Mis escenas favoritas: Bodas reales (Royal wedding, Stanley Donen, 1951)

Esto, y no otra cosa, es un musical digno y decente. Además de una secuencia magistral.

6 comentarios sobre “Mis escenas favoritas: Bodas reales (Royal wedding, Stanley Donen, 1951)

  1. Siempre se dice que Orson Welles dirigió Ciudadano Kane a los veinticinco años, pero Stanley Donen tenía veinticuatro cuando dirigió Cantando bajo la lluvia. No basta solo una buena coreografía (que ya es mucho), ni actores que sepan moverse con gracia (Woody realizó un musical donde dio cabida a los que no sabían ni cantar ni bailar), si un pedazo de compositor para componer una música para la eternidad (hoy esto es imposible), ni tan siquiera ubicar o mover la cámara (lo más difícil); es cuestión de raza, como el jazz o el flamenco, o los chipirones en su tinta que hacía mi tía Micaela (los mejores), y eso que ella nunca vio el mar. El musical, aunque el viejo zorro de Billy decía de él que era de locos, pues eso, el musical es una locura encantadora. ¿A quién no se le va la depre cuando vemos a Gene Kelly cantando bajo aquella lluvia lechosa? Además el tipo estaba ese día resfriado. ¿Alguien pude dar más? Astaire era maravilloso y esta escena anticipó 2001: una odisea espacial en aquella famosa escena de la azafata. La La Land era una frase que decía un vecino mío de la infancia que no estaba muy bien y siempre se le caía la baba. La La Land… entonces los vecinos le daban un pitagol, que era aquellos pitos de caramelo; lo chupaba y se ponía a pitar como un loco, pero no de musical, claro.

    Abrazos

    1. Jajajaja…

      Nos acordamos siempre de los musicales que nos encantan, de los míticos, de aquellos que atesoramos en la retina, de los números mágicos, sublimes… Hay muchos otros musicales olvidados que no recordamos. A mí no es un género que me guste especialmente, no me suele atrapar más allá de media docena de títulos clásicos y de los dirigidos por Bob Fosse. Por eso mismo creo que para hacer un buen musical hay que tener algo especial, y no me refiero solo al director. Algo que ya no se hace, que tal vez no exista, que no posee ningún musical del siglo XXI (todos, sin excepción, bochornosos).

      En fin, ya me pasarás algún caramelo de esos…

      Abrazos

  2. «A mí no es un género que me guste especialmente, no me suele atrapar más allá de media docena de títulos clásicos y de los dirigidos por Bob Fosse». Media docena de títulos, es más que suficiente, amigo mío. Verás, hoy me siento bondadoso y te voy a dejar en tu espacio una reflexión. Le puedes dar las gracias a mi vino peleón: Los Molinos (tempranillo), Mercadona: 1.70 €.

    En España no funcionó nunca el cine musical americano, y como todo está en el maldito pasado infantil, por ahí empiezo. De crío vi West Side Story en la tele y mis padres lo veían conmigo con cierto interés, pero cuando se ponían a bailar y cantar dejaban ir, con desaire, que no podían creer semejante cosa. Ellos, España enterita, estaban acostumbrados a los musicales de la Marisol, Jeselito, Antonio Molina, Manolo Escobar y Lola Flores. Con ellos no se quejaban, es más, les gustaba más esas películas cuando se ponían a cantar. En España, cuando Broadway brillaba en el firmamento de las luces de neón, aquí un tal Cascorro (para los amigos, Franco), se estaba fusilando a los poetas entre otros compatriotas y enterrados en las cunetas de los caminos de la picaresca y tricornio con bigote y capa. La caspa española disimulada con el «after shave» de Floyd, esa etiqueta que todos vimos en las barberías con aquel rostro amarillento que parecía estar enfermo del hígado. ¡Ay, Carmela! Todas el cancionero español empieza con el ¡Ay! El lamento, el quejido. Las cosas del querer, Los niña de tus ojos, Amo tu cama rica, en fin, la mierda de siempre. El español al uso se identificaba mucho con el minero de Molina, con la Zarzamora de la Flores, La vida es una tómbola de Pepa Flores, incluso el tema final de la obra maestra de Carlos Saura; La prima Angélica… Rocío, ay mi Rocío. En España solo funciona Pa negre de Agustí Villaronga y ¡A mí la legión! de Juan de Orduña con el facha Alfredo Mayo. Nada de interludios musicales con un tipo que baila bajo la lluvia. Aquí solo entendemos de fusilamientos y tíos encerrados en un armario (no por maricón) sino por miedo: Los girasoles ciegos. Ay, Rocío. Ay, Carmela. Ay, Cascorro. Ay, Rajoy. Ay, Pujol. Ay, Puigdemont. Ay, el bar de Pepe, donde hace poco desfilaron antiguos legionarios barrigudos y descerebrados (con cabra incluida) para ponerle su nombre a una calle; a ese analfabeto que dice que a España le falta un Franco o un Hitler. Que poco gusta ver a esas pandillas de West Side Story, y Fred Astaire es un gilipollas. Es mejor la boina legionaria que lleva en la cabeza una cabra que el sombrero de copa de Astaire. Millán Astray con los dientes podridos abrazado a Franco con orgullo y cantando ambos el himno del apocalipsis, al mismo tiempo que Sinatra extraía el retrato de Cascorro de su habitación de hotel, aquí, en España. España perdió la cabeza con la canción de Viva España, de Manolo Escobar, y Sinatra la perdió por Ava Gadner, y ésta por un torero. Extraños en la noche, eso es el españolito achulado, el enteradillo del barrio de Salamanca, el de la calle Génova, y Albert Rivera sin enterarse. No, amigo mío, el musical americano nunca cayó bien en España. Incluso Música y lágrimas tuvo y tiene sus detractores. Doce cascabeles tiene mi caballo por la carretera llenas de poetas y compatriotas convertidos en esqueletos. Gene Kelly tiene una película donde está disfrazado de esqueleto y baila con alegría e ilusión. Astaire está tan enamorado que es capaz de bailar sobre el techo. Aquí, nuestras únicas alegrías fueron las películas de Berlanga y las ocurrencias de Rafael Azcona. ¿Te sientes feliz porque estás borracho? Ay, gran Velázquez. Ay, grandísima Lola Gaos que en su libación alcohólica hizo una foto al la Santa Cena levantándote la falda. Broadway no puede competir con la picaresca española. Astaire no tiene nada que hacer en este país con el Lazarillo de Tormes. Con el estómago vacío no se puede bailar sobre el tejado y don Quijote no estaba para bailar bajo la lluvia; a lo sumo Sancho Panza voló de lo lindo más de una vez cuando lo mantearon. España, una grande y libre, pero sin Elmer Bernstein, ni Cole Porter ni Irving Berlin.

    Es lo más profundo que te dejo en tu casa, amigo mío. La manera de decirte por qué me gustaba el musical americano. Y de Bob Fosse ya te puedo anticipar que tengo un texto previsto de publicación en breve. ¡Empieza el espectáculo!

    Más abrazos

    1. Uuuuffff… Impagable.

      No obstante, creo que ese gusto tuyo por el musical americano era compartido por mucha gente, aun sin saberlo tal vez, por las mismas razones. Me encanta eso de que «con el estómago vacío no se puede bailar sobre el tejado». Ni bajo él. Aguardo ese texto; Bob Fosse es tal vez el último gran héroe americano del cine.

      Abrazos

  3. … me gusta esa escena de Fred Astaire bailando por las paredes y los techos… Adoro el musical americano… y también alguno de otros países y latitudes.
    … y yo, mi Alfredo, tengo unas ganas enormes de ver La la land…, soy así de incorregible.
    El cine musical es una hermosa evasión, aunque también los hay tristes.
    Y, sí, que ganas de leer a Francisco y su texto de Bob Fosse.

    Beso
    Hildy

    1. A mí me gusta todo lo que tiene un toque oscuro, mi querida Hildy, de ahí que me interese más Bob Fosse que, qué se yo, Stanley Donen. Aunque en este caso es tan sublime que consigue lo imposible, que me siente a ver sus musicales.

      La la land… Pues ya te contaré. A mí no me parece especialmente una buena película.

      Besos

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