Célebre por alumbrar el fenómeno Bogart & Bacall, Tener y no tener (To have and have not, 1944) parece haber surgido de una ‘mala’ digestión de Howard Hawks tras el visionado de Casablanca (Michael Curtiz, 1942) y, no obstante, se ha convertido en una de las piezas más gloriosas del puzle del ciclo negro americano. Todos los elementos de la ‘fórmula Warner’ para el colosal triunfo del film de Curtiz parecen repetirse aquí (incluido Marcel Dalio, de croupier tramposo a dueño de un hotel igualmente ambiguo): isla de Martinica (en lugar de la Cuba original de la novela de Hemingway que inspira la cinta) durante la Segunda Guerra Mundial, controlada por el régimen colaboracionista de Vichy, y un norteamericano expatriado (Bogart, cómo no) que tras varias vicisitudes debe poner su barco al servicio de los franceses libres y termina abandonando su cinismo individualista y comprometiéndose con la causa aliada. Por el camino, como es normal, Bogart conoce a una chica que pasaba por allí, otra americana desarraigada, y desde ese momento saltan tantas chispas en la pantalla como en el corazón del espectador. La chica, claro, es Lauren ‘Betsy’ Bacall, y ya nada volvería a ser lo mismo para ninguno de ellos.
Uno de los mayores prodigios de la película surge de una paradoja: una novela de un premio Nobel (Hemingway), adaptada por otro premio Nobel (William Faulkner) junto a un experimentado guionista (Jules Furthman) que, sin embargo, resulta en buena parte improvisada por quienes participan directamente en la filmación (Hawks, Bogart, Bacall, Walter Brennan…): apenas el dibujo esquemático de las secuencias, un puñado de diálogos punzantes, mágicos, tan absolutamente cautivadores y sugerentes como secos, afilados y socarrones, quedarán en el metraje final para el deleite de un público absorbido por el torbellino emocional que nace del intercambio de miradas y sonrisas de Bogie y Betsy. Es ahí donde radica probablemente la mayor divergencia entre Tener y no tener respecto a Casablanca: donde en ésta todo pasaba por el filtro del romanticismo melancólico, en la obra de Hawks se sumerge en el pragmatismo romántico. A diferencia de Ilsa y Rick, Slim y Morgan no renuncian al amor en aras de facilitar la lucha contra los nazis; Slim no es ningún florero, sino un personaje femenino activo, comprometido y determinante, dueño de su destino. Y es ella, sobre todo ella, quien ha decidido que su destino sea junto a Morgan. De nuevo, algo no muy frecuente en el cine clásico americano (y menos en el moderno), es la chica la que toma las riendas del argumento para llevarlo donde ella quiere, para conseguir su objetivo, y es él quien va al rebufo, quien se convierte en un juguete en sus manos, quien se erige en objeto de deseo. Por tanto, más allá de la decoración y el escenario, la clave de la película no es la guerra, la fauna de Martinica, el clima bélico o el contexto político que afecta a la pareja protagonista, sino que es esta última la que devora con su presencia todos los demás aspectos, la que mueve los engranajes de la cinta no hacia la conclusión de la acción, sino al desenlace de su relación, el cual no pasa ni por un momento, dado el temperamento de Slim, por una vida feliz y hogareña en un barrio residencial cualquiera de América, sino por la lucha en el barro, por el combate diario por un gramo de felicidad en un entorno convulso, les lleve donde les lleve.
De este modo, los entresijos políticos, los avatares de los franceses colaboracionistas y de la Resistencia, quedan desdibujados por el protagonismo central de la incipiente, encantadora y engañosamente fría relación de Morgan y Slim. Los secundarios, la hipotética trama principal (la de la guerra), quedan completamente subordinados al interés que despierta contemplar a la pareja en escena. No importa qué ocurre con los tipos a los que Morgan lleva a tierra para conspirar contra Vichy, ni tampoco si la policía logra capturarlos o no, ni los tiroteos nocturnos, ni siquiera cuántas botellas de cerveza puede beberse Walter Brennan. Lo único importante es cuántos giros se ven obligados a dar Morgan y Slim para terminar juntos por causa de estos inconvenientes coyunturales. La irrupción de una especie de Ilsa, el personaje e Dolores Moran, pareja del líder resistente herido en el desembarco, en ningún momento propicia ninguna conversión de Morgan en otro Rick, sino que sirve de fuente al crecimiento de Slim como personaje, a dar rienda suelta a sus celos, y con ellos a los diálogos y las indirectas más estimables de la película. Si a ello sumamos su voz ronca en las canciones que interpreta con Hoagy Carmichael, y su capacidad (con sólo diecinueve años y en su primera película) para transmitir emociones, sensualidad, deseo, amargura y esperanza a través de un extremo hieratismo y una elocuente economía de gestos, apenas el juego de su sonrisa y esa brutal caída de ojos, ya sabemos por qué Tener y no tener es, por encima de todo, un monumento a Lauren Bacall, por qué la película asentó el tipo de personajes que ambos interpretarían en la mayor parte del resto de sus filmografías, por qué compartieron un puñado de títulos más, por qué su relación saltó al otro lado de la pantalla y terminó en boda y en una vida compartida hasta la muerte del actor, y por qué Hawks se sintió traicionado cuando ‘su’ descubrimiento se fue con otro.
La pericia de narrador de Howard Hawks, la música Franz Waxman y la fotografía de Sid Hickox, aun eficaces y solventes, ceden igualmente ante el magnético poder de una pareja que desde entonces ha quedado consagrada y bendecida como una de las más fenomenales asociaciones que ha originado la historia del cine. Y, para terminar con las paradojas, y a pesar del tono sombrío de un clásico negro, la última secuencia del film, la salida conjunta de la pareja, junto a Brennan, del salón del hotel, es una invitación al optimismo, un empujón a la búsqueda de la felicidad.
… No tienes que decir ni hacer nada. Nada absolutamente. O quizá solo silbar. Sabes cómo silbar, ¿no, Steve? Basta con juntar los labios y… soplar…
Guau, y la voz cazallera de Slim. Y un Steve entre alucinado y enamorado… Sí, señor, se van a reír juntos.
Y ese final… ¡todos a bailar!
Beso
Hildy
Momentazos, uno tras otro. Qué bueno que recuerdes el mejor diálogo de la película…
Bacall se come cada plano. Eso sí, cantar no es lo suyo. ¿Y qué?
Besos
La vi con 20 años y empecé a pensar que ya la había visto (la sombra de Casablanca), pero desde entonces es una de mis películas favoritas y aún estoy loco por la chica. Estupendo post, a la altura del film.
Gracias. La chica se merienda a Bogart de un bocado y sin masticar. De hecho, fue tal la sorpresa, que el tardío estreno de la película propició que Hawks completara «El sueño eterno» (1946) con más secuencias juntos, porque estaba claro que la gente lo que quería era ver a esta pareja.
Es una estupenda película que tiene esa leyenda donde Hawks estaba jugando al golf con su amigo Hemingway y le dijo que quería realizar una película basada en su peor novela. ESto se hizo tan famoso que casi nadie ha leído Tener y no tener, y la verdad, no es que sea una obra maestra, pero me sigue pareciendo una novela brillante sobre instantáneas de la vida que revelan el agudo observador que siempre fue Hemingway. La película es mejor, mucho mejor. El viejo Walter está estupendo, inolvidable. Estaría bien realizar una lista de grandes películas basadas en pequeñas novelas, y no al revés, que la historia del cine esté repleta. No sé, Tristana de Galdós, novelita mediocre para una gran película y así. ¿Te puedes imaginar a Ventura Pons versionando las novelas de Lluís Llach? ¿y sabes por qué?
Abrazos mil.
Aaaaagh..!!
Hay filmografías enteras (de clásicos, naturalmente: ya sabemos que buena parte de los directores y guionistas actuales, sobre todo españoles, no leen) que están erigidas sobre novelas discretas o mediocres. Ahí está Hitchcock, por ejemplo, y su don para convertir historias ligeras e intrascendentes en apoteosis fílmicas. También podría hacerse una lista de grandes papeles como los de Walter Brennan. No se le hace justicia. Es como Harry Dean Stanton y otros secundarios grandes: alguien debería escribir una serie de posts sobre ellos. ¿Lo pillas?
Abrazos
Lo pillo. Escribí sobre el viejo Walter, pero Harry Dean Stanton es un caso la mar de curioso. Creo que si realizaran un remake de El hombre invisible los espectadores no sabrían que están viendo una película sobre un hombre invisible aunque apareciera durante la mitad de la película visible antes de desaparecer tras el experimento de turno. Lo sé porque lo he comprobado personalmente. Nadie lo ha visto nunca en las películas que ha interpretado, aunque tenga unas escenas importantes. Nadie. En París Texas, que es el personaje principal nadie se ha dado cuenta de él. Tanto en esta película como en Alien, se le ve con una gorra grasienta que se la va quitando a medias para que respire el cuero cabelludo. Yo no puedo olvidar estas cosas, como cuando toca la guitarra y canta en La leyenda del indomable, que por cierto, canta mejor que Paul Newman, y paro de poner ejemplos porque son muchos.
Más abrazos
Sí, por ejemplo, en «Los violentos de Kelly» es el soldado que, cuando el sargento Telly Savalas les ordena ponerse en marcha, grita eso de «eh, yo aún no he tenido tiempo de peinarme». Y lo mismo pasa con sus tipos corruptos de «Corazón salvaje» de Lynch o de «Adiós, muñeca», entre Robert Mitchum y John Ireland. En fin.
Abrazos