¡Hostia! ¡El viejo Arthur Hiller! Lo tenía algo olvidado, amigo mío. Para mí es el director setentero por antonomasia. Sí, ya sabemos que empezó su carrera por allá a finales de los 50, pero el tipo, su rostro, es de los setenta. Incluso ahora tiene cara de aquella década y con un aire a la Chavela Vargas. ¿Joder qué será eso? Imagínate que cuando yo era un pérfido y patético adolescente creía que toda la saga de Aeropuerto era de él, pero no, inauguró la década con Los encantos de la ciudad, con nuestro amigo y cada vez más parecido a nosotros, Jack Lemmon, y reventó taquilla con Love Story y esa fracesita de: «Querer significa no decir nunca lo siento». Cito esto porque luego volveré a ella. (Lo siento, mi psicoanalista todavía no me quiere abrir su puerta, dice que soy muy pesado). En El expreso de Chicago, el viejo Arthur descubrió a la pareja Wilder-Pryor y luego volvió a ella en No me chilles que no te veo. Es irremediable que no salga de vez en cuando la parejita de turno, a veces con acierto: Lemmon-Matthau, a veces insoportable: Lewis-Martin , a veces como para colgarlos: Carrey-Daniels. Hay más. Abbott y Costello, El Gordo y el Flaco, Los hermanos Calatrava, El Dúo Sacapuntas, Los Pecos, Tom y Jerry, El Coyote y en Correcaminos… y yo que sé, tío, ya me estoy liando. Pryor me caía bien, también recuerdo Mi juguete preferido con sumo placer, ya te digo, todavía tenía granos en la cara. Yo, no Pryor. Y de Wilder ¿qué podría decir de él? Que tampoco me caía mal. Su pelo, sus ojos (muy a lo Punset) su careto de estar siempre consternado, como que no acaba de creerse todo lo que pasa y le pasa. Recuerdo aquel capítulo tan descojonante de la película del viejo Woody, Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo… y no sigo porque el título es demasiado largo, donde Wilder es médico y le entra en su consulta un tipo que dice estar enamorado de su oveja. La interpretación de Wilder me parece, simplemente, genial. El enamorado también tiene su razón. Tal y como están las cosas, enamorarse de una oveja me parece la mejor opción. Al menos, ella no te dirá nunca: «Querer significa no decir nunca lo siento». Esto le decía yo a mi psicoanalista el otro día. Y te juro que puso la misma cara que Wilder.
Ay, Paco, lo que me he reído… Estás como una oveja. Digo… Como una cabra…
¿No tiene Wilder algo de Matías Prats? ¿O al revés? En fin, que la pareja es el motor del cine, ya sea amorosa o de contrastes. Mira, por ejemplo, aquel western que hicieron juntos John Wayne y Oliver Hardy… Aunque alguna de esas parejas que citas valdría para fusilarla al amanecer sin juicio previo.
Bueno, ya me darás la dirección de tu psicoanalista. O ya me darás la dirección de contactos web esa en la que se conocen ovejas de buen ver, que estoy muy necesitado de cariño…
,,,, empezar la mañana con una risa se agradece…
Beso
Hildy
Pues claro, ¡¡es viernes!!
Una comedia trágica: Richard Pryor andaba ya metido de lleno en sus crisis personales y sus adicciones. El rodaje con él fue una auténtica pejiguera.
Besos
¡Hostia! ¡El viejo Arthur Hiller! Lo tenía algo olvidado, amigo mío. Para mí es el director setentero por antonomasia. Sí, ya sabemos que empezó su carrera por allá a finales de los 50, pero el tipo, su rostro, es de los setenta. Incluso ahora tiene cara de aquella década y con un aire a la Chavela Vargas. ¿Joder qué será eso? Imagínate que cuando yo era un pérfido y patético adolescente creía que toda la saga de Aeropuerto era de él, pero no, inauguró la década con Los encantos de la ciudad, con nuestro amigo y cada vez más parecido a nosotros, Jack Lemmon, y reventó taquilla con Love Story y esa fracesita de: «Querer significa no decir nunca lo siento». Cito esto porque luego volveré a ella. (Lo siento, mi psicoanalista todavía no me quiere abrir su puerta, dice que soy muy pesado). En El expreso de Chicago, el viejo Arthur descubrió a la pareja Wilder-Pryor y luego volvió a ella en No me chilles que no te veo. Es irremediable que no salga de vez en cuando la parejita de turno, a veces con acierto: Lemmon-Matthau, a veces insoportable: Lewis-Martin , a veces como para colgarlos: Carrey-Daniels. Hay más. Abbott y Costello, El Gordo y el Flaco, Los hermanos Calatrava, El Dúo Sacapuntas, Los Pecos, Tom y Jerry, El Coyote y en Correcaminos… y yo que sé, tío, ya me estoy liando. Pryor me caía bien, también recuerdo Mi juguete preferido con sumo placer, ya te digo, todavía tenía granos en la cara. Yo, no Pryor. Y de Wilder ¿qué podría decir de él? Que tampoco me caía mal. Su pelo, sus ojos (muy a lo Punset) su careto de estar siempre consternado, como que no acaba de creerse todo lo que pasa y le pasa. Recuerdo aquel capítulo tan descojonante de la película del viejo Woody, Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo… y no sigo porque el título es demasiado largo, donde Wilder es médico y le entra en su consulta un tipo que dice estar enamorado de su oveja. La interpretación de Wilder me parece, simplemente, genial. El enamorado también tiene su razón. Tal y como están las cosas, enamorarse de una oveja me parece la mejor opción. Al menos, ella no te dirá nunca: «Querer significa no decir nunca lo siento». Esto le decía yo a mi psicoanalista el otro día. Y te juro que puso la misma cara que Wilder.
Abrazos y buen finde, amigo.
Ay, Paco, lo que me he reído… Estás como una oveja. Digo… Como una cabra…
¿No tiene Wilder algo de Matías Prats? ¿O al revés? En fin, que la pareja es el motor del cine, ya sea amorosa o de contrastes. Mira, por ejemplo, aquel western que hicieron juntos John Wayne y Oliver Hardy… Aunque alguna de esas parejas que citas valdría para fusilarla al amanecer sin juicio previo.
Bueno, ya me darás la dirección de tu psicoanalista. O ya me darás la dirección de contactos web esa en la que se conocen ovejas de buen ver, que estoy muy necesitado de cariño…
Abrazos