MAGIA, ESPADA Y FANTASÍA (II)
Las cosas como son, esta película es un truño que bien merecería una «tienda de los horrores» para ella sola, pero suerte ha tenido de que gracias a esta serie la metamos aquí, aunque eso no va a ser óbice para que la pongamos a caldo en aquello en que se lo ha ganado a pulso. Nos imbuimos nuevamente de épica fantástica, esta vez despojada en apariencia (pero sólo en apariencia) de referencias mitológicas clásicas, para abordar otro clásico generacional, dirigido en 1982 (el mismo año que Conan, el bárbaro, de la que, por cierto, se prepara nuevo material para 2010, pero sin comparación posible ni por calidad ni por éxito de público) por el irrelevante Dan Coscarelli, especializado hasta el día de hoy en películas de terror fantástico que no ve ni él, y protagonizado por Marc Singer, no el inventor de la máquina de coser, sino el heroico guaperas de la famosa serie de lagartos alienígenas V, que aquí es el mozo recio musculoide que corta el bacalao.
Nos vamos a un desolado mundo imaginario en el que la gente vive en esa atemporal mezcla de sociedad a caballo entre el Neolítico y la edad oscura que conecta la caída del Imperio Romano con el surgimiento del feudalismo (por buscarle una coartada pseudohistórica, claro) y donde la gente viste de pieles y taparrabos, exceptuando a las chicas de buen ver, que lucen modelitos del mismo estilo aunque adaptados a las exigencias del erotismo blanco. En un pequeño reino un sacerdote que auspicia oscuros rituales (Rip Torn, que no sabemos cómo demonios terminó en este bodrio), al cual le han profetizado morir a manos del heredero del trono, ordena a sus brujas el rapto del bebé neonato que la reina está a punto de dar a luz para realizar un sacrificio humano a su dios. El trance consiste, atención, en el mágico trasvase mediante encantamiento del bebé del vientre de la madre al de una vaca, y tendrá consecuencias en el futuro del niño ya que gracias a ello, y no se aceptan preguntas sobre cómo o por qué, desarrollará la habilidad de comunicarse con los animales. Sin embargo, una vez abierta en canal la vaca para sacar la mercancía, cuando la bruja va a llevar a cabo el sacrificio, un pastor que pasaba por allí acaba con ella y salva al niño, se lo lleva a vivir a su poblado, y lo adopta, si bien no se le escapa que lleva en la mano la indispensable y recurrente en estos casos marca de nobleza que le advierte de que el chaval tiene tomate (el planteamiento apesta a referencias mitológicas clásicas, como puede verse). Por supuesto, el mocé crece hecho un mazas y con una destreza en el combate que ya quisieran los marines, pero una mañana, mientras los jóvenes están en el campo en sus quehaceres, una tribu rival arrasa el poblado y mata a todos. A todos menos a él, claro, que comienza un camino de sangre y venganza en el que, acompañado por un par de roedores, un águila y una pantera, además de una joven buenorra, un antiguo consejero de su padre y un muchacho que es el hermano que no sabe que tiene, se enfrentará a los malos malosos, magos, guerreros y criaturas inconcebibles.
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