Película decisiva del siempre complicado Rouben Mamoulian, La reina Cristina de Suecia (1933) es un excelente ejemplo de la categoría artística a la que podían llegar los dramas históricos producidos por el sistema de estudios, con el cual, por cierto, como buen precursor de lo que después se llamaría «cine de autor», Mamoulian mantuvo un enfrentamiento constante a lo largo de su carrera. Sobresaliente en ambientación y vestuario, a Mamoulian le vino de perlas su experiencia y su gusto por la dirección teatral, campo que compaginó con su dedicación al cine durante casi toda su trayectoria, para retratar el mundo a medio camino entre el puritanismo luterano y la opulencia de la corte sueca del siglo XVII. Heredera del trono a una edad muy temprana tras la muerte de su padre, Gustavo II Adolfo, en la batalla de Lützen, hecho de armas en suelo alemán que puso fin al conocido como periodo sueco de La Guerra de los Treinta Años (maravilloso inicio de la película, cuando dos soldados suecos moribundos charlan en sus últimos instantes y, a instancias de uno de ellos que pregunta al otro a qué se dedicaba en su país, responde «yo era rey de Suecia»), Cristina (interpretada maravillosamente por Greta Garbo) puede considerarse como el prototipo de soberana cultivada e inteligente, amante de las letras, de la cultura, de la ciencia (atrajo, por ejemplo, a Descartes a la corte sueca) a la par que hábil política y estadista. La película recoge con fidelidad histórica el clima que rodeó a su coronación y los primeros titubeos de la nueva reina en su estrenado oficio, presentando ya el ámbito en el que va a moverse y apuntando algunas de las claves sobre las que va a girar la trama posterior. Llamada prematuramente a su destino, desde una edad temprana hubo de atender cuestiones de Estado y sumergirse en complicadas y absorbentes maniobras políticas que la apartaron del desarrollo de una auténtica vida personal. Ello, unido a su preferencia por la estética masculina y el rechazo que muestra ante las peticiones de matrimonio del príncipe Carlos Gustavo, héroe nacional y favorito del pueblo, fomentarán las habladurías y las intrigas en su contra. En este punto, la película resulta precursora de otras muchas historias, sobre todo referidas a soberanos ingleses como Enrique VIII -y su affaire con Ana Bolena- o Isabel I de Inglaterra, en las que se nos han mostrado con detalle los entresijos de la vida en la corte, los grupos afines y los opositores, las intrigas alimentadas por rencores personales, las venganzas y los corsés que impone el servicio a la política del país.
No es hasta el establecimiento del drama personal de la reina hasta que la película alcanza su verdadera dimensión. Contemporánea de Luis XIV de Francia o de Felipe IV de España (IV de Castilla, III de Aragón), la reina, en su condición de inteligente estadista, guardaba excelentes relaciones diplomáticas con sus adversarios católicos y, por tanto, recibía y agasajaba a legados y embajadores franceses, españoles, portugueses o italianos (famosos son los regalos de célebres pinturas que hizo a los reyes de España y que hoy pueden verse en El Prado, por ejemplo). Uno de ellos, de existencia históricamente contrastada, fue Antonio, Conde de Pimentel (interpretado por John Gilbert), embajador español con el que la reina de la película iniciará un romance que junto a las cuestiones personales llevará aparejados múltiples condicionantes políticos que continuamente obstaculizarán y pondrán en riesgo su amor. Ansiosos de un matrimonio con Carlos Gustavo, el que posteriormente será su heredero, buena parte de los cortesanos suecos utilizarán los devaneos de la reina con el español (con el agravante de que, enemigos en la guerra lo son además también en la fe religiosa que profesan -cuyos mandamientos ambos violan, por cierto; en eso todas las creencias son iguales…-) como forma de presionarla y desacreditarla a fin de obtener sus objetivos políticos. Ella, manteniéndose firme respecto a su pueblo, defenderá con uñas y dientes su privacidad personal y su diferenciación absoluta de las cuestiones de Estado (debate de lo más actual, además, parece que no hayan pasado setenta años). El drama, por tanto, gira en torno a un amor imposible, o improbable, en el que la esfera pública de ambos juega en contra de sus deseos personales y que, finalmente, conllevará una elección difícil de asumir.
Convencional y no excesivamente novedosa por tanto en lo que al establecimiento del drama sentimental se refiere, la importancia de la película radica, además de en la dicomotía vida privada-vida pública especialmente referida a quienes desempeñan cargos representativos de una colectividad y las influencias retroalimentadas entre ambas esferas, en las cuestiones formales, más todavía pensando en el año 1933. La película bien puede suponer el fin de la etapa de transición entre el cine mudo y el sonoro, iniciada en 1927 con la dupla de películas Amanecer (F.W. Murnau) y El cantor de jazz (Alan Crosland), última película muda la primera (aunque incluye algún efecto de sonido, ganadora además del primer Oscar de la Academia -película de mayor calidad artística-, diferente de la película más sobresaliente, que obtuvo Alas, considerada erróneamente como la primera ganadora del premio a la mejor película) y primera sonora la segunda, con esas canciones subtituladas que la llevaron al éxito de taquilla, y que bien puede culminar con el último plano de esta cinta de Mamoulian, apenas dos años antes del primer filme íntegramente en color y a seis de distancia de Lo que el viento se llevó, cuando tanto sonido como imagen en color se consolidan ya como futuro inevitable para el medio cinematográfico y espectáculo de primerísimo orden. En ese sentido, la película resulta tan innovadora en lo visual y en el uso del sonido como deudora de formas y maneras propias del periodo mudo, sobre todo en cuanto a la planificación de escenas, caracterización de personajes, uso del maquillaje y lenguaje visual (de hecho en más de un momento uno espera el crédito correspondiente que sustituya al diálogo).
Esta duplicidad puede simbolizarse estéticamente en dos momentos muy importantes de la cinta. En el primero de ellos, la reina despierta tras una larga noche de amor junto a Pimentel en la cama de una posada. Mamoulian, cuya gran aportación técnica está constituida por el empleo de la cámara subjetiva, nos muestra la escena desde el punto de vista de la reina, sus ojos se convierten en cámara y vamos observando lo que ella está mirando desde su posición. Asistimos a su despertar, un momento crucial de la película en el que Cristina empieza a dejar de ser reina y comienza a sentirse una mujer normal, sustituye las cuestiones de Estado por sus deseos y sus ansias de realización personal, y eso lo consigue Mamoulian con un acertado empleo de una técnica novedosa.
El segundo instante, todavía más especial, retrotrae al todavía cercano cine mudo, y viene constituido por la despedida de la reina de su país tras haber abdicado en Carlos Gustavo (ver fotografía superior). En pie, en la proa de un barco que la llevará a su nueva vida, primero a los dominios españoles en Flandes y luego a Roma, donde finalmente fallecerá treinta años más tarde (su tumba puede verse en la Basílica de San Pedro), Cristina-Greta Garbo no sólo está diciendo adiós al pasado de su personaje o a sus grandes éxitos como actriz (aunque todavía filmará Ninotchka con Lubitsch seis años después); el espectador asiste quizá al último plano del cine mudo: observa el rostro impertérrito de Garbo, aparentemente inexpresivo pero gracias al cual, acostumbrados como estamos a un tratamiento visual propio de la época dorada del cine mudo, adivinamos, porque hemos asistido a sus devenires, el fracaso y la ilusión, la excitación de una nueva andadura con la amargura de la pérdida del ser amado (que le importa más que la de su propio país), y todo ello viene insinuado con un pormenorizado retrato de una mirada perdida, de un gesto ausente, azaroso (y equivocado, dado que si el viento alimenta las velas del buque y ella está ante el mascarón de proa, no puede sacudirle el rostro y ondular su pelo hacia atrás…), en el que la antigua reina Cristina se despide de Suecia, y Greta Garbo, Rouben Mamoulian y el mismo cine en pleno, se despiden del periodo mudo a la vez que miran al futuro en el horizonte.
La fotografía preciosa (a pesar del error…) y Greta espectacular. Esa caída de párpados… Tienes razón, parece no decir nada, pero dice mucho…
Buen trocito de escalón el de hoy. Un personaje digno de recordar, por su coraje y sus ansias de vivir y sentir…
Parece que Mamoulian supo reflejar en esta película al ser humano que al final estuvo por encima de la soberana…
Besos
Después de leer tu reseña, dan ganas, compa Alfredo, de llamar por teléfono al curro, contar una buena trola justificatoria, y buscar la peli para ponerse a verla de inmediato -que debe merecer, y mucho, la pena-. Mérito del artista, que lo sepas…
Un fuerte abrazo y buen fin de semana.
Gracias, Ana. Un personaje que sin duda merecía una película (pero no un remake, por Dios, espero que no se le ocurra a nadie, ahora que los dramones históricos, generalmente muy mal hechos, vuelven a estar de moda.
Besos
Uy, Manuel, a ver si nos acusan de fomentar el absentismo laboral… Vale mucho la pena, no te quepa duda. Pero sobre todo, más allá del melodrama, la forma, la frontera.
Abrazos y buen finde.
Sí, película llena de detalles. Totalmente de acuerdo con esa transición del mudo al sonoro donde los cineastas cuentan de manera reciente con ese lenguaje cinematográfico a través de lo visual. Me encanta, de las dos escenas que comentas, la de la habitación de la posada. Después de una noche de amor cómo Cristina observa todos los rincones como si quisiera aprisionarlos en su memoria para jamás olvidarlos.
Película llena de anécdotas. Aquí me pongo al lado de John Gilbert, que a partir de esta película fue cayendo y cayendo en picado. Galán de éxito del mudo, los magnates no vieron su continuidad en el sonoro…, y se cimentó la leyenda de que el pobre Gilbert tenía voz de pito. Gracias a las voces originales que nos permiten escuchar la mayoría de los dvd descubrimos que esto sólo fue un bulo… ¡¡¡miren que a mí no me disgusta ni la voz ni Gilbert como amante de la reina!!!
Besos
Hildy
Pues sí, porque viendo la vocecita de Kevin Costner, por ejemplo, uno se pregunta por qué hicieron ascos a deterimados actores por aquel entonces.
Besos.
la Garbo era toda modernidad junto a unos maniquíes de otra época, bien intencionados pero irremediablemente obsoletos…
Alfredo: en otro blog hablas de la para mí entrañable María Casares como de «la hija de»…¿tanto tiempo nos separa?
Espléndida mujer, para los argentinos de cineclubs fue todo un mito…y un hito.
Bueno, Dante, en este caso es porque, por otros intereses míos que no tienen que ver nada con el cine, antes conocí a Santiago Casares Quiroga que a su hija y antes supe de ella que vi películas suyas. Pero no me extraña nada que fuera (o sea) considerada un mito; pero nada de nada.
Estupenda reseña, Alfredo (como siempre, vaya) de una película que vi en la tele hace ya demasiado tiempo.
Recuerdo que antes de verla ya mi padre me había hablado de ella y de la Garbo; mi tío, que estuvo trabajando de jovencito en una distribuidora, tambiénera un admirador de la Garbo; garbo por aquí, Garbo por allá, y yo sin haberla visto nunca. Ni a John Gilbert, claro.
Así que con tales antecedentes, verla en la tele fue una experiencia que me dejó atónito y permanece en mi recuerdo como mucho más moderna de planteamiento de lo que me esperaba e incluso más que muchas que habré visto en los últimos veinte años, porque la figura de esa reina-mujer, esa dicotomía que tan bien nos relatas, me dejó asombrado.
Leyéndote y comprobando que, además, históricamente parece ser más respetuosa que muchas otras producciones de Hollywood (de entonces y de ahora) ya me están entrando ganas de darle un repasito, aunque quizás me incline por Ninotchka, que hace tiempo no veo y estoy un poco falto de buenas comedias últimamente…. 😉
Saludos.
Cómo he disfrutado con esta entrada, Alfredo. Cine en estado puro una vez más. La segunda escena de la despedida de Cristina-Garbo cuya fotografía encabeza tu texto es una de las instantáneas que más admiro d la historia del cine. Escuché en una ocasión que Mamoulian le dijo a Greta Garbo: «pon cara de nada» y la Garbo puso esa expresión que encierra tantos sentimientos, tanta sensación de despedida. Muy acertada tu manera de enlazar la despedida del personaje de Cristina con la despedida de Garbo y del cine mudo, muy ingenioso. Defines muy bien todo lo mudo que hay en esta película sonora, porque hay mucho. Creo que a partir de ese momento todas las grandes películas tienen buena parte de recuerdo del cine mudo donde todo tiene su orígen. Me ha encantado todo el texto y su parte histórica en que nos refrescas la memoria. Por cierto que tengo pendiente una próxima visita al Prado (ya que lo nombras). Un abrazo.
He visto tu entrada esta mañana tempranico,pero quería tener el tiempo suficiente para disfrutarla,y eso es lo que acabo de hacer.
Vaya lección de Historia.Estupendo post ,Alfredo.
Esta peli la tengo en un recuerdo muy remoto.La tengo que ver.
La cara de Greta Garbo en la foto no puede ser más expresiva.
Como dices,fracaso,ilusión ,excitación,amargura por la pérdida del ser amado,más que por la de su país.
Mirada perdida,gesto ausente……
No se puede decir más con un solo gesto.Maravillosa actriz.
Y maravilloso tenerte ahí a tiro de monitor disfrutando una vez más.
Gracias,Alfredo.
Saludicos.
Yo recuerdo haver visto esta peli en los primeros 80, cuando la ponían en prime time nocturno y mi hermano mayor se quejaba de que no ponían pelis nuevas de estreno.
Sólo me acuerdo de la Greta Garbo y que me hizo ilusión que el bueno fuera un español y es que nunca salía ninguno en las pelis americanas, al menos haciendo de bueno.
Gracias, Josep; y además en «Ninotchka», «la Garbo ríe…».
Llega un punto en que Mamoulian se olvida de la historia y apuesta por el romance, obviamente, pero se insistió en guardar al marco histórico el respeto que hoy en día no se tiene.
Y en efecto, es una película mucho más moderna y alejada de discursos morales de lo que sin duda sería filmarla ahora.
Ya me contarás cosas de ese tío distribuidor…
Supongo, Marcos, que con El Prado te refieres al museo… Bromas aparte: muchas gracias, así da gusto. El otro día estuve invitado en un taller de radio en el que estuve bien a gusto desvariando de cine durante dos horas y media y comentaba a la concurrencia esto mismo, que las películas, las buenas películas, tienen mucha miga, que los personajes han de definirse por lo que hacen, no por lo que dicen, y que en el detalle, en el por qué de las pequeñas cosas están las claves de lo que una historia quiere contar. Es decir, cine en estado puro del que (casi) ya no se hace.
Un abrazo.
Gracias, Carmen. Como dice Marcos, qué «cara de nada más» llena de todo.
Saludos.
¿Tu hermano mayor no irá también al gimnasio…?
El bueno un español… Esas cosas en las que pensamos cuando todavía no comprendemos.
Gran post Alfredo. Lírico y con gran conocimiento cinematográfico.Insuperable,amigo.
Un fuerte abrazo.
Gracias, Francisco. Una película particularmente inspiradora.
Abrazos.
Yo adoro esta peli. La veo en la tele (casi) siempre que la ponen. Garbo se reconvierte en mi ídola, Antonio Gilbert está estupendo, la ambigüedad sexual y el erotismo lo invaden todo y ella, al final, se queda, como casi siempre y como los toreros, sola.
Es que la Garbo está superior. Ay las soledades de la Garbo…