La banca y el crimen organizado siempre han gozado de buenas relaciones mutuas. Podría decirse lo mismo de la banca con el crimen, a secas. Esta buena sintonía no sólo ha generado inmensas fortunas particulares, sino que incluso ha ayudado a la creación de estados, al mantenimiento de anacrónicas colonias en el Caribe o a la buena reputación de determinados países, considerados paraísos de la opulencia, cuya extraordinaria riqueza y envidiable prosperidad se basa sobre todo en el secreto bancario. Y ya se sabe que cuando se recurre al secreto es porque hay mucho que tapar. No se trata de una delincuencia cualquiera, por tanto, sino de organizaciones criminales legitimadas por leyes nacionales e internacionales fabricadas a su medida. Nadie con sentido común negaría esto, y menos en estos tiempos. Pero hace ya décadas, quizá de manera algo involuntaria, el checo Ivan Passer dejó un testimonio bastante burlón de esta circunstancia en su extraña, recomendable y poco conocida Gigantes de plata (Silver bears, 1978), producción británica protagonizada por Michael Caine cuyo título original alude, dentro del mismo juego de sarcasmos que plantea, tanto a uno de los máximos premios del Festival de Berlín como a un aspecto esencial de su trama.
Construida como una comedia ligera e irónica sobre las conexiones entre la Mafia, los mercados bursátiles, la especulación económica, los bancos, las inversiones opacas y la atmósfera de estafa, engaño y manipulación sobre la que operan todos estos factores, la cinta da inicio con el dilema de un cabecilla del sindicato del crimen que controla los casinos de Las Vegas (Martin Balsam), que necesita blanquear sus enormes ganancias ilegales. La solución más prudente de cara a las autoridades norteamericanas es colocarlas en un banco suizo, pero todos ellos, temerosos de la reacción del gobierno americano, rechazan esa posibilidad. ¿Solución? Comprar su propio banco suizo y hacer con él lo que le plazca. Una vez elegida la víctima, un pequeño banco semidesconocido, envía a su agente, Doc Fletcher (Michael Caine) para hacerse cargo de él, gestionarlo y camuflar así el dinero mafioso. Para ello cuenta con la ayuda de un estrafalario príncipe italiano (divertidísimo Louis Jourdan), de un matón experto en falsificar dólares, y del inútil hijo del mafioso (el televisivo Jay Leno, con una pinta para echarle de comer aparte), ansioso por demostrar a su padre su capacidad para ocuparse de asuntos de importancia. Sin embargo, pronto la maniobra pone a Fletcher y los suyos ante un caramelo mucho más tentador: la posibilidad de prestar dinero a los propietarios de una mina de plata en Irán (David Warner y la francesa Stéphane Audran) y convertirse con ello en dueños de una porción muy importante de los beneficios del comercio de esa plata. Eso despierta la ambición de un codicioso empresario británico, dueño de varias explotaciones de ese mineral, que convence a un banco inglés para que compre el banco suizo y así adueñarse indirectamente de la mina iraní. Puesto sobre aviso, Fletcher descubre todo el plan a través de la mujer del comisionado del banco enviado para negociar, una americana extravagante, ingenua y bastante borrica (Cybill Shepherd), a la que seduce con facilidad.
La película transita con un tono amable, fluido y ácido por distintas localizaciones internacionales (Suiza, Las Vegas, Londres, Irán…) y se construye como una cinta de atracos sin atraco, en la que las complejas labores de diseño y ejecución de un plan son sustituidas por el juego del ratón y el gato entre individuos que, con la intención de poner la menor cantidad de dinero posible para sus negocios (y si es falso, mejor), pretenden hacerse con la mayor parte de la fortuna de los demás, y que para ello no reparan en embustes, maniobras subterráneas, estafas, timos y dobles juegos. Caine, que en los 70 disfrutaba del punto más álgido de su carrera, está perfecto en su esperado papel de negociante tramposo, y está fenomenalmente acompañado por Jourdan, en un personaje curioso y muy logrado con el que mantiene un constante intercambio de diálogos chispeantes y muy agudos. Leno supone una gran sorpresa, aunque no por su actuación precisamente, y la galería de secundarios incluye a un no menos curioso David Warner como imposible empresario occidental en Irán, excéntrico, cool e inundado por la cultura pop. Capítulo aparte merece Shepherd, quien, convertida en un sex symbol de la época, faceta que desarrollaría ampliamente en la década siguiente y que le costó finalmente su proyección como actriz, aparece aquí caracterizada como una típica mujer americana ordinaria, inculta, superficial y vulgar propia del Medio Oeste. Los interiores no desentonan con el ámbito suntuoso, de inmerecido lujo, en el que transcurre la acción, y las mansiones, los hoteles caros, los restaurantes de postín y los entornos exclusivos, algunos un tanto decadentes, se erigen en escenario para las transacciones, llamémoslas comerciales, de los distintos grupos de pillos que intentan robarse unos a otros.
Varias secuencias valen la pena. Entre ellas el descubrimiento del demasiado modesto banco que los mafiosos han comprado y que tiene la desagradable sorpresa de no contar con fondos de ninguna clase, lo que genera reacciones distintas y divertidas en los miembros del grupo, algunas de las cuales logran, de manera absolutamente contraproducente, salvar la situación. Asimismo son destacables la visita a la mina iraní, la llegada al palacete de Jourdan, la negociación a todo correr por los pasillos y corredores de un artístico palacio repleto de obras de arte, y el señalamiento del hombre que, una vez solucionados los diferentes entuertos, habrá de cargar con la culpa como hombre de paja que vender a la policía. Pero el mayor valor de la película es el prisma general de típica comedia inglesa, si bien trasplantada a una escala internacional (a pesar de hallarse a los mandos un emigrado checo huido a Occidente tras la Primavera de Praga de 1968), que impregna todo el filme y que proporciona situaciones y, especialmente, diálogos dignos de aprecio. Sin embargo, algo pasada de duración (113 minutos) y de giros que complican excesivamente la conclusión, por otro lado algunos aspectos de la trama son liquidados demasiado a la ligera (como el papel de David Warner y el final de los personajes de Jourdan y Audran), con insuficientes explicaciones y dejando la trama algo coja en cuanto a coherencia y solidez. Igualmente, el romance entre Caine y Shepherd carece del desarrollo necesario, y resulta algo apresurado e inconexo.
Sin embargo, la película pone de manifiesto, no sin un más que conveniente choteo, que quienes se manejan habitualmente en las relaciones económicas internacionales de gran nivel no suelen verse coartados por barrera ética, moral o legal alguna, y que, muy al contrario, la ley, deliberadamente ambigua y manipulable, diseñada precisamente para dejar puertas abiertas a la especulación, la trampa, el engaño y el robo legalizado por los políticos que de alguna manera esperan beneficiarse de ello con su propia porción del pastel, sirve antes a sus intereses que a cualquier idea de justicia, y no digamos ya a cualquier aspecto de democracia. Entre mafiosos, bancos y políticos acomodaticios se lo guisan y se lo comen, y los humildes terminan pagando el pato. La banca siempre gana.
De nuevo vuelves a demostrarme que es mucho lo que me queda por descubrir de la filmografía de Michael Caine… NO conocía absolutamente nada esta película.
Besos
Hildy
Pues me guardo otra de las suyas que me dejó completamente a bolos, como suele decirse… En fin, películas que en su día no tuvieron distribución aquí, que no se han programado por las televisiones, y que, también es cierto, no son tan relevantes como para hacer memoria de ellos (menos yo, claro). Pero esta me llama la atención especialmente porque el elenco no está nada mal, son rostros algunos de ellos muy populares, y me resulta extraño lo poco que se habla de ella.
Besos
Esta película la ví en el cine Lis de Algeciras a principios de los 80s. Me gustó tanto como me sorprendió. Más tarde la busqué sin éxito en videoclubs. En internet, con dificultad para encontrarla, la volví a ver hace poco.
Una agradable curiosidad. La verdad, no entiendo que haya pasado tan desapercibida.
Sigo buscándola para verla de nuevo online aunque quizás la vez anterior la descargara con Emule porque no la encuentro online. Acabo de ver que en el ABC del 16/02/82 estaba anunciada en el cine Richmond de Madrid.
¿Y por qué no la buscas en DVD? Yo la tengo, así que no debe ser difícil de encontrar.
Simplemente porque no cabe ni un libro ni CD o DVD más en casa. Necesitaría comprar otra casa antes. Tengo 5 DVDs regrabables por si alguna vez quiero ver algo previamente grabado, todo lo demás lo veo online. Tampoco veo demasiado cine, dedico muchísimo más tiempo a leer.
Yo de esta no me acuerdo, que no digo yo que no la haya visto -por aquello del argumento, familiar y eso-, pero no, que no me acuerdo.
Pues quizá sea porque no la has visto. Pero vamos, raro es, porque vale que no es una obra maestra ni mucho menos, más bien una comedia simpática y punto, pero al menos por su reparto merecería ser más conocida y programada.
De ahí la necesidad de Dillingers o de Soviets que la fastidien un poco (a la banca)…no que se corrompen…no nos queda otra que los bancos de tiempo o hacer como los chinos cuando montan sus pequeños negocios en Europa, que según se dice dependen mucho de la solidaridad familiar. Bueno, esto es hablar y soñar porque seguiré guardando el dinerillo en un banco o caja, si es que me hago la ilusión de que la caja es más «social».
¡Mira por donde sale la Cibyill Sepherd! Como actriz no sé pero su físico me gustaba mucho. Y si Michael Caine hubiera trabajado en los buenos tiempos del Cine, el de los grandes estudios y el Star System ése ¿habría brillado como las estrellas de entonces o es más actor que estrella o cómo lo encasillas tú?
Hombre, tanto como necesidad de Dillingers, o de soviets… Con que los bancos se limiten a cumplir el que debería ser su papel, y que no haya políticos, sistemas políticos o imperios que sirvan a sus intereses (no nos engañemos, el imperio no es una cuestión política, sino económica), sería suficiente…
Michael Caine es un actorazo. Está a caballo entre ambos periodos, el clásico y el nuevo cine de los 70, pero indudablemente surge de la modernidad, de otros rostros, otros tipos, otros orígenes (es cockney, o sea, de origen humilde). Todavía le dio tiempo a participar en grandes producciones «a la antigua» de los grandes estudios, y también ha estado ligado a los cambios y los nuevos cines. Siempre brilla por su profesionalidad y su buen hacer, e incluso salva con sus actuaciones películas mediocres o incluso malas. Es un fuera de serie. Es un gran actor, además de estrella. El concepto de estrella es engañoso: las hay que se ganan el apelativo por su trabajo y las hay que lo hacen por la rentabilidad económica de su trabajo. Hoy en día incluso las hay prefabricadas (o sea, que ni son rentables ni trabajan mínimamente bien en nada). Michael Caine es un gran actor y, como consecuencia, una estrella. Pero no me gusta hablar mucho de estrellas porque eso es una cuestión puramente de la Metro de los años 30, un invento, nada más.
En cuanto a Cybill, su carrera se estropeó con la televisión. A mí no me ha gustado físicamente nunca, pero «Luz de luna», la serie, elevó a Bruce Willis (como cómico, dicho sea de paso) y la enterró a ella. Si quieres verla en el esplendor de su juventud, no te pierdas «La última película» de Peter Bogdanovich (mañana, por ejemplo, en el canal TCM); con 17 o 18 años (y liada ya con el director) dio lo mejor de sí misma.
Hola, Alfredo, buenos días; pues treinta y cinco añacos, pero, por premisa argumental, se podría firmar hoy mismito: nada nuevo bajo el sol (en la materia). La verdad es que me encantaría verla: soy ‘completista’ de Michael Caine, y todo lo que ese hombre haya plasmado en una pantalla ya me merece la pena (bueno, dentro de lo que cabe: revise hace unos días Lío en Río y llegaba a sentir, en algunos pasajes, vergüenza ajena…). Así que habrá que intentarlo.
Un fuerte abrazo y hasta pronto.
Ja,ja,ja… «Lío en Rïo», sí… Se las trae…
Pues permanece atento a las pantallas, amigo Manuel, porque próximamente hablaremos de una rareza muy rara de Michael Caine. No perdérselo.
Abrazos
Hola,mi querido amigo,vuelvo a estar aquí de nuevo,pero no sé por cuánto tiempo.Aprovecho para saludarte desde la red y a ver si me pongo al día con todo lo que has escrito.Creo que debo empezar por el asunto del «Plagiador».Me encanta este nombre,tiene título de película de serie B.
En cuanto pueda vuelvo para comentar esta películas que reseñas tan bien,tanto que siempre dejas poco espacio para ellos.¡Joder! Nos vemos en breve,amigo.
Fuerte abrazo
Mi querido Paco… ¡¡Dichosos los ojos!! O los dedos…
Es verdad, esa película, «El plagiador», podría ser de Joseph Losey, protagonizada por Dirk Bogarde y José Sazatornil diciendo eso de «¿no podías haber plagiado a otro?»
Abrazos