Llamando a las puertas de Batman: Following (Christopher Nolan, 1998)

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Debut en el largometraje (es un decir, porque la película apenas llega a los setenta minutos) del posteriormente aclamado Christopher Nolan, Following (1998) supone una atractiva sorpresa que va desvelando tramposas capas complejas y minuciosamente elaboradas conforme transcurre su breve metraje. Su planteamiento inicial, aparentemente inserto en un drama minimalista de corte existencial acerca de Bill, un joven aspirante a escritor (Jeremy Theobald) que encuentra la inspiración que buscaba para sus obras en el seguimiento azaroso de gente con la se cruza por la calle, no tarda en convertirse en una intriga en la que poco a poco la adrenalina, el interés material, el encanto de lo prohibido, el amor, el sexo y el crimen van retorciendo el anzuelo y abriendo un agujero enorme bajo sus pies. A ello apunta desde el comienzo, no obstante, la estructura en flashback, dado que el propio Bill empieza relatando su historia en pasado a un interlocutor que queda oculto a la cámara y que más tarde se revelará como un policía (John Nolan). No es el único detalle de la cinta unido directamente al cine negro, porque algo del fatalismo de un destino impacable e irrenunciable hay en esta historia que enlaza también con dos de los arquetipos más presentes en el género: la rubia más o menos tentadora y traidora y el gran hombre de los bajos fondos que controla clubes, negocios sucios, drogas y demás mandangas propias de noches turbias.

Enseguida Bill entra en contacto con una de sus «víctimas», Cobb (Alex Haw), que le descubre y le recluta para una de sus actividades habituales: entrar en pisos de la gente y robar pequeñas cosas que puedan volver a venderse (preferentemente compact-discs de música, pero también otros pequeños objetos de valor). Cobb no es un chorizo al uso: le gusta dejar huellas en los lugares que visita, pequeños testimonios de que alguien ha invadido esas intimidades y que al mismo tiempo puedan generar reflexiones en los propietarios de las casas invadidas en torno a cómo viven su vida. Bill se siente de inmediato atraído por todo este mundo, que le proporciona inspiración para sus historias pero también un nuevo e interesante horizonte para unos días que transcurren con demoledora similitud. Cuando escoge a unas de sus víctimas favoritas de seguimiento, una mujer joven, rubia y atractiva (Lucy Russell), como objeto para su nuevo deporte privado, el allanamiento de morada, la cosa se complica. Su antiguo prometido, un mafioso a pequeña escala, no vacila en apalizar a quien le debe dinero o le provoca celos. Un chantaje (unas fotos comprometedoras de la rubia que él esconde en la caja fuerte de su club) hace que Bill se plantee poner en práctica sus experiencias con Cobb en solitario para solucionarle la papeleta a su amante y librarla del pelmazo. Pero nada, absolutamente nada de lo que Bill piensa, cree y siente es lo que parece…

Poco más se puede contar para no desvelar demasiado y no estropear el visionado. Baste con decir que el último cuarto del film conduce a una sucesión de giros argumentales y sorpresas narrativas más o menos previsibles, alguna de ellas, afortunadamente, inesperada, que conforman un mosaico londinense en blanco y negro (fotografiado por el propio Nolan, autor igualmente del guión), rodado a menudo cámara en mano, con un estilo desenfadado y gran desparpajo pero de construcción precisa y metódica cuya mayor baza viene constituida por la descomposición temporal del relato, de manera que, además del flashback inicial, encontramos una narración en la que tres planos temporales se mezclan continuamente en una labor de soberbio montaje técnico y dramático para ofrecer un puzle completo de personajes y situaciones ordenados con toda lógica y relación causa-consecuencia, pero presentados de tal manera que el espectador acompañe a Bill en los sucesivos pasos que va dando en su propia perplejidad. Continuar leyendo «Llamando a las puertas de Batman: Following (Christopher Nolan, 1998)»