El futuro ya está aquí: Hijos de los hombres (Children of men, Alfonso Cuarón, 2006)

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Si por algo acongoja el mundo que dibuja esta película del mexicano Alfonso Cuarón, basada en una novela de P. D. James, es por la extraordinaria verosimilitud de la humanidad que dibuja en una fecha tan cercana como 2027. Un planeta en el que hace dieciocho años que no nace ningún ser humano porque hombres y mujeres se han vuelto progresivamente estériles, ciudades masificadas convertidas en gigantescas prisiones al aire libre, comunidades enteras que persiguen y encarcelan a los refugiados provenientes de países en conflicto, en proceso de destrucción. Culturas en disolución, devoradas por una globalización caníbal que ha acabado con antiguos focos de civilización y progreso, incluso de la esfera occidental como Italia o España, cuyas obras de arte son esquilmadas por los poderes económicos que siguen conservando sus privilegios. Un mundo en ebullición en el que apenas sobreviven comunidades con rasgos de identidad reconocibles, como Gran Bretaña, que se resiste a renunciar a sus esencias patrias y encabeza la resistencia hostil frente a los elementos extranjeros que la acosan. Grandes centros de detención, controles policiales a cada paso, redadas, deportaciones, cientos de miles de personas enjauladas al aire libre, carestía de alimentos frescos y de bienes de primera necesidad, un gobierno que, en la línea orwelliana de 1984, miente a sus ciudadanos sobre la realidad del mundo mientras impone con mano de hierro un manipulador régimen dictatorial contra el que solo se articulan dos respuestas: la de los Penitentes, comunidades ultrarreligiosas de carácter milenarista que advierten de la inminencia del Apocalipsis, y la de los Peces, grupos rebeldes armados que combaten al gobierno y se postulan por la regeneración, la integración de los inmigrantes y un mejor reparto de los recursos. En este contexto, Theo Baron (Clive Owen), oscuro funcionario del Ministero de Economía con pasado activista, se reencuentra con su exmujer, Julian (Julianne Moore), líder de los Peces, que necesita imperiosamente su ayuda. El milagro se ha producido: Kee, una joven negra (Clare-Hope Ashitey), está embarazada de ocho meses. Julian necesita que los contactos políticos y familiares de Theo, en particular su primo Nigel (Danny Huston), alto funcionario del gobierno, le proporcionen papeles válidos para que Kee pueda moverse por el país y llegar al punto de encuentro con el Tomorrow, un barco que la llevará lejos, a un lugar donde la regeneración de la humanidad todavía es posible.

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De este modo, a su pesar, puesto que se ha acomodado en su vida burocrática y lo único que ansía es dinero con que pagar aquellas comodidades burguesas que le faltan, Theo se ve envuelto en una lucha por la protección de la persona más valiosa de la Tierra, la esperanza de salvación de la humanidad. Y lo que a él más llega a conmocionarle: no es el interés cromático el que lo arrastra a ello, sino otra cosa; primero, la esperanza de recuperar a Julian, prontamente descartada, pero sobre todo, es su creencia de que renacer es posible, es su antiguo pasado idealista el que se abre poco a poco paso entre su cinismo y su desidia. De este modo, Theo inicia una odisea en compañía de Kee que le lleva desde la guarida de los Peces, grupo armado que en el fondo lo que pretende es rentabilizar políticamente encontrarse en posesión del único bebé del planeta y para ello no se corta en planificar acciones violentas, incluso contra inocentes, para lograr sus objetivos, a una continua huida de los hombres del gobierno, la policía que los acosa y persigue, un gobierno que en su labor de intoxicar la realidad tampoco vacila en planificar atentados que justifiquen la aplicación de sus extremas medidas de control y seguridad. El único apoyo de Theo es su amigo Jasper (Michael Caine, en una de sus mejores interpretaciones de su época provecta), hippie posmoderno que vive retirado en el campo, en una casa camuflada a las visitas, al cuidado de su mujer impedida, y que sobrevive como proveedor de marihuana de un cercano campo-prisión de refugiados en connivencia con varios policías como su amigo Syd (Peter Mullan), que se ofrece a ayudarles a salvar a Kee.

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La película de Cuarón basa su solidez en dos premisas que maneja con extraordinaria solvencia: la primera, una puesta en escena sobrecogedora por su hiperrealismo, a pesar de tratarse de una distopía que combina elementos de thriller y del cine de pandemias apocalípticas que tanto suele abusar de gratuidades visuales. No solo el retrato de unas ciudades asfixiantes y desquiciadas resulta de lo más agobiante; la película inserta perfectamente los previsibles avances tecnológicos de ese futuro inmediato con los restos de una forma de vida caótica y con fecha de caducidad que alarga la vida útil de objetos del pasado por su imposibilidad de sustituirlos en el presente. De este modo, por ejemplo, viejas carrocerías de antaño (Volvo, Opel, Citroën…) son «disfrazadas» para que no resulten reconocibles como marcas comerciales, a la vez que van en su interior dotadas de ordenadores de a bordo, de pantallas y botoncitos. Este cuidado en la forma, del que la fotografía del multipremiado Emmanuel Lubezki es perfecto motor con sus colores fríos y tonalidades tenues, alcanza su eclosión en el tramo que transcurre en la ciudad-campo de refugiados, cuando, cámara en mano, Cuarón acompaña a Theo entre las ruinas y los escombros mientras refugiados, policía, ejército y Peces se tirotean entre sí, las balas silban, las explosiones estallan, los hombres y mujeres caen abatidos como fardos inútiles. El trabajo de cámara, de puesta en escena, de ambientación y también de sonido es sobresaliente en este punto. La segunda premisa, común a un buen puñado de clásicos de la ciencia ficción, por más que manida, es tratada con la suficiente ligereza para huir del panegírico piadoso, y consiste en la incorporación de elementos de iconografía religiosa a una trama distópica y apocalíptica. Aunque son los hombres los que han causado la desnaturalización y destrucción de la civilización, sus esperanzas siguen yendo muy ligadas a una antigua espiritualidad que se manifiesta en pequeños pero elocuentes detalles que, como sucede en Blade Runner (Ridley Scott, 1982) con la muerte y sacrificio de Cristo enlazada con la muerte del replicante Roy Batty y la salvación de Deckard, o en Terminator (James Cameron, 1984) en relación con su alambicada y finalmente absurda propuesta de saltos en el tiempo a propósito de la salvación de la madre del futuro libertador de la humanidad en su guerra contra las máquinas, conectan el futuro con un pasado atávico, con una tradición religiosa. Al hecho de que la salvación de la humanidad provenga de una mujer embarazada refugiada, pobre, marginada y expuesta a furibundos poderes que buscan su muerte y la de su hijo (por más que ella bromee en un momento dado con su supuesta condición de virgen, forma tan suave como inteligente de desligar la trama del panfleto religioso), se unen detalles como el nombre del grupo rebelde, los Peces (el pez es un símbolo del cristianismo primitivo, anterior incluso a la cruz), o al nombre del protagonista-salvador igualmente sacrificado, Theo, además de a determinadas frases de diálogo y ciertos planteamientos de secuencias y situaciones (o el mismo título: a Cristo se le denomina también el Hijo del Hombre).

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Al hilo de acontecimientos recientes (oleadas de refugiados provenientes de zonas de conflictos armados o de pobreza extrema, Brexit, elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, crecimiento de la ultraderecha y del nacionalismo -siempre van de la mano, si es que no son lo mismo- en Occidente y del fanatismo islámico en Oriente), la película de Cuarón alcanza, como todo clásico instantáneo de ciencia ficción, una inesperada vigencia que apunta hacia a la atemporalidad, y la convierte en una advertencia de imprescindible visionado para situarnos ante el espejo de una de las opciones de futuro que poco a poco va asomando y consolidándose detrás de la irresponsabilidad ciudadana ante ciertas elecciones políticas, o mejor dicho, ante la dejadez de funciones que ciertos sectores de la población, cada vez más nutridos, hacen de sus responsabilidades como ciudadanos, incluso como seres humanos.

8 comentarios sobre “El futuro ya está aquí: Hijos de los hombres (Children of men, Alfonso Cuarón, 2006)

  1. Es la película que prefiero de Alfonso Cuarón. Gravity me dejó frío, y ya sé que orbitando entre la Tierra y la Luna con el patético de Clooney enlatado en un traje espacial y con aquella sonrisa… Cuarón siempre intenta abrirse camino en EE.UU., ahí lo tienes realizando la tercera parte de Harry Popotter. Hijo de los hombres es una estupenda película que toca un tema muy explotado ya en el género de ciencia ficción; ese donde los tíos ya no empalman o un futuro donde la gente está muy enferma. Ahí tienes la horrorosa Freejack (1992), de Geoff Murphy interpretada por el muñeco Emilio Estévez. Gran novela de Robert Sheckey, pero la pelí… Ya sé estoy algo guasón por ser lunes (gris y frío). Yo solo veo a muchas parejas con muchísimos críos, tenemos hoy otro gran boom, igual que en los 80, pero con una crisis que te cagas. 8000 euros cuesta la inseminación artificial, por eso ahora se ve tantas y tantas parejas arrastrando esos cochecitos carísimos con dirección asistida, para trasportar a sus retoños repetidos. Creo que el préstamo se financia con facilidad porque el Estado necesita siempre carne de cañón. Aquí en donde vivo hay una cantidad de criaturitas que es para alucinar. ¿Cómo pueden ser esos padres tan irresponsables? La mayoría de ellos tienen trabajos muy precarios, otros ni trabajan, y venga, siguen teniendo niños y más perros chihuahua. Ahora Stephen King ha escrito una novela con su hijo Owen (según King la idea es de Owen) sobre un mundo donde desaparece misteriosamente todas las mujeres del planeta. Hay otras novelas donde desaparece todos los hombres. Otras los niños. Otras los perros. Siento más terror por lo que está pasando ahora que por lo que pasará mañana. Según los expertos somos ya más de siete mil millones sobre esta bola de arcilla. Te recomiendo la lectura de ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio! de Harry Harrinson, Mercaderes del espacio, de Frederik Pohl, o El rebaño ciego de John Brunner.

    Me ha gustado mucho tu artículo, Alfredo. La ambientación, como bien dices, es magnífica más esa fotografía que es la misma que tiene hoy la ciudad donde habito, pero llena de parejas desempleadas con tres y cuatro niños, más el chihuahua atado a esos cochecitos con amortiguación electrónca. Creo que te mandaré una pequeña crónica de todo esto.

    Un fuerte abrazo, amigo mío.

    1. Venga de apuntar y de apuntar títulos… Macho, me vas a dejar sin ojos. Y sin sitio en casa…

      En fin, el panorama (aquí está gris, frío y lluvioso) no es muy alentador, que digamos. Creo que vamos a ver y a vivir cosas que jamás pensamos ver y vivir. De todos modos, aunque es cierto eso de los críos, las estadísticas de natalidad no se están recuperando. Veo ahí un signo de falta de correspondencia con la realidad. No sé, alguna cosa de esas novelas tuyas…

      Aguardo esa crónica, que hace mucho que no me río…

      Abrazos

  2. Me gusta cómo cierras tu texto, ese último párrafo… donde señalas como Los hijos de los hombres alcanza vigencia… Tiempos sombríos.
    Recuerdo la sensación que me quedó al ver esta película, y he de decir que no he vuelto a verla desde el momento de su estreno. Creo que es hora de volver a mirarla… Cuando se estrenó fue, sin duda, premonitoria. Es uno de los alicientes de la ciencia ficción o reflejan el mundo en que vivimos ambientándolo en el futuro o se convierten en historias premonitorias.

    Beso
    Hildy

    1. Pues, mi querida Hildy, yo he vuelto a verla hace poco y me ha parecido todavía más admonitoria. De verdad que estuve comiéndome el tarro un par de días porque no me la quitaba de la cabeza. ¡¡¡Qué grande es el cine, rediez!!!

      Besos

  3. No me creo nada sobre lo que dicen los politicastros. Todo apunta a que hay más viejos que niños. ¡Y una mierda! Lo que más detesta los politicastros es pagar jubilaciones, cuando los banqueros se están jubilando a los 54 años con pensiones millonarias. Percibo es estos hijos de puta que no les hace ninguna gracia que el progreso ha hecho que la gente mayor se muera más tarde. Y no estoy de acuerdo que esa gente mayor se muera más tarde porque en mi familia tengo gente mayor y no quiero que se mueran. ¿Alguien con una pizca de sentimientos quiere que se mueran sus abuelos y sus padres? Yo, al menos, no. El progreso (en el mundo occidental) ha conseguido eso. En África un tipo con cuarenta años ya lo están quemando en una pira o se lo comen para inmortalizar su alma. No puedo imaginarme comiéndome a mi abuelo, él allí, girando en un espetón. No, joder. Estuve en un colegio franquista, pero no está bien eso de comerse a los muertos. Aquí los muertos están en las cunetas. Los politicastros quieren que la clase obrera engendre como conejos, ¿por qué? ¿Hay que engendrar con el único propósito de alimentar un sistema de cuyos beneficiarios sean ellos? Mira te cuento una cosa muy, pero que muy interesante. Hace unos años vi en la primera noticia del telediario que los científicos y otros locos, se enorgullecían de haber conseguido alargar la vida del ser humano. Luego, esta noticia quedó sepultada por otras, y al final del noticiario, otra noticia criticaba el abandono de la gente mayor. Un hombre con ochenta años (parecía un chaval) se quejaba de su soledad,de su abandonado por parte de la familia y que le parecía que su vida era ya demasiado larga. El telediario no fue consciente de estas dos noticias, pero yo sí que lo fui. Vivimos de 20 a 30 años más que antes y todavía no existe una filosofía que dé sentido a ese nuevo tiempo. El cine, la literatura debe enfrentarse a esta realidad. Espero una película o una novela sobre este tema. Eso sí, no sería de acción, superhéroes y efectos especiales acojonantes, solo un viejo que se le ha dado más años de vida (medicación, tele 5 y petanca) si es en Cataluña: medicación, TV3 y la independencia. Y los politicastros jubilados a los cincuenta años, cabreados por el exceso de viejos que cobran una mierda de pensión.

    Más abrazos.

    1. Ay, cuánta razón tienes… Y a eso hay que añadir que medio país está vacío, no hay niños (supuestamente) y sin embargo se niegan a que entren extranjeros que no sean ricos. En fin, otro sinsentido más.

      Abrazos

  4. El último párrafo me parece brutal. Brutalmente coherente con la situación socio-política-económica actual.Están teniendo lugar cambios sustanciales a todos los niveles dándonoslos por inevitables, incluso beneficiosos para los ciudadanos. Mientras vemos una convivencia políticos electos-esferas del poder económico que asusta.

    1. Gracias. Yo no creo en conspiranoias, como parece que está de moda. Lo que sí creo es que los equilibrios de poder se alteraron tras la caída del muro de Berlín, y que la balanza se está venciendo hacia un lado sin contrapeso alguno que se oponga. Que el regulador se ha eliminado porque uno de los platos tenía todos los triunfos en la mano, y que en el otro platillo, quienes deberían hacer fuerza, los ciudadanos, están más preocupados por rascar migajas del otro platillo que por llenar el suyo. Todo esto es muy preocupante y desesperanzador. Yo siempre pienso en Buñuel y sus advertencias contra la sociedad de la información: vivimos en un mundo informado e inculto; que vive muy deprisa pero no mejor; conectado las 24 horas, permanentemente despierto, pero que mira una pared. Espero equivocarme, pero vamos a ver y vivir cosas que nunca pensábamos.

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