Resurrección y muerte de Norma Desmond: Fedora (Billy Wilder, 1978)

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Si podemos considerar a Wendell Ambruster Jr., el personaje de Jack Lemmon en Avanti! (Billy Wilder, 1972) -como José Luis Garci, nos negamos a llamarla ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?– la evolución envejecida y amargada de su previo C. C. Baxter de El apartamento (The apartment, Billy Wilder, 1960), tanto o más cabe proyectar en el director y productor independiente Barry ‘Dutch’ Detweiler que William Holden interpreta en Fedora las vicisitudes de su «antepasado», el guionista Joe Gillis que él mismo encarnaba en El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950). No se trata solamente de una similitud de rasgos físicos o de una proximidad de líneas argumentales y narrativas; como en el caso de las mencionadas tragicomedias, llamémoslas para entendernos románticas, entre las desgraciadas aventuras de Norma Desmond y Fedora, así como entre los personajes que las rodean y que de algún modo han condicionado sus vidas, existe un hilo conductor (además de algún guiño explícito, como la alusión de Dutch a la cama en forma de góndola que también aparecía en la mansión de Norma Desmond) que permite considerarlas parientes directas, un territorio común, una extensión cinematográfica natural. En el caso de Fedora, a ello contribuye igualmente un guión construido y estructurado a partir de unos parámetros asentados con éxito en su modelo previo.

Partimos, como en su antecedente, de un suceso trágico: la célebre y enigmática Fedora, una retirada actriz de la etapa clásica del cine que había retornado a la pantalla ante una gran expectación, se suicida arrojándose al paso de un tren en una estación próxima a París. En la concurrida capilla ardiente, donde se nos presenta a los personajes principales del drama, y a través del arruinado director y productor independiente Detweiler, se abre, al modo de La condesa descalza (The barefoot comtessa, Joseph L. Mankiewicz, 1954), el flashback que echa a rodar la historia, y que constituye el prometedor y mejor pasaje de la película. Dutch (William Holden) viaja a la isla griega de Corfú para intentar que Fedora (Marthe Keller) acepte trabajar en una de sus películas; de hecho, la participación de Fedora es prácticamente la única posibilidad que Dutch ve de encontrar financiación, y de ello depende su supervivencia en el cine. Dutch cuenta con las dificultades de llegar hasta la actriz, una mujer conocida por su hermetismo, su comportamiento caprichoso, huidizo e impredecible, su secretismo y su sometimiento a las personas que la rodean, una misteriosa condesa polaca (Hildegard Knef), una asistente personal demasiado estricta (Frances Sternhagen), el oscuro y ambiguo doctor Vando (José Ferrer)  y el chófer-guardaespaldas de la condesa, el fortachón Kritos (Gottfried John). No obstante, su insistencia y la búsqueda de imaginativos métodos para acercarse a Fedora dan sus frutos, y así se introduce en su angustioso, decadente y tormentoso universo personal.

Fedora vive en el pasado. Físicamente, porque parece atesorar el misterio de la eterna juventud. Mentalmente, porque algo no funciona bien en su personalidad, hay algo que la ata fatal, delirantemente a su antigua gloria como intérprete. Dutch descubre un personaje atormentado, encarcelado en la vida que sus acompañantes han diseñado para ella, casi prisionera en aquella villa de un islote medio perdido, rodeada de muros, verjas y perros guardianes, escoltada las veinticuatro horas, una vida de pastillas, tratamientos y correas. Dutch también vislumbra su inestabilidad: es un ser de extraño comportamiento, inestable, desquiciado, tremendamente desgastado por dentro en contraposición a la juventud que mantiene por fuera, y a la que no parece ser ajena la polémica reputación del doctor Vando como genetista. Dutch pasa a proponerse no sólo salvarse a sí mismo como director y productor, sino también a Fedora como actriz y como ser humano, recuperarla para el cine, pero también para la vida. Un empeño en el que las formidables fuerzas que se oponen a él, y los terribles problemas de Fedora, amenazan con hacerle perderlo todo. Cerrado el flashback, y en una capilla ardiente ya vacía de público, los distintos personajes se dan cita para dibujar el desarrollo y la conclusión del drama, más inquietante que sorprendente, tremendamente triste y desesperado.

Un Billy Wilder que ha fracasado en sus últimas películas americanas regresa a Europa para, con capital franco-alemán, intérpretes de perfil bajo (incluido Holden, ya en retirada) y producida por su coguionista I. A. L. Diamond, volver sobre sus propios pasos como cineasta y ofrecer una nueva crónica sobre el poder destructivo que Hollywood puede tener en las criaturas que él mismo fabrica. El resultado fue otro fracaso de crítica y público, la implícita petición general de amortizar a uno de los más grandes directores de cine que, sin embargo, en la década de los setenta parecía estar ya desgastado, sin nada nuevo que contar ni ninguna nueva forma de contarlo a pesar de, con 72 años de edad, tener aún mucho cine por delante. A pesar de la revalorización, con el tiempo, de todas sus películas de los años setenta (la genial Avanti!, la excepcional La vida privada de Sherlock Holmes, su fenomenal versión de Primera plana, o de la misma Fedora), Wilder acusó el golpe, y sólo rodaría una película más. En Fedora, las huellas del desgaste son palpables: una estética entre lo televisivo y la más pura ensoñación (la fotografía de Gerry Fisher resulta magnífica en todo el tramo parisino; en las secuencias de Corfú roza casi casi el telefilme), el rostro agrietado de Holden, su forzado vitalismo en un personaje que ya no se aguanta, un tono desprovisto casi por completo del vitriólico y negrísimo humor wilderiano (apenas unos breves apuntes a través del personaje del conserje del hotel que interpreta Mario Adorf y un par de réplicas en los diálogos de Holden), y un pulso narrativo vacilante, impreciso, que, mantenido y explotado en la primera mitad del filme, se diluye ante la multiplicación de flashbacks y la amplia variedad de atmósferas, ambientes, escenarios y sucesos que cada personaje narra en la segunda. Wilder no consigue crear una estética unificada, envolvente y atosigante, a pesar de lo acertado de la fotografía en las escenas de la capilla ardiente y de la partitura de Miklos Rozsa, que subraya adecuadamente tanto los momentos líricos como el suspense, los arrebatos y los estallidos nerviosos y los ecos trágicos de una vida que se derrumba. La distancia con unos intérpretes de segunda fila y el misterio de la trama, a medio camino entre lo inverosímil y lo increíble, adivinado fácilmente por el espectador mucho antes de que se desvele en un clímax dramático sin chispa, tampoco ayudan a cerrar convenientemente un guión que abunda en cabos sueltos y se excede en su poética y desgarradora demencia. ¿Qué es, por tanto, lo que salva la solvencia de la película, qué hace que el espectador se quede pegado a la pantalla y quiera seguir y averiguar los misterios que rodean a Fedora? No puede ser otra cosa que el mismo cine.

Billy Wilder vuelve a ofrecer un catálogo de personajes acabados, de gente deglutida por el propio mundo al que a toda costa ha deseado pertenecer, en este caso el del cine y sus universos adyacentes. El del éxito y el reconocimiento, el de la la fama y el dinero, la vida fácil y repleta de atractivos y tentaciones que va acompañada de un inmenso vacío, de una letal infelicidad. Wilder radiografía de nuevo el mismo cine, une ficción y realidad (la preciosista y meticulosa recreación del rodaje londinense, las apariciones de Henry Fonda, presidente de la Academia que viaja a Grecia a entregar a una rejuvenecida Fedora un Óscar honorífico, y de Michael York, el amor de esa Fedora «renacida» pero presa de su pasado, interpretándose a sí mismos con nombre y apellidos -muy emotiva y elocuente la última aparición de York junto al ataúd-), da forma al último mausoleo de un arte que muere en un cementerio de elefantes que ya no existen. Fedora es precisamente eso, la encarnación del cine, joven por fuera pero viejo por dentro, consumido en su propio caldo ya sin sustancia, con la sangre turbia repleta de grumos atorándose en sus arterias, con el espíritu juvenil pero el alma vieja, el cerebro agotado y el corazón débil. La demente Fedora, con las enormes gafas que velan su rostro, la pamela que cubre su cabeza, los guantes que ocultan sus manos, que enmudecen sus huellas, las ropas que la tapan por completo, es un trasunto de la mujer invisible, una diosa secreta, inexistente, ficticia. El sueño del celuloide convertido en pesadilla de la vida de la que despertar en una catarsis de inmolación. El Saturno que devora cruelmente a sus hijos.

10 comentarios sobre “Resurrección y muerte de Norma Desmond: Fedora (Billy Wilder, 1978)

  1. Vi hace poco por primera vez Fedora. El año pasado de hecho. Era una de las películas de la filmografía de Wilder que me faltaba. Y me pareció sumamente interesante y descarnada, desencantada y cruel. Y sí forma un buen dúo con El crepúsculo de los dioses devolviendo un reflejo demoledor de Hollywood. Fedora además viene envuelta de una melancolía brutal, tan brutal y desencantada, que se convierte en una película antipática. Al contrario que muchas de Wilder, que apetece verlas una y otra vez… con Fedora hay que pensárselo, pues es una película incómoda y, vuelvo a repetir, antipática.

    Me gusta una frase, cómo esta escrita, de este buen texto. Me gusta cómo argumentas y construyes una reflexión: «Fedora es precisamente eso, la encarnación del cine, joven por fuera pero viejo por dentro, consumido en su propio caldo ya sin sustancia, con la sangre turbia repleta de grumos atorándose en sus arterias, con el espíritu juvenil pero el alma vieja, el cerebro agotado y el corazón débil». Pero, sin embargo, ya lo sabes, y en eso debatimos siempre largamente (y lo pasamos divino, jejeje)… yo sí que creo que hay buen cine después de los setenta y después de grandes realizadores clásicos como Wilder, Kazan, Ford, Hawks…

    Besos
    Hildy

    1. Pues claro que hay buen cine. La diferencia de matiz está en que, para mí, ya no se produce el buen cine «gracias a», sino «a pesar de». Y que a veces se llama buen cine a lo que no es más que fachada. El otro día vi «La gran apuesta». Pues bueno. Después de verla, y olvidarla, no dejaba de pensar en lo que hubieran hecho otros tipos de antaño con el mismo material y disponiendo de los mismos medios.. Ahí está el quid de la cuestión, creo.

      Oportuna apreciación sobre Fedora, mi querida Hildy, como siempre. Pero casi más que melancolía, yo veo terror. Es una película de terror.

      Besos

  2. Excelente análisis para una película que a mí me gusta mucho aunque en su momento fue un fracaso de crítica y público. Bueno, eso le ocurrió al viejo zorro en la mayoría de sus obras maestras, empezando con esas maravillas que son Sunset Boulevard, El gran carnaval, Avant!…
    Tenía pendiente escribir Fedora, pero me temo que ya no vale la pena.

    Abrazos y buen finde.

  3. Acabo de dar con este blog gracias a la reseña de El fantasma y la Sra. Muir. De allí a Huston y ahora Fedora. Qué placer encontrarse con alguien que tenga tanto para decir y lo haga tan bien. Volveré seguido por acá, aunque no se si comentaré todo.

    Wilder es siempre fascinante, incluso en una película como esta (cuyo error más grave me parece haber puesto en un rol crucial a Marthe Keller, que en otros títulos pudo no haber desentonado tanto pero en éste se necesitaba a una Faye Dunaway o alguien por el estilo. Keller hunde todavía más todo lo que has comentado más arriba. La partitura de Rozsa sí que me gusta, y mucho. Hace unos pocos meses vi por primera vez Avanti! y me quedé de una pieza. Formidable. Todavía me faltan algunos Wilder, sobre todo los de mediados de los cuarenta.

    Bueno, saludos desde una húmeda Buenos Aires

    1. Muchas gracias, Ricardo. Siempre es un placer dar la bienvenida a alguien de Buenos Aires.

      Efectivamente, uno de los problemas de la película es Marthe Keller, demasiado presionada con su doble papel y sin talla suficiente para ello, por más que en aquellos años gozara de cierta popularidad, gracias a títulos como «Marathon man» por ejemplo. Y, bien visto, el problema es quizás también «imitar» en cierto modo a la Dunaway, incluso físicamente, en sus caracterizaciones.

      El caso es que este último Wilder, no por ser último, es despreciable, y resulta especialmente curioso y lamentable que se le jubilara tan pronto, porque estuvo más de veinte años sin hacer cine.

      Saludos desde la no menos húmeda Zaragoza.

  4. Magnifico análisis. Yo personalmente considero a Fedora dentro de las obras maestras fallidas del cine (junto con Marnie de Hitchcock o Kiss me Stupid del propio Wilder entre otras) son para mi magnificas películas que por fallarles algo ( ya sea fallos de casting , etc…) no llegan a la excelencia pero se quedan a las puertas.

    Un saludo

  5. Tremendamente áspera, sin concesiones de ninguna clase y, probablemente, por ello, película maldita dentro de la filmografía de Wilder.
    Yo veo, como tú, un film absolutamente aterrador en todo momento, pese a sus, en ocasiones, engañosas imágenes. Reflexión sobre el propio cine (que crea sus víctimas y las engulle sin remisión), la ficción y la realidad, la vida y la muerte. Un film no sólo crepuscular sino que atraviesa esa barrera y nos devuelve, como en un espejo, nuestra más cercana que lejana decrepitud. Todo lo que no queremos ver, lo que nos produce verdadero pavor.
    Esta película, de tan agria y ensordecedora que es, no es conveniente verla en según qué circunstancias. Pero, sin duda alguna – pese a ser histriónica, algo excesiva y con intérpretes mal elegidos o agotados, tanto física como psicológicamente (qué penita da Holden), y una historia sórdida e inverosímil conforme avanza -, es una buena película.
    Para mí, «Fedora» no deja de ser el aliento de la muerte, la locura y la soledad. El terrible vacío de una vida que se escapa.

    Besos.

    1. Para Wilder, Fedora era una de las prescindibles, incluso indeseables, de su filmografía. Para mí posee el encanto de eso que ya hemos hablado alguna que otra vez, el canto fúnebre de los mundos que desaparecen. Una especie de Visconti pasado por el vitriolo, aquí elevado a la máxima potencia de la amargura y el desencanto, de Billy Wilder, que probablemente no la contaba entre sus favoritas por la falta de humor, de ironía, en el tratamiento. Es una película que trata, fundamentalmente, de la muerte, y por tanto no apta para todos los momentos ni para todas las personas.

      Besos

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