigo 🙂
Oiga, no sé como «seguirle». No me aparece la barra arriba para agregarle.
Gracias, Cinemagníficus. Siento no poder echarle una mano con la técnica.
Un saludo.
Vi esta película hace años y, como dice Noemí, me pareció hermosa, pero me dejó un regustillo muy triste por todo lo que deja escapar Stevens en un solo instante al no querer dejarse llevar por los sentimientos. Aunque, desde luego, merece la pena verla.
Saludos
Realmente es una película redonda: cuenta una bonita historia, pero también parte de la Historia, trata sobre los sentimientos sin caer en la noñería, el reparto es excepcional y las interpretacines sublimes, la ambientación también es magnífica; una de esas películas que reafirman (de forma tan excepcional, por desgracia) al cine como otra de las disciplinas artísticas.
La peli durará 2 horas y cuarto…muy a tono con este super post. A mí lo que más me ha gustado ha sido el aspecto socio político que has retratado… muy actual ese debate entre la intervención o la indiferencia ante por ejemplo el regimen de Iran , el de Corea, el de Chavez o el del golpe en Honduras… qué hacer… ¿intervenir con fuerza? ¿o es una amenaza fantasma como la de Irak?…¿qué hacer?
Recital interpretativo.Acertadisimo titulo para esta estupenda película.A mi me gustó mucho aunque es triste.Me pasa una cosa muy rara con Hopkins,en sus interpretaciones en películas como esta que nos ocupa,me produce una ternura increíble,y sin embargo haciendo del Dr Lecter no lo puedo ver malo.Me pueden mas esas interpretaciones ,no se si me explico .Seguro que no ,lo mio no es escribir,esta clarisimo.
Eres un fenómeno,describiendo,escudriñando,explicando el momento en el cual se vive esta historia.Después de leerlo me la voy a volver a ver para poderla saborear mas ,y como ya se de que va me la voy a ver en v.o .Aunque no se una papa de english pero es un lujo oír a estos actorazos hablar en su idioma. Gracias Alfredo por enseñarnos tanto y tan bien.
Saludicos.
Sí que es triste, Carmen, como toda crónica de oportunidades perdidas. De últimas oportunidades, habría que decir, al menos para Stevens.
Saludos.
Minerva, te echábamos de menos… Me atrevo a decir que sólo el cine británico es capaz de un cuidado tan extremo por los detalles narrativos y estéticos.
Bienvenida de nuevo.
Correcto, Carlos, pero… ¿por qué apuntamos siempre a los mismos? ¿Por qué hay que buscar las cosquillas o hablar de intervención con los pobres y no con los ricos? Ésa es la importancia del asunto. ¿Quién supone una mayor amenaza para el mundo y para la paz? ¿Corea o China? ¿Irán o Israel? ¿Rusia o Estados Unidos? Cuenta cuántos desastres, guerras y muertes han causado estos países en los últimos sesenta años. Gana Estados Unidos por goleada. ¿Quién habla de intervenir allí? ¿Por qué siempre apuntamos a los mismos, surgidos además como reacción al verdadero problema?
Gracias, Carmen, a ver si me lo voy a creer…
Lo que comentas (te has explicado muy bien) es la prueba de que Hopkins es un grandísimo actor. A su altura hay muy muy pocos, si es que hay alguno (desde luego en Estados Unidos poquiísimos, en Europa quizá alguno más).
Saludos.
Pues creetelo de una puñert…..vez.
Es cierto lo que dices de Hopkins.¡Que pedazo de actor!.Británico tenía que ser.A mi me encantan los actores ingleses.Lógicamente EE.UU es mucho mas grande,pero en buenos actores a mi gusto,se llevan la palma los Británicos .Al menos a mi me gustan mas.Y como dices por ahí abajo hasta Hugh Grant esta bien,que ya es decir.
Saludicos
La época victoriana me fascina, cinematográficamente hablando. Como me ocurre con la guerra de secesión americana. Y es que los sajones saben vender su historia… no como otros que yo me sé.
Esta película es fascinante, tan llena de silencios y de miradas ruidosas. Una verdadera joya, paradigma del cine que más me gusta.
Me pasa como a Raúl, la época victoriana me puede, me engancha, pero sobre esta peli me resulta complicado hablar. La vi en el cine y me quedé asombrada, en casa repetí el visionado y hace poco otra vez. Cada vez que la veo me doy cuenta de lo grande que es contar historias y hacer cine. Para mí es un ejemplo de sutileza, un ejercicio de buen gusto, un placer inmenso.
Hay momentos que me llegan a enfadar, que me hacen saltar de la silla, pequeñas conversaciones que no llegan a nada más y que tienen más fuerza que el disparo de cien balas juntas.
EN fin… ¿debo seguir?, podría estar horas. Incluso teorizar sobre algunas cosas, pero lo dejo aquí.
Besuquis, Alfredo,
M
Me alegro, Raúl, porque mucha gente lo identifica como «cine-tocho», ya sabes, mucho diálogo, mucha duración, estatismo, lentitud, etc., y nada más lejos de la realidad. Interesante eso de cómo vender la historia. Un tema que da para mucho. Igual me has dado una idea.
Efectivamente, Entrenómadas, esta película es como un novelón de ésos que disfrutas a cada página y te da cosa terminar.
Besos.
Jo, es que con China ya no podemos…yo sé que todo esto son simplezas de alguien poco informado pero qué quieres que piense…sí, considero al régimen clerical de Irán no sé si una amenaza real pero sí un obstáculo incluso contra las ansias de libertad de su propia población occidentalizada o simplemente irreligiosa…y Corea, es obvio…Por otro lado también tengo miedo de la tecnología nuclear en manos de países inestables aunque sean aliados de Occidente, qué le voy a hacer, llevadas las cosas al extremo de un conflicto, al final sería o ellos ó nosotros, tú y yo nos veríamos envueltos aunque no queramos y supongo que siempre es mejor tener la sartén por el mango…para sobrevivir si es que se puede, a un conflicto ó accidente nuclear.
Pero no quiero que pienses que soy un belicista, ni que quiera imponer nuestras ideas en el mundo pero es que yo no soy optimista y sé que la Historia se repite y los conflictos son inevitables, y los gobiernos, ninguno quiere desarmarse y nos puede tocar a nosotros pagar las consecuencias…
Vaya! releo todo esto y me doy risa, por paranoico. Pero me gusta comentártelo…¡no te vayas a reir1
No pienso que seas un belicista, amigo Carlos, ni mucho menos. Pero veo que diferencias entre occidente y sus aliados «inestables». ¿Y occidente? ¿No es inestable? Repito, el problema es global, nosotros formamos parte de él. No se puede aspirar a un horizonte como el que dibujamos haciendo que los demás renuncien a todo y nosotros a nada. Dar ejemplo, en suma. Estoy de acuerdo en que no vamos a ser estúpidos como para tomar medidas unilaterales que nos pongan en peligro frente a amenazas reales. Pero, ¿y cuando nosotros somos una amenaza? Al-Qaeda, Irak, Irán, Guantánamo, las dictaduras latinoamericanas de los 50 a los 90, los actuales conflictos africanos por el control de los minerales, el integrismo paquistaní…, todas son creaciones de occidente, no lo olvides. ¿Qué hacemos cuando nosotros somos la amenaza? ¿Quién ha de tener nuestra sartén por el mango para evitar a otro Hitler, otro Bush?
Debería echarte una maldición gitana, Alfredo, porque llevo semanas meditando mi comentario de esa película que me fascina desde que la ví en el cine y he disfrutado aún más en su versión original, que es como sin duda debe verse.
Después de tu superlativa reseña (como las alicantinas fallas de San Juan, una explosión relumbrante antes de unas merecidas vacaciones) no podría ya ponerme a escribir nada que no fuera mala copia de tu texto, por lo que mejor lo dejo para dentro de unos años… 🙂
Ya sabes de mi fanatismo por los actores ingleses y ésta, evidentemente, es una pieza sobra la que construir particular teoría de tal maestría. Al recital de la Thompson y Hopkins se une un elenco fantástico de secundarios encabezados por Fox y nuevamente comprobamos como el pobre Christopher Reeve tenía madera de buen actor; por no hablar de Michael Lonsdale, robando escenas con sus pies cansados.
Es un placer de película, como ha sido un enorme placer recordarla leyendo esta magnífica recensión tuya.
Saludos.
¿Cómo?¿Qué dice?¿Que es Vd. gitana? No, mire, déjelo de momento… 😉
Gracias Josep, pero seguro que nos descubres un montón de cosas que hayamos podido pasar por alto. Nada, nada de dejar pasar años.
De los actores, también está muy bien Ben Chaplin e incluso Hugh Grant, que ya es decir.
Lo de las maldiciones mejor lo dejamos para septiembre, que una maldición antes de las vacaciones…
Saludos.
Maravillosa entrada,amigo Alfredo.Me gusta tanto la novela como la película.Es conmovedor cuando Stevens tiene que afrontar el hecho de que lord Darlington,aunque fuera un perfecto caballero,era partidario del nazismo.Stevens siempre había sido ciegamente leal,y la lucidez tanto tiempo aplazada lo deja desolado.Creo que a todos nos ha pasado un poco lo mismo,crees en un ideal,en una persona y el tiempo se encarga de todo lo demás.Lo malo es cuando llega tarde,como Stevens,que se da cuenta al fin de que la suya ha sido una vida vacía de afectos y llena de confianza en quien no la merecía.La historia de Kazuo Ishiguro echa un despiadado vistazo a la sociedad británica,pero nunca con crueldad,sino con cariño.También viene a decir que el tiempo parece agotarse,tanto para Stevens como para el Imperio Británico.
Fuerte abrazo.
Gracias, Francisco. Como tantas veces, tengo pendiente la novela. El personaje de Stevens no hace sino acumular desengaños, uno sobre otro. El poder devastador del tiempo…
Abrazos.
Como dices y se apunta, me encanta la contención de los actores en esta película. No se suele ver en la actualidad, quizás en alguna película asiáatica como la de tu relato del otro día. Como dicen todos esos actores sin decir nada e incluso sin ningún gesto, al menos excesivo.
Una maravilla
Saludos
Efectivamente, Alma, ese tipo de cosas, sobre todo por influencia europea, son las que se están explotando en cierto cine asiático. Cuando lo consiguien emular con cierto estilo, unido al talento visual de algunos directores de por allí, el resultado suele ser espectacular.
Saludos.
Sin duda uno de los mejores dramas románticos de la Historia del cine, quizás el mejor… Una historia realista, sin pasteleo, cálida y sutil. Nunca una película y unos actores se han expresado mejor desde el silencio. Que miradas y gestos! Anthony Hopkins da una lección interpretativa y nos regala junto a la fantástica Emma Thompson la escena más mágica y sutil de los 90 (la del libro).
Que gran pareja interpretativa! esto es química y lo demás es tontería! Me encantaría volver a verles juntos porque hacen de esta película (muy bien dirigida) una auténtica delicia.
Bueno el mejor es decir mucho… La película está muy bien, todo un prodigio de contención en contraste con el despliegue artístico y de ambientación.