Si la conquista de un territorio virgen y la desaparición de la frontera y de una forma de vida es el tema principal del western en su vertiente sociológico-historicista, la venganza es la clave fundamental de los westerns más ligados a la acción y a la introspección psicológicas. En ocasiones, justificando así las objeciones morales que no pocos oponen al western, esta venganza se identifica absolutamente con una idea determinada de justicia entendida como una moral superior que otorgaría el derecho a la víctima de castigar el golpe mediante el ejercicio legítimo de la violencia. En otras, se insiste en distinguir ambos conceptos, haciendo prevalecer la ley sobre el rencor y la admisión de una respuesta violenta auspiciada por la justicia. Este último es el caso de esta fenomenal película de John Sturges, una de las muchas obras estimables que adornan la amplia filmografía de este cineasta (otras son Conspiración de silencio, Duelo de titanes, Los siete magníficos, La gran evasión…), experto en el uso del color, en el manejo del ritmo y de la tensión narrativos, y en la filmación de secuencias de acción.
El último tren de Gun Hill, como hacen siempre los buenos westerns, añade además una nota reivindicativa de corte racial y social. El detonante de la historia es el asesinato de la joven esposa del sheriff Matt Morgan (Kirk Douglas) mientras regresa en calesa junto a su hijo de visitar a sus parientes en la reserva. Porque la señora Morgan era, efectivamente, una india, y su hijo, un mestizo. Dos jóvenes aburridos, vagos, bravucones y bastante ineptos (Earl Holliman y Brad Dexter) que se han detenido a descansar en un bosquecillo encuentran en la mujer la ocasión de aparcar su hastío por un instante, divertirse un rato y, con un poco de suerte, echarle un buen vistazo a lo que parece una generosa anatomía. La reacción violenta de la mujer, que azuza los caballos e incluso intenta golpearles con la fusta cuando la persiguen, y los buenos tragos de whisky que han consumido durante su descanso, precipitan las cosas, y el acoso verbal y la amenaza física se convierten en una persecución y, cuando la calesa vuelca, en una brutal violación. Pero el muchacho no se queda quieto, y cuando su madre atrae a los pistoleros hacia sí para salvar al pequeño, éste aprovecha la ocasión para huir con el caballo de uno de ellos y llegar al pueblo para buscar a su padre. Cuando Matt encuentra el cadáver, repara en un detalle: la silla de montar del caballo con el que su hijo había llegado al pueblo lleva las iniciales de su antiguo amigo Craig Belden (Anthony Quinn). Matt sabe que Craig es incapaz de un crimen tan salvaje y horrendo, pero imagina que alguno de los hombres que trabajan para él en su enorme rancho ha sido el responsable. Su propósito será desde ese momento viajar a Gun Hill para detener a los asesinos y llevarles ante la justicia. Lo que no sospecha es que el criminal es el único hijo de Craig, y que éste hará todo lo posible para impedir que Matt lo capture, lo detenga y se lo lleve de la ciudad en el tren de las 9:00, el último tren que sale de Gun Hill.
La película concentra en apenas hora y media una historia compleja, riquísima, con personajes sólidos y muy bien definidos (incluso la amante de Craig, Linda -Carolyn Jones-, que más por despecho que por rectitud es la única persona que ayuda a Matt en la ciudad) que en su cuerpo central transcurre en un único día, y con un sobresaliente manejo de la tensión creciente. Sturges construye una película luminosa, con una utilización magistral del color y un inteligente uso de la luz, tanto en las majestuosas tomas exteriores de las inmensas praderas del rancho de Belden como en el absorbente clímax final, con las calles del pueblo parcialmente iluminadas por el resplandor de las luces de las casas que se filtran por los ventanales de madera de sus fachadas. Se trata de una película de atmósfera negra pero de estética puramente del Oeste, de cielos azules e inacabables extensiones de tierra en su parte inicial, aunque la mayor parte de su metraje transcurre en un espacio urbano muy limitado, el saloon y el hotel propiedad de Craig.
Una vez más nos encontramos a un sheriff solitario que ha de enfrentarse a un numeroso grupo de esbirros, que es sometido a sitio prácticamente durante todo el metraje, mientras el reloj va marcando, con ecos de otra película suprema del western, Solo ante el peligro (High Noon, Fred Zinnemann, 1952), las horas, minutos y segundos que faltan hasta la hora de salida del tren, y Sturges gestiona magníficamente tanto la tensión creciente como las expectativas del público acerca de cómo hará Matt para llegar al tren con su detenido, rodeado de enemigos, en una población hostil, y con una munición limitada. Lejos de resultar estática una película que concentra la acción en secuencias y espacios muy concretos, el metraje es un prodigio de dinamismo que contiene además diálogos de mérito, tanto en la dupla Matt-Craig (soberbios ambos, Douglas y Quinn) como en sus sendos encuentros con el tercer pilar de la cinta, Linda, sin olvidar la relación de padre dominante con hijo díscolo que mantienen Craig y su hijo, un tarambana que no sabe de la misa la media pero al que debe proteger, aunque sea viviendo en privado su vergüenza por tener un hijo tan impresentable. Sturges crea además múltiples secuencias de mérito: la inicial, con la persecución y la muerte de la mujer, todo un ejercicio de sugerencia y elipsis que nos priva de lo más escabroso pero que nos conmueve y nos apabulla con su brutalidad soterrada; el encuentro entre Craig y Matt en el rancho, pleno de cordialidad al principio, volcán en erupción de pasiones encontradas que estalla finalmente en un reto con dos seguros perdedores; la apuesta que lleva a Linda a la habitación en la que Matt se halla encerrado disparando contra los pistoleros de Craig; y, obviamente, el precipitado final, una conclusión amarga que se antepone a la ley y que deja tras de sí, además de los cadáveres computables, dos almas en pena que ya no solo recuperarán su humanidad en lo que les queda de vida, sino que han perdido para siempre el recuerdo de una amistad pura, leal, sincera.
A estos valores de la película, interpretación, puesta en escena y manejo adecuado del ritmo en un guión que va de lo reposado a lo trepidante, cabe añadir la tesis final, la idea de justicia como piedra angular de la construcción de una nación que progresa hacia el Oeste como contraposición a la ley del más fuerte que alimentó la carrera hacia el Pacífico. Craig es un hombre de la antigua escuela que mantiene sus valores y sus tradiciones, resumibles en que quienes han regado con su sudor y su sangre -la de su esposa, fallecida tiempo atrás- las tierras conquistadas a los indios tienen derecho a defenderlas por todos los medios posibles, incluida la violencia. Por el contrario, Matt, que proviene del mismo pasado, ha logrado sin embargo entender el papel que la ley y el orden deben desempeñar en el nuevo país, sin excepciones. De ahí que mientras el primero, por puro egoísmo protector, busca eludir la horca para su hijo, Matt entiende que al progreso material debe sucederle la implantación de la civilización, aparta a un lado sus obvios instintos de venganza y desea someter al joven Belden a los dictados de la ley, a un juicio justo y, más que probablemente, a un ahorcamiento justo. Estas dos Américas, aún presentes en la actualidad y proyectadas fuera de Norteamérica, son los goznes sobre los que gira una película breve, entretenida, muy compleja y sobresaliente tanto en la resolución de la cuestión primordial del guión como en los enjundiosos temas que sugiere, y que van desde la integración de los nativos en la sociedad civil con igualdad de derechos y oportunidades que los blancos -los deseos de venganza de los indios sedientos de sangre son apaciguados por Matt, que les convence de la necesidad de que gobierne el imperio de la ley-al análisis de las relaciones paternofiliales, en especial cuando falta uno de los progenitores, pero cuyo corazón está en el soberbio duelo interpretativo de dos colosos, Douglas y Quinn, que elevan lo que para algunos podría ser una historia más del western a altísimas cotas de trascendencia: el tormento de dos perdedores, de dos vencidos por el odio y la violencia, mostrado en toda su crudeza. El único resultado que produce la guerra, la violencia, la muerte, en el Oeste de Norteamérica y en cualquier otro lugar.
Precisamente, ayer la volvieron a reponer, en uno de estos dos canales de cine que tantas alegrías nos dan de un tiempo a esta parte.
Es verdad que es una película magnífica. Destacaría, como bien dices, el manejo del color que tiene Sturges: esa contraposición entre los ocres y la viveza de los ropajes, le confiere a todas sus películas un increíble halo de espectáculo; en el buen sentido de la palabra.
Y obviamente, también el trabajo de los dos protagonistas, que con su buen hacer elevan el contenido dramático de la historia a niveles de una complejidad psicológica inalcanzable para muchos. Pero en este aspecto, debiera de hacer dos consideraciones menores: La 1ª, que cuanto menos a priori nunca me creí como acierto la elección de Quinn para el personaje de Craig; diría yo que me resultaba demasiado «latino». La 2ª, que aunque según va avanzando la película, y sin duda debido a su superioridad en pantalla, Douglas consigue que me olvide de ello, lo cierto es que nunca entendí la «espartana» reacción emocional que Morgan tiene cuando se entera de la muerte de su esposa. Y es que, cinematográficamente no queda mal el machista lema de que «los hombres no lloran», pero no tanto el hecho de que a veces se le vea casi flirtear con el personaje de Carolyn Jones, teniendo tan reciente el luctuoso acontecimiento.
En cualquier caso, muy buena peli.
Excelente.Ya sabes lo que aprecio al viejo Sturges,incluso en sus películas menores,éstas últimas las he repasado de nuevo y creo que tienen ese «toque» Sturges; un toque que poca gente se ha dado cuenta.Me dicen algunos que es impersonal. Y una mier… De adolescente pude ver en el cine McQ (1974) y por aquel entonces algo me llamó mucho la atención.Las primeras escenas de madrugada en una ciudad.Dícen que la película es fallida,pero digo,siempre digo:tienes que verla de nuevo.Fíjate en el principio.Fíjate cómo está rodada esas escenas de madrugada.Fíjate,porque a partir de esa película no se ha vuelto a rodar jamás un prólogo semejante.Ay,estos niños de la generación de las palomitas.Se olvidaron de coger el último tren de Gun Hill,y,de las madrugadas,ni te cuento.
Un fuerte abrazo,amigo.
PD:Por cierto,anadamos ambos muy metidos en los horizontes de grandeza.
Querido Raúl, muy interesante lo que comentas. Al respecto:
1) uno de esos canales de cine que citas se va a ir al garete porque después de cierta fusión lo están inundando de publicidad
2) estoy bastante de acuerdo en lo que dices del personaje de Douglas; de hecho es una pregunta recurrente que surge en distintos momentos del metraje del film -aunque el momento del descubrimiento del cuerpo entre los árboles me parece prodigioso-
3) en cuanto a Quinn, estoy de acuerdo también, pero con un matiz; más bien creo que en el cine hay pocos «potentados» con rasgos mexicanos para lo que pudo ser la realidad. Ten en cuenta que, no quizá Texas, porque su incorporación a USA en 1845, independencia de México mediante en 1836, se logró a través de la colonización anglosajona paulatina con permiso mexicano, pero muchos otros Estados (Arizona, Nuevo México, Nevada, especialmente y sobre todo California, e importantes partes de Colorado, Utah, e incluso Oklahoma) fueron arrebatados directamente a los mexicanos en 1846-48, y no fueron ocupados de un día para otro. Y, aunque es verdad que los anglosajones esquilmaron las propiedades y derechos de los mexicanos, no pocos, especialmente los más ricos, consiguieron conservar sus tierras y sus privilegios. Ya sabes, donde manda dinero…
Vi «McQ» hace poco, y no me gustó demasiado, aunque, en efecto, tiene detalles. Me parece que está construida demasiado pendiente de lo que fue el fenómeno Harry el Sucio, con un interés desmedido por imitar, pero con un protagonista ya anciano, con un doble en determinados momentos. Es como esa otra cinta de Wayne de tema policíaco, «Brannigan» (1975); ¿la has visto? Es esa donde Wayne va a Londres a hacerse cargo de un preso que va a ser extraditado a USA (John Vernon) y, cuando lo pierden, colabora con los ingleses para cogerlo (el poli inglés es Richard Attenborugh). Ahí Wayne, mayor, con peluca y un doble que se tira por los suelos y demás, da más pena que otra cosa.
Abrazos
… Reconozco que no la tengo muy fresca en mi memoria. Y sí, me ha apetecido volver a reencontrarla.
Tocas un tema que ha ‘impulsado’ un montón de argumentos de películas de Oeste y otros géneros: LA VENGANZA. Y es un tema bastante duro y complejo de tratar. Recuerdo otro western construido también alrededor de la venganza: Encubridora de Lang. Que también cuenta con una muerte muy violenta (sin mostrarnos todo) de la novia de uno de los protagonistas y cómo éste sólo vive, con obsesión, para vengar su muerte. o la trilogía del padrino está construida a base de innumerables venganzas. Hay venganzas violentas y otras más sutiles (porque el agravio o daño recibido ha sido de otra naturaleza), ahí recuerdo la película de Annette Bening, Conociendo a Julia. Es un tema para analizar largo y tendido.
Besos
Hildy
Peliculón, para mí, una de las más brillantes del género. Me ha encantado cómo describes la escena de ese clímax final porque es una de las Grandes Escenas del cine. Es una película que disfruto cada vez que la pasan por televisión … y mira que la pasan pero nunca me cansa. Tanto Quinn como Douglsas están … geniales. Un abrazo.
Bueno, es uno de los grandes temas de la historia de la humanidad, mi querida Hildy. Y, dado su contenido dramático y sus posibilidades, es natural que abunde por doquier. A veces de manera muy evidente, otras de forma muy sutil, pero siempre anda ahí. Prácticamente aparece, en primer plano o de forma sesgada, en la esencia de cualquier drama.
Besos
Bueno, Marcos, me gusta mucho, pero no sé, quizá describir el clímax de manera tan categórica como lo haces sea exagerar un pelín. O igual no, pero vamos, que está bien ver películas así sin cansarse.
Abrazos
Gran película, por momentos parece flaquear y estancarse, pero hay diálogos y escenas muy bien logradas…
Bueno, Diegoc02, a mí no me lo parece, y menos aún teniendo en cuenta lo que es el cine hoy. Pensemos en un director actual capaz de concentrar tantas y tan complejas cosas en un metraje tan reducido sin perder interés, profundidad y dramatismo. Yo no lo veo.
Alfredo, buena lectura de un western impagable. El ínclito, John Sturges. Creo que es uno de los grandes del club top 100. Añadiría a la lectura el film de D. Daves. “El tren de las 3,10”. Actores en estado de gracia e irrepetibles. Saludos
Como imaginarás, Alfredo, ésta también la he revisto hace poco, porque en tres semanas ha aparecido por lo menos tres veces. Aún así o quizás por ello precisamente, me ha encantado revivirla leyéndote.
Esa es de esas películas que siempre me hacen pensar que en la eṕoca del gran cine los directores y los guionistas sabían ofrecer productos que entretenían, incluso divertían, sin dejar de lado la posibilidad de expresar un cúmulo de ideas interesantísimas que naturalmente afloran y persisten más allá de la mera acción.
Y además contaban con tipos que sabían interpretar esos personajes humanos, con virtudes y defectos, con miedos y coraje para superarlos, con convicciones e ideas propias.
Discrepo de Raúl en lo que hace a Quinn, que me parece apropiado al personaje, no tanto por la lógica de la presencia de mexicanos que tú concretas muy bien en tu respuesta, como por la habilidad del actor para dar esa impresión de lobo con piel de cordero, de fiera con apariencia de tranquilo potentado, y, además, de padre doliente por el fracaso propio reflejado en un hijo inútil, estúpido y vago.
Y todo, además, con un metraje medido, No se puede pedir mucho más.
Un abrazo.
Aporte fundamental, amigo JC; otra de suspense, esperas y trenes, fantástica en conjunto, con Van Heflin y Glenn Ford en estado de gracia (mucho mejor que su refrito de hace poco).
Saludos
Creo, Josep, que esta capacidad de concisión y complejidad al mismo tiempo solo la da el dominio de los instrumentos narrativos en combinación con la imagen. Esta frase, que parece que no quiere decir nada, la empleo para decir que, como ya he dicho hace poco en otro sitio, reivindico la presencia de estudios de literatura, especialmente de novela y teatro, en las escuelas de cine. Los grandes cineastas siempre fueron grandes lectores. Eso se perdió con la generación blockbuster de los ochenta iniciada con Spielberg y Lucas. El cómic sustituyó a los libros, la imagen a la imaginación, y lo estamos pagando.
Abrazos