La parodia no suele ser un género cinematográfico especialmente afortunado. Normalmente, su tratamiento en pantalla no suele dar para una película completa y equilibrada, con guiones estructurados que dosifiquen adecuadamente la intensidad y la periodicidad de los golpes de humor más afortunados a lo largo de todo el metraje. Es un cine más de destellos, de gags, de momentos puntuales. Como este, que viene al pelo de los conspiranoicos del tema Da Vinci y toda la mala literatura sobre ocultismos, sociedades secretas y otras patochadas que se pusieron de moda a partir de los dislates pseudohistoricistas y pseudorreligiosas de Dan Brown.