Mis escenas favoritas – El apartamento

Si algo hemos aprendido del cine, del buen cine, es que, por mal que vayan las cosas, por muy mal que nos hagan sentir las circunstancias adversas, siempre queda un mañana, siempre hay algo o alguien que nos recuerda que lo más hermoso de la vida, que eso que nos acerca a lo que entendemos por felicidad, se encuentra en las pequeñas cosas y que éstas, al final, resultan ser las más grandes: una mirada cálida, una sonrisa, la mejor de las compañías, una canción, un libro, un poema, una película, un día de sol o un día de lluvia… Uf, lo dejo, que parezco Isabel Coixet…

¿Hace una partidita?

Feliz 2010 (odisea dos) para todos.

Música para una banda sonora vital – Reality bites

My Sharona es el éxito más conocido del grupo The Knack, conjunto músicovocal de finales de los setenta que se esfumó del panorama tan rápidamente como surgió a raíz de su poca voluntad a la hora de pasar por el aro comercial y de aceptar los condicionantes del marketing y los medios de comunicación.

La canción volvió a convertirse en éxito planetario al incorporarse a la banda sonora de Reality bites (1994), cinta de Ben Stiller en la que a través de un peculiar triángulo amoroso exploraba las preocupaciones, frustraciones, los sueños y puntos de vista de un grupo de adolescentes tardíos. En fin, toda esa milonga que algún técnico de ventas dio en denominar Generación X y que en el fondo es una gilipuertez.

Cortometraje – When humans are sleeping…

Hace más o menos un mes que los comercios dicen que es Navidad. Aquí va nuestra felicitación, un corto animado dirigido por Aaron Erimez, no precisamente destacable por su técnica ni por su resultado, pero simpático y con una banda sonora magnífica: Bizet, Tchaikovski, Offenbach y Rossini.

Nuestros mejores deseos para todos.

Música para una banda sonora vital – 7 vírgenes

Tras ver a Juan José Ballesta en 7 virgenes, Anjelica Huston, presidenta del jurado del Festival de San Sebastián de 2005, afirmó que el joven actor español era el mejor intérprete masculino de su edad que había visto jamás. De hecho obtuvo el premio al mejor actor. Pero no sólo él está espléndido en la película; tanto o incluso más lo está Jesús Carroza (premio Goya al actor revelación ese mismo año), desconocido hasta entonces, su partenaire y coprotagonista que domina y da empaque con su presencia una tragedia que, envuelta en los ambientes y aromas de la juventud de extrarradio (discotecas de polígono industrial, barriadas de viviendas amontonadas, trabajos precarios, trapicheo, botellón, drogas y sexo rápido), posee un trasfondo clásico cuya inspiración se diría proveniente directamente de Federico García Lorca.

Una película breve pero muy intensa, de una naturalidad desarmante, que contiene este tema de La Cabra Mecánica, Felicidad (qué difícil es de atrapar, la jodía…).

In memoriam – Jennifer Jones

Diálogos de celuloide – Primera plana

Por supuesto, para Hildy Johnson.

DR. EGGELHOFER: Dígame, señor Williams: ¿tuvo usted una niñez desgraciada?

EARL WILLIAMS: Pues no, tuve una niñez perfectamente normal.

DR. EGGELHOFER: Ya, deseaba matar a su padre y dormir con su madre…

EARL WILLIAMS: Si va a empezar a decir guarradas…

DR. EGGELHOFER: Cuando estaba en la escuela, ¿practicaba la masturbación?.

EARL WILLIAMS: No señor. Nunca abusaría de mí mismo o de alguien. Quiero a la gente, quiero a todo el mundo.

SHERIFF: Por lo visto aquel policía se suicidó…

DR. EGGELHOFER: Regresemos a la masturbación. ¿Le sorprendió su padre alguna vez haciéndolo?

EARL WILLIAMS: Oh, mi padre nunca, nunca estaba en casa. Era maquinista de tren.

DR. EGGELHOFER: ¡¡Muy significativo!! Su padre llevaba uniforme, igual que aquel policía, y cuando él desenfundó la pistola, símbolo fálico inequívoco, usted creyó que era su padre y que iba a utilizarla para acabar con su madre.

EARL WILLIAMS: ¡Está loco…!

The front page. Billy Wilder (1974).

Cine en serie – El hombre del brazo de oro

POKER DE FOTOGRAMAS (IV)

Es difícil encontrar otro cineasta que con una carrera de más de cuarenta años como director haya conseguido una obra tan sólida y uniforme en cuanto a calidad, abordando tantos estilos y temáticas tan opuestos, como el austriaco Otto Preminger; en este punto, quizá sólo Howard Hawks pueda presentar un currículum más dilatado en el tiempo, más variopinto en cuanto a géneros, más constante en su nivel artístico y más reconocido por crítica y público. Preminger, que construye sus filmes partiendo de guiones compactos, muy bien estructurados y literariamente impecables, base indiscutible para dotar a sus personajes de perfiles psicológicos complejos y contradictorios y a sus historias de abundantes matices y diferentes niveles de lectura, tiene en su haber unas cuantas obras capitales de la Historia del cine, como son la sobresaliente Laura (1944), El abanico de Lady Windermere (1949), Cara de ángel (1952), Río sin retorno y Carmen Jones (ambas de 1954), Buenos días, tristeza (1958), Porgy y Bess y la obra maestra Anatomía de un asesinato (1959), Éxodo (1960) o El cardenal (1963).

Su proyecto de 1955, El hombre del brazo de oro, suponía un tema excesivamente arriesgado para Hollywood, de ahí que arrastrara tantas dificultades económicas y profesionales para ponerla en pie. En una sociedad como la norteamericana de mediados de los cincuenta, puritana en lo formal, sacudida todavía por las veleidades y paranoias de la “caza de brujas” y en la que muchos aspectos censurables de la vida privada de las estrellas eran secretos a voces en los círculos apropiados, no resultaba del agrado de productores, críticos y público ver determinados temas plasmados en la pantalla de manera demasiado explícita, mucho menos cuando las mentalidades conspiranoicas defensoras del American Way of Life indentificaban determinados comportamientos (ideas de izquierdas, homosexualidad, adicciones, etc.) como contrarios al ideario nacionalista norteamericano, y, por tanto, como sospechosos de colaboracionismo con esos entes extranjeros, principalmente de índole comunista, considerados enemigos. Lo que hoy puede parecernos una mentalidad infantil difícilmente explicable y justificable entre personas adultas y razonables, en aquella época era capaz de acabar con carreras y vidas profesionales de un día para otro. Si Billy Wilder experimentó en 1945 el rechazo de buena parte de los sectores económicos, cinematográficos y sociales a raíz del estreno de Días sin huella y su retrato crudo y desgarrador de la adicción al alcohol (voces acalladas con el éxito de la película entre el público y la consagración de Wilder en los Oscar de ese año), Otto Preminger diez años más tarde volvería a ser blanco de las mismas fuerzas conservadoras. La primera dificultad fue pues la elección de un actor que pudiera encarnar al protagonista, a ese perdedor recién salido de la cárcel que soporta un pasado de adicción al poker y a la heroína y, más importante, que se ofreciera a interpretar un personaje que iba a concentrar las iras de buena parte de la profesión y del público americanos. Sólo un valiente, Frank Sinatra (porque Sinatra era muchas cosas, no todas positivas, pero la valentía era un rasgo innegable en él: así lo sabían quienes, por ejemplo, compartieron sus rodajes en España y sabían de su costumbre de sacar al pasillo las fotografías de Franco que presidían las habitaciones de muchos hoteles, honroso comportamiento que le produjo no pocos problemas con la policía y la Guardia Civil del momento) aceptaría, no sin dudas, el papel, y cabe afirmar que sin él la película, de haber sido, no sería la misma.

Sinatra es Frankie Machine, apodado El hombre del brazo de oro, un experto croupier de los bajos fondos, especializado en duras partidas de poker de muchas horas e incluso días de duración, que vuelve a su barrio de siempre una vez en libertad tras un breve paso por la cárcel. Su presencia es garantía para que una partida de poker sea limpia. Su problema: su debilidad por la heroína. Su voluntad: la estancia en prisión le ha regenerado por completo, ha aprendido un oficio, ha descubierto su amor por la música, y su única intención es reconstruir su vida huyendo de todo aquello que le hizo hundirse. No tiene ninguna intención de volver a las andadas, ha dejado el juego de poker y la droga para siempre, quiere vivir y nada va a impedírselo. Para ello, se ha preparado como baterista de jazz y tiene un contacto que puede proporcionarle un empleo. Sólo necesita un poquito de suerte para echar a rodar su nueva vida. Sin embargo, su esposa Zosh (magnífica Eleanor Parker en su personaje de mujer fría, resentida y manipuladora) es un gran problema para Frankie: tiempo atrás quedó impedida a raíz de un accidente del que él se siente culpable, y no duda en chantajear emocionalmente a Frankie, que se siente culpable de su desgracia, para tenerlo atado a su lado y conseguir todos sus propósitos. Zosh, cuya perfidia sólo es comparable a su ambición, exige a Frankie que acepte los trabajos como croupier que le proporciona su antiguo jefe, Schwiefka (Robert Strauss), un organizador de partidas clandestinas, para así ganar un dinero que les proporcione comodidades. De este modo Frankie vuelve a caer en el ambiente que lo pervirtió, en las largas y duras apuestas de dinero al poker, pero no olvida que sólo es una solución temporal en tanto concreta su empleo como músico. Sin embargo, la mala suerte quiere que el traje que su amigo Sparrow (Arnold Stag) le consigue para la audición sea robado y que la policía detenga a Frankie. Louis (Darren McGavin), el antiguo proveedor de Frankie se ofrece a pagarle la fianza, pero con una condición innegociable: deberá trabajar para él en una partida de poker que organiza. Continuar leyendo «Cine en serie – El hombre del brazo de oro»

La tienda de los horrores – Los hombres que no amaban a las mujeres

La famosa trilogía Millenium del escritor sueco ya fallecido (si es que la escribió él) Stieg Larsson, se compone básicamente de lo siguiente: tres tochazos en los que sobra más de la mitad del texto, inacabables dosis de literatura más bien pobre (si es que la hay), abundante e intrascendente relleno superfluo, un empeño brutal por aburrir contando absolutamente todo sin conocimiento de lo que es la elipsis, un primer volumen construido con cierta gracia y con tintes reflexivos acerca del significado de la violencia latente, en especial hacia las mujeres, en las sociedades acomodadas, con dos personajes, sobre todo uno, realmente atípicos, y dos continuaciones absolutamente gratuitas, inútiles, zafias, vulgares, con unas derivas completamente absurdas y que echa por tierra buena parte de lo digno y decente (sobre todo la trama negra paralela a las historias de los innovadores protagonistas) que contenía la primera entrega. Un auténtico fraude literario, muy lucrativo, eso sí, del que nos amenazan con una cuarta parte supuestamente hallada en un portátil del autor fallecido y que, seguramente, será terminada por alguien para seguir exprimiendo la burra del dinero. A la vista de las enormes diferencias de tratamiento y construcción de la primera parte con respecto a las otras dos, algunos empiezan (empezamos) a pensar que el primer libro ha sido escrito realmente por un autor, Larsson o quien sea, y los otros dos por un primo tonto (alimentado, como los personajes del libro, casi en exclusiva, de café y sándwiches), con material previo del autor, pero sin desarrollar plenamente. O eso, o a Larsson le dio un tabardillo. En cualquier caso, era cuestión de tiempo que un negocio tan bueno saltara a la pantalla, y lo hizo en tiempo récord: no sólo se van a hacer las tres películas inspiradas en la obra, sino que, además de convertirse igualmente en serie de televisión, se ve en el horizonte la posibilidad de un remake hollywoodiense de toda esta historia, suponemos que con más medios, pero igual de mala.

Primero, un breve apunte sobre la gran virtud de esta primera parte: es olvidable, como los libros. Sin embargo, como el primer volumen en el que está inspirada, parte de un punto interesante: un anciano empresario sueco de gran fortuna contrata a un periodista especializado en economía que ha de tomarse un año sabático por dificultades en la revista en la que trabaja para continuar su propia investigación de décadas sobre la desaparición de su sobrina cuarenta años atrás; el viejo cree que se trató de un asesinato y que el criminal, alguien de su propia familia, sigue libre. Mikael Blomqvist, el periodista en cuestión, se verá ayudado en sus pesquisas por una extraña e intrépida joven, Lisbeth Salander, una inadaptada social de oscuro pasado que, sin embargo, oculta muchas sorpresas bajo su arisco comportamiento. Honestamente, si el libro es mediocre, la película, además de extremadamente larga (dos horas y media; más bien dos horas y mierda…) es mucho peor. Primero, porque sólo permanece relativamente fiel al texto original, que por poca cosa que sea, merece algo de respeto y fidelidad más allá de los nombres y el escaparate de las situaciones. En la película, sin embargo, se pasa por alto lo poco que sobre las corruptelas, miserias y violencias latentes de una sociedad adinerada de estado del bienestar como la sueca oculta bajo el felpudo de IKEA. Los breves apuntes sesudos del libro son aquí directamente amputados, obviados, y la historia se concentra en una trama criminal que, como todo el mundo que ha leído el libro sabe, concluye en el primer volumen y no se extiende más allá, con lo que cabe preguntarse de qué puñetas se habla en los otros dos libros, a cual más largo. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Los hombres que no amaban a las mujeres»

Mis escenas favoritas – Scaramouche

Obra maestra, a pesar de los leotardos, del cine de aventuras dirigida en 1952 por George Sidney, Scaramouche cuenta la historia del espadachín más célebre de la Francia del XVIII, un héroe escondido bajo la máscara de un saltimbanqui de un teatro ambulante que ayuda a un amigo a escapar de los esbirros del rey que lo acusan de sedición. Magnífica, irónica, vibrante aventura de enorme belleza visual y con unos duelos a espada que son tan complejos como las grandes coreografías del musical.

Como curiosidad, la novela de Rafael Sabatini tiene una versión cinematográfica española filmada en 1963 por Antonio Isasi-Isasmendi, nada que ver con el clásico protagonizado por Stewart Granger, Eleanor Parker, Janet Leigh y Mel Ferrer. Cine de aventuras en estado puro. Memoria sentimental para cualquier cinéfilo.