Vidas de película – Robert Parrish

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A lo largo de una carrera irregular pero tremendamente personal, Robert Parrish (1916-1996) dirigió una veintena de películas, desde los primeros cincuenta hasta mediados de los setenta, dejando especial huella en el cine negro –Grito de terror (Cry danger) o El poder invisible (The mob), ambas de 1951- y el western –Historia de San Francisco (The San Francisco Story, 1952), Más rápido que el viento (Saddle the wind, 1958) o su celebrada Más allá de Río Grande (The wonderful country, 1959)-, pero también en una línea más particular que entremezclaba géneros y elementos muy diversos de manera solvente y efectiva -el bélico Llanura roja (The purple rain, 1954), Orgullo contra orgullo (Lucy Galiant, 1955), el documental, codirigido con Bertrand Tavernier, Mississippi Blues (1984) o la cinta al estilo de la nouvelle vague, rodada en Francia y, que sepamos, nunca estrenada en España, In the french style (1963)-. Más conocidas, aunque de peor nivel, son su contribución al accidentado rodaje de Casino Royale (1967) y Contrato en Marsella (The Marseille contract, 1974).

Atípico cineasta que genera sorpresas agradables con prácticamente cualquiera de sus títulos gracias a un estilo a un tiempo tremendamente personal e inusualmente atractivo, fue galardonado en nada menos que cuatro ocasiones con el Óscar de la Academia por su trabajo como montador, labor en la que trabajó para directores como John Ford, Robert Rossen, George Cukor, Lewis Milestone o Max Ophüls, entre otros. Antes de dedicarse al montaje, no obstante, ya había hecho sus pinitos como actor infantil junto a estrellas como Rofolfo Valentino, Charles Chaplin y Douglas Fairbanks, y como intérprete adolescente para cineastas de la talla de Cecil B. DeMille, Raoul Walsh o Allan Dwan.

Lo que se dice un auténtico «hombre de cine».

 

9 comentarios sobre “Vidas de película – Robert Parrish

  1. Hola, Alfredo, buenos días; lo que se dice un todo-terreno, algo siempre meritorio, pero que, desde luego, y como es el caso, no te garantiza un hueco junto a los grandes en las enciclopedias temáticas. Supongo que no te escandalizas si te digo que, aunque me sonara el nombre, no he visto ni una sola de sus pelis. En fin…

    Un fuerte abrazo y hasta pronto.

  2. Ah, Alfredo, una nota informativa, que no sé si estarás al tanto (y me consta que llevas una sección específica de necrológicas); ha muerto Malik Bendjelloul, director sueco que ganó el Oscar con ‘Searching for sugar man’. Con 36 tacos. Ya ves…

    1. ¡Rayos! Pues eso, con esa juventud, todavía se hace más triste… Además la película está muy bien…

      En cuanto a Parrish, toda la razón. Pero, ¿estás seguro de que no has visto nunca ninguna? No sé, no sé… Es un «tapado», pero de esos que luego uno comprueba que ha visto más de lo que cree.

      Abrazos

  3. ‘Llanura roja’ (‘The purple plain’, no ‘rain’), aquella peli con Gegory Peck que va de un aviador de la 2ª Gran Guerra que se estrella tras las líneas enemigas, o algo así. Esta es la única que recuerdo de Parrish en estos momentos, aunque yo para los títulos soy lo peor.
    Uno -supongo- de esos directores invisibles que tanto bueno han hecho por esto del cine. Sin demasiado ruido.

    1. Efectivamente, esa es. Una película bélica extrañamente colorista, y en la que el juego psicológico de quienes están afectados por el conflicto (en Birmania en concreto) importa más que las operaciones militares o la acción.
      Parrish es un autor -también cuando monta filmes de otros- que ya estaba ahí antes de que los franceses se inventaran eso de ser autor.

  4. Mi querido Alfredo, ¡absolutamente desconocida para mí la filmografía de Robert Parrish! Tan solo he visto hace muchoooo, y recuerdo alguna que otra risa, Casino Royale. Estoy igual que Manuel y Raúl.

    … Un hombre de cine más que descubrir.

    ¿Por cuál película empiezo?

    Beso
    Hildy

  5. El cine tiene una cosa muy curiosa. Hasta que no llegó el michelín genial inglés del suspense a ser reconocible (físicamente) gracias a su programa televisivo, sus apariciones en sus películas, que por cierto, al final tuvo que salir nada más empezar la película, porque los espectadores no prestaban atención a la historia esperando ver a Hitch, nadie nunca dijo que iba al cine a ver una película de, pongamos de ejemplo, Ford, Capra, Preminger, etcétera. Iban al cine y ya está. Pero con el gordo, todo el mundo se aficionó a decir: vamos a ver una película de Hitchcock. El tipo supo venderse mejor que Spielberg o Lucas en aquel tiempo. Digo todo esto porque existen muchos directores todavía que nadie conoce, y lo peor, nunca vieron sus películas o sí, pero el nombre no les suena de nada. Hoy la cinefilia (que horror de nombre, parece una infección sexual) ha enseñado a muchos a nombrar a sus directores cuando ven una peli clásica. Pero estamos de nuevo en los mismo con el cine actual. La gente (la mayoría) van al cine y no se interesan por el nombre del director, del guionista, etc. Termina la película y ya se van antes de que salga los títulos de crédito. A veces ha pasado, amigo Alfredo, y tú lo sabes, que existen pelis que en mitad de los títulos de crédito, vuelve a salir imágenes de la trama. Es muy ridículo ver a todos esos que han dejado la sala hecha una mierda, allí, parados y sin saber qué hacer, incómodos. Y ya ni te cuento de los que están en el túnel de la salida y no pueden retroceder. En fin. Y para ir terminando, cuando surgieron los del Dogma 95 y su santo patrón Lars von Trier puso en sus tablas de piedra los mandamientos en uno de ellos era no poner el nombre de su director. ¿Cuánto duró eso? Por donde iba, maldita sea mis digresiones, ah, sí, Robert Parrish, al igual que Budd Boetticher, entre otros. Grandes, muy grandes.

    Abrazos y disculpas por todo esto, amigo Alfredo.

    1. Pues cuando veas lo que te he comentado yo a ti…

      La autoría, efectivamente, empezó con los franceses, y los franceses empezaron a dar la matraca con Hitchcock, y desde él, adelante y atrás, adelante y atrás. Resultando una teoría de lo más discutible, hoy podemos referirnos a ello coloquialmente, para entendernos, para ubicarnos, para aceptar un mismo idioma común sin necesidad de establecer previamente criterios, puntos de partida, convenciones, etc. Ciertamente, no hay que tomarse ninguna etiqueta en serio. Menos cuando alguien dice «una de Nicolas Cage», en cuyo caso hay que salir corriendo corriendo…

      Abrazos

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