En el 75º aniversario del bombardeo japonés a Pearl Harbor que impulsó la participación norteamericana en la Segunda Guerra Mundial, recuperamos la música compuesta por Jerry Goldsmith, en este caso el tema que abre la película, para esta producción de 1970 que retrata aquel acontecimiento combinando los puntos de vista de ambos contendientes. Además de Richard Fleischer, codirigen Kinji Fukasaku y Toshio Masuda, que sustituyeron al director japonés inicialmente previsto, nada menos que Akira Kurosawa.
Al margen de esta película, su banda sonora el gran Richard Fleischer ( se le está reivindicando cada vez más) y el no menos grande Kurosawa y Jerry Goldsmith el gran compositor de bandas sonoras ya míticas, debo decir algo que siempre he tenido en mente escribir, pero mira por donde, lo dejaré aquí, en tu casa y evito tener que escribirlo en otro sitio; total, como nadie lo va a leer, no importa. «El tema del cine bélico en la infancia». Ahora está todo muy controlado por los padres; toda esa juguetería bélica de antaño: pistolas, ametralladoras, granadas de plástico, pistolas alemanas (la que lleva Steve McQueen en La gran evasión cuando saquea a aquel nazi en la carretera), etc., todo eso tenía yo junto con mis amigos y jugábamos a hacer la guerra. Para que te hagas una idea: Gabino Diego en el inicio de la película Las bicicletas son para el verano, pero con el material de plástico en mano. Incluso Roberto Carlos en la canción «El gato que está triste y azul» dice: «jugaba a la guerra noche y día». A los niños nos gustaba jugar a la guerra, ahora ocurre lo mismo con los videojuegos superviolentos; es decir, que ese crío de mierda no puede tener una pistola de agua pero le regalan un videojuego bélico donde se puntúa el número de soldados enemigos asesinados. Los niños que jugábamos a la guerra en aquel parque con aquellos juguetes precarios y asesorados en imaginación por las películas que veíamos por la tele de Errol Fynn o Samuel Fuller no nos hacía ningún tipo de daño, porque la ideología interna no la comprendíamos para nada. Solo la aventura y algo importante: nos sentíamos tan felices matando metafóricamente como muriendo. Yo caía al suelo con gran maestría agitando las piernas por los espasmos de la muerte. Morir también formaba parte del juego. Hoy me considero el tipo más antibelicista del planeta (tuve que hacer el servicio militar obligatorio y allí estuve más de una ocasión arrestado por insubordinación gracias Steve McQueen), en fin, que como amante del cine, ya adulto, sabes agrupar las películas bélicas que huelen a fascismo y las antibélicas, es decir, que sabes la diferencia que hay entre ¡A mí la legión! (1942) de Juan de Orduña y Senderos de gloria (1957), de Stanley Kubrick. Joder, amigo mío, lo que tienes que soportar conmigo. En fin, que me gustan mucho las películas antibélicas y las que no la son, que también se aprende de ellas. Me gusta: Tora! Tora! Tora!, Senderos de gloria, todas las de Fuller, La chaqueta metálica, Corazones de hierro, La cruz de hierro, Sin novedad en el frente… y no sigo porque sería interminable, empezando por las grandes novelas de Sven Hassel y terminando por la rancia Los últimos de Filipinas (1945), de Antonio Romám y el remake de 2016 de Salvador Calvo con un Luis Tosar que parece que le huela mal los mostachos hasta la última película dirigida por Mel Gibson «Hasta el último hombre». Nos gustan la pelis bélicas, qué carajo, por muy en contra que estemos de la guerra, coño. Ay, cuando hacía con las pinzas de madera de la ropa y unas gomillas elásticas que ataban el pollo, aquellas armas para combatir con el enemigo: la pandilla del barrio alto de los pijos de mi provincia de tedio y plateresco.
Un fuerte abrazo, amigo mío.
Mi querido amigo, te entiendo muy bien. En mi barrio ocurría lo mismo, y lo pasábamos en grande. La gracia, precisamente, es que es mentira, como debería ser siempre. Ay, la sobreprotección nos va a volver imbéciles, amigo.
Por cierto, la pistola es una Lüger.
Abrazos mil.