La aventura con mayúsculas – El capitán Blood

Barcos cañoneándose, aceros refulgentes que se cruzan en la cubierta de un buque o en la arena de una playa paradisíaca, romance, un héroe al abordaje, una heroína tierna y sensible pero valiente y decidida, velas al viento, galeones desmoronándose, ciudades amuralladas que vomitan fuego sobre la bahía, marineros que trepan a lo alto de los mástiles, coraje, gallardía, oro, ron, sables y trabucos… La quintaesencia del cine de piratas resumido en apenas ciento catorce minutos de epopeya fílmica por las aguas del Caribe.

Puede decirse que fue el gran Michael Curtiz el principal responsable de que el australiano Errol Flynn haya pasado a la historia como el prototipo del héroe de acción del cine clásico: elegante, pendenciero, apuesto, bribón, irónico, mordaz, valiente, atlético, sonriente, despreocupado por el peligro, fenomenal amante y locuaz orador. Nunca a un protagonista le sentó tan bien el uniforme, la casaca, el sombrero de plumas o los leotardos con el peinado a lo galleta Príncipe. El mayor acierto para ambos, Curtiz y Flynn, vino gracias a la negativa del por entonces exitosísimo Robert Donat a introducirse en la piel de este médico irlandés que en los tiempos del rey Jacobo I de Inglaterra, en pleno siglo XVII, víctima de la injusticia de un rey despótico que le condena junto a los rebeldes por ejercer su oficio con uno de ellos, termina vendido como esclavo en la colonia de Jamaica. A partir de ahí, la relación con la hija de su comprador, la encantadora, refinada y sensible Olivia de Havilland, con la que Flynn compartiría cartel en otras películas, siempre consiguiendo que su particular química saltara al otro lado de la pantalla, que transcurre entre la insolencia, las continuas insinuaciones mutuas y las pullas a medio camino entre lo irónico y lo procaz, deriva prontamente en la evasión aprovechando un ataque español a la plaza, la toma del buque agresor y su conversión en una factoría pirata de enorme éxito, sin mirar la bandera el enemigo y, finalmente, en una pésima asociación con un filibustero francés (imponente Basil Rathbone), que finalizará cuando la rivalidad por la bella resulte incompatible con el reparto de las riquezas materiales conquistadas. Pero, en suma, el honor, la lealtad, retornan al Capitán Blood a la senda de la legalidad, la honra y la felicidad convertido en gobernador, con la chica, el botín y un palacio en un Edén de arenas blancas y aguas turquesa.

El talento de Curtiz para el cine de aventuras no tiene parangón. Con un ritmo vibrante ya desde su inicio, en esa Inglaterra retratada en penumbra bajo la amenaza terrible de un rey cruel y cobarde, en la que no hace ascos a emular escenarios más propios del cine soviético de Eisenstein (véase el principio, en el gabinete del doctor, con su perfil en sombra recortado sobre la pared débilmente iluminada por las velas) o a los cuadros nórdicos del cine de Dreyer (principalmente la secuencia del juicio, pero también algunos momentos en el interior del palacio del gobernador), la película desemboca prontamente en un torbellino de acción y aventuras, de arriesgadas fugas, ataques con el sable entre los dientes, borracheras colectivas en la isla de Tortuga, proas rompiendo las olas y velámenes captados a través del catalejo. Con un pulso que no decrece en ningún momento, Curtiz filma las singladuras en el océano embravecido (en algunos momentos consigue a través del leve balanceo de la cámara que retrata momentos a bordo que el espectador perciba sin darse cuenta la sensación del galeón flotando sobre las aguas), las escenas de combate y asalto, pero también conserva una sensibilidad muy especial para las distancias cortas, con Blood y su gente en el camarote o arengando a sus hombres en la cubierta o, especialmente, junto a su amada, incluso antes de que se den cuenta de que se aman. Igualmente, Curtiz registra con maestría lo que más adelante sería un momento clásico en muchas de las películas de Errol Flynn: los duelos a espada. Junto al mar, los pies sumergidos en la arena, Blood y su hasta entonces camarada de correrías francés luchan a muerte por el botín que ambos desean, el amor de la bella cautiva inglesa que el capitán ama desde que lo compró en la cuerda de esclavos, y con la que compartiría reparto en toda una serie de películas románticas, desde los mares al western, en las que ella ponía la belleza y la delicadeza y él el atractivo animal y resuelto de un portento sexual.

Además de la pericia de Curtiz para narrar una historia llena de acontecimientos y sucedidos (que deja a la saga de Piratas del Caribe a la altura de lo que es, una pura basura que más allá de la estética tiene que ver con el clásico cine de piratas como un huevo y una castaña), romántica, violenta, sensible, apabullante, grandiosa, sugestiva, vale la pena destacar la magnífica música, emotiva o monumental, según las necesidades de cada momento, de Erich Wolfgang Korngold. El conjunto logra superar así la excesiva dependencia verbal del texto de la obra de Rafael Sabatini (el mismo autor que Scaramouche, otro clásico de capa y espada llevado al cine con Stewart Granger enfundado en los leotardos) en la que se basa, también gracias al humor que aportan algunos de los miembros de la tripulación del capitán. Pero sobre todo la película es un tributo, ya en 1935, a la enorme figura de Errol Flynn, que se come con patatas no solamente a todos sus compañeros de reparto (aunque De Havilland y Rathbone siempre resulten unas presencias poderosas y la cinta esté plagada de esos fenomenales secundarios tan propios del cine clásico americano), sino prácticamente a todos los héroes del cine de aventuras que le han seguido, que a la larga no han sido otra cosa que imitaciones más o menos conseguidas de su particular carisma, su bravura y su capacidad para ironizar con su discurso y atrapar con sus cabriolas y fintas de esgrima. Gracias a El capitán Blood, Errol Flynn se convirtió de manera instantánea en el auténtico e inconfundible demonio de Tasmania.

14 comentarios sobre “La aventura con mayúsculas – El capitán Blood

  1. Me gustó mucho esta peli las tres veces que la vi.Estupendo ,como siempre,como la explicas.Solo he visto la primera de «Piratas del Caribe» y desde luego no he repetido.
    Saludicos.

    1. Bien por ti, Carmen. «Piratas del Caribe» es una mierda pinchada en un palo, principalmente porque nace de una vocación de estafa difícilmente asumible. Pura forma (cuya calidad es más que discutible) y un fondo vendido a una atracción de feria marca Disney y a la omnipresente estupidez de monstruitos y fantasmas. Una imbecilidad que nada tiene que ver con el espíritu aventurero.
      Saludos.

  2. De hecho, Flynn es Blood y Blood es Flynn, para mi y para, supongo, todos aquellos que una vez soñamos con encaramarnos a la cofa del palo mayor has divisar al adversario, con abarloar nuestro barco al lado del de nuestros enemigo para poder abordarlo, o con conseguir, después de no pocas bajas en nuestras filas, hacer estallar, por fin, su Santa Bárbara.

  3. Curtiz solía dar unas espadas afiladas de verdad y los actores se quejaban.A veces,incluso se hacían cortes sangrantes y seguía rodando.Él quería sangre de verdad.Después,al finalizar la toma,los actores iban llorando hacia la asistenta de rodaje para que les pusieran una tirita,como si de niños se tratara.El concepto de la aventura en el cine por aquellos años era encantadora:El halcón y la flecha,por ejemplo,me sigue fascinando.Hoy me parece insoportable ver la saga de Piratas del Caribe.Me molesta ver cómo se las está ingeniando constantemente para hacer gracia,y yo no se la encuentro.
    Magnífico texto,Alfredo.Por cierto,tengo para esta noche una sesión de cine El hombre que quiso ser rey,de Huston.Aventura de verdad.Película que transmite rabiosamente el placer de narrar.
    Un abrazo desde la ciudad de zombis.

  4. Así es, Raúl, el cine como proyección de los juegos infantiles, o al revés. Hay tres papeles de Flynn, éste, el Robín de los bosques y el Custer de «Murieron con las botas puestas» que configuran al actor como una leyenda.

    Me consta, querido Francisco, que Flynn aprovechaba esos descansos para seguir repartiendo estocadas de otra clase… Era atlético para todo, qué le vamos a hacer. No sé qué hecho yo con mi vida…
    Posiblemente «El hombre que pudo reinar» es la última gran aventura filmada.
    Abrazos.

  5. ¡Bravo!¡Bravo!

    Siento en las venas de nuevo el brío de esta película que he visto varias veces y la última hace ya demasiado, porque siempre me encanta y emboba: me lleva a otro mundo soñado, sintiendo el aire marino en mis mejillas y el balanceo acompasado a la tormenta en mis pies.

    ¡Bravo! ¡Fantástica reseña.!

    Eso es cine con mayúsculas y tuve la gran suerte de vivir la infancia en época de frecuentes reestrenos, así que ví al Capitán Blood ¡dos veces! en el cine: una en el cole y otra en uno de aquellos festivales veraniegos que organizaban los cines en Barna para beneficio de futuros cinéfilos…. 😉

    Lo de los Piratas del Caribe ni siquiera me lo he planteado porque soy consciente que después de ver varias veces (y sin embargo pocas) la maravillosa forma de rodar Curtiz las peleas, nadie puede superarle por mucho ordenador que use. Nadie.

    Un abrazo.

  6. Muy bueno lo de «peinado a lo Galleta Príncipe» jejeje. Haces que recuerde de nuevo Robin Hood, también de Curtiz y en definitiva, cuando el cine de aventuras era tal y no el sucedáneo en el que se convirtió posteriormente. Yo todavía quedo asombrado de que Errol Flynn pudiera realizar esos saltos, esas escapadas, sin los efectos especiales con los que hoy nos saturarían al intentar siquiera emular la historia de Robion Hood, por ejemplo. Creo que El Capitán Blood la vi hace mucho tiempo porque mi infancia estuvo plagada del cine de Errol Flyyn y es que a mi abuela le encantaba este tipo. Un abrazo.

  7. Lo digo con pena… ¡¡¡la tengo super olvidada!!! Apenas la he visto más que en un recuerdo lejano. Así que con tu texto y los demás comentarios, tengo que poner solución y volver a verla que será como si fuera la primera vez que la ven mis ojos pues apenas tengo alguna escena en mente…

    Yo es que a Errol lo tengo más asociado a Robin Hood y a sus mallas verdes, gorro verde y pluma roja…

    Besos
    Hildy

  8. Barcos en mares exoticos. Espadas curvas, trabucos, cañones que escupen humo y por supuesto piratas. Digamos que si ademas esta Flynn…Pues cine en estado puro o que carjo esperaban…

  9. Gracias, Josep, cuánto me ha reconfortado tu nostálgico entusiasmo… Aquel cine tenía ángel. El público tenía hambre. Hoy reina la saturación de la «comida» rápida.
    Un abrazo.

    En realidad «Robín de los bosques» está codirigida por Curtiz junto a William Keighley. Pero da igual, porque Flynn reina en cada fotograma.
    Un abrazo.

    Pues nada, nada, Hildy, a verla pero ya… Es dejarse arrastrar a la épica, a la epopeya. Hoy las historias pueden parecer ingenuas, infantiles, pero poseen una magia que ningún actual perpetrador de pseudocine de piratas llegará a alcanzar jamás, y que, por el contrario, resulta todavía más infantil. Infantil y tonto.
    Besos

    Pues eso, Plared, cuando uno aguarda ver una película de piratas, es justo eso lo que espera. Cuando ve a un imbécil con cara de pulpo y a un tonto con maquillaje en los ojos, le dan ganas de pasarlos por la quilla.

    1. Pues no es ninguna tontería: el diseño y la ejecución de una escena de este calado (y pienso ahora, por ejemplo, en el duelo de Stewart Granger y Mel Ferrer en «Scaramouche») exigen tanto trabajo, preparación y despliegue técnico y humano como la más agotadora coreografía: semanas podía tardarse en rodar siquiera un breve intercambio de floretazos…

  10. Pues nada, compa Alfredo, solo me resta pedir lo, a estas alturas, obvio: una pasadita por tu tienda horribilis de la saga pirato-caribeña. A globo o por entregas, como más feliz te haga, que ya le decía Westley a Buttercup…

    Un fuerte abrazo y seguimos trasteando.

  11. Amigo Manuel, ya sabes que nada me gusta más que complaceros: el globo correspondiente lo publicamos nada menos que el 17 de abril de 2010…
    Adelantados a nuestro tiempo, no cabe duda.
    Abrazos.

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