Síntesis de western, cine bélico, cine de aventuras y crítica social, la primera entrega de la saga Rambo, y la más soportable, termina por cometer el pecado de gran parte del cine comercial fuertemente ideologizado de los ochenta: exaltar precisamente el punto opuesto a aquello que pretendía reivindicar. Concebida como una reacción al cine crítico con la guerra de Vietnam y a los dramas existencialistas sobre la crisis de los veteranos en el momento de su readaptación a la vida civil, así como sobre el desengaño de una sociedad que había visto su inocencia disolverse en las noticias televisivas como un azucarillo, la película acaba, involuntariamente, por atestiguar el inmenso ridículo realizado por la primera potencia militar del mundo en un conflicto enquistado en un país de segunda clase del sudeste asiático. Y la herramienta que utiliza es justamente la exacerbada dimensión de su heroico protagonista, John Rambo, boina verde, condecorado con la Medalla del Congreso, héroe de guerra, una auténtica máquina de matar… Un tipo del que su adiestrador llega a decir que mata como nadie con las armas de fuego, las armas blancas, incluso con sus propias manos, que come lo incomible, domina la guerra de guerrillas a la perfección, es experto en supervivencia en condiciones extremas, inmune al dolor (aunque en los flashbacks «vietnamitas» no lo demuestra) y a las inclemencias del tiempo… Porque, si además de ser todo eso, durante la hora y media de metraje él solito hace frente a toda la policía del pueblo y a la fuerza de doscientos hombres que conforman junto a la policía del Estado y a la Guardia Nacional, pone en jaque a las autoridades, atrae la atención de los medios de comuncación, logra que el Pentágono envíe a un coronel del ejército para reconducir y apaciguar su insaciable vena destructora, etc., etc., ¿cómo encaja eso con el hecho de que los guerrilleros del Vietcong le capturaran, lo mantuvieran prisionero en una cárcel subterránea, lo torturaran repetidamente y le dejaran cicatrices y toda clase de secuelas físicas y psíquicas? Fácilmente: si Rambo es superior a sus compatriotas, si es el mejor luchador americano, epítome de las virtudes castrenses del Destino Manifiesto, si va eliminando uno a uno a todos los hombres y grupos de hombres que envían contra él, si domina por completo el escenario y la estrategia del combate, si, como dice en la película, en Vietnam «iban a ganar pero no les dejaron», entonces los vietnamitas que lo redujeron a la condición de triste prisionero de guerra cagado en los pantalones tenían que ser semidioses, y no unos aldeanos descalzos y mal equipados que tiraban con kalashnikovs de segunda mano.
Más allá de la torpeza de base de un argumento que pretendía ir justamente en la dirección contraria, esto es, «los militares hicieron su trabajo y lo hicieron bien, tenían la guerra ganada y fue la retaguardia, tan tiquismiquis con eso de los derechos humanos, las quejas por las matanzas reiteradas y el uso de armas químicas, el give peace a chance, el flower power y toda esa mierda de hippies y comunistas los que lo echaron todo a perder», el planteamiento de la película, enclavado en el western clásico, es prometedor: John Rambo (Sylvester Stallone), veterano de Vietnam, viaja a pie por el norte de los Estados Unidos, en un entorno otoñal, boscoso y húmedo, para reencontrarse con un antiguo camarada de armas; cuando tiene noticia de que falleció de cáncer, deambula por la zona y va a parar a un pueblo cuyo sheriff (Brian Dennehy) no cesa de hostigarle para conseguir que siga su camino sin detenerse allí ni para comer. La sucesiva escalada de enfrentamientos que sigue termina con Rambo evadido a la montaña y con la policía, ayudada por perros, persiguiéndole por el bosque, y la subsiguiente batalla campal cuando ni esta ni sucesivas fuerzas logran someterle. Sin embargo, esa idea inicial se pervierte cuando hace su aparición una figura clave, la del coronel Trautman (y no Truman) que interpreta Richard Crenna. A partir de ese instante el western desaparece y asoma la política de todo a cien, el patrioterismo más barato y chapucero. En la línea de Rocky (John G. Avildsen, 1976), con guion de Stallone, la película que lo convirtió en estrella, y de la deriva que fue cobrando la serie con cada título (de lo poco que tenía que ver con el boxeo en la primera entrega se pasó a que progresivamente ya no tuviera nada que ver), a mitad del metraje de Acorralado brota un contenido ideológico que en sus secuelas se haría con la totalidad del mensaje a emitir. La película abandona el western postmoderno (historia de hostilidad y venganza letal) y entra en la pantanosa reivindicación del papel americano en Vietnam, del belicismo como virtud y de la hostilidad hacia quienes mantienen posiciones diferentes, de paz y conciliación. En varios momentos (desde el rechazo inicial del sheriff al gabán militar que viste Rambo a la cobardía mostrada por los hombres de la Guardia Nacional, pasando por los aires de superioridad de quienes no fueron a la guerra sobre quien la padeció en vivo y en directo) se exalta la figura del militar americano como síntesis de las virtudes y valores americanos, y la ley y el orden son presentados como obstáculos cuando quedan en manos de hombres necios, malvados e incompetentes. Este punto de vista se disfraza de espectacularidad, acción y violencia, con la típica efectividad de esta clase de productos made in Hollywood gracias a un presupuesto generoso y a una buena puesta en escena, con una espléndida selección de localizaciones, una buena fotografía de Andrew Laszlo rubricada por una estimable banda sonora de Jerry Goldsmith para trasladar a la pantalla un guion colectivo (también escrito a medias por Stallone) a partir de la novela de David Morrell.
La mayor virtud de la puesta en escena es conseguir que amplios espacios abiertos (bosques frondosos, montañas escarpadas, ríos de aguas claras y gélidas) aparezcan retratados como un microcosmos cerrado, denso y enrarecido, con personajes atrapados que sólo pueden romper su prisión a través de una catarsis violenta. Una atmósfera que en sí misma refleja igualmente el interior de los personajes, tanto de Rambo, que no puede evadirse de su traumática experiencia, como del sheriff, de la hostilidad que manifiesta desde el principio contra todo aquello que representa Rambo. Algunas tomas de mérito (la de Rambo colgado de la pared de piedra mientras el helicóptero se cierne sobre él; las diversas maneras en que el soldado se camufla sobre el terreno para atacar a sus víctimas) sacan buen partido del entorno natural y de la dicotomía del enfrentamiento naturaleza salvaje-ciudad (muy significativa, en este punto, la manera en que Rambo suprime el suministro eléctrico en el duelo final), que bien puede asimilarse a la de frente-retaguardia o a la de guerra-democracia, según la posición que los contendientes ocupan. Pero aparte del personaje del sheriff y de sus diálogos con Trautman poco más puede sacarse en claro. Evidentemente, Stallone vuelve a tener diálogos cortos y secos, apenas monosílabos y expresiones cortantes que salvaguarden sus limitaciones como actor, y en el momento final, cuando estalla ante su antiguo superior y confiesa su tristeza y frustración (el atisbo de crítica social del filme, que no es otra cosa que una crítica a la sociedad americana que renegó de los veteranos y de su papel en la guerra), se descubre como un intérprete inoperante, una caricatura de un monstruo llorón y gimoteante. Excepto Dennehy y Crenna, los veteranos, poco aporta la cinta en este punto salvo el descubrimiento de un joven David Caruso, el único de los policías con una postura razonable que, sin embargo, termina sucumbiendo igualmente a la irracionalidad de la violencia.
Apreciable en cuanto a producto de acción (lo tiene todo: tiroteos, escenas de riesgo, persecuciones, luchas cuerpo a cuerpo, explosiones, acrobacias y un duelo final a la altura, aunque concluido de manera hasta cierto punto conciliadora), la película se queda corta o directamente falla en el propósito de transmitir ideas de cierta hondura, quedándose en la exposición de conceptos básicos presentados de manera simple, a la antigua usanza del cine de serie B, que constituirá el caldo de cultivo de las siguientes entregas y harán de la saga una de las más millonarias en recaudación, así como pésimas en calidad, ya con Rambo convertido en producto propagandístico de la última fase de la Guerra Fría.
Bien por este artículo. Cabe destacar la procedencia de esta película; la novela Primera sangre, de David Morrell que se publicó en la mítica colección El club del misterio por allá principios de los ochenta, antes que Ted Kotcheff realizara este film. Debo decir que todo lo que expones aquí a modo de crítica es lo que no tiene la novela, es decir, que Primera sangre en un novelón que recomiendo encarecidamente. Por otra parte, cuando vi la película en el cine disfruté de su formato original en cinerama, porque la película está brillantemente rodada en este difícil formato, más el magnífico arranque inicial con ese tipo (todavía con una chaqueta del ejército) que camina solitario a través de una desolada carretera y el eterno gris del paisaje, más la llegada a ese pueblo de mierda, me parece, simplemente magistral. El espectador ya está atrapado por la historia. Luego viene esa indignación que siente uno ante el maltrato por parte de esos extraterrestres cargados de prejuicios y otras paranoias colectivas. Todo esto recuerda el magistral relato de Richard Matheson «Los hijos de Noah» del cual el gordo genial de Hitchcock no paraba de editarlo en todos sus libros de suspense, donde otro tipo llega a altas horas de la noche a un pueblo de mierda y se detiene para pernoctar y no se deja esperar todo el horror del país más paranoico del planeta. Luego, como es lógico, Acorralado cae bastante en picado pero era de esperar con Stallone a la cabeza, ya sabes, el no sentir las piernas, el labio extremadamente ladeado y el que le dobla al castellano con esa voz surgida de un centro de discapacitados mentales. La película todavía se deja ver porque parte de la premisa de un buen argumento, de una gran novela. Nunca olvidaré cuando se dice en la película que Rambo está entrenado para comer lo que un cerdo le haría vomitar.
Abrazos, amigo.
Como siempre, Paco, una aportación fundamental que enriquece y completa el artículo.
A mí la primera mitad de la película me sigue gustando mucho. La he visto hace poco y me engancha como el primer día. Luego ya… Como bien dices, funciona mientras Rambo es un icono; en cuanto pretenden que actúe, la cosa se cae. Aunque, como digo, la verdadera paradoja se da en el hecho de que mientras que los yanquis no pueden con él, los vietnamitas lo encerraron y torturaron. ¡¡Bien por Ho Chi Mihn!!
Mi querido Alfredo (y extiendo el comentario a Francisco), yo en los 80 me perdí «clásicos» como las sagas de la jungla de cristal, Alien, Terminator, Mad Max… y Rambo. Pues bien ahora las estoy recuperando y viendo (Rambo todavía no). Y, creo que a veces, lo que menos importa es el argumento (aunque algunas sagas sí que cuidan este aspecto) y sí la consecución de universo visual determinado, un dominio del ritmo y del sentido del espectáculo que las hace totalmente amenas. Además, a veces, hay decisiones visuales y de puesta en escena que muestra el dominio de un lenguaje cinematográfico. Por ejemplo, el otro día vi por primera vez Terminator… y me pareció buenísima la primera aparición de Arnold.
Beso
Hildy
Bueno, yo creo que no he visto completa ninguna de esas sagas, para empezar porque las sagas me tocan las narices, generalmente.
Efectivamente, esas películas tienen aportaciones interesantes. Como películas completas, eso sí, como que no. Y ya como sagas, en fin…
Besos
No pensaba yo que leería algo sobre Rambo por aquí, pero me lo he leído completo, cosa que no recuerdo haber hecho con la peli.
Pues la cosa va en serio. Esta primera entrega es alrededor de un 60-70% aprovechable. Luego ya…
Se agradece la fidelidad y la confianza, en todo caso.