Aquí tenemos a Boris Karloff, todo un gentleman en su vida personal que, sin embargo, gustaba de aterrar a féminas de toda clase y condición en la pantalla, a punto de hincarle, suponemos que el diente, a la rubia Gloria Stuart (centenaria actriz que, por ejemplo, todavía se dejó ver en la abominable Titanic de James Cameron, en 1997). Karloff es, desde luego, la mayor atracción inicial de El caserón de las sombras (The old dark house, 1932), película dirigida por James Whale justo después de apuntarse su gran, inmortal éxito con El doctor Frankenstein (Frankenstein, 1931). Precisamente, la cinta se inicia con un letrero de advertencia, no en la línea del mensaje de la película anterior, en la que se ponía sobre aviso al espectador acerca del tremebundo horror que iba a presenciar, sino, en este caso, para eliminar especulaciones sobre la identidad del actor que había encarnado al monstruo ideado por Mary Shelley en la precedente producción de Whale. En los créditos de reparto de El doctor Frankenstein, la identidad de la criatura quedaba camuflada bajo unos interrogantes que, a la vista del revuelo levantado, James Whale quiso cortar por lo sano mediante un mensaje al comienzo de El caserón de las sombras, que acabara así con todas las dudas. Pero Karloff, con todo lo que lo rodeaba en aquel momento, es sólo la máxima atracción inicial del film; en cuanto comienza el metraje, no obstante, comprobamos que no es ni mucho menos la única, ni siquiera la más importante.
Nos encontramos en una noche de perros en una zona rural de Gales. Una terrible tormenta, con gran aparato de truenos, relámpagos y lluvia torrencial, provoca que el matrimonio formado por Philip y Margaret Waverton (Raymond Massey y Gloria Stuart) y el sarcástico vividor Mr. Penderel (Melvyn Douglas), se extravíen durante su viaje en coche, no sabemos desde dónde ni hacia dónde… Perdidos, desesperados y hambrientos, además de temerosos por los corrimientos de tierras y las inundaciones que amenazan su tránsito por carreteras y caminos (lo cual no impide a Penderel arrancarse con unos cuantos versos de una popular canción relativa a la lluvia, nada menos que Singin’ in the rain, veinte años antes del famoso número musical de Gene Kelly), los viajeros llegan a un tenebroso caserón en el que son recibidos por el arisco Morgan (Karloff), el criado mudo de una pareja de ancianos hermanos en los que pronto sospechan un extraño comportamiento, Horace y Rebecca Femm (Ernest Thesiger y Eva Moore). Horace es un viejo pusilánime, débil y miedoso; ella es un torbellino, malencarada, antipática, vulgar, gritona y sorda como una tapia. Pero la mezcla, a pesar de que se avengan a acogerlos durante la noche e incluso a ofrecerles algo de comer, resulta más que inquietante a los viajeros, poco a poco sugestionados por el tétrico ambiente en el que se encuetran, y amenazados por la siniestra presencia del criado, que además de ser mudo se maneja con unos modales poco prometedores. La posterior llegada de otra pareja de viajeros, Sir William Porterhouse (Charles Laughton) y su amante, una corista llamada Gladys (Lillian Bond), es el pistoletazo de salida para la espiral de miedos, amenazas, violencia y riesgo para la vida de los viajeros que tiene mucho que ver con los misterios que acechan en los pisos superiores de la casa, perdidos en la oscuridad y el silencio, pero desde los que llegan angustiosos gritos y ruidos tan sospechosos como inquietantes, y que tienen que ver con el apergaminado padre de los hermanos, ya centenario, que está enclaustrado en su habitación, la muerte años atrás de una de sus hermanas, que sufrío una larga y terrible enfermedad, y también con la mención a un oscuro personaje, Saul, el otro hermano de la pareja.
Lo más destacado, de entrada, de la película, además de la presencia de Karloff como un cuasi-hombre lobo barbado y gruñón, es la atmósfera creada por Whale, típica de los productos de Universal por aquellos años, y en la misma línea sombría y funesta de Frankenstein. Los elementos típicos del género (tormenta, aislamiento, caserón de tenebrosas dependencias, los juegos de luces de velas y candelabros y el reflejo de las sombras en las paredes, presencias amenazantes, secretos que esconden un riesgo directo para la vida si se destapan…) se entremezclan con los guiños humorísticos, la ironía y el sarcasmo que caracteriza los personajes de Penderel y Poterhouse, con dos grandes como Douglas y Laughton en su salsa, disfrutando con sus personajes desenvueltos y lenguaraces pero de lo más opuestos: vividor empobrecido uno, millonario heredero el otro. Además, nos encontramos en un periodo anterior al Código Hays, razón por la cual se percibe cierta relajación en lo que suele ser la forma de retratar determinados aspectos del erotismo femenino: nada más llegar al caserón, la señora Waverton solicita cambiarse la ropa mojada; en una sombría habitación, Margaret se despoja tranquilamente de su ropa y se queda en combinación ante la chimenea mientras recae sobre ella la escrutadora mirada de la señora Femm, que parece juzgarla negativamente por la ligereza de su comportamiento, o quizá envidiarla por la lozanía y juventud de sus carnes.
Cuando la película, de brevísima duración (apenas 72 minutos), se vuelca decididamente en el misterio, los aspectos románticos y cómicos prácticamente desaparecen hasta el epílogo final, y es el terror, el horror, el que lo domina todo. Los peligros son múltiples y variados, desde los lúgubres gritos que proceden de los pisos superiores hasta las ansias del borracho Morgan por someter a sus, sospechamos, libidinosos deseos, a la señora Waverton, y Whale se mueve a gusto creando situaciones tensas tras cada puerta, en el rellano de la escalera, en la penumbra mal iluminada de las velas o en una habitación oscura. Y, como en Frankenstein, el poder redentor y purificador del fuego goza de gran protagonismo en el colofón de una noche de terroríficas angustias en las que, por puro azar, se ha visto envuelto un grupo de heterogéneos personajes que permiten a Whale, soterradamente, ir más allá del mero cine de terror y apuntar, breve y superficialmente, otras cuestiones relativas a la realidad social o también a las costumbres de la vida de pareja.
Una película interesante y, como siempre en Whale, sorprendentemente dinámica y moderna pese a su fachada de blanco y negro de 1932, cuya factura clásica remite a los lugares comunes pero a día de hoy todavía vigentes y de lo más efectivos, del terror gótico y de fantasmas, pero cuyos horrores resultan ser mucho más terrenales y humanos que infernales.
Ahora se suele decir que el miedo ya no es lo que era. Los monstruos mitológicos han quedado relegados en aras de un final de contrato, la
hipoteca, la economía, el fin de la seguridad social, las entrevistas de trabajo o, que venga la suegra a comer un domingo por la tarde. Pues bien, yo no creo del todo que el miedo tradicional, tanto en la literatura como en el cine, esté totalmente obsoleto. Mira te cuento una cosa. En Barcelona tenemos el parque de atracciones del Tibidabo y allí existe un pasaje del terror que se llama “Hotel Kruger”, que por allá mediados de los noventa lo inauguró en persona Anthony Perkins. Yo estuve allí y cuando alzó las tijeras para cortar la cinta puso una mirada que aterrorizó a todos los asistentes de todas las edades. Pues bien, en el pasaje encontramos a figurantes disfrazados de los personajes más horteras del cine: Chuqui (el actor es un enano), Kruger, zombis, la niña del exorcista, un vampiro, Jack el Destripador, el tipo de la máscara de La noche de Halloween, etc. Y puedo asegurarte que te acojonas vivos. Todos salen de allí con taquicardia en tercer grado. No hace mucho volví a visitar el pasaje con Cris, ella, tan incrédula ante estos tipos, cuando salió tuvo que fumarse tres cigarrillos seguidos con el pulso acelerado.
El caserón de las sombras puede que ya no dé miedo, pero te puedo asegurar que en otro contexto Boris Karloff,Bela Lugosi,Peter Lorre,Lon Chaney y compañía seguirían dando por el culo en los callejones sin salida en donde nos sentimos atrapados hoy.
Excelente texto que me ha levantado hoy el ánimo,amigo.
Fuerte abrazo.
¡Mi querido Alfredo con tu buen texto, tan bien escrito y tan ameno, quiero inmiscuirme pero ya en EL CASERÓN DE LAS SOMBRAS!
La mezcla de humor, ironía, miedo, atmóferas fantasmales, ruidos extraños, tormentas, habitaciones y puertas misteriosas… y un reparto muy pero que muy apetecible, hace que sea esta película una candidata firme para pasar una tarde invernal…
La veré desde mi mecedora…
Besos
Hildy
Te creo, amigo. Para mí el cine de terror se ha visto invadido por otros miedos, por otras historias, que no son terror, sino fantasía y ciencia ficción. Para mí es importante que el terror resulte cotidiano, no verosímil pero sí creíble, y nada mejor que recurrir a los cánones clásicos del género. Estoy pensando, por ejemplo, en «Vampyr», de Dreyer. Cómo asustar sin resultar explícito, repelente, sin vísceras ni trucajes de efectos, sonidos o músicas. Hoy hay muchas películas de fantasía, pero muy poquito terror auténtico.
Abrazos, amigo
Vale, vale, Hildy, muchas gracias. Pero procura que la mecedora no quede muy cerca de la ventana, o de la chimenea, porque nunca se sabe…
Besos
Alfredo, un post cojonudo y encima te has acordado de Miss Stuart-menudo lince-en Titanic del ultratecnológico y sobrevalorado Cameron. Eso era hacer terror y con fundamento que dice Arguiñano. Me alegro de verte en plena forma por el año 13. Yo voy a terminar como el paisano paterno-el ínclito Panero Jr.-con la camisa de fuerza a machas forzadas. Menudo barullo tengo con la edición de los audios, de mi viejo programa de radio. Me voy a ver a mi amigo W. Castle y la Crawford, un detalle de los magos de Oriente que ha caído por esta pequeña Babilonia. Abrazos
Bueno, Arguiñano también hace terror: ¿le has oído cantar o contar chistes?
El terror es un género «muy sencillo» cuando se hace bien, es decir, yendo a los terrores más profundos y universales, esos mismos que nos daban miedo de chiquillos, pero también los que nos acompañan durante la madurez -el terror a la locura, por ejemplo-. Cuando se pervierten y se camuflan de fantasía, religiosa o no, o ciencia ficción, normalmente se convierten en productos de aventuras o de cacharrería barata.
No se han portado mal los magos, no… Aunque a ellos Babilonia les caía justo al lado.
Yo, como he sido malo, sólo carbón.
Abrazos.
¡Que tiempos! Esas noches lúgubres, esas carreteras oscuras y solitarias, esos temporales que amenazan con llevarse todo por delante. Y, en el horizonte .. una casa, un refugio quizás, que no sabes que sorpresas te guarda.
Esas imágenes las tenemos guardadas en la memoria … en blanco y negro, claro.
Mira, más terror todavía: imagínate que esa casa es La Moncloa… Más que nada, porque todo lo oscuro y amenazante nos viene de allí… Creo que van a cambiarle el nombre por el de Mordor…
Aquel cine tenía un encanto especial. Se hacía justito de medios, pero con honestidad y franqueza, y desde luego, se tomaba al público por inteligente.