Aventuras en remojo: Los gavilanes del estrecho (1953)

El estrecho es, en este caso, el Canal de la Mancha. El tiempo es el año 1800. Y los gavilanes, en realidad, ni aparecen. Se trata más bien de contrabandistas, marinos expertos en la navegación sigilosa, inadvertida, en embarcaciones que transportan bienes y mercancías ilegales, especialmente coñac para surtir las tabernas de las costas de uno y otro lado, a través de un mar embravecido, helador, neblinoso, sin paso alguno por la aduana francesa o británica, o simples supervivientes de las circunstancias que buscan en el comercio irregular el sustento que se les niega en tierra. Una vez más, el título español de una película pervierte o adorna sin sentido alguno la mención original, Sea devils, algo así como «los demonios del mar», aunque éste solo sirva de tránsito, y la aventura, más bien poco demoníaca, transcurra en sus elementos esenciales prácticamente en su totalidad en secano.

¡Cuántas cosas caben en el cine del maestro Raoul Walsh! La película, de apenas 90 minutos de duración, ofrece un cóctel que contiene, sin apenas respiro, aventura, romance, carreras de barcos, humor (poquito esta vez), historia, espionaje, traición, intriga, suspense, acción, escaladas por las murallas, huidas nocturnas, tormentas, duelos y peleas, fugas de prisión, tiroteos, persecuciones, drama sentimental, crítica social… Todo, insistimos, en apenas 90 minutos que principian ya con un barco aduanero británico que persigue la embarcación de Gilliatt (Rock Hudson) por las costas de Guernsey, una de las islas de soberanía británica que existen en el Canal de la Mancha, y que sirven de paso obligado -y más en aquel entonces- entre Francia e Inglaterra. Gilliatt se verá envuelto en una intriga política de importantes implicaciones cuando reciba el encargo de llevar a una hermosa joven (Yvonne de Carlo) a Francia, una atractiva hembra que en realidad es una espía inglesa que se hará pasar por una condesa francesa encarcelada en la Torre de Londres para averiguar los detalles de la invasión que Napoleón, como antes Felipe II de Castilla y I de Aragón, y luego Hitler, pretende realizar de las Islas Británicas. La joven, que debe ocultar su verdadera misión para no implicar a Gilliatt, por el que se siente atraída, no puede evitar contrariarle en lo que él cree que es un comportamiento desleal por su parte. Cuando Gilliatt conozca la verdad, no dudará en poner su vida en peligro para rescatar a la muchacha de la difícil situación en la que se encontrará cuando Fouche (Jacques B. Brunius), el famoso jefe de policía de Napoleón (Gérard Oury), sospeche que se trata de una impostora.

Magnífico compendio de tantas cosas, no es una película que se encuentre quizá entre lo mejor del maestro Raoul Walsh, uno de los grandes genios del cine de aventuras, acción y entretenimiento del Hollywood clásico, cineasta norteamericano de ascendencia irlandesa y española, pero sí que sirve de ejemplo para percibir las virtudes narrativas de este genial director, especialmente en su manejo del tiempo narrativo, en el sostenimiento de un ritmo avasallador, trepidante, en el que los consabidos interludios románticos son los únicos descansos en una acción que avanza sin resuello, que ofrece datos, acciones y otras cosas relevantes en cada secuencia, en prácticamente cada fotograma y que, aunque transite por lugares comunes y resulte previsible en su desarrollo y conclusión, nunca resulta gratuito, banal o desgastado.En esta ocasión, por encima de la aventura predomina el clima de secretismo y misterio que conllevan las operaciones de espionaje internacional, cargadas de romanticismo en este caso, ganando las secuencias que transcurren en espacios cerrados (el palacio francés, la casona del responsable de la aduana inglesa en Guernsey, las tabernas, los camarotes de los barcos) a las grandes escenas marítimas en espacios abiertos que se suponen propias de una película de aventuras con marinos como protagonistas, con el uso de luces y sombras de la marca RKO -coproductora del filme junto con otras empresas americanas y británicas- a pesar del Technicolor -este sí un poco anticuado ya visto hoy- sirviendo de contraste y de amenaza permanente a los avatares de los protagonistas. Varias secuencias resultan estimables, como la del secuestro nocturno, la persecución y la huida de la paloma mensajera, el juego de astucias de Fouche, la falsa condesa y su anciano vecino conspirador o el combate nocturno en la taberna que precede a la resolución del drama. En cambio, se echa de menos un mayor desarrollo de las escenas en alta mar, con más protagonismo, más acción y más contenido dramático (excepto por los breves apuntes románticos y el primer choque de personalidades entre Gilliatt y la muchacha, estas escenas son de mera transición), además de una mayor elaboración y construcción de las luchas, las peleas y los tiroteos bajo techo.

Entre todas las secuencias con encanto destacan, desde luego, las protagonizadas por una Yvonne de Carlo en la cima de su hermosura y su plenitud físicas. Luciendo una colección de encantadores vestidos que sugieren más que muestran, Walsh llega a retratarla en su entrada clandestina en palacio con su camisón empapado marcando los contornos de su cuerpo, de noche, entre sombras y luces de velas, un momento tan inquietante y dramático como perturbador. En cuanto a lo estrictamente interpretativo, su papel no exige un gran despliegue dramático, aunque representa correctamente los pequeños matices que lo nutren, tanto en lo romántico como en lo político. Rock Hudson da vida con suficiencia pero sin alardes (vamos, lo habitual en su carrera)  a un tipo que es todo músculos y poco cerebro, entusiasta pero poco inteligente, que enamora y se enamora de la joven al primer encuentro. Ahí radica quizá el principal pero a la trama, esos enamoramientos súbitos al primer vistazo y que a la tercera frase que comparten ya se convierten en un «te quiero», y que eran tan propios de la época especialmente cuando de concentrar una historia rica y compleja en apenas noventa minutos se trataba (por no mencionar la risa floja que entra ahora viendo a Hudson de galán hetero). El resto del reparto, compuesto por intérpretes británicos y franceses, cumple adecuadamente.

Una cinta disfrutable, de sábado por la tarde, con guión de Borden Chase inspirado en una obra de Victor Hugo, con Raoul Walsh en la dirección y una pareja protagonista, especialmente ella, digna de ser vista en una historia de aventuras, acción, luchas y amores que transcurre en el marco romántico-político de uno de los periodos más convulsos y atractivos de Europa, las guerras napoleónicas. Pocos directores ofrecen tanto a cambio de tan poco. Raoul Walsh es quizá el más grande cineasta en cumplir con esta norma que él convirtió en virtuosismo.

10 comentarios sobre “Aventuras en remojo: Los gavilanes del estrecho (1953)

  1. O sea, compa Alfredo, que aventuras, ma non troppo (o arroz con más tropezones de los habituales…). No tiene mala pìnta, no, y retratada por tí, con la maestría habitual, incluso luce más vistosa que con su technicolor de fábrica. La cuestión es que el de aventuras (incluso el altamente vitaminado, como en este caso) no está entre mis géneros predilectos, pero supongo que es cuestión de ponerse a la tarea, y poquito a poco…

    Un abrazo y buen día.

  2. Pues algo así, sí. Chicha, no mucha, en efecto. Entretenida, vistosa, colorista, algo justita de emoción y tensión, agradable. Pero sin mucha chicha, en efecto.
    Hombre, hay cine de aventuras y cine de aventuras. Es un género, por lo común, algo banal, pero, especialmente décadas atrás, hay un buen puñado de títulos con mucha enjundia. «Beau Geste», por ejemplo.
    Abrazos

  3. Yo es que casi nunca llego a disfrutar con Rock Hudson en la pantalla; me parece muy plano, unidimensional, poco dotado para el lenguaje gestual y facial. Ni siquiera en las comedias con Doris Day. Quizá hay dos excepciones: «Cuando llegue septiembre» y, sobre todo, «Su juego favorito», y un magnífico western en el que su sonrisita y su cara de torta no aparecen para nada, en el que le va el laconismo y el rostro hierático, que es «El último atardecer», de Robert Aldrich.

  4. Se habla mucho de Ford,de Hawks,de Anthony Mann…pero muy pocas veces de habla o se recuerda a Raoul Walsh y a William A.Welman.Con el primero ¿quién no murió alguna vez con las botas puestas al son de una trompeta lejana? ¿Y esa maravilla de Perseguido con Mitchum,el primer western psicológico buscando El último refugio? Walsh tiene una filmografía impresionante desde el periodo mudo
    Rock Hudson no fue un mal actor,creo yo,aparte de esas peliculas que mencionas tan horteras de telefonitos en la bañera y con el pie asomando entre la espuma.No hace mucho rebisé Gigante,por ejemplo,y está mejor de James Dean,ese actorillo de talla corta con un traje que le viene grande ¿lo recuerdas?,y Estación Polar Zebra,de Sturges.Rock fue actor fetiche de las peliculas de Douglas Sirk.Más allá del tópico cinematográfico,Rock es un icono de películas que en su tiempo marcaron los suyo.

    Estupenda reseña,aunque a mí,personalmente (es una manía)la palabra gavilán nunca me gustó,quizá porque me crié con los grandes éxitos españoles a través de la radio y Pablo Abraira inundaba los corazones de las marujas con esa canción horterísima de Gavilán o paloma,y también,más reciente,ese culebrón que lleva de cabeza a mi madre titulado Pasión de gavilanes.

    Un abrazo

  5. Efectivamente, Paco, Walsh es un maestro, con no pocas conexiones, según los casos, con Ford. Pero en su filmografía menos habitual, en los años 30, dirigió incluso comedias y musicales, cosa que luego no hizo. Estoy contigo, Hudson está mejor que Dean en «Gigante»; Dean me parece muy mediocre excepto, quizá, en «Al este del Edén». En cuanto a los melodramas de Sirk, algunos de ellos remakes (como «Obsesión» e «Imitación a la vida», que tienen versiones previas en los años 30), creo que siempre han estado un poco-bastante sobrevalorados. En última instancia, no son más que culebrones estilizados.
    Recuerdo a Pablo Abraira (bueno, recuerdo haber visto imágenes suyas, porque, por edad, afortunadamente, no me pilló, aunque igual ha habido que padecerlo después): qué horror…!
    Abrazos

  6. Ahhhhh, ¿sobrevalorados los melodramas-remakes de Douglas Sirk? Ay, ay, ay que me pongo a llorar y no paro… je, je, je, ya sabes que yo amo incondicional, exagerada y extaldamente (como pasa todo en los melodramas) a Sirk.

    Esta de aventuras de Hudson y la De Carlo sé que la he visto pero no la tengo en absoluto reciente. Walsh tiene una filmografía muy amplía con muy buenos títulos y mucho que descubrir. Incluso en sus títulos menos difundidos o recordados. Hace poco disfruté con un western poco recordado, PERSEGUIDO (con Robert Mitchum… por seguirle nombrando). Pero yo con la dupla El último refugio y Juntos hasta la muerte le amo ya infinitamente… (cuanta mente a cuestas).

    Y Rock Hudson…, ay, Rock Hudson. He disfrutado con un montón de películas que contaban con su rostro. Pero hoy recuerdo lo que me rio y reí con él en SU JUEGO FAVORITO.

    Besos melodramáticos
    Hildy

  7. Pues sí, Hildy, lo siento. Siempre me han parecido impostados, increíbles, fingidos, artificiosos, siempre ambientados en esa alta sociedad rancia y coloreada… Y con Jane Wyman, horror!!!! Pero si hasta se casó con Ronald (MacDonald) Reagan… Para que me entiendas: yo prefiero «Un extraño en mi vida». Creo que hay más verdad y más sentimientos tangibles y hondos en esa película de Quine que en todos los melodramas de Sirk. Lo siento, pero para mí es asín (que cualo).
    «Perseguido» es un western estupendo. Y «El mundo en sus manos» una película de aventuras tremenda. Y «El hidalgo de los mares», y «Una trompeta lejana», y «Al rojo vivo», y tantas…
    Besos «sirkásticos»

  8. Pues sí: Yvonne de Carlo está magnífica y el amigo Walsh le saca muy buen partido. Ese es un director que, como unos pocos más de su época, es una garantía para el espectador: películas bien narradas, provistas de ritmo y sentido de la aventura, medidas de metraje y basadas en guiones en los que seguramente la acción prima por encima de los diálogos.
    La traición del título al español ya es una costumbre. Tu estupenda reseña, Alfredo, de nuevo me deja con ganas de revisar ese clásico.

    Un abrazo.

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