Eran «estrellas». No sé si hoy la gente sabe lo que es eso. No un actor o una actriz, sino una estrella, ese punto luminoso que brilla en el cielo oscuro de la noche y que está tan y tan lejos pero próxima, como los actores y actrices del cine clásico. A veces vemos una estrella en el cielo y no sabemos si está muerta, y si lo está, todavía su luz sigue llegando a nosotros por la distancia y el tiempo que ha hecho falta para llegar a nosotros, como los actores y las actrices del cine clásico. Hoy pongo solo un simple ejemplo: Jimmy Stewart…
El viejo Jimmy fue mucho más que un actor. Hoy solo hay actores. Jimmy era como de la familia, no sé, podía ser el padre que siempre quisimos tener, el amado tío que venía todos los veranos a visitarnos (no como Cotten en La sombra de una duda). Jimmy estaba dentro de todos nuestros sueños, los buenos sueños. Era el banquero honrado en ¡Qué bello es vivir! (igualito a los de ahora). Era nuestro tío, algo loco, que hablaba con un conejo. También estuvo en el Oeste y pasó lo suyo, y tenía vértigo y supimos de él a través de familiares lejanos que nos llamaron para comunicarnos que se había roto una pierna en aquel largo y tórrido verano. Nuestra bella tía, que era una princesa, se quejaba de él porque no le hacía caso, enganchado en aquellos prismáticos y mirando a los vecinos. Música y lágrimas del ayer. Jimmy no era solamente un actor, como los de hoy, Jimmy fue mucho más. Yo lo tengo en mi estudio enmarcado junto a otros y otras que formaron la gran familia, la poderosa familia del cine.
Así es. Eran mitos vivientes, con una doble vida además (en todas las acepciones de la expresión). Ellos son, en buena parte, responsables de esa magia del cine que hace que personajes, imágenes y seres humanos reales confluyan en una única identidad cuyas aventuras lograban llenar de color lejanas y grises vivencias en mundos que ellos mismos desconocían por completo.
El otro día fui a un cine en Oviedo a ver la última de Woody Allen y casi me caigo de espaldas: vendían las entradas los mismos tíos que los refrescos y las palomitas, en la misma taquilla todo. ¿Qué magia puede caber en eso? Cuando el tipo vestido como un pizzero escuchó «versión original», respondió: «a las seis y cuarto es la sesión de versión original en español». Qué futuro, amigo, qué futuro…
Aquí en la vil ciudad ocurre lo mismo. Hay que ir a comprar las entradas a la chica de la gorra con el título de la película Mascotas y de la camiseta negra estampada en el pecho son la cara de un perro subnormal. Está agobiada, lidiando con las palomitas, los refrescos, la cola, la coca-cola aguada, las discusiones de los críos que piden descaradamente el cubo más grande, los gritos de los papás en pantalón corto y chancleta… Vas y le pides una entrada para la película Café Society, el número de la fila y de butaca. Teclea en el ordenador con estrés; le saltan a sus espaldas las palomitas de la máquina. El mostrador está hecho una mierda, el hedor a salchicha frankfurt y a mostaza caliente y avinagrada, en fin. El domingo, en la proyección de esta película hubo una bronca entre una mujer madura y unos tipos de unos treinta años que no paraban de hablar, y no precisamente de la película. Una situación Woody fuera de la pantalla.
Eran «estrellas». No sé si hoy la gente sabe lo que es eso. No un actor o una actriz, sino una estrella, ese punto luminoso que brilla en el cielo oscuro de la noche y que está tan y tan lejos pero próxima, como los actores y actrices del cine clásico. A veces vemos una estrella en el cielo y no sabemos si está muerta, y si lo está, todavía su luz sigue llegando a nosotros por la distancia y el tiempo que ha hecho falta para llegar a nosotros, como los actores y las actrices del cine clásico. Hoy pongo solo un simple ejemplo: Jimmy Stewart…
El viejo Jimmy fue mucho más que un actor. Hoy solo hay actores. Jimmy era como de la familia, no sé, podía ser el padre que siempre quisimos tener, el amado tío que venía todos los veranos a visitarnos (no como Cotten en La sombra de una duda). Jimmy estaba dentro de todos nuestros sueños, los buenos sueños. Era el banquero honrado en ¡Qué bello es vivir! (igualito a los de ahora). Era nuestro tío, algo loco, que hablaba con un conejo. También estuvo en el Oeste y pasó lo suyo, y tenía vértigo y supimos de él a través de familiares lejanos que nos llamaron para comunicarnos que se había roto una pierna en aquel largo y tórrido verano. Nuestra bella tía, que era una princesa, se quejaba de él porque no le hacía caso, enganchado en aquellos prismáticos y mirando a los vecinos. Música y lágrimas del ayer. Jimmy no era solamente un actor, como los de hoy, Jimmy fue mucho más. Yo lo tengo en mi estudio enmarcado junto a otros y otras que formaron la gran familia, la poderosa familia del cine.
Abrazos, amigo.
Así es. Eran mitos vivientes, con una doble vida además (en todas las acepciones de la expresión). Ellos son, en buena parte, responsables de esa magia del cine que hace que personajes, imágenes y seres humanos reales confluyan en una única identidad cuyas aventuras lograban llenar de color lejanas y grises vivencias en mundos que ellos mismos desconocían por completo.
El otro día fui a un cine en Oviedo a ver la última de Woody Allen y casi me caigo de espaldas: vendían las entradas los mismos tíos que los refrescos y las palomitas, en la misma taquilla todo. ¿Qué magia puede caber en eso? Cuando el tipo vestido como un pizzero escuchó «versión original», respondió: «a las seis y cuarto es la sesión de versión original en español». Qué futuro, amigo, qué futuro…
Abrazos.
Aquí en la vil ciudad ocurre lo mismo. Hay que ir a comprar las entradas a la chica de la gorra con el título de la película Mascotas y de la camiseta negra estampada en el pecho son la cara de un perro subnormal. Está agobiada, lidiando con las palomitas, los refrescos, la cola, la coca-cola aguada, las discusiones de los críos que piden descaradamente el cubo más grande, los gritos de los papás en pantalón corto y chancleta… Vas y le pides una entrada para la película Café Society, el número de la fila y de butaca. Teclea en el ordenador con estrés; le saltan a sus espaldas las palomitas de la máquina. El mostrador está hecho una mierda, el hedor a salchicha frankfurt y a mostaza caliente y avinagrada, en fin. El domingo, en la proyección de esta película hubo una bronca entre una mujer madura y unos tipos de unos treinta años que no paraban de hablar, y no precisamente de la película. Una situación Woody fuera de la pantalla.
Más abrazos.
Jo, qué mundo nos toca vivir…
Más abrazos