Sintonía cinematográfica donde las haya, Sing, sing, sing, del gran clarinetista Benny Goodman, aparece innumerables veces citada o directamente sonando a lo largo de los últimos decenios de celuloide. Por no ceñirnos a Woody Allen una vez más cuando de jazz se trata, nos quedaremos con el periplo de Vanessa Paradis y Daniel Auteuil por la Costa Azul francesa en busca de un nuevo guardarropa para ella en La chica del puente, de Patrice Leconte.
Mes: octubre 2011
Mis escenas favoritas – You are the one (Una historia de entonces)
Siempre reivindicaremos aquí la figura de José Luis Garci, a pesar de la guasa que se gastan sobre él algunos indocumentados, y también aunque haya filmado Sangre de mayo…
Un fragmento de You are the one, una de sus películas «de películas», en la que deja constancia de nuevo de que este desgraciado y viejo país no ha cambiado tanto en setenta años, y en la que Juan Diego demuestra por qué es de lo mejorcito de la interpretación en España, a la altura de los más grandes de nuestra historia. Uno se lo pensará dos veces antes de presentarse por las buenas en el valle de Josafat…
Diario Aragonés – Somewhere
Título original: Somewhere
Año: 2010
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: Sofia Coppola
Guión: Sofia Coppola
Música: Phoenix
Fotografía: Harris Savides
Reparto: Stephen Dorff, Elle Fanning, Chris Pontius, Michelle Monaghan, Kristina Shannon, Karissa Shannon
Duración: 98 minutos
Sinopsis: La vacía vida de Johnny Marco, una estrella del cine de acción, sufre un vuelco cuando se presenta su hija de once años, fruto de un antiguo matrimonio fracasado. El tedio diario entre lujos materiales, compromisos promocionales y esporádicas aventuras con mujeres desconocidas se transforma para Johnny por un breve tiempo en algo parecido a una vida familiar afectuosa.
Comentario: En su última película, Sofia Coppola repite el exitoso esquema de Lost in translation, es decir, actor veterano ya de vuelta de todo, aburrido, perdido, desencantado (Stephen Dorff), y una presencia joven y refrescante que le obliga a plantearse la búsqueda de un punto desde el que empezar de nuevo (Elle Faning). La variante es que esta vez se trata de padre e hija, si bien resultado de un matrimonio fracasado.
Continuando con las similitudes, Somewhere posee igualmente el mismo tono frío, distante y carente de tensión empleado por Coppola en su mayor éxito crítico y de taquilla hasta la fecha. La directora adopta una perspectiva lejana, remota, aséptica, para presentar la decadencia de un actor devorado por la vaciedad de su trabajo en un cine sin alicientes. Giras de promoción, hoteles, ruedas de prensa, cócteles, eventos de sociedad, y una vida casera entre su lujosa casa y la conducción de su Ferrari, son las coordenadas por las que transcurre su día a día. Pocos diálogos, buena parte de ellos referidos a temas banales o a mero intercambio de monosílabos en cuestiones cotidianas o de trámite, localizaciones gélidas, sin personalidad, de mobiliario rutinario o escaso, un empleo mínimo de la música -aun haciendo gala del gusto de Sofia Coppola por la música independiente- y de la banda de sonido, y un ritmo cansino, entrecortado y uniforme, sin altibajos de argumento, sin clímax, sin un estallido de conflicto, sin acción o intensidad dramática alguna, son los medios que utiliza la cineasta para presentar una historia muy influida por cierta forma de contar cosas propia de los directores franceses de la nouvelle vague. Esta opción narrativa de Coppola puede interpretarse como un coherente ejercicio de estilo cuya finalidad sería hacer partícipe al espectador de estas mismas sensaciones del personaje, intentar que ese sentimiento de desorientación y hastío salte al otro lado de la pantalla y contagie al público. Posiblemente, el éxito de la directora en esta operación sea el primer responsable de que la película resulte hueca, lenta, sosa y poco interesante [continuar leyendo]
Diario Aragonés: Contagio
Título original: Contagion
Año: 2011
Nacionalidad: Estados Unidos
Dirección: Steven Soderbergh
Guión: Scott Z. Burns
Música: Cliff Martinez
Fotografía: Peter Andrews
Reparto: Matt Damon, Kate Winslet, Gwyneth Paltrow, Marion Cotillard, Jude Law, Laurence Fishburne, Bryan Cranston, Jennifer Ehle, Sanaa Lathan, Elliott Gould
Duración: 106 minutos
Sinopsis: Un virus de origen desconocido y que se propaga por el mero contacto se propaga por todo el mundo. Mientras distintas organizaciones de salud intentan combatirlo, su propagación se convierte en causa de erosión personal y social para los superviviente.
Comentario: La última película del irregular Steven Soderbergh ofrece pocos alicientes más que un vulgar telefilme de sobremesa. De hecho, apenas se diferencia de este tipo de subproductos tan queridos a algunas televisiones españolas en el presupuesto, visiblemente más amplio, y en dos de sus inmediatas consecuencias: las localizaciones del rodaje, repartidas por todo el mundo (de Hong Kong a Suiza, pasando por Londres, China y, obviamente, Estados Unidos), y las estrellas participantes, muchas de ellas primeras figuras del panorama de Hollywood (Kate Winslet, Matt Damon, Gwyneth Paltrow, Jude Law, Laurence Fishburne, Marion Cotillard) o ilustrísimos secundarios (Elliot Gould).
La película, construida a modo de thriller, pivota sobre los elementos propios de la crónica de acontecimientos salpicada de pequeñas dosis de drama y de técnicas documentales, y pretende ofrecer una visión global, a nivel técnico, humano y social, de lo que supone para el planeta la propagación de una pandemia de especial virulencia. Así, distintos extremos son retratados minuciosamente en la película, desde los primeros efectos del virus en personas concretas y en sus familiares (cuyas historias posteriores son presentadas de manera un tanto ociosa, innecesaria, y poco interesante, quizá por intentar equilibrar dramáticamente un argumento plagado de sucesos consecutivos presentados de forma casi periodística), hasta las primeras actuaciones a nivel administrativo, político y médico, para luchar contra el virus. Otros extremos no son apartados, analizándose igualmente el fenómeno del crecimiento de la psicosis colectiva, el negocio de las farmacéuticas con los ensayos clínicos y farmacológicos pertinentes, así como el comportamiento irresponsable de determinados medios de comunicación sensacionalistas respecto al tratamiento debido a las víctimas y en cuanto a la propagación de rumorología perjudicial para el mantenimiento del orden, de la calma y de la paz social. Del mismo modo, la película aborda la cuestión de la seguridad en un entorno consumido por la desesperación y la paranoia del fin del mundo [continuar leyendo]
La tienda de los horrores – Siete veces mujer
No cabe duda; la fotografía tiene que ilustrar necesariamente a los tres actores viendo su propia película…
Generalmente, las películas construidas a base de episodios o cortos no suelen funcionar. La variación de tonos, formas, tratamientos narrativos, por no hablar de los objetos de interés de las tramas, suelen proporcionar al conjunto altibajos de ritmo, lagunas de intensidad, pérdidas de pulso, cuando no ligereza o escasez en el retrato de personajes y situaciones. Cuando la cosa encima se hace con intención paródica o caricaturesca, la catástrofe suele estar asegurada. Es el caso de este inexplicable engendro, Siete veces mujer, de 1967.
Y lo más inexplicable es que sea así con la nómina de participantes en semejante zancocho: dirigida nada menos que por Vittorio De Sica, uno de los padres del neorrealismo italiano, autor de indiscutibles obras maestras, que en un momento dado de su carrera empezó a filmar morralla, comedias costumbristas de nivel ínfimo con el sexo edulcorado como vehículo para el lucimiento de carnalidades tipo Sophia Loren; escrita por el gran Cesare Zavattini, el mismo de quien Truman Capote decía que era el único guionista-creador con talla de verdadero artista en el mundo del cine, corresponsable junto a De Sica de películas inolvidables, pura Historia del Cine; interpretada por una inigualable nómina de célebres actores y actrices: Shirley MacLaine (en la cresta de la ola tras El apartamento o Irma la Dulce, aunque como cómica siempre ha resultado más que deficiente), Peter Sellers (sin comentarios), Vittorio Gassman (ídem), Michael Caine, Alan Arkin, Robert Morley… Y bellezas como Anita Ekberg, otra que tal tras La dolce vita, y Elsa Martinelli. ¿Qué es entonces lo que pudo fallar en un proyecto tan, a priori, solvente? Posiblemente la abundancia de productores (americanos, franceses e italianos) y la necesidad de rodar la película en inglés, con un reparto internacional y destinada a Hollywood; sacar de su medio natural a De Sica y Zavattini, e incluso a Gassman, no salió gratis.
La película, que no hay por dónde cogerla, fracasa en toda la línea. Como comedia resulta tediosa, fallida, ridícula, risible, sin que la sonrisa asome en ningún momento a la cara del espectador, que asiste con indignación creciente a una de las mayores decepciones imaginables en el campo del cine de humor. Construida en siete capítulos que en teoría hablan del adulterio desde el punto de vista de la mujer, o al menos con una mujer como protagonista, las situaciones carecen de gracia, de ingenio, de talento, el humor bufonesco es patético, los intérpretes se pierden en grandilocuencias forzadas (MacLaine) o en mímicas absurdas (Gassman, Sellers, perdidos en personajes absolutamente lamentables), los chistes son tontos, el humor no llega a explosionar, y uno asiste impávido, perplejo, a una sucesión de acontecimientos, a cual más torpemente hilvanado con el anterior, que no transmiten paradojas, mensajes, sarcasmos ni guiño alguno. La «gracia» está en que cada capítulo, todos protagonizados por MacLaine, reflejan a un estereotipo distinto de mujer, siguiendo los tópicos más vulgares de la recreación femenina por los ojos masculinos, primordialmente los que tienen tendencia al machismo más exacerbado. La secuencia del desastre, que elige París como escenario para el desaguisado, es la siguiente: Continuar leyendo «La tienda de los horrores – Siete veces mujer»
Cine en fotos – 39estaciones (de viaje entre el cine y la vida)
Historias de la radio – Ciudad de vida y muerte
Un tesoro del cine mudo: La muñeca, de Ernst Lubitsch
En plena efervescencia del expresionismo alemán, Ernst Lubitsch filmó una desternillante comedia, un mediometraje de apenas sesenta minutos, que permite viajar en el tiempo casi un siglo para carcajearse a mandíbula batiente. Y eso que el presupuesto inicial, todavía más que vigente hoy en día, pronto da un giro hacia lo fantástico, hacia lo demencialmente fantástico, para encauzar una trama que de muchos modos y maneras diferentes ha sido versionada en múltiples ocasiones por Hollywood, siempre sin la gracia del original y con una enfermiza tendencia al infantilismo. Nada de eso hay en La muñeca (1919), sino unas enormes dosis de sentido del humor, gags bufonescos de gran altura, y una ironía y una retranca propias del “toque Lubitsch”.
La cosa va, como tan a menudo en la filmografía de Lubitsch por aquel entonces, de aristocracias. El barón de Chanterelle, un anciano enfermo que ya ve acercarse el final de sus días, pretende obligar a su sobrino, futuro heredero universal de sus bienes, a contraer matrimonio y así prolongar la antigua línea familiar con un nuevo vástago. Sin embargo, el joven, tímido, retraído, acostumbrado a vivir plácidamente en un segundo plano sin llamar la atención, de pronto se ve atemorizado, atenazado por la posibilidad de verse casado con una mujer desconocida de buenas a primeras. Así que resuelve salir por piernas de la situación saltando por la ventana (magnífica, descacharrante secuencia la de su huida con una legión de jovenzuelas desaforadamente ansiosas de echarle el guante corriendo en todas direcciones tras él) y escapando como puede de una horda de féminas hambrientas de fortuna. Pero el muchacho sale de la sartén para caer en las brasas, porque sus pasos le llevan a un monasterio en el que los monjes, bastante aficionados a eso de coleccionar riquezas y lujos, pero no de compartirlos (genial, de nuevo, la escena de la comida en el refectorio, cuando mientras el abad de pone ciego deglutiendo toda clase de manjares, el chico ha de roer un penoso hueso), ven la oportunidad de forrarse de nuevo el riñón a costa del imberbe jovencito. Así que, una vez comprobada la dote que va a recibir el joven por casarse y vistos los desesperados anuncios de los periódicos en los que el anciano llama de nuevo al redil al joven a cambio de incontables beneficios, hablan al muchacho de Hilario, el creador de muñecas-robot de un aspecto tan real, que puede ser la solución al problema: haciéndole casarse con una muñeca a la que sea capaz de hacer pasar por una chica de carne y hueso para engañar así a su tío y cobrar la dote, los monjes creen tener a tiro una más que cuantiosa suma de dinero. Lo que no saben es que Hilario acaba de construir una muñeca a imagen y semejanza de su amada hija, que el joven aprendiz del taller acaba de romperla, y que es la joven muchacha la que se hace pasar por muñeca para evitarle así al niño la bronca del maestro artesano.
La película es deliciosa. Lubitsch, con su tacto habitual para la presentación de personajes con las más mínimas pinceladas, dibuja a la perfección el ambiente y la clase de personas con las que el joven convive Continuar leyendo «Un tesoro del cine mudo: La muñeca, de Ernst Lubitsch»
Música para una banda sonora vital – Cenizas del paraíso
A veces uno se queda perplejo cuando en una determinada película descubre inesperadamente los acordes o las melodías de canciones en principio imposibles de relacionar con el filme en cuestión. Algo así sucede en este magnífico thriller judicial dirigido por Marcelo Piñeyro en 1997 y protagonizado por Héctor Alterio, Cecilia Roth, Leonardo Sbaraglia y Leticia Brédice, entre otros, cuando en la secuencia de la fiesta de cumpleaños del patriarca de los Makantasis (Héctor Alterio), suena el principio de Bolleré, el tema en el que el sevillano Raimundo Amador regalaba el protagonismo al mohtro, al mehó, a B.B.King. Lo dicho, la última canción que uno espera oír en una película de intriga acerca de un pudiente clan familiar argentino de origen griego en el que sus miembros han ido a la greña por la casquivana novia de uno de ellos.
Un Melville imprescindible: La fragata infernal
Peter Ustinov, además de entrañable persona, excelente actor, y la mejor encarnación que ha tenido en la pantalla el Hercules Poirot de Agatha Christie, posee una breve pero estimable filmografía como director, iniciada en un periodo tan temprano como la década de los cuarenta, y finalizada en los ochenta, nada menos que con una producción yugoslava. Sus mejores películas como director, sin duda, son Pacto con el diablo (1972), enésima reunión de Elizabeth Taylor y Richard Burton, en la que Ustinov se reserva un goloso personaje, y sobre todo La fragata infernal (1962), en la que de nuevo las ansias de los traductores españoles por dejar su impronta de peliculeros de tercera cambian el título de la célebre obra de Melville Billy Budd por un engendro más propio de telefilmes basura o de peliculitas para adolescentes glotones de palomitas.
Un elemento externo a la propia película sirve para enmarcarla mejor en su contexto temático y temporal: el estreno, el mismo año, de la accidentada Rebelión a bordo, de Lewis Milestone. De hecho, La fragata infernal parece constituir una especie de revés en negativo de la famosa película erigida para mayor gloria del ego de Marlon Brando: la espectacularidad visual del filme protagonizado por Brando es aquí sustituida por los espacios angostos y opresivos y por las brumosas y oscuras atmósferas de unas aguas frías y gobernadas por el mal tiempo; los grandes espacios naturales de las islas del Pacífico nada tienen que ver con una narración situada íntegramente en los camarotes y la cubierta de un buque de guerra; el Technicolor aquí es un blanco y negro más bien sombrío merced a la fotografía de Robert Krasker; la abundante presencia de mujeres polinesias es aquí una atronante ausencia de personajes femeninos; la extremadamente alargada narración de Milestone (tres horas) no puede compararse con la narración escueta, directa, contundente, de Ustinov (de algo menos de dos horas); la majestuosa música de Borislau Kaper nada tiene que ver con la partitura compuesta por Anthony Hopkins (otro, obviamente) para el filme de Ustinov que, más allá del inevitable tema principal, ofrece melodías sutiles y minimalistas perfectamente engarzadas con los distintos episodios dramáticos de la trama.
Todo ello para la aproximación que esta producción británica hace a la obra de Herman Melville, Billy Budd, para contar la historia de un joven marinero de un barco mercante (Terence Stamp, nominado al Oscar al mejor actor de reparto -no se sabe por qué de reparto- por este papel) que es reclutado a la fuerza por un buque de guerra británico que lo intercepta en alta mar y que, en plena campaña napoleónica (nos encontramos en 1797, año del frustrado intento de Nelson de ocupar Tenerife, humillante derrota británica, convenientemente olvidada en Trafalgar Square y que al famoso almirante le costó un brazo), se dirige a las costas de España para mantener el bloqueo militar a la Europa ocupada por los franceses. Poco de esto, no obstante, impregna el drama principal de la película, dado que son las relaciones entre los tripulantes, la oficialidad y los marineros, las que cobran todo el protagonismo, en especial la de Billy con el mala sangre del maestro de armas (inconmensurable, como casi siempre, Robert Ryan). Continuar leyendo «Un Melville imprescindible: La fragata infernal»