La tienda de los horrores – La ciénaga

En el cine sólo hay una cosa igual de repulsiva que ese tipo de fenómeno encarnado hoy en cierta película de muñequitos de tres horas hecha en 3D, sin historia ni mérito artístico alguno y con derroche tecnológico como envoltorio, cuya calidad se mide en cientos de millones de dólares de recaudación y no en interpretaciones, guión, narración o técnica que aporte algo a la historia; sólo hay una clase de directores (jamás uno caerá en la tentación de llamarlos cineastas, porque ser cineasta es otra cosa) que resulte tan repelente como el indocumentado capaz de crear una catarata de efectismos digitales que no cuenten nada en sí: hablamos de aquellos directores que hacen películas para su ombligo, del llamado desde este mismo instante, cine-pelotilla. Porque si malo es tragarse cualquier bodrio hollywoodiense de los que hoy se anuncian en los telediarios, tanto peor es agarrarse en plan cultureta a las historias densas, insoportablemente tediosas y repugnantemente absurdas de ciertos autores en aras de una búsqueda de genialidad que al público se le pueda escapar, generalmente con el proselitista fin de afirmar la propia exclusividad de gustos o la superioridad de la propia inteligencia a la vez que el desprecio a las historias entendibles y a los gustos populares.

Y no creemos en absoluto que esta película de 2001 dirigida por Lucrecia Martel, la mimada del cine argentino, sea una expresión egocéntrica de su autora, una especie de proyección de sus delirios de grandeza y de una conciencia propia un tanto pagada de sí misma. Al contrario, es su forma de hacer cine. Mejor o peor, pero suya, auténtica. Sin embargo, hay quienes se someten con gusto al pecado de considerar geniales ciertas cosas por el mero hecho de que nadie las soporta con el fin de afirmar su distinción y refinamiento a la hora de apreciar el arte. Y eso es lo que pasa con el cine de Lucrecia Martel, encumbrado por la crítica y por cierto tipo de público y, realmente, tan complejo como soporífero. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – La ciénaga»