Esta remojada versión del capitán Pescanova de la foto permite al menos escapar del espantoso (des)peinado que Nicolas Cage luce en este vomitivo e inexplicablemente estrenado engendro cinematográfico en el que muestra durante más de dos horas interminablemente tediosas, angustiosas y repelentes su cara de «asomado permanente» ante todo lo que le acontece. Actor de una única cara durante toda la película, comparte con el espectador su pasmo por la vaciedad y estupidez, de tintes en última instancia religiosos, a los que asiste durante todo el metraje, un sinsentido de acontecimientos sin lógica, explicación o finalidad alguna más allá de convertirse en vehículo propagandístico de un mensaje de vidas ultraterrenas que la religión lleva vendiendo durante un par de milenios sin que nadie, ni ellos mismos, haya terminado de creérselo de verdad.
En 1959, durante la inauguración de un nuevo colegio (que se inaugura después de entrar en uso, por lo visto), una profesora pide a los niños que realicen un dibujo que introducir en una cápsula del tiempo que, enterrada en la entrada del edificio bajo una placa conmemorativa, será abierta cincuenta años más tarde. Sin embargo, Lucinda, una niña tímida, callada, misteriosa, que además de parecer un cadáver se comporta de manera extraña y parece ver visiones de seres que nadie más ve, inducida por el rumor de unas voces que escucha en su mente, se limita a llenar una página en blanco con una secuencia de números aparentemente sin significado. Cincuenta años más tarde, el sobre que contiene su secuencia numérica es entregado a Caleb, el hijo de un profesor de astronomía del Instituto Tecnológico de Massachussets cuya esposa falleció poco tiempo atrás en el incendio de un hotel y que descubre en esos números un patrón de lo más inquietante: los números aparentemente alineados por capricho responden sin embargo a una lógica interna; indican la longitud y la latitud, la fecha y el número de víctimas de distintas catástrofes ocurridas en el planeta desde 1959 hasta la actualidad (de 2009). Y lo que es peor: dos de las fechas todavía no han tenido lugar, por lo que se avecinan dos piñazos de aúpa… Por supuesto, ni él ni el amigo del Instituto que intenta emparejarlo con alguna prójima se lo creen, pero los hechos, el primer accidente (que casualmente ocurre en la carretera de camino a su casa) de los anunciados, le hace convencerse de su loca teoría. Lo que pasa es que, tatatachááááán, el último accidente no es ni más ni menos que el fin del mundo, y claro, el tío se preocupa. Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Señales del futuro»