Sidney Lumet, ese octogenario cineasta forjado en aquella serie de televisión llamada Alfred Hitchcock presenta, que hace un par de años se marcó todavía esa gran película llamada Antes de que el diablo sepa que has muerto, con una frescura, una profundidad y un vigor que ya quisieran para sí muchos jovenzanos, ha desarrollado una larga y prolífica carrera en la que los productos mediocres si no directamente malos, algunos incluso pensados para televisión, alternan con una amplia nómina de clásicos imprescindibles, desde su debut en el largometraje, Doce hombres sin piedad (1957), hasta el trabajo antes comentado, cincuenta años más tarde, pasando por estupendas películas como Punto límite o El prestamista (1964), La colina (1965), Serpico (1973), Asesinato en el Orient Express (1974), Tarde de perros (1975), Network (1976), o Veredicto final (1982), clásico del cine de juicios con un Paul Newman superlativo en el que el talento de Lumet como narrador cinematográfico se conjunta con un extraordinario guión y magnífica puesta en escena marca de la casa del gran David Mamet. En este caso, nos encontramos de nuevo en la típica historia de un abogado con cliente humilde y modesto que se enfrenta a una gran corporación con un amplio equipo de prestigiosos abogados a su servicio, todo eso que John Grisham ha llegado a degradar y banalizar con tanta novela igual que la anterior, pero que en este caso posee una fuerza y garra demoledoras.
Frank Galvin (Newman) es un abogado de avanzada edad que ha tirado su vida por la borda. Intentando mantener su integridad ética y profesional, se enfrentó a su propio bufete al descubrir las oscuras maniobras de éste para asegurarse el resultado de un juicio y, acusado él mismo del delito, expedientado y despedido, tuvo que empezar a ganarse la vida ya maduro en su modesto despacho, ignorado y despreciado por casi todos excepto por su buen amigo Mickey (eficaz, como siempre, Jack Warden). Derrotado, deprimido, su mujer lo abandona pronto. Consumido por la soledad, y buscando en el alcohol los alicientes que le faltan en su vida y en su trabajo, sus días pasan monótonos y grises, cada vez más apartados de su oficio y con cada vez más horas entre compañeros de bar, contando chistes, emborrachándose hasta las tantas, despertando a mediodía con resaca, o jugando cada tarde a la máquina del millón. Cuando Mickey le amenaza con romper su larga amistad, Frank se anima a reengancharse a su trabajo con un caso pendiente, el que los familiares de una joven mantienen contra el hospital que la atendió en su problemático parto, tras el cual perdió el niño y ella quedó para siempre en estado vegetal. Para Frank se trata de un caso en el que plantear un sustancioso acuerdo de cuya indemnización obtendría un tercio en concepto de honorarios; para el arzobispado de Boston, gestor del hospital donde se ha cometido la negligencia, no es más que otro asunto molesto que liquidar pagando unos pocos cientos de miles de dólares. Cuando Frank, tras contemplar el estado de la joven, se niega a aceptar el acuerdo, el arzobispado recurre al ejército de abogados, detectives, investigadores y periodistas de Ed Concannon (espléndido James Mason), que prepara una avasalladora estrategia para impedir cualquier maniobra de Frank y conseguir que el arzobispado salga airoso. Pero Frank, que se siente rejuvenecer gracias a la actividad, a su lucha por un fin que cree justo, también por el aliciente económico pero sobre todo por la oportunidad única de volver a la vida normal, con un futuro que escribir, espoleado también por la relación que ha establecido con una mujer más joven que él (Charlotte Rampling), removerá el caso de arriba abajo frente a todos, compañía de seguros, hospital, arzobispado, prensa e incluso un juez bastante receptivo y simpatizante de las necesidades de las grandes empresas y sus abogados, y luchará, no ya por vencer en el caso y por los derechos de su cliente, sino por su propia vida.
Película absorbente, drama de un personaje al límite que se resiste a ser devorado por una dinámica destructiva, por una fuerza centrífuga impulsada por todo lo que se mueve a su alrededor, predomina lo dramático sobre lo jurídico, el personaje sobre la trama, la soberbia actuación de Newman (nominado al Oscar por este papel) sobre ciertas incongruencias o inconsistencias de índole legal planteadas en la resolución de la cinta. Magníficamente soportado por Warden, Rampling y, sobre todo, Mason, con esa recreación típica suya de hombre vanidoso, orgulloso, que se sabe superior en capacidad, medios e inteligencia a su oponente, Newman, literalmente, se sale. Genial en su interpretación del hombre acabado, no resulta menos extraordinario en la forma en la que incorpora al personaje la ilusión, tanto profesional como por amor, la ingenuidad, el sentido de la justicia, el orgullo y la sensibilidad: hay silenciosas tomas de su rostro, de sus gestos, de su mirada, que deberían proyectarse en las escuelas de interpretación. Su composición hace que pese más en la trama la historia del personaje que el drama judicial que protagoniza, presentado de manera un tanto deslavazada, reiterativa, y concluido de una forma un tanto tópica y débil, quizá el punto más flaco de un guión obra de David Mamet lleno de escenas de mucha fuerza (aunque más fuera del juicio que en él, como ha terminado siendo habitual en todo cine de tribunales, «¿ordenó usted el código rojo?» y todo eso…) y repleto de agudas frases de diálogo que acentúan el desencanto, la ilusión o incluso cierto humor negro.
Un tanto anticuada por la explotación hasta la saciedad de fórmulas y situaciones en cualquier novela, película o telefilme de ambiente judicial que se precie, la película no obstante merece un visionado como mínimo por la calidad de sus interpretaciones, como se ha dicho, en especial de Newman, por el gran trabajo de dirección de Lumet, por su puesta en escena y por el guión, aspectos jurídicos aparte. La figura del hombre solo velando por los intereses de un cliente indefenso contra abrumadores poderes de envergadura inabarcable que actúan en connivencia para salirse con la suya, ha terminado resultando un espacio abierto para la demagogia barata o el sentimentalismo facilón. Pero Lumet y Mamet (así, juntos, una dupla de nombres que bien podría asociarse al negocio del espectáculo de ámbito muy distinto…) logran huir de la sensiblería y del efectismo gracias a un Newman en estado de gracia. Impecable, grandioso, magistral.
Quizá sea la película de éste género a la que más cariño le tengo, y, sin duda, la que más me ha infuido; ya no en lo profesional (sonrío) pero sí en lo cinematográfico.
Ese arranque, con el contraluz de los créditos, o ese «tocar fondo» de Newman mientras le pasa la tarjeta a los herederos del difunto en el velatorio,… es algo sencillamente inolvidable; o cuando esgrime las fotografías de polaroid negándose a aceptar el acuerdo extrajudicial…
Y luego está Mason. ¿Sabes cuál es el acierto de su interpretación? Pues a mi entender, que sin ninguna estridencia deja manifiestamente claro, que ese abogado cabrón, fuera del juzgado es un tipo fantástico, un perfecto esposo y un buen padre de familia.
Un peliculón.
Un hombre que lo tenía todo, un físico impresionante y un arte inigualable, al que pocos se le pueden comparar. Pero con todo creo que le tengo aprecio por la elegancia con la vivió su vida fuera de las pantallas.
Un abrazo.
Cierto Raúl, uno de los mejores retratos cinematográficos de la derrota. Y completamente de acuerdo en lo de Mason, un villano que no es tal, o un hombre corriente que en su profesión actúa como un villano si hace falta.
Estoy de acuerdo contigo, Lucía, es que además Newman caía bian. Él nunca interpretaba esos personajes planos que son cien por cien buenos, siempre tenía sombras, pero su dimensión humana (ya de más mayor) le daba un aire de todavía mayor profundidad y matices.
Abrazos.
No se me ocurre mejor peli para una tonta tarde de julio. Y lo de tonta lo digo con cariño.
Hace mucho tiempo que no la veo, esa película, pero tu texto, estupendo como siempre, me la ha refrescado con creces, ya que, leído, han aflorado los recuerdos: precisamente, lo más remarcable es el trabajo interpretativo de ambos profesionales, Newman y Mason, defendiendo a capa y espada los intereses de sus clientes; el personaje de Mason, con ser más lineal, es muy bueno, pero el de Newman es un regalo para un actor de calidad, capaz de representar tan diferentes estados de ánimo en tan poco tiempo.
Newman tuvo la suerte de que le cayera ese papel en un momento de su vida que, por edad y experiencia, le supuso una perita en dulce y la aprovechó al máximo.
Saludos.
Bueno, hay unas cuantas, Noemí, pero ésta entre ellas, fijo.
Cierto, Josep, es uno de esos papeles que no abundan en Hollywood para intérpretes de cierta edad (y sin son mujeres, casi es más un expediente X). Newman tuvo la oportunidad y la aprovechó; es más, consiguió reunir en unos cuantos años una filmografía más que aceptable ya como «hombre mayor», como «El color del dinero» o «Al caer el sol», por ejemplo, y eso está al alcance de muy pocos.
Saludos.
Qué tentadora esta propuesta! Has hablado de un actor que es otro de esos al que se le quiere casi extracinematográficamente, bueno para mi es más apreciado… por lo que has dicho, más que nada, por la simpatía sincera que despertaba, aparte de sus dotes al actuar. Y también cuenta con el señor Lumet del que sólo sabía suya la última que me pareció magnífica pero tú has aumentado el respeto incipiente que le tomé al aclarar que también Doce hombres sin piedad,( peli que me parece fundamental por su originalidad y psicología), lo es.
LA MAGIA DEL CINE.EL ACTOR PERFECTO,EN EL PAPEL PERFECTO.
Como dice Josep este papel le cayó a Newman en el momento perfecto.
Y esta tarde va de perfecciones.
Y el post «perfecto»para explicar con absoluta maestría,(como ya nos tienes acostumbrados),esta película.
Algo mas,please.
Me gusta cuando escribes, porque eso quiere decir que no estas ausente,si no que estas ahí y tus palabras si nos tocan……
Saludicos
Te recomiendo, Carlos, cualquiera de los títulos de Lumet comentados, alguno más incluso, pero ojo porque también tiene mucha morralla, productos alimenticios realmente mediocres. Pero ésta no la dejes pasar si puedes.
Gracias, Carmen, aunque la ausencia (relativa) va a ser inevitable en estas fechas.
Newman conseguía algo muy difícil, hacer que sus personajes parecieran poder ser interpretados por cualquiera, pero lo cierto es que no somos capaces de ponerle un sustituto en nuestra imaginación. A mí siempre me entusiasmó como Butch Cassidy, por ejemplo.
Saludos.
Es que esa película a mi me encanta y me trae unos recuerdos de mi juventud estupendos.
Y el tema musical es mi canción y siempre lo será por muchos motivos y recuerdos,gracias a dios,todos buenos.Ahora con el calor que hace ya me gustarían algunas «raindrops»…………….
Saludicos.
Muy bien interpretada, casi perfecta, incluso demasiado y la película es estupenda. Así la recuerdo yo, aunque me vendría bien verla de nuevo.
Kisses a lo Paul,
Marta
Yo tengo algunas reticencias sobre la resolución de la trama, Marta, pero por ver a Paul Newman dando un recital, vale mucho la pena.
Besos.
Los momentos de las películas judiciales que más «detesto» son los del juicio. A veces obviaría muchas escenas, o las acortaría, pero claro… en películas así son necesarios. Lo que sí adoro son esos momentos en Matar Un Ruiseñor.
Esta no la he visto. Se me pasó. Me la apunto.
Abrazos
Algún día caerá por aquí, Carmen, no lo dudes.
Es que las películas judiciales, sobre todo por culpa de los telefilmes y las series televisivas de éxito, han terminado un poco devaluadas. Son todas iguales.
Un abrazo.
Estaré atenta.Se que disfrutaré ,no lo dudes.
Alfredo,¿ya te has visto las pelis infantiles de principio de verano?
Ya contarás.
Saludicos.
Generalmente, Carmen, no veo cine infantil, igual que no leo literatura infantil o escucho música infantil. Lo cual no quiere decir que no vea películas supuestamente para personas mayores y pensantes que terminen siendo tan planas como las infantiles, habitualmente de Hollywood.
Saludos.
Comenté ya en otra entrada tuya que me pirran las pelis de juicios, incluso apuntaste la posibilidad de escribir algo sobre el tema. Por supuesto hay auténticos bodrios al respecto, pero cuando este tipo de películas estan bien hechas como es el caso, aparece esa sensación que solo te da el cine, el buen cine.
Saludos
Cierto, lo recuerdo, Alma.
Son temas que se prestan mucho al mejor cine de aire teatral, a los diálogos brillantes y a momentos de tensión muy logrados. Cuando se hace bien, claro, si no…
Saludos.
Paul Newman tuvo una madurez magnífica. En lugar de caer en picado física y profesionalmente, como les ha ocurrido a otros buenos actores (y a muchas buenas actrices), él mejoró como actor y mantuvo el físico.
Habrá que revisar esta película también.
Saludos
Uno de los pocos que aguantó el tirón de la edad con dignidad.
Saludos.
Yo lo del cine infantil te lo decía, porque se que hay por ahí unas niñas que tienen la suerte de tener un «tío grande » que las lleva a ver esas pelis ,aunque no le gusten.
Saludicos
Ya veo ya, Carmen, que es cosa de dominio público… Pero uno no es de esa clase de «tíos grandes»: el cine en casa es un gran invento en estos casos.
Saludos.
No entendí como ese año Newman, por fin, no ganó su oscar. 😦
Pues por culpa de «Gandhi» y Ben Kingsley. Ya sabes cómo arrollan las superproducciones cuando ayudan a sufragar los gastos de la ceremonia…
Ay,¿y cuando no ha estado espléndido nuestro añorado Newman? Recuerdo cuando vi el estreno de la película.Si,lo recuerdo muy bien.Salí del cine como ya no suelo salir.Sidney Lumet es un gran director,es el director de la ciudad por excelencia.
Fuerte abrazo.
Es verdad, Francisco, lo de Lumet y la ciudad. Suele atribuirse ese «título» a Scorsese por sus visiones nocturnas de N.Y. City, pero Lumet va más allá. Incluso en «Doce hombres sin piedad», en las escenas finales a la salida del Palacio de Justicia, con Henry Fonda bajando la escalera…
Un abrazo.
¿El hombre que quería ser Atticus Finch?
Creo, Gallego, que no va por ahí la cosa, sino más bien por Spencer Tracy en «El caso O’Hara».