Dentro del abundante y formidable reparto masculino (James Garner, Charles Bronson, Richard Attenborough, James Coburn, James Donald, Donald Pleasence o David McCallum, entre otros) de esta magnífica cinta de acción enmarcada en un campo de prisioneros aliados durante la Segunda Guerra Mundial, destaca sin lugar a dudas Steve McQueen, cuyo personaje, el aviador americano Hilts, ‘The cooler King’, se ha convertido en un icono, no solamente cinematográfico, sino prácticamente indicativo de una filosofía y un estilo de vida. No es de extrañar puesto que McQueen, que de la noche a la mañana había pasado del anonimato de intrascendentes personajes secundarios al gran estrellato gracias a otra película interpretada tres años antes a las órdenes de Sturges, Los siete magníficos, sabedor de que el nuevo título podía servir de punto de inflexión definitivo en su carrera, se convirtió en el gran impulsor del proyecto, su gran valedor, su gran atractivo y, casi también, su principal amenaza.
McQueen maniobró por encima del director, directamente ante la Metro y United Artists, socias en la producción, para conseguir la preponderancia dentro de un reparto coral de lo más solvente: no sólo consiguió un lugar preferente en las imágenes promocionales del filme, en el cartel y en el tráiler, sino que logró modificaciones en el guión que le proporcionaban un mayor protagonismo en la trama (él es el personaje que se fuga del campo para dejarse coger una vez que ha averiguado la información necesaria para que sus compañeros logren la evasión masiva del título) y garantizaban la continuidad y la longitud de sus secuencias de acción (su larga huida motociclista, su «heroico» final y su caracterización con el guante y la pelota de béisbol), además de conferirle cierta supremacía individual en la narración compensada de las aventuras de los distintos prisioneros fugados, así como en la vida dentro del campo.
Sin embargo, este afán de protagonismo, que puede juzgarse poco democrático e igualitario respecto a sus colegas de profesión, viene justificado con creces gracias al inmenso éxito de la película y a la factura de su acabado final, una obra más aventurera que bélica, repleta de momentos épicos, de diálogos brillantes, de situaciones inolvidables… Como la que el propio McQueen protagoniza a bordo de la motocicleta alemana, acompañado de la música del gran Elmer Bernstein, secuencia que él mismo ayudó a diseñar y que insistió en protagonizar personalmente, aunque finalmente, en determinados momentos, se consideró la conveniencia de utilizar un doble.
Un momento que hizo de Steve McQueen, cuando apenas su carrera daba los primeros y exitosos pasos, un icono inmortal.
Este peliculón cambió muchas cosas en mí. La vi en el cine cuando tenía doce años. Era un domingo gris de provincia. Al no tener referencias de nada solía guiarme por la cartelera y los fotogramas. Luego me montaba mi película antes de verla. Es curioso, ahora que te escribo estas apresuradas palabras, amigo mío, que por aquel entonces, los fotogramas expuestos en las entradas de los cines, eran tan importantes como ver la película. Recuerdo que veía los fotogramas puestos allí sin orden ni concierto, y la mirada iba de un fotograma a otro y era cuando te ibas inventado la historia; es decir, que veía “mi” película, y luego la otra. Era importante ver los fotogramas porque también formaba parte del cine; también todo un género literario. Ahora vas al cine ubicado en un centro comercial y todo son pantallas anunciando tráiler mezclados con anuncios comerciales. Hago un inciso: los tráiler se exhiben fuera de la sala de cine y la publicidad dentro de ella. Bueno, a lo que iba. Cuando vi La gran evasión, mejor dicho, mientras iba viendo la película algo se iba removiendo en mi interior. Salí a la calle una vez acabada la peli y me dije que quería ser escritor, director de cine, actor, en fin, todo lo que tuviera que ver con la realización de una película. Me dije que toda aquella gente había conseguido que yo subiera al cielo durante tres horas. Paro porque esto se puede alargar porque el tema es de lo más interesante (y triste, claro). Las nuevas generaciones no sabrán jamás lo que representaba el cine y hasta dónde podía llegar.
La gran evasión en su formato original en la gran pantalla. Las cortinas deslizándose ya al son de la banda sonora. Los títulos de crédito en rojo. El hermoso paisaje verde contrastado con los polvorientos camiones y sidecares nazis; la llegada y el desembarco de todo un elenco de actores como no se ha dado nunca en el cine. Y McQueen, con su guante de béisbol y su pelota. Vale, vale, me voy ya.
Fuerte abrazo, amigo.
Hermoso texto, querido Paco. El cine entonces era algo más que un bien de consumo anunciado en televisión.
Esta película, en efecto, tiene algo más que la simple aventura de unos prisioneros de guerra. Esta película trata de lo que puede llegar a significar el cine, de lo que supone su hechizo, su magia, su sentido último. La perfección de un arte que es industria, pero también sueños, emoción. Una gran evasión, pero siempre hacia alguna parte.
Abrazos
A veces me pregunto si, de resultas de aquellos redobles de pelota en las paredes de la celda de castigo, me viene a mí la afición por los sonidos rítmicos y repetitivos. Los únicos que calman mis nervios, centran mi atención y me permiten escribir, aunque las letras paridas no sean nada del otro mundo. Gran película, ¿qué más añadir?
Sólo el gran cine es capaz de dejar esas huellas. Eso que algunos llaman «cine de entretenimiento», y que a veces es mucho mucho más.
Cómo entretenía Steve McQueen… Cómo en sus películas te mantenía en la butaca. Esos ojos azules…, y ese rostro de haber vivido… con esas gotas de dureza e ironía… Le he disfrutado en bastantes de sus apariciones, y en una de ellas es en La gran evasión…, pero siento un gran cariño a su rol en Amores con un extraño.
Beso
Hildy
Me gusta mucho esa película, a excepción de esa gigantesca concesión a la moral imperante. McQueen es uno decesos tipos que, hagan lo que hagan, siempre está de diez.
Besos