Impacto súbito, de 1983, dirigida por Clint Eastwood, es otra de las flojas secuelas de la serie que siguieron al gran éxito de Don Siegel Harry el sucio (1971), basado a su vez en la historia real del asesino del zodiaco que luego adaptaría David Fincher en Zodiac. En esta continuación, cualquier atisbo de inteligencia, profundidad o agudeza en el retrato de la decadente vuelta a la realidad de los setenta y ochenta tras la época del flower-power de San Francisco y todo rastro de intringa y suspense es sustituido por un guión ridículo cuyo único vehículo es la violencia y la necesidad de dotar de trabajo a la por entonces pareja de Eastwood, la mediocre (en todos los aspectos) Sondra Locke. Sin embargo, esta escena del ascensor resume el espíritu de un personaje que, junto a sus héroes del western, ha convertido al actor Clint Eastwood en un icono cinematográfico imperecedero.
Mes: marzo 2011
Diálogos de celuloide – El hombre del brazo de oro
MOLLY: ¿Te cuesta mucho?
FRANKIE: No tienes idea.
MOLLY: ¿Por qué has empezado de nuevo?
FRANKIE: Primero tendría que saber por qué empecé. Supongo que fue por simple curiosidad. Louie me dio la primera dosis gratis. Pensé que podría tomarlo y dejarlo, y lo tomé; y después cada vez más… Un día que Louie no estaba me volví loco buscándolo; me encontraba mal, realmente mal. En toda mi vida me había encontrado tan mal. Comprendí que estaba enganchado, sentía como un peso tremendo sobre mi espalda. La única forma de poder soportarlo era inyectándome otra dosis.
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LOUIE: ¿Nervioso? ¿A qué esperas?
FRANKIE: No me hables de eso, no quiero ni oírlo.
LOUIE: Sí, ya lo sé. Una vez tuve un vicio. No: los dulces, los caramelos; comía demasiados. Cuando entré en el ejército me encontraron azúcar en la sangre. Mi vida peligraba si no renunciaba a los caramelos. Humm, renuncié a los caramelos.
FRANKIE: No sabes cuánto lo lamento. ¡Qué tragedia…!
LOUIE: Lo fue. Sentí durante mucho tiempo una sensación de vacío. Pero eso no tengo que explicártelo.
FRANKIE: ¡Pues no lo hagas!
LOUIE: Quiero decir que esa obsesión ocupa completamente el cerebro y no te deja pensar en nada.
FRANKIE: Eres una fuente de sabiduría, ¿eh?
LOUIE: ¿Sabes lo que hice? Me dije a mí mismo: «Está bien, renunciaré a los dulces, pero no empezaré hasta mañana. Por ser la última vez voy a darme un atracón con todos los dulces que pueda». ¡Me compré ocho dólares de dulces y los llevé a mi habitación! ¡Me pasé toda la noche comiéndolos…! Sudaba, los devolvía, pero seguía comiendo. Desde entonces, cuando tengo ganas de comerme uno, pienso: «No te quejes, amigo; hubo una vez que disfrutaste». ¿Me comprendes?
The man with the golden arm. Otto Preminger (1955).
La tienda de los horrores – Peggy Sue se casó
Pues nada, ya tenemos otra vez por aquí al amigo Nicolas Cage…
Cuando Francis Coppola (se recuerda que el Ford de sus apellidos es un postizo) se sumerge en proyectos de encargo, en películas que no surgen de apetencias personales que consigan enajenarle hasta el punto de poner en riesgo todo su equilibrio vital, el grado de excelencia que logra en sus trabajos decae bastante, incluso desaparece; tanto, que resulta imposible descubrir en el resultado final nada que recuerde al director de la trilogía de El Padrino o de esa magnífica epopeya del lado oscuro que es Apocalypse now. Uno de los más bochornosos episodios de esta disolución en la nada más absoluta es la presunta comedia romántica Peggy Sue se casó (1986), una especie de Regreso al futuro sin cachivaches tecnológicos, sin abordar la cuestión de las consecuencias de la manipulación del pasado y sus efectos futuros, sin gags a recordar, y también más preocupada de azucararlo todo que de soltar de vez en cuando, como hace la película de Zemeckis, algún que otro dardo de mala baba. Y, desde luego, sin nada de ingenio.
La catástrofe se ve venir nada más comenzar: Peggy Sue (Kathleen Turner, esforzadísima en sacar petróleo de un personaje profundamente estúpido) y su hija (Helen Hunt) se preparan para asistir al vigesimoquinto aniversario de graduación del instituto de la primera, una ocasión gracias a la cual espera reponerse por un rato del desánimo que la invade desde que se separó de su marido (Nicolas Cage, simplemente horrendo, que debe su papel a ser sobrino del director). Las dos, en plan moñas, ocupan el rato en embuchar a la madre en el mismo vestido que llevó, todo con mucho besuqueo, mucha gilipuertez almibarada, mucho «te quiero», «felicidad» arriba y abajo, y demás pijotadas. Cuando llegan allí, el aliciente consiste en reencontrarse con los viejos compañeros de curso y contarse cómo les han ido sus respectivas vidas, a la par que recuperar aquellos romances de pasillo y fiestas de fin de curso (o escandalizarse de cómo fue uno capaz de aquello). Por supuesto, el atontado de Cage aparece, y también el típico graciosete mamarracho de todas estas películas, que encarna un Jim Carrey que ya apuntaba maneras diciendo tonterías y bobadas supuestamente graciosas, gesticulando y articulando poses de absoluto ceporro sin gracia, como si su cerebro se hubiera quedado veinticinco años atrás. Como la idiotez está incompleta, es preciso culminarla eligiendo a los reyes del baile (recordemos, veinticinco años después se supone que ya son adultos) y, por supuesto, eligen a la recauchutada Peggy (imposible evitar paralelismos con la cerdita Piggy de los teleñecos…); a ésta, en vez de ponerse como una moto como Sissy Spacek en Carrie y bañarlos a todos en morcilla, le da un jamacuco de la emoción y se desmaya en el escenario. Cuando despierta, en plan Rip Van Winkle (sobre el que Coppola dirigió un programa televisivo al año siguiente), se da cuenta de que amanece veinticinco años atrás, y que todos sus compañeros de instituto, su familia, su ciudad, han regresado al pasado con ella.
Vaaale. Y entonces, ¿qué pasa? Pues que Peggy no para de abrazarse a los seres queridos que perdió y a los que recupera más jóvenes, revive antiguos momentos, dispone de nuevas oportunidades y, sobre todo, se encuentra en encrucijadas en las que ahora puede escoger otro camino al elegido en su día… Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Peggy Sue se casó»
Diálogos de celuloide – Vivir
Con Japón en el pensamiento.
– Tengo aquí unos cincuenta mil yenes. Quisiera gastarlos de una sola vez en algo divertido. Me avergüenzo de admitirlo, pero no sé cómo hacerlo.
– ¿Usted quiere que yo le enseñe?
– Sí. Sé que es una petición muy indiscreta. Pero es un dinero que he ahorrado durante años…; quiero decir que ya no me importa tenerlo o…, o…
– Le entiendo; pero, por favor, guarde ese dinero. Esta noche lo invito yo (…). En efecto, es verdad que la desgracia tiene otro lado bueno. La desgracia enseña al hombre la verdad. El cáncer le abrió a usted los ojos hacia la vida. Los hombres son frívolos, ellos se dan cuenta de qué bella es la vida sólo cuando se enfrentan a la muerte. Además, esos hombres son pocos; los peores mueren sin saber lo que es la vida. Es usted un hombre maravilloso, está usted rebelándose contra eso; me ha impresionado su espíritu de rebeldía. Su vida hasta ahora ha sido la de un esclavo. Ahora está intentando convertirse en su amo. Gozar de la vida es el deber del hombre; malgastar la vida concebida es una profanación contra Dios. El hombre debe ser codicioso en vivir. La codicia es considerada como un vicio, pero esa filosofía ya es anticuada: la codicia es virtud; especialmente aquella que sirve para gozar de la vida. Vámonos, vamos a recuperar su vida malgastada. Yo con mucho gusto interpretaré para usted el papel de Mefistófeles, el papel de un buen Mefistófeles que no demanda la recompensa.
Ikiru. Akira Kurosawa (1952).
In memoriam – Elizabeth Taylor
Diario Aragonés – Cisne negro
Título original: Black swan
Año: 2010
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: Darren Aronofsky
Guión: John McLaughlin y Mark Heyman
Música: Clint Mansell
Fotografía: Matthew Libatique
Reparto: Natalie Portman, Mila Kunis, Vincent Cassel, Winona Ryder, Barbara Hershey, Christopher Gartin, Sebastian Stan
Duración: 103 minutos
Sinopsis: La joven Nina es escogida como figura principal de un importante ballet de Nueva York. A medida que se acerca el estreno de El lago de los cisnes, sin embargo, mientras crecen sus inseguridades y temores, también lo hace su rivalidad con su compañera Lily. La tensión y los nervios sumen a Nina en el agotamiento y en una confusión mental que termina mezclando en su cabeza realidad e ilusión.
Comentario: Tras la austeridad narrativa y la profundidad humana de El luchador (The wrestler, 2008), Darren Aronofsky vuelve por donde solía. En Cisne negro, despliega el enorme potencial de su innegable imaginación visual al servicio de un cóctel que por un lado hereda ciertos lugares comunes de los melodramas situados en los entresijos de los escenarios, y por otro recoge ecos del thriller psicológico en la línea, por ejemplo, de Roman Polanski. El conjunto viene aderezado por una apabullante estética, tan sombría y siniestra como poseedora de una notable carga erótica, y por el gusto de Aronofsky por el mundo de la alucinación vinculado al trastorno mental de los personajes y a su psicosomática plasmación en cambios físicos o lesiones, como ya hiciera en Pi (Pi: faith in Caos, 1998) o en la celebrada Réquiem por un sueño (Requiem for a dream, 2000). Todo ello como vehículo de un guión que, como mayor acierto, consigue encadenar simbólicamente la trama principal de la película con el libreto de la insigne partitura de Tchaikovsky y el antagonismo entre el cisne blanco y su rival negro [continuar leyendo].
Música para una banda sonora vital – El último mohicano
La música compuesta por Randy Edelman y Trevor Jones para El último mohicano, dirigida por Michael Mann en 1992, tercera adaptación a la pantalla de la novela de James Fenimore Cooper (tras las de 1920 y 1036), se convirtió casi instantáneamente en un clásico de las bandas sonoras, omnipresente en recopilatorios, sintonías televisivas o radiofónicas, vídeos, montajes, performances y demás. Quizá los temas más conocidos no sean, sin embargo, los más bellos de una adaptación cinematográfica repleta de «licencias narrativas», que apuesta por la espectacularidad de una historia de aventura en el marco de unos hermosísimos parajes naturales por encima del desarrollo de los personajes.
Cine en fotos – Perdición
Aprovechamos esta fotografía del final alternativo de Perdición desechado en última instancia por Billy Wilder para invitar a nuestros queridos escalones a una nueva sesión del ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores en colaboración con la FNAC Zaragoza-Plaza de España.
En esta ocasión se proyectará la obra maestra Perdición (Double indemnity, Billy Wilder, 1944), cumbre del cine negro basada en la novela de James M. Cain, con guión de Raymond Chandler y fotografía de John F. Seitz, que marcaron las principales notas narrativas y estéticas del género. Una de las mejores películas de todos los tiempos que para, por ejemplo, Woody Allen, constituye la mejor cinta rodada jamás.
II Ciclo Libros Filmados, organizado por la Asociación Aragonesa de Escritores y FNAC Zaragoza-Plaza de España.
2ª Sesión, martes 22 de marzo de 2011: Perdición, de Billy Wilder (1944)
– 18:00 horas: proyección (duración aproximada, 106 minutos)
– en torno a las 20:00 horas: coloquio con Miguel Ángel Yusta, Estela Alcay y un servidor
Cine en fotos – Fellini por Fellini
Por eso admiro tan viva, calurosa y fervientemente a un autor como, por ejemplo, Ingmar Bergman. He aquí realmente una persona muy dotada, un auténtico autor, un verdadero hombre del espectáculo. Bergman es sin duda el ejemplo vivo de lo que entiendo por espectáculo, es decir, que demuestra que en arte todos los medios son válidos. Sólo he visto dos películas suyas: Fresas salvajes y El rostro. Sin embargo, El rostro me produjo una especie de tristeza, pues es una historia que yo había escrito hace cuatro o cinco años, y que quería hacer aunque con un clima totalmente diferente. Él es nórdico y yo mediterráneo, latino, pero el tema era exactamente el mismo. ¿Pero qué quería decir yo? ¡Ah! Ya. Quería decir que la forma narrativa de Bergman, la riqueza de su temperamento y sobre todo su manera de expresarse, es exactamente la que, a mi modo de ver, conviene a un hombre del espectáculo, es decir, una mezcla de mago y prestidigitador, de profeta y de payaso, de vendedor de corbatas y sacerdote predicando. Esto es lo que debe ser un hombre de espectáculo.
(Federico Fellini en Fellini por Fellini. Fundamentos, 1998).
Diario Aragonés: The fighter
Título original: The fighter
Año: 2010
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: David O. Russell
Guión: Scott Silver, Paul Tamasy y Eric Johnson
Música: Michael Brook
Fotografía: Hoyte Van Hoytema
Reparto: Mark Wahlberg, Christian Bale, Melissa Leo, Amy Adams, Robert Wahlberg, Jenna Lamia, Jack McGee
Duración: 115 minutos
Sinopsis: Historia real de los hermanastros Dicky Eklund y Micky Ward. El primero es una vieja gloria local del boxeo que peleó una vez contra Sugar Ray Robinson. El segundo intenta que la decadente vida de Dicky, sumido en la delincuencia y las drogas, y los egoísmos de su madre y hermanas no le perjudiquen en su propia carrera como boxeador. Junto a Dicky y el resto de su familia y amigos, y de la mano de su novia Charlene, Micky alcanzará el reconocimiento mundial a mediados de los ochenta gracias a sus memorables combates con Arturo Gotti.
Comentario: A estas alturas es muy complicado que una película situada en el mundillo del boxeo resulte innovadora, que logre eludir lugares comunes, tópicos y caracteres convertidos en clichés: una vida difícil, una oportunidad de salir de un barrio deprimido, el entorno de violencia y delincuencia, las relaciones con el entrenador, el antagonismo entre la vida sentimental y la profesional, la gloria y la decadencia… The fighter no lo consigue, aunque sí constituye el mayor acierto de David O. Russell hasta la fecha. El director apuesta por los entresijos de la vida personal del futuro campeón Micky Ward (Mark Wahlberg, más solvente de lo habitual) y de sus complicadas relaciones con su hermanastro Dicky (sobresaliente Christian Bale), su madre (espléndida Melissa Leo), su novia Charlene (Amy Adams), sus siete hermanas, ayudantes, preparadores físicos, etc., por delante de la presunta épica y brutal espectacularidad del boxeo, acercándose más al deprimente mundo de El luchador (The wrestler, Darren Aronofsky, 2008) –de hecho Aronofsky es productor ejecutivo de The fighter– que a los retratos de ascenso y caída de Kirk Douglas en El ídolo de barro (Champion, Mark Robson, 1949) o de Robert De Niro-Jake LaMotta en Toro Salvaje (Raging Bull, Martin Scorsese, 1980) [continuar leyendo]