El desmitificador: Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991)

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La acusada impersonalidad de Ridley Scott como cineasta viene normalmente acompañada de un empeño ansioso y desmesurado, coreado por parte de la prensa «especializada», por ser considerado autor, como si la categoría de director comercial no le bastara y deseara verse a sí mismo dentro del particular Olimpo que para muchos supone ser catalogado como «artista». De ahí que en su cine se perciban fundamentalmente dos características: la primera, una notable falta de capacidad para articular un universo creativo propio y, como resultante de ello, la necesidad de tantear aquí y allá en los distintos géneros sin insertarse en ninguno y de acudir repetidamente a fuentes ajenas con las que elaborar una arquitectura temática, narrativa y dramática pretendidamente particular; la segunda, un esteticismo -que no estética- que basa su fuerza en los efectismos, en «marcas de identidad» visuales que se repiten una y otra vez de película a película, entre tonos y géneros de lo más dispar, y que, carentes por lo general de sentido narrativo, de valor simbólico, metafórico o artístico alguno (por no hablar de puesta en escena), suelen quedarse en eso, en mero entorno decorativo, simple escenario aséptico que permita al espectador identificarle, reconocerle allí donde la fuerza de sus historias carece de todo punch y donde acusa la falta de coherencia y la solidez de un discurso propio . En ocasiones, esto le resulta suficiente: el público generalista a menudo acoge con benevolencia y agrado sus propuestas, por más demenciales que éstas puedan ser a veces. Por lo común, en cambio, y más allá de sus primeros aciertos, siempre mezcla de elementos ajenos -los duelos a espada de Joseph Conrad, la mixtura entre ciencia ficción y cine de terror o cine negro de los años 40- sus obras, en conjunto, se acercan más al trabajo videoclipero de su desafortunado hermano Tony que a la trayectoria de un cineasta de empaque.

Ejemplar en este sentido es Thelma & Louise (1991), una de sus más celebradas  películas y, probablemente, la mejor recibida después del estupendo periodo inaugural del director (del 77 al 82) a pesar de resultar profundamente esquemática, facilona y superficial, o por eso mismo. A ello han contribuido, y no poco, ciertos planteamientos de corte feminista que, sorprendentemente, ven en la película un vehículo apropiado para la reivindicación de sus, por lo común, justas y convenientes reclamaciones, sin que, bien mirado, haya excesivas motivaciones para ello durante los 127 minutos de metraje. Pero, más allá de postulados propagandísticos cogidos muy por los pelos, la película no deja de ser una traslación canónica y previsible, como en cualquier road movie que se precie, de la idea de viaje como metáfora del proceso de aprendizaje, conocimiento y liberación física y mental de los personajes respecto a ellos mismos, en interacción mutua y frente al mundo que los rodea. Una fórmula, en el caso de Scott, que le vale para creer que con eso ya tiene suficiente para terminar de montar una historia, cuando en realidad se trata únicamente de un planteamiento que no llega a desarrollar con acierto.

En este caso, el punto de partida viene establecido por el deseo de dos mujeres -Thelma (Geena Davis), una chica sencilla y algo ingenua casada con un auténtico bicho, un tipo violento y rudo que la ningunea, la esclaviza y la maltrata, de obra y de pensamiento, y Louise (Susan Sarandon), más veterana y sabia, que mantiene una relación satisfactoria con un tipo que la comprende y la apoya (Michael Madsen) pero cuyas coordenadas de vida, un día a día prisionero entre la casa y el trabajo en una hamburguesería, la ahogan sin cesar- de permitirse una escapada de ese mundo estrecho y gris que las atenaza. En el descapotable de Louise, parten para regalarse unos días de descanso, tranquilidad y comprensión mutua. Pero algo se tuerce: en una parada en un bar de carretera, un vaquero fanfarrón, machista y tosco, una fotocopia del marido de Thelma en realidad, después de tontear juntos en la pista de baile intenta violarla en el aparcamiento, y la temperamental Louise lo mata de un disparo. De este modo, la inocente escapada de fin de semana se convierte en una huida urgente con una única -porque así lo quiere, y por nada más, el guión de Callie Khouri- resolución posible, mientras que, por un lado el marido de Louise, y por otro el agente del FBI encargado del caso (Harvey Keitel), intentan, respectivamente por afecto conyugal y por sincera simpatía con las fugitivas y una honda comprensión de sus motivaciones, que las cosas se reconduzcan. Ahí radica la principal objeción a la «lectura» feminista del film: lejos de suponer un canto a la «liberación» personificada en una autonomía propia, libre de tutelas masculinas (como sucede tan a menudo, copiando lo peor del género masculino), incluida cana al aire con el típico florero de gimnasio (Brad Pitt, que despuntó como trozo de carne con ojos en esta cinta, que es lo que se ha limitado a hacer casi siempre en el resto de su carrera), observamos que es precisamente la ruptura de esa tutela la que conlleva el final fatal de los personajes, una inmolación resultante de su falta de capacidad para gestionar una situación de crisis de manera racional y madura sin atender los «consejos» y sin aceptar la ayuda salvadora de las dos únicas personas que velan por ellas, ambos hombres. De este modo, las mujeres libres que toman decisiones libres se transforman en dos pollos sin cabeza desorientados, caprichosos, que funcionan a golpe de capricho pasional, y cuyo final no es la natural conclusión del ejercicio de esa libertad hasta las últimas consecuencias (salto al vacío incluido), sino precisamente la constatación de su imposibilidad de abandonar ese mundo-prisión en el que vivían sin pagar un alto precio. Es decir: el precio de no vivir subordinadas es, directamente, no vivir. El razonamiento final al que nos lleva en planteamiento último de la película es escalofriante, y hace inconcebible que una interpretación feminista tan superficial y desatenta con lo que la película cuenta realmente se haya prodigado tanto y tan favorablemente.

En cuanto a Scott, su tratamiento visual y narrativo de la cinta oscila entre sus acostumbrados recursos a referencias ajenas, con tomas «a lo Ford» de Monument Valley incluidas, pero también en el retrato de la América desértica fronteriza con México, de sus pueblos destartalados, sus cafés de carretera, los hoteles y gasolineras cochambrosos, y el consabido uso de los espacios abiertos, fotografiados de manera preciosista, con una finalidad contraria, es decir, claustrofóbica, asfixiante, como escenario adecuado para un futuro que se estrecha aún más. Por lo demás, el director no construye suficientemente la personalidad de las protagonistas ni logra establecer una sinergia entre ambas que consiga sostener el film. Ciertamente, intenta hacer una película «de personajes», desnudarlos psicológicamente para lograr la empatía del espectador, para construir una película con un discurso de mayoría de edad superior a la media del Hollywood generalista, pero esta voluntad, aparte del acierto en la evolución de las protagonistas en su relación particular, en sus influencias mutuas (Thelma y Louise intercambian sin cesar sus papeles, adquieren fortalezas y debilidades la una de la otra hasta ocupar finalmente las posiciones contrarias a las que representan al comienzo del film), se pretende resolver de manera cómoda, superficial, más sensiblera que emotiva, y, apercibido de que su apuesta se queda a medias, de que no consigue levantar una película tan intimista, sentimental e intelectual como pretende, Scott acude a los guiños comunes del cine de la familia: la espectacularidad vacía (explosiones pirotécnicas sin venir a cuento, para empezar, como la del camión introducido con calzador de la forma más artificiosa), los lugares comunes con los que los Scott pretenden «autorizarse» (tonalidades fotográficas azuladas o amarillentas, secuencias bajo lluvias torrenciales, el uso de los vehículos como extensión de la masculinidad, en particular de los potentes camiones plateados y sus remolques superpoblados de ruedas, con el correspondiente ruido atronador) y un par de estimables recursos al humor (los agentes del FBI viendo la tele en casa de Thelma y quejándose cuando su marido cambia de canal y les fastidia su programa preferido, o el policía encerrado en el maletero, presunta masculinidad humillada en un gag con una conclusión mucho menos afortunada) que no bastan por sí solos para sostener un film cuya reputación difícilmente se corresponde de manera rigurosa con lo que destilan sus fotogramas.

Lejos de representar, por tanto, un repunte en la decadente trayectoria de Scott, Thelma & Louise supone más bien un anuncio de lo que ha sido su carrera posterior, jalonada de incoherencia, indefinición, oportunismo y una capacidad técnica muy superior a su madurez como narrador, que hoy sigue siendo tan deudora e insuficiente como veinte años atrás.

40 comentarios sobre “El desmitificador: Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991)

  1. Ja,ja,ja…me gusta ese oficio que te has buscado: «el desmitificador». Espero nuevas acciones de El Desmitificador Sin Enmascarar.
    P.D. no la he visto, pero seguro que tienes razón.

    1. Bueno, hay unanimidades, o mayorías, que me escaman particularmente. Lo estoy notando especialmente este año, cuando, por ejemplo, se ensalzan encarecidamente finalistas de los Oscar que van de lo trillado a lo mediocre o, directamente a lo malo, con una o dos excepciones que son las «tapadas» o las «hermanas pobres». Ya sabes, a veces me puede el ardor guerrero.

    2. Macho prehistórico con una ignorante y lastimosa frase » no la he visto….pero debes tener razón» das pereza y melancolía por que te queda grande tu machismo.

      1. Me parece que tienes serios problemas de comprensión lectora. Eso, o es que eres imbécil, cosa no descartable en absoluto. Es el mismo comentario que en el otro lado, pero temo que si varío el texto, no lo entiendas. Así de justitos estamos.

  2. Mi querido Alfredo: ¿sabes cómo he vivido yo esta película siempre? Como un intento de cine negro en su modalidad pareja de delincuentes que va hacia el abismo.
    En su momento me pareció entretenida y me sigue pareciendo entretenida pero efectivamente, en este caso, sí me parece una película sobrevalorada. Me parece correcta. Y tampoco creo que es la mejor película para realizar un tratado feminista (creo que hay otras películas que tocan este aspecto desde puntos de vista más interesantes).

    Pero vuelvo a mi apreciación del principio. Cine negro donde el destino de la pareja protagonista va torciéndose y que termina con final trágico como tantas parejas de fugitivos (El demonio de las armas, El cartero siempre llama dos veces, Solo se vive una vez, Los amantes de la noche, Bonny and Clyde…). Esta vez son dos mujeres a las cuáles se les va torciendo el destino y la cosa, irracionalmente se les va liando más y más hasta llegar a ese final… que podría ser no de amor fou sino de amista fou.

    Todo se va torciendo sin posibilidad de enderezarse como la historia pesadillesca e irracional que vive el pianista de Detour que todo es un despropósito continuo…

    Pero Scott no consigue esa ‘fatalidad’ o esa ‘poética’ de este tipo de películas sino más bien una película entretenida y correcta, un intento que se deja ver.

    Ja, ja, ja… yo sucumbí a ese pedazo de carne… todavía recuerdo a Brad Pitt y su aparición espectacular en esta película… Fue todo un impacto.

    Besos
    Hildy

    1. Uf, yo no termino de verlo así, mi querida Hildy. Un intento, en todo caso, muy chapucero. Me parece que no hay, como tal, una configuración de fatalidad, de destino prescrito, que marque la trayectoria de las protagonistas, sino más bien el hecho de que, entre todas las opciones posibles (y ahí vuelvo a hacer notar los personajes de Madsen y de Keitel, por no hablar de las distintas opciones que las propias protagonistas tienen y descartan un tanto caprichosamente, sin que exista razón de base ni psicológica ni contextual suficiente), es el guión y la necesidad de llegar al lugar al que el director quiere llegar quienes toman la decisión por encima de los personajes y de una situación real, creíble, de angustia sobrevenida. Digamos, para entendernos, que una excursión para ir de pesca no es lo que encaja mejor con la sombra de la fatalidad.
      Antes que el florero masculino, me quedo con la canción de los Eagles, y eso que me irrita bastante…
      Besos

  3. Joder. Por fin una crítica de esta película que diga lo que yo jamás supe decir, pues -para esquemático y simplista un servidor- a la hora de abordarla desde lo severo, siempre me he quedado en un ‘a mí no me gusta’.
    Y en cuanto a Ridley -que como directo solo es algo mejor que su hermano, pero más cobarde- decir que no me atrevo a destacar una sola redondez en su fecunda obra. Ni Blade Runner, fíjate lo que te digo.

    1. Me alegro, Raúl, de que encaje con tu punto de vista, y también de no estar solo en esta perspectiva.
      Coincido en general en tu valoración de Ridley, aunque discrepo ligeramente en cuanto a sus primeras obras.

  4. Me gustó Los Duelistas y también me gustó Alien (siempre he pensado, tras ver su deriva, que esta peli se la tuvo que hacer un primo, no un hermano), y no puedo negar que mucho de Blade Runner me parece bueno, que no muy bueno. Tras eso, creo que a bote pronto salvaría ‘La tormenta blanca’, que por normalita y por falta de pretenciosidad me parece interesante. Todo lo demás, no sé…

    1. Bueno, pues más o menos lo mismo que yo. En «Blade Runner» pesa más, creo, la imaginería que la historia, el estilo que el fondo. No obstante, entre tanto montaje nuevo y anecdotario, es cierto que está por debajo de las otras dos que señalas. Después de eso, salvo algunos instantes de «La sombra del testigo», nada de nada.

  5. Precisamente siempre había encontrado fallido el discurso feminista que algunos defienden por el punto de inflexión que toma la película tras el asesinato y sobretodo, tras la aparición de Brad Pitt y la imposibilidad de seguir adelante que encuentran las dos mujeres. Parecen desamparadas en todo momento. Nada, nos quedamos con la banda sonora y la pegadiza road song (esta sí) de Glenn Frey. Hala desmitificador de fluzo….a por otro mito! Abrazos

    1. Por favor, despierta el femicidio no te asombra y este asesinato de un cerdo si…….y Brad Pitt es el antídoto de las mujeres que te duele. La belleza va en los genes, por eso el hermano de la mujer bella tambien es bello…..das lástima por tu machismo.

    1. Bueno, quizá sí, es la razón más digna de recordatorio… Junto con su breve participación como actor en «Mejor… imposible», de la que apenas se ha dicho nada en los medios. En fin, dicho queda.

    1. Ahí sí que no, es un espanto insalvable. Una historia medieval sobre las Cruzadas en las que un personaje cristiano dice «hacemos esto por el pueblo, lo hacemos por su libertad» merece ir a una pira incendiaria de por vida. El guión es insoportablemente horrendo.

      1. Pensaría que decir “hacemos esto por el pueblo, lo hacemos por su libertad” es lo que un personaje cristiano de la época habría expresado. La nobleza de Saladin es notable. Las escenas de combate están mejor logradas que las de Peter Jackson, entre otros.

  6. Disculpa, pero es un lenguaje y un contexto mental completamente imposible para un cristiano del siglo XI. Imposible. Ni por las palabras utilizadas ni por el sentido en que se expresan. A partir de ahí, todo el conflicto construido entre cristianos y musulmanes resulta irreal, postizo, embustero y falaz, más preocupado por la estética que por profundizar en los matices de los hechos. En el fondo no es más que un folletín del estilo de la peor novela histórica. Por otro lado, ¿qué tiene que ver el cristianismo, y menos en los siglos XI-XII, con el pueblo o con la libertad? No será en este planeta…

      1. ¿Y?

        Ser mejor que Peter Jackson no constituye ningún mérito. Y en cuanto a la «nobleza» de Saladino, ¿crees de verdad que un rasgo particular de un personaje demasiado esquemático salva una película, desde el punto de vista de la coherencia psicológico-temporal, realmente infumable?

      2. Lamento haber provocado una hostilidad no justificada.
        Quise dar a entender que ‘El Reino de los Cielos’ (2005) en versión de 194 mins., podría interesar a quienes no conozcan el «canon» completo de su director.
        No estoy completamente convencido de que la frase incoherente en lo sicológico-temporal (?) de un personaje descalifique un largometraje por entero. Recomendaría ilustrar en qué sentido es el guión «insoportablemente horrendo».
        ‘Thelma y Louise’ («jalonada de incoherencia, indefinición, oportunismo») ha sido considerada e incluida aquí. Otras igualmente incoherentes podrían también serlo.

      3. Hostilidad ninguna. Al menos por mi parte.

        Mira, esto es de primero de guión: cuando sitúas a un personaje en una época histórica concreta, no puedes poner en su mente, en su discurso, valores, mecanismos de pensamiento, ideologías, principios, etc. que sean anacrónicos. No pasa sólo con esa frase en cuestión, es un ejemplo. Ocurre con todos los personajes, con la concepción de la historia, con el leitmotiv del conjunto. Es una película teóricamente sobre las Cruzadas en las que los personajes «positivos», todos planos e insustanciales, se mueven en unos parámetros psicológicos que no corresponden con su época, y por ende, la película pretende vender un discurso «humanista» que no encaja con el fenómeno histórico del que, pretenciosamente, aspira a convertirse en recordatorio riguroso. Es tan incoherente e indefinida como poner a Jesucristo redactando el padrenuestro con un bolígrafo Bic. Y tan oportunista, porque intenta aprovechar un ambiente de presunta lucha «Oriente-Occidente» a raíz del 11-S y similares para meternos un gol con eso de la hermandad entre los pueblos, la comprensión mutua y todas esas tonterías superficiales aprovechando, o intentándolo, unos hechos históricos que abogan precisamente por lo contrario a poco que Ridley Scott haya superado la escuela primaria. Eso, para mí, lo hace insoportablemente horrendo.

        Por otro lado, se trata de mi blog y de mi artículo, y por tanto, hasta hoy, yo y nadie más decide qué se utiliza para ejemplificar la, a mi juicio, incoherencia, la indefinición y el oportunismo del cine de Ridley Scott, y de paso de la del cine comercial actual en general.

        Y esto no es hostilidad, sino argumentación del sentido del post y de los comentarios, nada más. Oponer a una razón de fondo simple maquillaje subjetivo (la presunta nobleza de no sé quién que por su época jamás podría pensar y sentir como lo hace en la película) sí me parece una debilidad reduccionista. Ahora bien, si es un mero pretexto para reinvindicar la acción y supuesta espectacularidad del filme, te diré que ese aspecto tampoco me gusta. La acción, las escenas de lucha, tienen un sentido y un significado que van estrechamente ligados a la historia que cuentan: si la historia es una memez, por mucha acción en el que la rebozan, con memez se queda.

        «El reino de los cielos» es un intento construido a base de producción, es decir, de dinero. Pero no tiene personajes ni guión. Tiene pretextos, y así no se puede levantar una película histórica de la que se pretendan extraer conclusiones actuales.

  7. Te recomiendo, a cambio, una excelente película, desde el punto de vista de la mentalidad medieval, que se sujeta a la verosimilitud y credibilidad (que no son lo mismo) históricas: «El señor de la guerra», de Franklin J. Shaffner.

  8. Yo digo amén a tu texto. La primera vez que ví esta película reconozco que me emocionó (era una cría). Vuelta a ver se me ha desinchado ante mis ojos como un globo pinchado. Lo único rescatable: la labor de las actrices, de Keitel y de un Michael Madsen increíblemente atractivo (además de ser buen actor).
    ¿Cómo las tías se han quedado con la nenaza que es Brad Pitt? Si sólo pasaba por ahí para enseñar culo. Donde esté el hombre (aka, Madsen) que se quite el otro. Bastaría ponerlos juntos en un mismo plano y veríamos quién saldría perdiendo.
    Forzada, progresivamente inverosímil, un final que pretende ser lírico y solo resulta patético y un relato cuya digestión es nula y de olvido fácil.
    Qué lejos quedan ya los primeros films de Scott, donde había inventiva y buen hacer.

    Una curiosidad: en su guía de cine, Carlos Aguilar dedica unas «amables» palabras a esta peliculita y lo que más me llama la atención es que anota que Scott plagia el argumento de un film titulado Messidor (una peli suiza que no he visto). Ahí queda eso.

    Besazos.

    1. Correcto, de Alain Tanner, de 1978. Esa también me falta a mí. No es fácil ver películas de Alain Tanner por estos lares.

      Bueno, la repercusión de la película, para mí, se debe más bien a cierta superficialidad feminista que interpreta a la ligera lo que la película realmente cuenta. Esto se ha reproducido en los últimos tiempos. A partir de ahí, la realidad es que el aprecio de la aparición de Brad Pitt parte de las mismas razones que tantas y tantas veces han encumbrado actrices a lo largo de la historia: el físico en bruto. Por tanto, poca altura moral de unos y otros, más de lo mismo. En el fondo, hipocresía a raudales.

      Siempre he pensado que Michael Madsen ha sido infrautilizado, y que parte de la culpa se debe a su «encasillamiento» con Tarantino. En todo caso, me hubiera gustado verlo en una de Peckinpah, o de Robert Aldrich, o de Arthur Penn. No habría desentonado para nada junto a Lee Marvin, por ejemplo.

      Besos

  9. Ooohhh! Me nombras a Marvin y vengo aquí turbopropulsada. No puedo estar más de acuerdo, Madsen hubiera quedado de lujo con él y con todos esos cineastas que citas. Algún día estaría bien confeccionar una lista de grandes actores infrautilizados (me viene ahora a la cabeza otro actor, Rufus Sewell, que no sólo me parece súper atractivo sino infrautilizadísimo).
    Sabes, en una de las entrevistas que Urbizu ha concedido a los medios reconoce que su actor favorito es Lee Marvin y que en No habrá paz para los malvados, en una de las escenas de apertura se inspiró en otra de A quemarropa.
    Deberíamos fundar un club de fans de Marvin, jejeje.

    Besos.

    1. Es que Lee Marvin tiene una presencia brutal, una desenvoltura difícilmente igualable. Con Madsen, sin llegar a tanto, ocurre lo mismo. Los ves moverse en el plano, manipular objetos, interaccionar con otros personajes, y son una lección en movimiento. Un momento de Los profesionales: justo antes de la emboscada de los bandidos mexicanos, Marvin señala a Woody Strode y a Robert Ryan dónde deben colocarse en los riscos. O antes, cogiendo la botella de whisky que le tiende a Burt Lancaster, cuando dice esa frase de «no perderás los pantalones; la vida tal vez, pero qué importa eso».

      Una buena lista sería esa. Y multinacional.

      Besos

  10. Y qué me dices de la frase final que le suelta a Ralph Bellamy. Lo que me hubiese gustado decírsela a alguno… Lástima, me faltan las agallas de Marvin (aunque creo que cada vez menos, jeje). Y en Conspiración de silencio, verlo moverse o cuando les arranca los cables al coche… es un concierto para mis ojos… y mis oídos cuando le escucho cantar en Paint your wagon, qué voz tenía el tío. Y qué suerte la de Jean Seberg, con esos dos maromos…
    Yo desterraba al 90% de los actorcillos conocidos de hoy y elaboraba una lista propia, más de una se iba a replantear muchas cosas. Para ir abriendo boca te mencionaré a otro de tantos actores desaprovechados, Chazz Palminteri.

    Besos.

    1. Pues que es gloriosa, como toda la película. Ese uso de la libertad va con la edad; a mí, poco a poco, me va entrando, creo. Como dice un amigo mío, «ya tengo biografía, edad y dinero (en esto sí que no) para poder decir lo que me apetezca». Lancaster tiene un repertorio de frases de esas también memorable. Hasta Palance las tiene.

      Chazz es un buen ejemplo de eso que dices. Súbitamente desaparecido del mapa tras un breve periodo de popularidad a mediados de los noventa. Yo creo que daba mucho juego, pero quizá productores y directores lo encasillaron fácilmente en un tipo muy concreto de películas. O tal vez resultó ser conflictivo en los rodajes, o qué sé yo… Nunca ha dejado de trabajar, pero la comparación entre la dimensión de sus proyectos, antes y ahora, es de risa.

      Una lista interesante, esa.

      Besos

  11. Biografía y edad yo también tengo, dinero va a ser que no, jajaja. Así que motivos, pese a todo, no nos faltan para ir soltándonos la melena. Más de una vez me he sorprendido a mí misma diciendo cosas que antes me parecían impensables. En fin,… toda la película está regada de diálogos prodigiosos. Ejemplo cumbre: el diálogo que mantienen entre Palance y Lancaster sobre la revolución. También es uno de mis westerns preferidos.
    Hay que ver, yo aquí echando de menos a estos actores y mis amigas suspirando por Clooney, Pitt, Will Smith y compañía… sniff. Qué le vamos a hacer.

    Cambiando radicalmente de tema. ¿Has visto la adaptación que Jean Renoir hizo de Madame Bovary? Sinceramente, a mi me ha sorprendido por la fidelidad al texto y, pese a que media un abismo entre la novela y el film (como en toda la literatura universal llevada al cine) , me parece una película, cuanto menos, digna y bastante mejor que la de Vincente Minelli.

    Un abrazo.

    1. RYAN: ¿Y qué hacían unos norteamericanos en una revolución mexicana?
      LANCASTER: Tal vez solo haya una revolución, la de los buenos contra los malos. La pregunta es: «¿quiénes son los buenos?».

      A mí, como diría Groucho Marx, no me faltan motivos y razones para soltarme la melena; lo que me falta es la melena… Me da, de todas formas, que a tus amigas tienen, digamos, un apetito directo (comer con la vista) en lugar de uno indirecto (que tarda más, pero es mucho más satisfactorio). En estos tiempos de velocidades y prisas sin criterio, es lo que se lleva. De todos estos, creo, excepto Clooney, que hubiera podido hacer mucho de galán de serie B, no creo que ninguno de ellos hubiera pasado de figurante, o de «esbirro», en el cine clásico.

      Tendría que volver a ver la peli de Renoir, tengo otras versiones más recientes algo más frescas, aunque ninguna ha terminado de convencerme. Recuerdo que me gustó (la vi, de una tacada, entre una docena de películas de Renoir que vi seguidas), porque poseía esta mirada del director que dice tantas cosas sin decirlas. Además de un adaptación literaria bastante fiel (al espíritu, sobre todo, no a la letra, que también), presentaba uno de sus temas predilectos de los años 30, ese retrato, entre costumbrista y crítico, de la sociedad burguesa. Entonces coqueteaba con el comunismo, y eso se nota.

      Abrazos

  12. Jajaja, me encanta tu comentario; lo de Clooney…. jejeje, impagable y demoledora tu apreciación pero muy certera. Mira, voy a compartir contigo una reflexión que ya, desde hace mucho, tengo muy presente. Al margen de la evidente presencia física de los actores que hemos nombrado, lo que los diferencia del resto es que han vivido. Se palpa en ellos una experiencia vital, han convivido con el dolor, la derrota, el desengaño. Hay un background de desencanto que los acerca, en suma, a lo que es la vida y la mayor prueba de ello son sus miradas, donde se atisba ese pozo. Como comparar a tres grupos diferentes de personas: los que están «despertando» a la vida, los que no se enteran nunca de qué va esto y los que, desde bien pronto, son conscientes de ello y lo han experimentado.

    Besos.

    1. Es muy importante eso que dices, porque no solo se ciñe a la cuestión interpretativa, sino también, sobre todo, de manera más decisiva, en los/las cineastas. Salta a la vista la obra de un creador que ha vivido la vida, ha desempeñado otros oficios, ha tenido ciertas experiencias, respecto a las «ratas de escuela de cine», que saben mucho (o poco, o nada, o lo saben y no lo demuestran) de la técnica, de lo que han hecho otros, pero muy poco de la vida de verdad, de los sentimientos y emociones auténticos. Esto lo tengo hablado, por aquí y en vivo y en directo, con Paco, buen amigo que comenta a menudo por aquí.

      Escoge al director que quieras de la época clásica: encontramos gente que no ha aprendido en escuela alguna, sino gracias al propio oficio y a un caudal personal que atesora experiencias, muy a menudo en otros oficios (como ilustradores, muchos de ellos; como contadores de historias de una u otra forma, casi todos), pero también referentes y conocimientos previos (en particular, arte, historia y literatura). El lenguaje cinematográfico se desarrolló por parte de gente que vivía el y del cine, no por teóricos ni docentes (aunque luego algunos tuvieran una decisiva contribución en ambos campos). Pero muchos fueron inmigrantes, otros viajaron mucho, otros escribieron, otros dibujaron, otros estudiaron o acumularon múltiples experiencias en el teatro…

      La vida de Raoul Walsh antes de ponerse delante de la primera cámara atesora experiencias inigualables (dio la vuelta al mundo en velero, condujo ganado de Veracruz a Texas, conoció a Mark Twain y a Toro Sentado). Lo mismo Von Stroheim, o Buñuel incluso. Ahora pensemos en Nolan, Fincher, Cameron, etc. Incluso Spielberg… De casa a la Universidad, de la Universidad al despacho, del despacho al banco, del banco a casa. Y festivales, y tele, y tal, y muchas fotos. Experiencias humanas, menos cero. Luego ves sus entrevistas y comparas con los volúmenes de Bogdanovich y sus entrevistas a los directores clásicos y te dices que son una panda de retardados porque no dicen más que chorradas. O los extras de los DVD.

      En resumen (no sé por qué no he empezado con el resumen…), una cosa es contar la vida, y otra contarla «de oídas». Se nota mucho quién lo hace desde una posición y quién desde otra. Y por eso un cine sabe a auténtico y resulta una experiencia artística y humana de primer nivel, y otro se confina en eso llamado «entretenimiento». La incansable labor del márketing ha consistido, desde los ochenta hacia aquí, en vendernos que se trata de dos cosas diferentes, separadas, pero iguales, y que, en caso de priorizar una sobre otra, lo segundo es más importante que lo primero. Y así tenemos las carteleras que tenemos.

      Jopé, qué chapa…

      Besos

  13. De chapa absolutamente nada. Es un gustazo leerte, más todavía cuando lo haces desde un profundo conocimiento. En tu comentario (al que ni sobra ni falta nada, tal como lo has desgranado está perfecto) explicas muy bien todo lo que pienso al respecto y suscribo al cien por cien.
    Añadiré, eso sí, un detalle que me parece que marca – además de todo lo que has expuesto – la diferencia entre un cine y otro. El humor o, mejor aún, la ironía. En un caso se nota cuando el cineasta que está detrás, además de todo ese bagaje acumulado, lo barniza con humor e, incluso, sarcasmo. Aquí nosotros, como espectadores, captamos el drama «aligerado» con la comedia. Signo de que lo que les importa es que el público disfrute en toda su amplitud con su cine (salvo que la historia sea de tal seriedad que resulte prácticamente imposible insertarlo).
    Ahora pongamos a uno de esos otros cineastas, a los que parece importarles más la pose y lo impostado. El humor aquí desaparece, siendo sustituido por la pedantería, la confusión hacia el espectador (hacernos ver que ellos son los inteligentes; a mí esto no solo me distancia por completo de lo que estoy viendo sino que, además, consigue enojarme profundamente) y el aparentar saber mucho cuando se nos está comunicando poco menos que nada.
    Y aquí ya entro en la tercera y última cuestión: la humildad. Personalmente llevo muy mal el egocentrismo y en el cine ya, ni te cuento. Y puedo inferir que los más grandes y geniales directores, incluso aquellos buenos y notables, se han caracterizado precisamente por eso (y por ser humanistas – y algunos hasta poetas – que hacían cine). Ejemplo de lo contrario lo tenemos hoy en día a raudales, creyéndose poco menos que dioses.

    Discúlpame a mí la chapa, yo sí que me he puesto verborreica.

    Besos!!

    1. Vuelves a dar en la diana. Y es que todo está relacionado. El humor, la ironía, el sarcasmo, son habituales, casi incluso necesarios, para marcar una distancia respecto a lo que se evoca o se cuenta, en particular cuando resulta especialmente dramático o emotivo. Esto, quien ha vivido situaciones complicadas, quien ha rozado los límites, lo absorbe y lo proyecta de manera natural. Todos los grandes, excepto quizá Tarkovski (su pecado mayor es justamente ese, la ausencia de humor), han utilizado el humor para marcar esa distancia respecto a lo contado, que, por otra parte, acompaña, adorna y envuelve la distancia del espectador respecto a la ficción de lo que ve. El gran maestro en esta faceta es, sin duda, Billy Wilder, capaz de contar cosas durísimas con una guasa tremenda.

      Quien no posee esta cualidad natural de contar, esa profunda complejidad que supone la mayor sencillez, tiende a impostarse, a volverse confuso porque no sabe ser complejo. Eso es lo que le ocurre a Nolan, a Fincher, a Cameron y a tantos otros de los directores actuales. Tienen que hacer alharacas y cabriolas visuales, guiones y argumentos confusos llenos de parches y trampas, de sorpresas finales montadas sobre palillos chinos, porque, simplemente, no saben contar historias. Películas como Origen, Perdida o El club de la lucha son el timo de la estampita. Llamativas, fáciles para quien no está acostumbrado a ver nada más que lo que dicta la moda, profundamente tramposas y vulgares para quien tiene un mínimo de gusto y conocimiento. Naturalmente, ambos aspectos, el humor y la sencillez van ligadas a la humildad. No se dan importancia porque aquello que sale de manera natural se asume sin mayor trascendencia, como el color de ojos o de cabello. Eso deriva por sí mismo en la humildad. Quien recurre al artificio, a la impostura, a la necesidad de ser reconocido para sentirse creador, tiene que gesticular mucho, llamar la atención y regodearse en el personaje que ha fabricado sobre sí mismo. Los citados, por ejemplo, aunque la mayor muestra que se me ocurre de ello es Almodóvar. Los grandes, suele decirse, son los más humildes. A la inversa, también funciona.

      Junto a esa mirada crítica, sardónica, además de esa sencillez y esa humildad, yo destacaría otra cualidad: la ternura. No la sensiblería, sino la ternura. Los más grandes tampoco han construido personajes desde el juicio previo o desde el mero arquetipo, sino desde la ternura y la comprensión: Ford, Wilder, Hitchcock, Hawks, Buñuel, Huston, Bergman, Allen, Chaplin, Fellini, Kurosawa… No juzgan, definen personajes absolutamente humanos, imperfectos, tan censurables en ocasiones como admirables en otras. Verídicos, humanos. Un espejo ante nuestros ojos. Por eso los grandes permanecen y los pequeños, más allá de la moda y del marketing, desaparecen.

      ¿Te parecía poca chapa? Pues toma dos tazas… 🙂

      ¡Besos!

  14. Alfredo, si me dejas (y creo que así será), vendré aquí todas las veces que el corazón y la mente me lo pida. Y sabes muy bien (y en caso de que no, aquí estoy yo para decírtelo) que todo lo que escribes es siempre, como mínimo interesante, y de ahí para arriba. Puedes escribir lo que sea y lo largo que lo quieras hacer, que será sustancioso, juicioso y profundo y éstas son cosas que yo valoro siempre mucho. Y tal como están los tiempos y las mentes, pues más aún.
    Dicho esto y, volviendo al tema que nos ocupa, se me olvidaba, ya ves, lo que tú apuntas y que va ligado a lo demás. Ternura, que no ternurismo, sensibilidad y no sensiblería, miradas sin necesidad muchas veces de palabras, música suave y no énfasis sonoro ni gestual; la complejidad nace, así, de la sencillez. En fin… como estar viendo la vida misma pero proyectada a 24 fotogramas por segundo. La complicidad que se opera con el espectador es completa. Y aquí, a mí me ocurre algo muy curioso: cuando termino de ver CINE me parece estar oyendo, de fondo, aquella famosa frase, «conócete a tí mismo».

    Ahora la taza te la devuelvo yo…

    Besos!!

    1. La gracia es justamente esa, que funcione como un espejo. No tanto como reflejo de la vida (al cine tampoco le conviene aspirar a la reproducción exacta de la realidad), sino como interpelación constante, ética y estética, externa e interna. Más que retratar la realidad, antes que el hiperrealismo, el cine debe buscar una verdad (La Verdad no existe) coherente y honesta. Coherente con las reglas del juego que presenta el guión; honesta, con el espectador. Solo así puede haber sencillez, complejidad y, por tanto, complicidad.

      En fin, esta es tu casa siempre que quieras.

      Besos!!

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