Valga este collage de imágenes para mostrar buena parte de lo que es Bagdad, colorista cinta de exóticas aventuras desértico-arábigas dirigida por Charles Lamont en 1949 para la Universal International Pictures. En verdad, poquito hay que rascar que valga la pena de esta obra menor de bajo presupuesto destinada a las salas de programa doble, pero sirve para ejemplificar el funcionamiento de la cadena de montaje de los estudios en la producción de películas para el mercado secundario de la serie B durante el Hollywood clásico.
A los mandos, Charles Lamont, un director acostumbrado a películas ligeras (ya fueran del género aventurero o bien a la medida del artista cómico de turno, especialmente de la pareja Abbott y Costello) y capaz de rodar con rapidez y no excesivo metraje (en el caso que nos ocupa, apenas 78 minutos); al frente del reparto, una estrella, una pelirrojísima y más exuberante que nunca Maureen O’Hara, que luce esplendorosamente voluptuosa a falta de una mayor ‘chicha’ en la caracterización de su personaje; a su lado, un galán acartonado, sin carisma ni encanto que sobrepase lo meramente superficial, Paul Hubschmid (acreditado como Paul Christian), destinado a hacer de percha imitadora de Errol Flynn; frente a ellos, dos villanos, uno magnífico, como siempre, con un carisma y un poder de presencia realmente estimables (Vincent Price), y otro esquemático y escasamente dibujado (John Sutton); la historia, un cliché de lugares comunes y elementos previsibles escrito por Tamara Hovey y Robert Hardy Andrews, que combina la fantasía de Las mil y una noches con las aventuras coloniales, la comedia musical o la comedia basada en el error de identidad; como marco, una Bagdad recreada en unos aparentemente lujosos pero baratos decorados de estudio y unas tomas de exteriores (a menudo acompañadas de un uso bastante chapucero de las transparencias) filmadas en los parajes desérticos de los alrededores de Los Ángeles; y como complemento, la fotografía de Russell Metty, que sirve a la perfección tanto al elemento mágico y exótico que una historia bagdadí requiere como a la belleza de O’Hara, una de las bazas comerciales y artísticas del filme, y la música con toques orientalizantes de Frank Skinner, que sirve de entrada para situar el argumento geográficamente.
El conjunto, sin más pretensión que el entretenimiento de evasión, funciona dentro del estrecho margen que marcan la pobreza general de su concepción y un guión que renuncia a ofrecer algo distinto del previsible y trillado camino por el que suelen discurrir este tipo de productos de la época: la princesa Marjan (O’Hara) es una joven y hermosa beduina, criada en Inglaterra por orden de su padre, un príncipe de una de las tribus más importantes del desierto de Arabia durante la dominación otomana (es decir, en algún momento de mediados o finales del siglo XIX -la película no lo aclara pero los objetos, los uniformes, las armas y el tono general de la puesta en escena permiten suponerlo así-), que regresa a Bagdad para enterarse de que su padre ha sido asesinado a traición, al parecer tras una encerrona preparada por el príncipe Ahmed, al que tanto el gobierno turco como algunas tribus beduinas persiguen acusado de ser el cabecilla de los llamados Chilabas Negras, levantisco grupo que está arrasando a sangre y fuego los territorios entre el Tigris y el Éufrates (los cuales, al menos geográficamente, no son Arabia, pero eso a la película le da igual…). Este Ahmed, sin embargo, se ha infiltrado como Hassan (Paul Christian), un simple camellero, en la caravana que ha conducido a Marjan hasta Bagdad, con idea de descubrir quién está detrás del complot que le señala como el rebelde asesino líder de los Chilabas Negras, y tras el cual están el Pachá que gobierna la zona por delegación turca (Vincent Price) y el príncipe Raizul (John Sutton), su propio primo, que es el auténtico jefe de los asesinos. Todo, sin embargo, transcurre por los derroteros de lo inverosímil o de lo directamente absurdo.
En primer lugar, nos encontramos con una proliferación de príncipes y princesas que no existe ni en Disney: todo individuo que lleva una gumía y una capa con brillos se atribuye el título de príncipe, algo muy normal, por otra parte, en aquel tiempo y lugar antes de la irrupción del famoso Lawrence de Arabia. Una de ellos, Marjan, ha sido educada «a la europea», lo cual le hace ser una musulmana ‘liberada’, que no sólo gobierna sobre sus súbditos de la tribu sin contestación alguna, sino que no luce velo ni lleva el cabello cubierto, además de colocarse unos vestidos con unos escotazos que te mueres y llevar encima más joyas que el escaparate de una quincallería; por otro lado, esa educación europea la hace tomarse con menos rigor las limitaciones sociales y culturales propias de la zona, y no le importa lanzarse a cantar canciones en inglés para amenizar las cenas de los comensales en el único café de Bagdad que ofrece comidas y costumbres europeas. Además es una heroína de acción, que lo mismo hace grandes cabalgadas por las arenas que se disfraza de gitana para ‘dar el pego’ a los malos. Hassan-Ahmed, por su parte, llega a cambiar de identidad hasta tres veces, además de las que le colocan otros, aunque como héroe espadachín y acróbata no le llega a Flynn a la suela del zapato o al bordado de la chilaba. Vincent Price desempeña el papel más creíble: cínico, perverso, interesado, mujeriego y ambicioso, realiza una de sus habituales interpretaciones, con el piloto automático y sin esforzarse mucho, pero con su habitual empaque y efectividad en este tipo de papeles (realmente, una cara de Price como villano bien vale el visionado del film). Por último, el humor tampoco resulta muy logrado: ni los equívocos entre los personajes principales llevan realmente a un antagonismo equiparable a la «guerra de sexos», ni Christian-Hubschmid resulta demasiado efectivo en la encarnación del frívolo aventurero canallesco de extracción noble que se divierte con sus arriesgadas correrías por las terrazas y azoteas de Bagdad.
Por tanto, poco bueno reseñable tiene esta película más allá de la poderosa presencia de O’Hara, que vale asimismo un buen vistazo, el maléfico encanto de Price, y algunos pequeños detalles tanto de la puesta en escena (especialmente la recreación en cartón piedra y telas pintadas, pero hermosa y llena de color y vida, de Bagdad, pero también en la secuencia, por ejemplo, del ritual del «lanceado de los ojos» en el campamento tribal) como de la música cuando se pone en plan arábigo (cuando se limita a ser una mera fanfarria de acompañamiento a las secuencias de acción, particularmente en el desierto, resulta irritante y machacona), pero sirve para ilustrar a la perfección el tipo de producto de consumo que los estudios ofrecían en un escalón más bajo de producción y calidad con fines puramente alimenticios, tanto en Estados Unidos como en el extranjero, así como para mostrar la capacidad evocadora de un cine que distaba muchísimo de la imagen que Bagdad supondría para el público americano, y del resto del mundo, apenas cuarenta años más tarde.
De todas maneras, resulta interesante que estrellas como Price u O’Hara se utilizaran en estas películas «menores» Al menos, es lo que salva la cinta. No la he visto. Creo que de Bagdad solo he visto la de su ladrón, «El ladrón de Bagdad» , pero la versión del 40, no la de Douglas Fairbanks que, según creo, es la mejor. Bueno, feliz epifanía!
A veces no les quedaba más remedio que participar: era la cosa de los contratos de exclusividad de los estudios, o a veces las trampas de préstamo a otros de la competencia, a cambio de obtener a uno de los suyos. En fin, un poco lo que pasa hoy con el fútbol y tal…
Sin duda la de Fairbanks es la mejor, y más espectacular, aunque yo le tengo cariño a la del 40 por Conrad Veidt.
Epifanía republicana, en todo caso…
Abrazos
Ahora me costaría mucho volver a ver estas películas de cartón piedra, amigo Alfredo. Tengo una colección en seis volúmenes de Las mil y una noches que todavía quita el hipo cuando entras en sus historias. El cine no tiene solución. Antes por la falta de recursos técnicos,y, ahora un remake de estas historias se pasarían con el digital y la falta de sustancia en todo lo demás. Menos mal que nos quedan todavía los libros. Ayer estuve viendo un par de películas de cuyo nombre no quiero acordarme, y me fue imposible darles un valor justo. Por ejemplo, el tema de los desmayos, es decir, cuando un tipo le da un porrazo en la cabeza a otro para dejarlo grogi. No veas cuando le conviene al director hacer chapuzas. Un toque leve y el tipo se pone a dormir durante horas. Esto sigue ocurriendo hoy. Y después está el psicópata de turno que no hay manera de dejarlo KO. Despierta justamente cuando la chica pasa por su lado, es más, cuando su pie roza la mano del loco. ¡Zas! Un día tocará escribir sobre los vicios del cine. El otro día vi al viejo Clint conduciendo y hablando con el pasajero que lleva a sus espaldas. Es correcto, pero no cuando gira la cabeza durante un buen rato, ¡y lloviendo! No, me cuesta mucho…
Abrazos,amigo.
Bueno, amigo Paco, ya sabes que el cine no tiene por qué ser verosímil, aunque sí creíble y coherente con las propias reglas de cada guión. Es verdad que estos pequeños detalles pesan mucho más de lo que parece, que son los que, en el fondo, hacen que una película sea atemporal, es decir, un clásico, o caduque en un pis pas. La forma de lo cutre ha cambiado, pero lo cutre sigue siendo cutre. Sin embargo, aunque el avión de «Casablanca» sea de cartón, está en «Casablanca», y con eso a mí me vale.
Abrazos
Vaya.Tienes más razón que un santo. En Casablanca también se percibe de una manera descarada las manos del bueno de Sam tocando el piano.No veas.Parece que está sacándole el polvo al teclado. Claro, él no tocaba el piano,pero a Curtiz se le podía haber ocurrido encuadrarle sin las manos.Te entiendo. Ya me conoces y te preguntaría si has conocido en persona a un tipo que le guste más el cine que a mí. He visto más películas que Garci y creo que cuando empecé a andar con la caminadora al primer lugar donde me dirigí fue al cine, pero es molesto ver cómo la cagan de esa manera.Ya lo hablamos una vez. Vasos que están vacíos. Tipos que llevan unas pesadas maletas con los codos elevados al cielo. Un soplido y el tipo se desmaya. Un golpe que podría matar a un elefante y el tipo sigue tan tranquilo. Sillas rotas en las espaldas como si de hojaldre se tratase. Más de cien años de cine y todavía hoy estamos con lo mismo. Has visto tantas películas que cuando vas al cine,aparte de los resbalones a causa de los líquidos cocacolíticos, uno las ve venir. Creo que lo que hoy resulta cutre es que las cosas cutres siguen estando ahí,no hay manera. Jajajaja….
Incluso las repeticiones de diálogos en una misma conversación:
-No estoy de acuerdo.
-No estás de acuerdo.
O
-Tendrías que ir al dentista.
-Tendría que ir al dentista.
Y por no hablar ya de lo que sabemos de antemano lo que van a decir:
-Te quiero.
-Y yo a ti.
Te quiero,Alfredo.
Abrazos
Mi querido Alfredo, cómo me gustan estos post de análisis. Y sobre todo como toda película, como la que eliges, una película de serie B, puede generar un texto interesante y brillante. Te confesaré que no recuerdo si alguna vez la vi, seguramente sí. Pero ese cine de evasión, colorido, fantasía, incoherencias e inexactitudes, absurdo incluso… tiene una cualidad especial, un encanto difícil de superar. Una magia que resulta difícil de explicar… incluso cuando sabes que todo lo que ves es cartón piedra…
De vez en cuando este tipo de cine sigue funcionando. Producciones (lo que pasa que no suelen ser de serie B) que rescatan esa manera de contar historias… ese cine de evasión y aventuras. Es cine de palomitas que te hace aislarte durante hora y media… y que luego tardas lo mismo en olvidarla… pero en ese instante te ha hecho viajar e imaginar otros mundos exóticos, otras épocas. Te juro que me ocurrió el otro día en una sala de cine con EL MÉDICO de Philipp Stölzl.
Besos
Hildy
Algo tienen, sí, mi querida Hildy, que les proporciona cierto encanto. Uno reconoce los errores, ve venir sus previsibles giros, adivina todo el tiempo lo que va a ocurrir, pero son válidas, creo yo, como muestra de la artesanía en la manufactura de películas propia de los estudios grandes y pequeños del Hollywood dorado, y eso les otorga cierto valor añadido, no sé si llamarlo sociológico. En todo caso, la finalidad recaudatoria ni iba reñida con cierto amor por la recreación, cosa que echo de menos en los intentos contemporáneos, devorados por el excesivo gusto por lo digital. Mientras los viejos decorados, los vestuarios, las transparencias, me despiertan cierta «ternura» por la inocencia y la ingenuidad que evocan, lo digital, al contrario, me irrita porque para mí marca lo que de pretencioso y vulgar tiene el actual culto a la tecnología vacía. En fin, cosas mías…
Lo que sí puedo decirte es que no veré «El médico», al menos en el cine. La novela me parece uno de esos culebrones pseudohistóricos que algunos tienen por (falsa) novela histórica, estilo Ken Follet medieval para entendernos, pero en el caso de Gordon la cosa es peor: leí «El último judío» porque, como su mujer es (si no la ha cambiado) de Zaragoza, la había ambientado en mi ciudad durante la Edad Media, el Reino de Aragón y todo eso. Como el catálogo de insensateces, mamarrachadas, inexactitudes, bulos y patrañas que contenía era tan grande, eso me invitó a desconfiar del presunto rigor manifestado en sus otras obras, razón por la que jamás he vuelto a leer ni ver nada en lo que tenga mano este buen señor.
Besos sobre alfombra voladora
Ja, ja, ja…, no he leido nada del señor Gordon… pero respecto a la película de EL MÉDICO es tan ingenua, tan incoherente, tan inverosímil, tan de aventuras, tan de evasión y absurdidades… que te juro que me lo pasé pipa… sobre todo con el personaje del Sha de Persia con rostro de Olivier Martinez.
Me imagino a ti y a Francisco con las manos en la cabeza… porque una hermosa judía tiene como libro de cabecera que lleva a todas partes LAS MIL Y UNA NOCHES (clara referencia que quiere emular…). Es como si las producciones de Maria Montez se hubieran hecho con muchísimo presupuesto pero manteniendo lo inverosímil y absurdo. Y ahí, creo yo, radica su encanto.
Je, je, je… pronto quizá la veas en sus múltiples pases televisivos… y la veamos en una sección de tu blog que ya sabe que amo a la vez que me divierte tremendamente.
Besos desde la cueva de Ali Babá
Hildy
Una vez sobrepasado insatisfactoriamente ese punto de mínimos exigibles, a veces las películas ofrecen esa «cara B» del entretenimiento: el despiporre de la acumulación de barbaridades puede resultar más cómico y placentero que tomárselo en serio. Así hago yo con esa famosa sección, porque si no, como comprenderás…
En fin, declaré clausurada la sección a finales de año porque creía que lo de Miliki y el Dúo Sacapuntas era insuperable; no obstante, no me ha costado mucho encontrar nuevos hitos en esto de la chapuza fílmica, así que no dentro de mucho prometo nuevas y suculentas entregas…
Besos en babuchas
Y yo a ti, Paco…
Y tres de mis favoritos: cuando se paga el taxi, la cantidad que se saca del bolsillo siempre encaja exactamente con el importe de la carrera más el 10% de la propina; cuando un tipo va en coche a alguna parte, siempre encuentra aparcamiento en la entrada; o, en cuanto a diálogos: ¿qué dice siempre una mujer cuando alguien le entrega una cajita que contiene un anillo, un collar o unos pendientes? Exacto: «Oh, es precioso / son preciosos».
Creo, de todas formas, que estas cosas en el cine clásico suelen disculparse por eso mismo, por afecto, por ternura, por comprensión, por identificación, por nostalgia sentimental (ya que citas a Garci…) y que en el cine «moderno» no se perdona porque precisamente este cine consumido por la tecnología, que presume vanidosamente de ella, tiene todos los medios técnicos y humanos a su alcance para que esas cosas no ocurran. Y, sin embargo, ahí tienes a Spielberg, gran narrador infanto-juvenil que, no obstante, es un gran chapucero técnico en las cosas pequeñas (raccord, montaje, diálogos, incoherencias, etc.).
Hay una escena en «Top secret!» que critica con gracia eso que comentas: los alemanes entran en el escondite de la «resistencia Francesa de Alemania Oriental (¿?)» y comienza una lucha cuerpo a cuerpo: Café Au Lait (en el doblaje, Café Olé) ametralla a todo el grupo que hace melé, aunque sólo mueren los alemanes…
En fin, que supongo que hubieras preferido resbalarte en Jack Daniel’s…
Abrazos