Cine en serie – El golpe

PÓKER DE FOTOGRAMAS (VIII)

Quien escribe hacía mucho tiempo que ansiaba la ocasión de volver a la carga en la demostración, cine en mano, o mejor dicho, en ojos, de la tamaña falsedad de un argumento tan manoseado como pobre, tan recurrente como absurdo, utilizado muy a menudo, demasiado, por aquellos espectadores que pretenden justificar su consciente consumo de carnaza fílmica amparándose en su necesidad de distracción o entretenimiento, razón por la cual contribuyen con su dinero a rentabilizar y, por tanto, perpetuar, lo peor de la comercialidad imperante en salas o canales de televisión. Según este argumento, la deglución de cine comercial mal escrito, peor filmado, horriblemente interpretado pero fenomenalmente publicitado es, no sólo adecuada, sino de lo más recomendable para obtener ese bien tan preciado y tan escaso en nuestra sociedad de aburrimiento: el entretenimiento. Según éste, primer mandamiento del catálogo de coartadas de aquellos espectadores asiduos a la basura fílmica que, sabiendo la ínfima calidad de lo que ven, se avergüenzan de ello, el entretenimiento, las horas de ocio en una vida demasiado agobiante, hastiante, cansina y repleta de problemas justifica, además de la desconexión cerebral, esto es, el no uso de la inteligencia o el pensamiento, la pérdida del mínimo nivel de exigencia de calidad que alegamos en cualquier otra faceta de nuestra vida, ante cualquier profesional o en la recepción de cualquier servicio. Bajo la excusa del “yo no voy al cine a pensar o a ver desgracias” (tremenda la naturaleza de esta inconsciente afirmación), un amplio grupo de espectadores de hoy se acoge al visionado de subproductos torpes, zafios o directamente imbéciles, casi siempre de procedencia norteamericana, en aras de la consecución de esa tierra prometida del estresado ser humano de hoy, el entretenimiento, como si éste estuviera reñido con la profundidad en el tratamiento de los temas o en la elección de la importancia de los mismos, con la calidad formal o narrativa o con el pensamiento, o como si resultara antitético al concepto de buen cine o de respeto por la capacidad intelectual del espectador.

Si hay una película apta para callar la boca a todo aquel que cae, conscientemente o no, en esa ridícula incompatibilidad, es El golpe, dirigida por George Roy Hill en 1973. Obra maestra absoluta del cine de entretenimiento, posee enorme calidad visual, un guión para enmarcar, una labor de dirección magnífica, un grupo de intérpretes soberbio y, además de una narración compleja sabiamente manejada, ofrece una historia que para su completo funcionamiento apela no sólo a la inteligencia del espectador, sino también a su complicidad como tal, a su participación activa como elemento vertebrador, como complemento de una historia a la que sólo él puede darle su último sentido, a la que solamente él puede dar el toque final. Y como tal, en un tiempo en que recibir Oscars era síntoma de algo más aparte del marketing, obtuvo siete estatuillas de un total de diez nominaciones, incluidos el de mejor película, director, guión y puesta en escena. Y no es para menos dada la perfección formal y narrativa de una historia, insistimos, de entretenimiento, que ya quisieran para sí algunos gurús de la fantasía construida sobre la endeble base de las lucecitas, los botoncitos y los marcianos (o pandorianos).

Y por si fuera poco, la película se cimenta sobre tonos y puntos de vista poliédricos que abarcan el drama social (sin obviar, aunque la trate levemente, la cuestión racial), la intriga, el suspense, el cine de gángsters, el juego y, cómo no, la ironía, la parodia, el humor. Nos encontramos en Joliet (Estado de Illinois, uno de los pueblos más presentes en el cine y la literatura americanas recientes) en unos años 30 que viven plenamente los efectos del crack de 1929. Entre la gran cantidad de gente que trapichea para sobrevivir, se de un notable incremento de la delincuencia menor, esto es, pequeños estafadores, carteristas, timadores… Tres de ellos que forman grupo, Hooker (Robert Redford), Erie (Jack Kehoe) y Luther (Robert Earl Jones, nótese el apellido), caso extraño el que blancos y negros trabajen juntos, por otra parte, idean un golpe a través de un falso atraco navaja en mano con el cual le sacan la pasta a un lechuguino. Lo que desconocían es que el lechuguino en cuestión es un tal Mottola, correo del mafioso Doyle Lonnegan (Robert Shaw) que iba camino de la “central” para depositar el dinero ganado en los días previos gracias a los tugurios clandestinos de su zona. Al gángster no le hace mucha gracia que unos vulgares timadores le roben el dinero, e inmediatamente pone en marcha la máquina de la represalia. En su huida, Hooker, por recomendación de Luther, llega hasta Henry Gondorff (Paul Newman), experto en timos a gran escala con el que intentará aprender el negocio a lo grande mientras se esconde de los matones de Lonnegan y de un tosco y violento policía (Charles Durning), que extorsiona continuamente a Hooker quitándole a su vez el dinero que éste no haya perdido ya previamente con las chicas o en el juego. Hooker, Gondorff, Billie (Eileen Brennan), Kid (el siempre eficaz Harold Gould) y una verdadera tropa de estafadores y timadores de poca monta, algunos por simple avaricia, otros por supervivencia, y alguno que otro por venganza personal o incluso por orgullo profesional, se empeñan en diseñar el modo de sacarle a Lonnegan hasta el último centavo, una aventura en la que además de unos cuantos (muchos) dólares en el bolsillo se juegan la vida, porque el gángster es de los que echan mano del revólver si la ocasión lo merece, y sin saber que el FBI, a través del agente Polk (Dana Elcar) va detrás de Gondorff y amenaza con reventar todo el tinglado antes de hora.

Haciendo suya la moda setentera de situar tramas en décadas atrás, Roy Hill (como ya hiciera en El carnaval de las águilas) echa mano de nuevo de la exitosa pareja protagonista de su western crepuscular Dos hombres y un destino, filmado cuatro años antes, como principal gancho comercial de un film delicioso. Acompañados por un extraordinario elenco de magníficos secundarios, el director, con un espléndido guión de David S. Ward, dirige una historia compleja cuyos resortes, múltiples recovecos y continuas vueltas de tuerca funcionan con la precisión de la mejor relojería suiza, con interpretaciones de altura y escenas memorables contenedoras tanto de sensibilidad y humor como de una cierta idea solemne de épica asociada al tema de la justa venganza. Entre éstas, además del inolvidable y desconcertante final, la muerte de Luther o el capítulo que gira en torno a Salino, el asesino a sueldo preferido de Lonnegan, destaca por encima de todas la escena de la partida de poker en el tren Chicago-Nueva York. Allí, Gondorff, en su falsa piel de responsable de un local de apuestas hípicas ilegales, pretende echar el cebo sobre Lonnegan a fin de darse a conocer y de ponerle en canción en cuanto a los presuntos enormes beneficios de su negocio y así despertar su rencor y su codicia. Lonnegan organiza un juego de poker en el tren que ha ido adquiriendo tanta fama y prestigio por las grandes cantidades de dinero que maneja que hay importantes hombres de negocios que simplemente hacen el viaje por jugar en la partida. Gondorff, sobornando al revisor, cajero además de la partida, se hace con un sitio en la mesa para desquiciar a Lonnegan, cosa que consigue con creces en una escena soberbiamente dirigida por Hill que, con un magnífico juego de planos y contraplanos, planos de detalle, diálogos punzantes y silencios elocuentes, combina intriga, suspense, tensión, grandes dosis de humor y un desenlace sorprendente que deja al espectador boquiabierto y que, aunque se conozca la conclusión, no deja de disfrutarse por igual en posteriores visionados.

Pero la riqueza del film no se agota en la forma o en su competente manejo de una historia complicada que logra exponer de manera que parezca fácil y lineal. Al contrario, el verdadero tesoro de la cinta se encuentra en la naturaleza de unos personajes completamente alejados de maniqueísmos, de etiquetas, de fáciles encasillamientos, tanto en su construcción como en la percepción que de ellos tiene el espectador. Porque los personajes presuntamente positivos, los timadores profesionales, que se nos vuelven simpáticos y portadores de una idea de justicia particular con la que nos identificamos, son eso, estafadores, gente que roba el dinero, generalmente no a quien lo gana de manera fraudulenta, sino a quien lo obtiene con mucho esfuerzo y sudor. Su colocación en el “lado bueno” es meramente circunstancial, y en ningún momento olvidamos lo que son y a qué se dedican. Por otro lado, la policía, encarnada en el inspector Snyder, tampoco es un consuelo, ya que recurre a la extorsión y a la violencia como forma de ganarse los cuartos, aunque ante el mayor gángster de la ciudad se envuelva en la piel de cordero que su respetabilidad profesional debería haberle proporcionado. Y, lo más llamativo de todo, el cruel y despiadado cabecilla de una red de crimen organizado nos parece desvalido, invoca nuestra compasión cuando, desplumado, lo vemos alejarse maltrecho de su cojera por un callejón, huyendo del lugar del crimen.

Una vez tirado el anzuelo en el tren, la película discurre de forma agradable, en forma de capítulos presentados de manera bellamente artesanal (esos créditos meticulosamente dibujados y presentados, cuyo título avanza ya el contenido de cada fase de la película) y acompañados por la inolvidable melodía de piano de Scott Joplin, por los diversos vericuetos de una narración lleva de curvas, equívocos y sorpresas que, al contrario de lo que ocurre en buena parte del cine que posteriormente ha seguido esta senda, no oculta datos al espectador, no se camufla, no miente, no utiliza las trampas de guión o una interpretación interesada del mismo, sino que juega a inducir, a sugerir, a invitar a que el público se interne por un camino que resulta ser erróneo, en una construcción que adapta sabiamente, pero sin mentir, el concepto de trampa en una partida de cartas pero, a través de un cierre magistral, no para perder, sino para ganar merced a un magnífico entretenimiento, de factura visual impecable, de escenografía sencillamente perfecta, y que proporciona una diversión impagable a lo largo de sus cortos ciento treinta minutos. Un gozo absoluto del que, por si hay alguien que tiene la suerte de no haberla visto todavía, no podemos contar más, éxito de taquilla en su día, que prueba que el público, cuando se le trata con respeto, cuando se piensa en él y no en su dinero, no es tonto. Y es que los actuales productores a veces parecen herederos directos de unos personajes que hacen de la trampa y de la estafa su oficio, pero que, lejos de la sutileza y de la construcción de la obra de arte que es un timo, proclaman su condición de estafadores en su publicidad. La inteligencia, el respeto del espectador por sí mismo está en aceptar ser estafado o no, sin recurrir a la coartada del entretenimiento (confundiéndolo por lo común con el pasatiempo) para justificar su elección si su vocación es dejarse timar.

Post realizado con la colaboración de pokerlistings, una de las mejores páginas de poker online

29 comentarios sobre “Cine en serie – El golpe

  1. Sí. A uno le conmueve saber que la comunión entre lo comercial y lo bueno, ni es pecado, ni tampoco es imposible.
    Esta maravilla, esta genialidad, esta obra virtuosa, es un certero ejemplo de que los expectacodres no es que seamos tontos, sino que, a lo sumo, somos vagos de cojones.
    Una de esas películas inmortales a las que se ha de recurrir de tanto en cuanto para engranar la maquinaria pensante, en estos tiempos en los que no sólo la lluvia hacen porque se oxiden los ingeniso más precisos.

  2. Hay diferencias, desde luego, entre mirar una pantalla y disfrutar de una buena película… Sin duda la apunto… Buen post.
    Besos

  3. El golpe es magnífica, película-juego, película ingenio. Desde el primer momento que suena su música quedo irremediablemente atrapada y pegada a la pantalla. Además es la oportunidad de ver una de las parejas con más química cinematográfica, Paul Newman y Robert Redford y una ristra de impagables secundarios.
    Su guión es redondo, ingenioso y por tanto inteligente, el espectador juega al igual que los personajes y se entretiene ante un juego bien construido sin piezas sueltas. El golpe es película redonda que permite análisis muy interesantes (como el texto de este buen post), mirando sus entrañas es maquinaria perfecta, y la manera de contar de Hill un deleite.
    Para mí las películas-juego, películas-ingenio casi podrían ser un género, así de pronto me vienen a la cabeza La huella, Nueve reinas o La estrategia del caracol…
    Besos y gracias
    Hildy

  4. Pues sí, amigo Raúl, un oasis en el desierto. El público es vago, sí, pero quienes hacen cine hoy en día no sé si tienen esa excusa…

    O quizá precisamente, Roberto, porque te lo sabes…

    Gracias, Ana. ¡¡No me digas que no la has visto nunca!! Pues te lo vas a pasar en grande, ya lo verás.
    Besos

    Alguna más hay por ahí, pero esas vienen a ser las mejores. Una bendición: autores inteligentes, interpretaciones soberbias en busca de un público cómplice. Hoy eso ya no se lleva.
    Besos.

  5. Si no la que más, una de mis favoritas. Es redonda, genial… vamos no se puede decir nada que no hayas dicho ya.
    Y esa banda sonora… no puedo evitar tararear esa canción.

  6. Hoy le ha tocado el turno a una de mis joyas preferidas de la corona cinematográfica. Me encanta «El golpe», no sé cuántas veces la he visto. Recuerdo que la primera vez que la vi me llamó la atención la cantidad de carreras de velocidad que lleva a cabo Robert Redford en las primeras escenas de la película. Después, la banda sonora y la canción «The entertainer» de Joplin fue mi banda sonora vital durante mucho tiempo, esa que me hacía sentirme en la década del ragtime en pleno siglo XX. Maravillosa partitura. Me ha gustado mucho la forma en que has definido la escena memorable de la partida en el tren. Es increíble el intercambio rápido de planos. En cuanto a Snyder, hay pocos personajes en la historia del cine que me hayan caído peor. Para terminar, el prodigioso final uno de mis preferidos sin duda alguna. Un análisis excelente, Alfredo. Todo un regalo.

  7. La partida de póker, amigo Marcos, es uno de los momentos más memorables que recuerdo haber visto de chaval. Una verdadera maravilla que te deja patidifuso, preludio de lo que vendrá después. Esa es otra característica de la película: no miente, te va advirtiendo de que va a llegar donde llega.
    Gracias. Un abrazo.

  8. ahora poker, Alfredo, otro de mis grandes amores…Si no hubiera nacido tan racional y controlado (nadie lo cree pero así es) estaría pegado a una silla jugándolo. A veces olvido que me divertía tanto como bailar… y eso es mucho decir.
    Preciosa película que no he vuelto a ver. «Butch y Sundance», una pareja de cine.

  9. No sé si estoy muy de acuerdo contigo en eso que aseguras tan categóricamente en relación a la duración de la película, porque yo siempre he pensado que no alcanzaba más allá de la hora y cuarto… 😉

    Magnífica reseña, Alfredo, con un prólogo que suscribo al cien por cien: parece que sí que tenías ganas de poner los puntos sobre las íes… 😉

    Para mí, lo mejor de esta gran película, imperdible, es el conjunto de secundarios que dan empaque y consistencia a toda la trama: no hay ni uno que flaquee y creo que, sin ellos, no sería igual, como tampoco lo sería sin la estupendísima recreación de la época que fue uno de los aspectos que más comentarios se llevaba del afortunado público que la vió en pantalla grande, grande, grande… como yo…. 😉

    Y esa partida de póquer, que es la que te ha traído la ocasión, una de las más divertidas que he visto en cine: el pobre Shaw se luce sobremanera como jugador.

    Saludos.

  10. Me que quedado más ancho (y mira que lo soy) que largo (que lo soy todavía más), sí. El plantel que comentas es inigualable, y están de un solvente que asustan.
    Envidia me das, of course, de haber visto todas estas cosas en pantalla grande. Yo las he descubierto casi todas en tele y son muy poquitas las que he podido revisitar en pantallón.
    Saludos.

    Esa la tenemos pendiente, Pepe, saldrá por aquí tarde o temprano. Serie B, puro entretenimiento, pero muy divertida e interesante.

  11. Excelente reseña para una gran película.Una película en estado de gracia.Ambientación.Música.Dirección.Interpretación.Montaje.Escenificación.Guión.Actores secundarios entrañables y mágicos.Lo mismo puedo decir de Dos hombres y un destino.Aprovechando el filón de la pareja y su enorme éxito volvieron a encontrarse de nuevo con el mismo director y todos lo recibimos con gran placer.No se volverá nunca más, en la historia del cine,dichos encuentros.Ojalá hubieran seguido hacieno películas.
    No sabría decirte cuál es mi escena favorita,pero a mí me gusta mucho la escena que has elegido para la imagen.Newman jugando al póker con el temible y gran actorazo Robert Shaw.También me gusta el encuentro entre Newman y Redford,el primero con una resaca de cojones y el futuro amigo sentado en el váter muy achulado.
    Scott Joplin fue un gran pianista totalmente olvidado y de cuyo reconocimiento mundial fue debido a este filme,ya digo,una gran obra maestra.

    Un fuerte abrazo.

  12. Gracias, amigo. El momento borrachera de Newman es en efecto colosal, roncando como un gorrino en el suelo bajo la cama, con la nariz achatada contra la pared… Pocas veces el apelativo «obra maestra» viene tan al pelo como en este caso. Y además tratándose de una película de entretenimiento vale por dos.
    Abrazos.

  13. Esta es una de las películas que me he puesto más de dos, tres y cuatro veces sólo por deleitarme con los cambios de planos, tan oportunos como necesarios en la trama.

    Abrazos.

  14. De visión periódica obligada, aunque sea para buscar fallos, pifias, que pueda haber trampa en el guión o algo que adelante lo que va a ocurrir, aunque uno sabe que eso no va a pasar.
    Un abrazo.

  15. Tremendo cine, Alberto, para analizar: ¿cómo es posible que descansando toda la importancia del guión en un final sorprendente apetezca verla siempre y siempre sea igual de efectiva? Pocos consiguen eso.

  16. Cada vez que la reponen en televisión vuelvo a quedarme enganchada a ella. Me sella a la butaca como si con superglue se tratara, tal es su poder, no sólo para divertir sino para contar cómo funciona el mundo desde el prisma más gozoso que existe: el divertimento. Un teatro dentro de otro teatro, como si fuese una matrioshka.
    Ahora que la he vuelto a ver, por enésima vez (posiblemente sea una de las películas que más veces he visto gracias a sus sucesivas emisiones), me he fijado en un par de detalles que antes se me habían pasado por alto. El primero corresponde a la camarera que se acuesta con el personaje de Robert Redford y que, después, intenta liquidarle. Dentro del contexto y el propio guión, lo veo cogido con pinzas e inverosímil. Entiendo, como mujer, el querer acostarse con un hombre así (y qué mujer no, jajaja) pero, para efectos de guión, lo veo absurdo teniendo en cuenta su rol.
    Por otra parte, la elección de casting es prácticamente perfecta a excepción de las dos actrices. No digo que estén mal, ni mucho menos, pero como compañeras de esos dos Adonis no me pegan. Yo hubiese escogido a unas actrices más cinematográficas. No sé, tal vez, Jane Fonda y alguna otra del estilo y no por una cuestión de belleza sino por química con sus respectivos compañeros. Pero bueno, no dejan de ser detalles menores.

    Un último apunte, éste ya totalmente personal: el personaje de Robert Shaw (un actorazo que, para mi gusto, cada vez que aparece en escena eclipsa a los protagonistas y cuya manera de mirar hace que sienta como si me desnudase con la mirada – casi con con la misma intensidad que Lee Marvin y Oliver Reed, jolín, me van los hombres que chorrean testosterona, jajaja -), con su aversión hacia las mujeres manifestado en un momento del film da pie a su más que posible, si no segura, homosexualidad. Ello me lleva a pensar en otro villano del que Lang, subrepticiamente, parece indicar su posible naturaleza homosexual: el Mike Lagana de «Los sobornados».
    Hay algo más de Shaw que me encandila y es su faceta como escritor y dramaturgo. Un hombre con presencia y cerebro. Una combinación irresistible.

    Besos y felices vacaciones querido Alfredo.

  17. Quería decir que esta película no sólo sirve como entretenimiento sino también como divertimento. Al releer, no me he dado cuenta y he repetido lo mismo.

  18. Jajajaja… Ay, la testosterona… Evidentemente, a mí no me pasa, jajajajaja… Me encantan todos, pero por motivos distintos… Soy fan, especialmente, de Lee Marvin. Un grande de verdad.

    Efectivamente, Robert Shaw es un grandísimo actor, siempre ligado a personajes masculinos muy potentes, de gran presencia y peso en pantalla. Más allá de Tiburón, que parece ser el papel en que se ha quedado relegado para la mayor parte del público, yo siempre recuerdo su decisiva contribución a la que, para mí, sigue siendo la mejor película de la saga de James Bond, precisamente, entre otros detalles, porque sale él, y que es la segunda, Desde Rusia con amor (1964). Por guion, por ir al grano, por algunos de los nombres que intervienen (Pedro Armendáriz, Lotte Lenya, y por supuesto, Shaw), pese a sus inevitables carencias (hablamos de Bond y de Terence Young en la dirección), es todavía hoy la mejor, de largo.

    La homosexualidad, más o menos latente, en ciertos villanos es un tema a explorar. A veces no es tan latente (Joel Cairo en El sueño eterno, tan atildado él, y con esos pañuelos perfumados, o Messala, en Ben-Hur, en circunstancias que todos recordamos), pero en general, tal y como se concebía en aquella época, en cuanto a degeneración y perversión, a menudo suponía un extra en la configuración malvada de un personaje. Lo mismo en cuanto a ellas (Lotte Lenya, de nuevo, en la misma película, o la lesbiana que aparece en Roma, ciudad abierta, de Rossellini). Pero, en efecto, la cosa cambia, y las actitudes y a veces algunos diálogos, también.

    El golpe es un gozo absoluto, pero, si te fijas bien, evidentemente hay cosas que no tienen demasiado sentido. Quiero decir, que como en casi todo el cine de acción e intriga, pasan cosas que en la vida real, con la lógica cotidiana, no ocurrirían. Que un villano se ponga a hablar cuando tiene a tiro al «bueno» y le dé tiempo a este de encontrar el modo de salvarse, que un asesino no dispare en cuanto tiene ocasión… No se entiende salvo en la clave del género y a través del pacto de suspensión de la credibilidad que aceptamos en cuanto empiezan los créditos. Eso sí, como ocurre con otras grandes películas con «truco», tipo Testigo de cargo, o La huella, El golpe nunca engaña; obviamente, manipula, pero a diferencia de las películas «con sorpresa» de las que tanto se abusa hoy no pierde su sentido (como le ocurre a Sospechosos habituales), ni miente (como David Fincher) para llegar a su conclusión sorpresiva y asombrosa. En cuanto a las actrices… No sé, yo es que soy mucho de Eileen Brenan. Me encanta en esa película. Piensa, en todo caso, lo difícil que sería introducir una actriz con más nombre en papeles tan secundarios. Aunque, hablando de desnudar con la mirada y esas cosas, se me ocurren unos cuantos nombre femeninos que… Y hasta aquí puedo leer…

    Muchos besos, y feliz descanso, querida Miriam.

  19. Se podría hacer una tesis al respecto. Yo me estoy acordando ahora del lesbianismo del personaje de Anouk Aimeé en Sodoma y Gomorra y la ambigüedad sexual del poderoso personaje que compone un extraordinario Dirk Bogarde en El sirviente (ay! otro actor que me pone…. bufff, qué morbo). Siempre he pensado que este actor hubiese sido (para mí, claro) el prototipo perfecto para encarnar al conde Drácula, tiene misterio, elegancia, perversión y morbo. Reúne como pocos todos esis rasgos en un perfecto equilibrio y una mirada penetrante que…. En fin, voy a dejarlo por hoy que todavía es de mañana…, jejeje.

    Besos!

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