La tienda de los horrores – Suave como visón

Desde Con la muerte en los talones (North by Northwest, Alfred Hitchcock, 1959), la estrella de Cary Grant fue apagándose poco a poco. Tras veinticinco años en lo más alto del panorama de Hollywood caracterizando una y otra vez al galán de galanes por antonomasia, la inexorable huella de la edad dificultaba ya su identificación por parte del público con los atractivos, aventureros, alocados y descacharrantes personajes de sus screwball de juventud y de los elegantes y heroicos caballeros de su madurez, al mismo tiempo que afectaba a la verosimilitud de ciertas actitudes y comportamientos de sus caracteres en la pantalla. Esta autoconciencia de que su indiscutible hueco en el cine del sistema de estudios empezaba a faltarle llevó a Grant a un espaciamiento cada vez mayor de sus apariciones en películas durante los años sesenta, hasta un retiro prematuro que le libró de tener que reinventarse en la vejez, como hicieron muchos otros intérpretes del periodo clásico, exiliándose en proyectos menores de cine de catástrofes o en series de televisión de bajo perfil durante los setenta. La lenta pero súbita caída de Grant tuvo celebrados repuntes, como Página en blanco (The grass is greener, 1960) o Charada (Charade, 1963), ambas dirigidas por Stanley Donen, pero otros de sus trabajos dejaron a las claras que su época en el cine había pasado, si bien resultando siempre la presencia y la interpretación de Cary Grant lo mejor de ellos: es el caso de Apartamento para tres (Walk don’t run, Charles Walters, 1966) o esta Suave como visón (That touch of mink, Delbert Mann, 1962).

De muy muy decepcionante puede calificarse esta presunta comedia de leve temática sexual protagonizada por Grant y una Doris Day rebozada y regocijada en la etapa más insoportable de su carrera. Como de costumbre, Doris Day interpreta a una provinciana reprimida, timorata y palurda cuyo principal -y único- proyecto de felicidad es encontrar al amor de su vida, fundar un hogar y procrear montones de hijos. Por este orden, por supuesto, porque de sexo, hasta que pasen por la vicaría, nada de nada. No se trata de una excentricidad aislada, porque Cathy, el personaje que interpreta Doris Day, vive en un apartamento de Nueva York alquilado a medias con Connie (Autrey Meadows), otra que tal baila. Juntas viven en algo así como en una eterna edad del pavo, como si a su ya más que madurez -la actriz era ya cuarentona- compartieran todavía acampada en el colegio, cuarto en el instituto o residencia en la universidad. Todo cambia cuando un día de lluvia el cochazo de un millonario elegante y apuesto, Philip Shayne (Cary Grant, obviamente) salpica de barro el abrigo de Cathy cuando se dirige a una entrevista de trabajo. Por supuesto, esto no es más que el principio de una historia que, transitando por distintos marcos de lujo y distinción, consiste en las distintas maniobras de Philip para desvirgar a la rubia y en la resistencia y maquinación de la mujer para conseguir que el ricachón trague con la ceremonia matrimonial como peaje imprescindible para acceder a ello. Por supuesto, este planteamiento encierra un concepto retrógado de las relaciones humanas en todos los sentidos, así como una trampa argumental, ya que, en el fondo, el comportamiento de Cathy es casi casi prostitución, pero el guión de Stanley Shapiro consigue convenientemente almibararlo todo de sentimentalismo barato y comedia hueca a fin de quitarle tremendismo y de convertir el puro sexo en historia de amor de algodón de azúcar.

Delbert Mann se apunta uno de los tantos más bajos de su carrera, nada que ver con Marty (1955) ni con Mesas separadas (Separate tables, 1958), y el trabajo de Stanley Shapiro resulta muy inferior incluso al realizado en otras presuntas comedias irritantes de Doris Day también escritas por él, como Confidencias a medianoche (Pillow talk, Michael Gordon, 1959) o Pijama para dos (Lover come back, Delbert Mann, 1961). Tampoco es el punto más alto de la carrera de Doris, aunque su punto más alto no destaque tampoco demasiado por encima de su trabajo en esta cinta, y, desde luego, el trabajo de Cary Grant, por más que consiga dotar, como no puede ser de otra manera, a su personaje de su característico carisma personal y su elegancia innata, termina abundando casi en la auto parodia habitual de sus últimos trabajos en la pantalla, muy lejos del lugar de honor que la historia del cine le deberá siempre. La película resulta fallida en casi todas sus líneas, resultando con diferencia lo más notorio, para mal, el hecho de que un sesentón Cary Grant y una cuarentona resulten tan profundamente ridículos perdiendo el tiempo en una trama de aire más propio de la adolescencia en torno a las incertidumbres coitales. El conflicto amoroso-sexual queda agotado ya desde el primer encuentro del dúo protagonista, resultando el resto de los noventa y nueve minutos de metraje un mero ejercicio de reiteración carente de subtramas y de personajes secundarios de empaque (a excepción de Gig Young)  que ayuden a equilibrar, a complementar narrativamente o a acrecentar perspectivas o temas que contribuyan a hacer más rico y complejo el desarrollo y el ritmo de la historia. Tampoco funciona el tan manido asunto de la lucha de sexos con trasfondo sentimental, temática ya agotada en los años sesenta y cada vez más alejada de la realidad de la sociedad norteamericana de aquellos años, en este caso debido principalmente a una situación de conflicto demasiado esquemática y plana, y a unos diálogos pobres, facilones, sin la agudeza y el brillo del mejor tiempo de la screwball. Las frases de diálogo más acertadas y las situaciones más lúcidas de la película tienen lugar en las interacciones de Philip con sus compañías masculinas, es decir, cuando Doris Day no está en pantalla, lo cual resulta un triste bagaje para una historia con protagonista femenina. Por último, el retrato pobre y escaso que la película hace de ciertos rituales y costumbres de apareamiento de cierta sociedad norteamericana queda muy alejado en profundidad y lucidez de la maestría, la audacia y la sabiduría de grandes obras maestras del ramo como El apartamento (The apartment, Billy Wilder, 1960), mientras que los momentos de locura hubieran precisado mucha mayor elaboración y desenfreno, así como liberación del estatismo que preside el metraje. Los personajes no terminan de lanzarse, de dejarse llevar, de estallar, resultan continuamente no contenidos sino prisioneros de un guión demasiado carente de motivos y estímulos para llevar la historia a las últimas consecuencias, para explorar el territorio del gag visual, resultando todos los recogidos demasiado desangelados, apagados, sin gracia, y a cruzar los límites del equívoco, de la falsa identidad, del «pez fuera del agua», gracietas y planteamientos que se agotan en sí mismos, que no se desarrollan ni explotan acertadamente. La película renuncia asímismo -excepto en momentos puntuales de Grant- a los diálogos punzantes, a los dobles sentidos, a la rapidez y la agudeza de las réplicas, depositando de manera fallida las esperanzas de comicidad en el carisma y los recursos de Cary Grant y en la vocinglera verborrea de Doris Day, cuya química con el galán -con cualquier galán, a decir verdad- es más que discutible. Un Cary Grant desganado y pasota y una Doris Day empeñada en dotar a su personaje de una personalidad más fuerte y determinante, menos insulsa, pueblerina y manipulable que en sus comedias con Rock Hudson y James Garner, en las que siempre era la ‘bella llevada al huerto’ unidimensional, puro florero, hacen que las situaciones cómicas, ya de por sí escasamente dibujadas no consigan levantar el vuelo, y que todo se consuma en un quiero y no puedo continuo en el que Grant se muestra apático y Doris no consigue dar lo que no lleva dentro.

Por último, las notas positivas en el haber de la película, la estética colorista típica de los años 60, los entornos refinados y elegantes tratados con sofisticación visual y el acierto en la recreación del Nueva York de los hombres de negocios de Madison Avenue (como ya hiciera Hitchcock en Con la muerte en los talones, que influyó notablemente en la posterior captación cinematográfica y televisiva de ese ambiente de negocios y relaciones comerciales del meollo neoyorquino, y lo sigue haciendo por ejemplo en series como Mad men) no resultan suficientes para rescatar una trama pobre que hubiera necesitado mayor concurso de Grant, mayor implicación de un guionista con las notas características de la screwball clásica y una protagonista menos cargante, gritona y cateta, y también menos identificada con ese papel de virgencita casta y pura falsamente calentorra.

Acusados: todos

Atenuantes: algunos momentos de Cary Grant, algunos diálogos con su psiquiatra

Agravantes: Doris Day haciendo lo de casi siempre

Condena: culpables

Sentencia: libre absolución bajo palabra para todos excepto para Doris Day, condenada a formar parte de una pandilla de moteros grasientos, sudorosos y barbudos por toda la eternidad

12 comentarios sobre “La tienda de los horrores – Suave como visón

  1. Con todo y que lo que apuntas está acertado para una cinta de escasa justificación como esta, podría dejarse ver por segunda vez en una tarde de lluvia para disfrutar de la compañía de sus estrellas – lo que es más de lo que podría yo decir hoy como dentro de 50 años. de casi cualquier über bodrio de Seth Rogen, Jason Segel y/o Ben Stiller. Pacem.

    1. Puede ser. Yo he hecho la prueba, y no la pasé… Pero también es verdad, que aunque solo sea por su pareja protagonista, tendrá mayor lugar en la posteridad que todos esos que citas. Y tendrá mérito, porque el hueco dejado a la posteridad es cada día más pequeño.

  2. No he visto o no la recuerdo,de verdad.Pero la que sí recuerdo es Charada y me parece magnífica.El screwball es un género como cualquier otro,es decir,tiene sus reglas y no son nada fáciles;pongo por ejemplo,el musical.Hoy sería imposible realizar una comedia loca sencillamente porque no hay guionistas ni directores con el ingenio necesario:Howard Hawks,Preston Sturges,Gregory La Cava,Billy Wilder o George Cukor,por mencionar solo unos cuantos.
    Ay,Cary Grant,el actor más elegante de la historia del cine.Siempre digo una cosa simple;en Con la muerte en los talones,Grant está apresado en una habitación y le dan unos zapatos,unos pantalones y una camisa.El modo que tiene de vestirse no nace de la interpretación,sino de la calidad de la persona.En Charada se ducha con el traje puesto.Esa escena no sería capaz de ralizarla ni un Johnny Depp,ni un Leonardo DiCaprio,ni un Brad Pitt.Su decadencia no me importa un carajo.Tú y yo.Encadenados.Luna nueva.Arsénico por compasión.Con la muerte en los talones…joder,menudo actor.Una vez cuando estábamos rodando una película,Las horas bajas de Max Plana,salían unos policías y llevaban corbatas.Nadie sabía realizar el nudo.Nadie.Entonces vine a salvar el momento.Sabía hacer ese nudo.Todos me preguntaron:¿cómo es posible?Les respondí;aprendí de Cary Grant en una película.
    Amar a Cary Grand es amar el cine.

    Un fuerte abrazo desde este domingo infiel y gris y en esta ciudad todos los cines han sido cerrados.Oigo una avioneta rasgar el cielo.No es un dominguero con dinero,están fumigando la zona.Grand corre por las calles desoladas.

  3. ¿Recuerdas, Paco, «¿Qué me pasa, doctor?», de Peter Bogdanovich? Creo que es el intento más serio de emular la screwball en todo el cine moderno. Y además es la prueba de por qué hoy no puede triunfar como lo hizo antaño. Y no son razones meramente cinematográficas, ni tampoco de la propia película; el público tiene mucho que ver en ello, a la vez, como bien dices, que la caída en picado de la calidad, la personalidad y la profesionalidad de quienes producen e interpretan las películas.
    El historial de Grant es de lo mejorcito que ha dado el cine, no cabe duda. Quizá haya sido el más grande de todos los tiempos. Y un comentario más sobre esa elegancia que tan bien captas: ¿recuerdas, creo que es en «Indiscreta» junto a Ingrid Bergman, el baile que se marca vestido de smoking? A mí me parece un momento antològico, colosal, de puro maestro de la comedia. Me parece un tipo sublime, que además supo retirarse a tiempo. Un verdadero genio.
    Abrazos

    Pues no debe haberlo, MAD, pero no hace falta, porque los comentarios de Paco lucen por sí mismos.

  4. Empezando por la condena, solicito el indulto para Doris, que en su vejez ha sacado un disco la mar de apañadito y siempre tuvo buena voluntad….

    Esta película la descubrí no hace mucho, en uno de esos devedeses que hallamos en los cestos de gangas en los hiper, precisamente en una colección en la que también hallé Indiscreta: esa ya la reseñé, pero este visón tan suave me resultó empalagoso, casi indigesto, por todo lo que diseccionas estupendamente.

    Creo que incluso para su época el guión resulta demasiado blando y blanco: nos recuerda los productos típicos de Doris y Hudson, las postrimerías del código Hayes y la autocensura pacata sometida a la mayoría silenciosa, cuando no siendo un producto dirigido al público infantil (entonces la Disney estaba en su apogeo) peca de ingenuo: un poco de morbo y de picante hubiera reducido la falta evidente de química entre ambos protagonistas: en Indiscreta, por ejemplo, Cary encuentra perfecta réplica en Ingrid, que sabe aportar intención con la mirada a sus diálogos: Doris, en pantalla, siempre se empeñó en ser buena niña….

    Un abrazo.

  5. Recuerdo que fue una comedia que me decepcionó bastante… aunque se deja ver. Sólo hubo una escena que me gustó bastante que fue la del restaurante automático (aunque por supuesto no supera a la maravillosa de UNA CHICA AFORTUNADA).

    Creo sin embargo que Doris Day siempre ha sufrido un odio injustificado por estos lares. No sólo no cantaba mal sino que tiene algunos títulos que merecen la pena en su filmografía (… a mí me gustan sus comedias con Rock Hudson). Y sale en EL TROMPETISTA, una peli que me gusta muuuuchooo. Y tiene un Hitchcock… y Un grito en la niebla… AHHHHHHHHHHH. Y la propia Doris real es una mujer con una vida dura y trágica… y…

    Y bueno Gary… es el hombre que se pusiese lo que se pusiese… un huevo podrido en la cabeza… era toda una presencia… incluso en los resbalones.

    Besos
    Hildy

  6. Lo siento, Josep: indulto denegado. Es más, considero lo del disco un agravante…
    Es una película lamentable, descompensadísima, tonta, simplona… Lo peor es que ella parece darlo todo, y Grant parece que en ningún momento da de sí ni las buenas tardes. Con una partenaire más de su gusto, estaríamos hablando seguramente de otra película. No mucho mejor, seguramente, pero con algo rescatable más allá del protagonista masculino. Seguramente de la química con otra actriz hubieran surgido diálogos e improvisaciones más dignos.
    Un abrazo

    Yo no la odio, Hildy, me quedo con las tres o cuatro buenas películas en las que aparece sin dar asquito, y me las quedo de muy buena gana. Pero se convirtió, deliberadamente (porque si no no hubiera trabajado, porque no daba para más…) en vehículo de pensamientos y valores bastante repulsivos. Más allá de eso, no me gustaban ni sus peinados, ni sus vestuarios, ni su tipo ni su sonrisa, ni tampoco la voz que en España la doblaba… Es, para mí, salvo contadísimas excepciones, una presencia non grata. Fíjate que en «Un grito en la niebla» yo estaba de parte del asesino…
    Besos

  7. La he visto un par de veces y en ambas ocasiones me ha dejado muy… frío. Incluso prefiero «Pijama para dos» o «Confidencias a media noche», pero por Tony Randall que siempre me ha hecho mucha gracia. Es una pena ver apagarse a una estrella como Cary Grant. Un abrazo.

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