En 1958, el gran director, guionista, productor y dramaturgo Joseph Leo Mankiewicz adaptó la novela de Graham Greene, El americano tranquilo (The quiet american), en la película del mismo nombre. La cinta, protagonizada por Michael Redgrave, Audie Murphy y Bruce Cabot, quedó algo lastrada por su larga duración (120 minutos) y el amor del cineasta por los modos y maneras teatrales, tanto en la profusión del texto, siempre excesivo, siempre agudo, siempre repleto de referencias y estilos literarios, y también por el estatismo en la presentación de personajes y el desarrollo de situaciones. El ritmo y el abuso de verborrea así como la falta de acción menguaron su efectividad como thriller y sepultaron su romanticismo bajo los brillantes pero contraproducentes ejercicios de declamación, los circunloquios, las luchas dialécticas y la escasa presencia y la reducción del protagonismo del centro de gravedad amoroso, la muchacha vietnamita cuya posesión desencadena el drama. Con todo, como ocurre siempre en cualquier película de Mankiewicz, resultaba un producto estimable por sus interpretaciones, la riqueza de su texto y la magnífica atmósfera exótica, a un tiempo agobiante, sombría y lírica.
En 2002, el australiano Philip Noyce, afincado en Estados Unidos y especializado en productos de acción y suspense más o menos vacíos -desde la estimable Calma total, rodada en su país de origen, hasta bodrios como Sliver (Acosada), El Santo, El coleccionista de huesos o Salt, estas dos últimas protagonizadas por ese penco de actriz llamado Angelina Jolie, pasando por las películas del personaje Jack Ryan de Tom Clancy, Juego de patriotas y Peligro inminente-, logró dos cosas con su remake de la obra de Mankiewicz: la primera, anotarse la que es quizá su mejor película; la segunda, algo tan infrecuente como mejorar el modelo y acercarse más a la fuente literaria en la que se basa.
En el Saigón de 1952, un periodista británico, Thomas Fowler (un gran Michael Caine, nominado al Oscar por su trabajo), vive plácidamente junto a su amante Phuong (Do Thi Hai Yen), una joven vietnamita que hasta irse a vivir con Fowler trabajaba como bailarina-taxi (las chicas que bailan con los clientes de los locales nocturnos). La vida del periodista no puede ser más cómoda, disfrutando del clima, los paisajes, los olores y las esencias de Vietnam, pero tiene fecha de caducidad: el periódico para el que trabaja, ante la llamativa falta de crónicas y de noticias importantes por parte de su corresponsal, y necesitado de reestructurar su personal, le ordena volver a Londres. El mayor inconveniente que supone ese retorno para Fowler es abandonar a Phuong, a la que ama profundamente: el periodista tiene una esposa en Inglaterra que, como buena católica se ha opuesto constantemente al divorcio, y no puede llevarse a la muchacha con él como amante. El dilema de Thomas coincide con la aparición de Alden Pyle (Brendan Fraser, mucho más eficiente de lo que suele ser habitual en él), un americano que colabora en una misión médica humanitaria que trata de paliar los desastres provocados por la guerra que desde hace unos meses enfrenta a los independentistas vietnamitas, liderados por los comunistas, frente a los colonizadores franceses. El panorama del país se complica con la irrupción de un general que, apartado de los franceses y opuesto a los comunistas, combate a ambos con un ejército propio cuyos fines y medios de financiación y suministros investigará Fowler con el fin de remitir un buen reportaje a su periódico que le permita permanecer en Vietnam durante más tiempo y así no separarse de Phuong.
La narración de Noyce es más relevante por lo que sugiere que por lo que muestra. Beneficiada de las magníficas localizaciones paisajísticas de su rodaje de exteriores en Vietnam (en lugares tan míticos en la historia de ese país y en el conocimiento que Occidente tiene de ella como Da Nang) y de los exóticos entornos urbanos (en el propio Vietnam, en la australiana Sydney, y también recreados en los estudios Fox-Australia) extraordinariamente fotografiados por el operador habitual de Wong Kar-Wai en sus mejores trabajos, el australiano Christopher Doyle (asistido por los autóctonos Dat Quang y Huu Tuan Nguyen), la historia se sustenta sobre el número tres: el triángulo amoroso formado por Fowler, Phuong y Pyle es la personificación del conflicto que sacude al país entre comunistas, franceses y la llamada tercera vía, ese general que va por libre… o no tanto. Producida por Sydney Pollack y Anthony Minghella, la película supone una aproximación -otro triángulo- entre negra (el uso de la voz en off de Fowler como narradora en flashback de la historia, la investigación criminal por parte de la policía francesa del crimen con que se inicia el film), romántica (la imposibilidad de Fowler de casarse con Phuong y la alternativa libre y cómoda que supone el soltero Pyle) e histórica (los acontecimientos previos a la derrota francesa en Indochina y a su sustitución como potencia colonial por los Estados Unidos, que devino con los años en su más contundente derrota militar) a un fascinante periodo político, cultural y social, el fenómeno de la descolonización, la asunción por parte de las antiguas colonias de su realidad nacional, y su búsqueda de un lugar propio en el mundo. El personaje de Phuong, en este punto, adquiere un simbolismo notable, de la misma manera que los modos empleados por Pyle en sus labores más allá de lo humanitario adelantan ya lo que será el comportamiento de sus compatriotas con respecto a la situación vietnamita durante las décadas siguientes. Fowler, que para contribuir más al cierre del triángulo quizá debió ser un personaje francés y tener su procedencia en París y no Londres, encarna el mundo antiguo, el entendimiento cordial entre dos mundos que ya no podrá darse jamás.
Muy estimable en la forma (las excelencias de la fotografía, ya comentadas, o la estupenda música de Craig Armstrong, el uso de las localizaciones o el fenomenal trabajo de ambientación), abusa quizá en demasía de los planos frontales de los intérpretes (Caine y Fraser hablan y miran demasiado a cámara) así como de movimientos de cámara en su seguimiento que no aportan gran cosa y que quizá están concebidos para burlar el excesivo estatismo teatral de la obra previa de Mankiewicz. En lo narrativo, resultando más fiel a la obra de Greene en su esencia y en sus lecturas políticas, maneja adecuadamente las sugerencias bajo la literalidad de los diálogos (extraordinarios algunos de ellos, muy ilustrativos y reveladores -literal y simbólicamente- de muchas de las circunstancias que van a rodearles) y la -sólo- aparente banalidad de algunas situaciones (claves simbólicas, no obstante, de lo que acontecerá tanto a los protagonistas como al país en su conjunto), resultando el principal problema el súbito, radical y decisivo enamoramiento de Pyle por Phuong, que desencadena buena parte de las consecuencias de la trama. La película contiene igualmente detalles muy apreciables, tanto ligados al trabajo de ambientación y decorados, magnífico como se ha dicho, como a ese submundo que existe bajo la trama principal más cercano a una historia de espionaje y violencia (la labor del secretario de Fowler para con los independentistas vietnamitas o la abundancia de despachos en la embajada americana, demasiado grande, demasiado poblada, con demasiado personal civil y militar para tratarse de una delegación comercial y humanitaria en la colonia de un país europeo).
Con todas esas notas, Philip Noyce construye una película elegante en la forma (la presencia de Pollack y Minghella a los mandos de la producción no parece ajena a ello), muy sustanciosa en el fondo -cercana tanto al cine negro como a la película de espías, tanto al romance exótico como al fresco histórico- magníficamente interpretada, con algún problemilla de fluidez en el ritmo, y a la que quizá le falta más calidez, más pasión, una vuelta de tuerca más para que el público crea en el enamoramiento de Pyle, en las dudas de Phuong y en la creciente sensación de Fowler de que Vietnam puede ser para él su cementerio de elefantes. Quizá radica ahí, en la falta de hondura en la humanidad de los personajes, en una mayor incisión en sus dramas internos y en sus contradicciones para lograr una mayor indentificación por parte del espectador, lo que impide que El americano impasible sea una película redonda. Aunque, a pesar de ello, y gracias a la conclusión previa a los créditos finales, con los titulares de prensa que anuncian el porvenir de un país de tres mil años de antigüedad que luchó por su independencia e integridad más de cincuenta años contra enemigos extranjeros (Francia, Japón, de nuevo Francia, Estados Unidos y, finalmente, la vecina Camboya), la película logra transmitir acertadamente un aire de inquietud, la certeza de que la `política, de que la historia, nunca empiezan en una fecha concreta, en el párrafo de un libro de texto o de un artículo periodístico, sino que sus raíces son más profundas, subterráneas, que quedan fuera del campo visual, pero que condicionan la vida de millones de personas hasta en los más mínimos detalles.
Otros de mis escritores favoritos.¡Y Mankiewicz.! El americano tranquilo es para mí una de las obras más acabadas, originales y vigorosas del gran Greene.Caine tiene rostro para este tipo de películas y cuando lo vemos de mayordomo en Batman es para cagarse en la leche.
Buena reseña,amigo.
Un abrazo.
Ja,ja,ja… ¿Y qué me dices de su Mr. Scrooge en la película de los teleñecos sobre «Canción de Navidad»? En fin, Caine, como todos, tiene que comer. No es disculpa, lo sé, para ciertas cosas, como el remake de «Dos seductores», abominable…
Pero quedémonos con lo bueno, por favor. Como aquí, que fue nominado al Oscar, o como en «El hombre que pudo reinar», su mejor etapa, los 70.
No te cagues en la leche, hombre, que va cara…
Abrazos
Estupenda reseña que aborda tres objetos de deseo hasta ahora inalcanzables que se me han escapado por los pelos: las dos películas vistas un minuto ya empezadas y desechadas porque quiero verlas como se debe, y la novela, que tengo en la estantería desde hace la intemerata, aguardando el momento propicio, porque mi intención es tragarme todo el suculento bocado empezando por lo más nuevo y terminando por lo más antiguo. En verano y con suerte… 🙂
Un abrazo.
Yo, por eso de dejar el mejor sabor de boca, empezaría por la versión de Mankiewicz, seguiría por la de Noyce, y terminaría por la novela. Ideal para el veranito, sí.
Un abrazo
La novela es, desde el momento en el que la terminé de leer, allá por los 90′, una de mis «indispensables». De las pelis no recuerdo mucho.
Por aquí andamos de nuevo, amigo.
Por aquí andamos… anónimamente, por lo que veo…
… Sólo he visto la de NOYCE y me gustó bastante. No he vuelto a verla.
Brendan Fraser me sorprendió como en Dioses y monstruos. Y Michael Caine…, sin palabras.
La película te deja un poso de desencanto. De como los ideales se derrumban. Y Caine recrea un personaje tristemente venenoso…
El triángulo dispara el conflicto…
Besos
Hildy
Pues sí, Fraser está menos odioso que de costumbre. O mejor dicho, resulta odioso por otras razones de las habituales.
La película consigue mantener el equilibrio, con alguna fase un poco átona, pero en conjunto aguanta mejor que la de Mankiewicz, que ya es decir.
Besos
¡Cómo me gusta Michael Caine! La anotamos, Alfredo. Un abrazo.
Ya veo, ya… Supongo que te gusta como actor, digo yo… Es un gran actor, aunque, como pasa con tantos, su filmografía en los últimos lustros está entre lo más que aceptable y lo absolutamente lamentable.
Un abrazo