Mis escenas favoritas: La balada de Cable Hogue (The ballad of Cable Hogue, Sam Peckinpah, 1970)

Emotiva despedida que el «reverendo» Joshua (David Warner) hace de Cable Hogue (Jason Robards), probablemente el mayor héroe del anti-western de todos los tiempos (hasta el punto de que él mismo decide cuándo irse al otro barrio por causas naturales…), en este poético canto a un mundo desaparecido, a la pérdida de la última frontera, la del tiempo, que constituye una de las grandes joyas tapadas de la filmografía del gran, grandísimo, Sam Peckinpah.

11 comentarios sobre “Mis escenas favoritas: La balada de Cable Hogue (The ballad of Cable Hogue, Sam Peckinpah, 1970)

    1. Pues sí, mi querida Hildy, pero siempre hay que mirarlo por el lado bueno. Que uno pueda todavía ver cosas así por vez primera es una de las maravillas que el cine proporciona.

      Por cierto, he intentado comentar en tu blog y no me deja… Ay, reservado el derecho de admisión, la historia de mi vida… 😉

      Besos

  1. Me espera esa película…, efectivamente.

    Sí, querido Alfredo, desde el viernes a primera hora no funciona el apartado de comentarios. Me lo están arreglando y espero que pronto esté de nuevo habilitado.

    Beso enorme
    Hildy

  2. Nosotros, los adictos al buen cine, sabemos que para el viejo Sam la violencia tiene menos importancia que otros elementos de su visión del Oeste al que apenas se ha prestado atención: el lirismo. La palabra «elegíacos» define bastante acertadamente todos sus westerns, impregnados de un fuerte sentimiento romántico y fatalista. Sus héroes parecen condenados de antemano al fracaso, pero, el proceso por el que llegan a él, está lleno de dignidad, calor humano y poesía. Las historias de Peckinpah sueles adoptar la forma de baladas, y resulta bastante significativo que una de ellas se titule precisamente La balada de Cable Hogue.

    «Soporto muy mal a los imbéciles y ellos se lo toman como algo personal», solía decir el viejo Sam. Estoy tan compenetrado en su cine, en su visión, en sus sentimientos y en su vida, que la frase me la hago mía, sobre todo ahora. Ayer vi (solo diez minutos) ese debate entre los cuatro jinetes del apocalipsis y sus creyentes. No me llevo muy bien con todo eso, y se lo toman como algo personal. Hoy hace viento, mucho viento. Son la dos del mediodía y las calles están vacías; todos están comiendo, haciendo la siesta a la espera de volver a incorporarse a sus respectivos tajos. Una bola de rastrojo aparece y desaparece por la esquina. Llevo ya media botella de whisky, y me da igual.

    Abrazos, amigo.

  3. Es una buena filosofía. Mandar a la mierda todo eso, no tener que preocuparse más que de las cosas que directa y realmente tienen que ver con uno, qué gusto… En fin, otra utopía. A mí el cine del amigo Sam cada día me gusta más. Será que me hago mayor…

    Abrazos

  4. Junto con «La huida» y «Quiero la cabeza de Alfredo García» las tres películas que más me gustan de este director que, por otra parte, no termino de pillarle el punto del todo. Su cine, a veces, se me hace un poquito cuesta arriba. Tanta violencia me resulta, en ocasiones, excesiva y exagerada. Sin embargo, la que aparece en estas películas me parece que está mejor introducida, por decirlo de alguna manera, que en el resto. Más compensada e, incluso, si se puede decir así, entendible y digerible.
    Todo esto viene a cuento porque ayer tuve la ocasión de ver una película muy poco conocida, titulada «Caza implacable» de un cineasta cuya carrera estuvo destinada casi por entero a la televisión, Don Medford.
    He aquí mis impresiones sobre dicho film: un título que no hace justicia a esta violenta película en su superficie pero enormemente romántica y desesperada en su fondo. La pareja protagonista empapa la pantalla de emoción, alcanzando una temperatura propia de las más salvajes historias de amor fou que ha dado el celuloide. Un Oliver Reed que es una fiera de la interpretación y una bella Candice Bergen, dotando de frescura y naturalidad a su papel. Secundados por un Gene Hackman en su salsa, repartiendo estopa y sadismo por doquier (muy bien dirigido, alejado por completo de los tics del actor en otros films, la sobreactuación y la risita sardónica que hacían que naufragase en su interpretación).
    Se le podrán achacar muchas cosas a este film pero, para mí al menos, no tiene nada que envidiar a la fiereza de la filmografía de Peckinpah, el vigor de Raoul Walsh y la poesía de Nicholas Ray, pero con un espíritu propio. Un pedacito de celuloide en el que el juego del gato y el ratón se alterna con la inversión de roles entre Reed y Hackman. El supuesto villano y fuera de la ley se acaba humanizando por amor y el marido ultrajado se convierte en una feroz bestia, en donde la civilización no es sino la cara hipócrita del caos.
    Un filme bronco, rudo, nítido, estilizado, lacónico y poderosamente lírico. Con un final para enmarcar.

    P.D. Dos cosas más: unos melocotones nunca resultaron más apetitosos y una aparente violación ha sido más ambigua (exceptuando la que aparece en «Perros de paja», nuevamente Peckinpah…). Y la excusa de un rapto para enseñar a un hombre a alfabetizarse no ha resultado nunca más hermosa para esta humilde servidora.

    Qué gozo seguir encontrando estos pequeños tesoros cinematográficos.

    Un abrazo.

    1. Yo soy mucho de Peckinpah. Mucho. Duelo en la Alta Sierra (1962), su segunda película, su segundo western, es, junto con El hombre que mató a Liberty Valance de John Ford, la joya inaugural del llamado «western crepuscular» (con todos los matices que caben en una afirmación tan generalista). Una de las cimas de este periodo es Grupo salvaje (1969). Su empeño desmitificador, iniciado en la maltratada y amputada Mayor Dundee (1965), alcanza la cúspide con su Pat Garret & Billy the Kid (1973). Esas que citas también me gustan mucho. Ciertamente que su tratamiento de la violencia es exagerado y excesivo, esa es la finalidad como respuesta a un tiempo (largo, prácticamente toda la historia del cine salvo apenas un lustro de los años treinta) en que la violencia y la muerte eran abiertamente banalizados, gratuitos, despojados de cualquier sombra de tragedia. Su reacción estética, entendida entonces, ahora no procedería, de ahí que tanto imitador de su estilo resulte postizo y absurdo pero en él su forma de filmar permanezca impoluta, esa poesía de la derrota y del horror tan propia de él. Para mí, en este punto, es un auténtico autor.

      Caza implacable me resulta interesante, pero no me atrapa tanto. Los tres protagonistas andaban por entonces coqueteando con el western «revisionista» y de aire casi televisivo, y este caso no es una excepción. No me disgusta lo que contiene, pero me sabe a poco. Me faltan cosas, motivaciones, elaboración y desarrollo, y aunque el final es grandioso, se queda uno con la sensación de que es más importante lo que se ha quedado fuera. Y tal vez también más hermoso.

      Abrazos

  5. Muy cierto. La película peca de una mayor falta de desarrollo en los personajes, de aquello que no se dice, de las grietas e insatisfacciones, es verdad. En eso el guión se queda corto. Pero en muchos momentos, al menos para mí, alcanza un grado de pureza que suple sus carencias.
    Está claro que mi entusiasmo no siempre es buen compañero de viaje. Me nubla la objetividad como espectadora. O eso o mi obnubilación hacia Oliver Reed y los temas que a mí más me obsesionan (el amor loco, el sexo como liberación, las relaciones tempestuosas) y que en esta película se exponen de una manera que hace que empatice con esta película de un modo especial.

    Muchas gracias por abrirme los ojos, de verdad.

    Abrazos.

    1. Mujer, tampoco es eso… El gusto es soberano, y la emoción y el sentimientos son únicos, personales e intransferibles. Nadie puede entrar en eso, ni mucho menos criticarlo. Hablo más bien de las carencias de estructura y desarrollo que, tal vez, me impiden a mí disfrutarla como tú, o entusiasmarme del mismo modo. Me gustaría ver un tejido más elaborado en las relaciones del grupo de forajidos entre sí, al menos que se insinúe de igual forma (sugerida, como debe predominar en el cine) que los puntos oscuros de la relación de Hackman y Bergen, y que se invirtiera más tiempo y se ofreciera más detalle del proceso de «conversión» de Reed y Bergen, personal y conjunta. La premisa es interesante, ¿por qué aprender a leer?, pero, personalmente, me falta el para qué.

      Abrazos

  6. Pues, a riesgo de ser reiterativa, nuevamente te tengo que agradecer tu excelente y esclarecedor comentario, que suscribo prácticamente punto por punto. Ante esto no puedo más que aplaudirte por enseñarme más sobre este film y sus cabos sueltos.
    Respecto al tema de la lectura del protagonista, es algo que a mí también me hubiera gustado mucho saber y que guionistas y director podrían haber desarrollado y, por ello, enriquecido más la película.

    Dirás que soy una pesada por darte las gracias pero lo mucho que aprendo contigo no tiene precio, y conste que no es un halago sino un hecho.

    Besos.

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