Cine en fotos: Charles Chaplin y Edgar Neville

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-Mira, yo entiendo por casas serias aquellas en las cuales cuando llega el momento de cobrar tu sueldo lo cobras. Pero también llamaría casas serias a aquellas que te permitieran trabajar en un guión que no fuese eso que llaman ellos «comercial»; en un tema con belleza literaria y dramática, aunque no gustase al público. Porque aquí, Carmela, con todo lo mal que anda la cinematografía, lo que es mucho peor que todas esas organizaciones es el público, que es el que tiene la culpa de todo; si al público no le gustasen todas las estupideces que le gustan, si no patrocinase y cubriera de dinero todo lo que es mezquino, mediocre y ordinario, este pobre hombre de la producción nos permitiría abordar otros temas, no por paladar, sino porque fuesen más «comerciales». Alguien decía que cada país tiene el gobierno que se merece, lo mismo se puede decir del cine».

Producciones García, S. A., novela de Edgar Neville publicada en 1956.

(en texto de la edición de Castalia, de 2007)

7 comentarios sobre “Cine en fotos: Charles Chaplin y Edgar Neville

  1. Es un debate siempre interesante lo que se plantea en ese fragmento. Y nunca estoy segura de que sea tan claro que tengamos el gobierno que nos merecemos o que tengamos el cine que nos merecemos o que tengamos el sistema educativo que nos merecemos… Yo siempre pienso que si se diera tiempo y divulgación a ciertas películas, a ciertos libros, si de pronto llegase un gobierno que realmente le importase gobernar o que se fuera mostrando en todas las áreas sociales y políticas que el buen trabajo da resultados, si se dejara tiempo, espacios de debate y reflexión… Todo esto es un efecto contagioso. Al fin y al cabo un país o una ciudad somos todos. A veces hay un público cansado, indignado y también perdido… y que en el mundo del cine y la televisión, por ejemplo, podría sorprenderse si realmente hubiese un acceso igual a todo el abanico de posibilidades que se ofrece.

    Beso
    Hildy

    1. Tampoco yo lo tengo nada claro, mi querida Hildy. Cualquier discurso simplificador y reduccionista tiende a ser, como mínimo, inexacto, y más donde caben tantos matices como en este asunto. Lo que más me interesaba de este texto es que está publicado en 1956 pero la acción se sitúa durante la Segunda República, con todo lo que eso implica (más adelante, en la misma novela, hay otro texto explícitamente político que parece increíble para la época). O sea, que pretendía más resaltar los términos del debate, y su antigüedad, que el mensaje mismo. Eso sí, a la vista de los Goya de este año… Igual sí vamos teniendo el cine español que nos merecemos… 😉

      La clave, como tú misma indicas, es la educación. Y también, la prisa. O, mejor dicho, el tiempo, que no tenemos y dedicamos a lo más rápido y fácil, desde la comida al cine, y me temo que a unas cuantas cosas más de la vida. Por desgracia, incluso a las más importantes.

      Besos

  2. Buenas, Alfredo:

    Esas declaraciones de Neville me chirrían únicamente por la culpabilidad que adjudica de una forma que parece exculpar a cualquiera que no esté comprendido en el término generalista de «público» al que convierte en sujeto responsable de las decisiones que ulteriormente, con el fin de agradarlo, tomará o deberá tomar el «pobre hombre de la producción» al que el tono parece querer eximir de cualquier responsabilidad. Con esto, definitivamente, no estoy de acuerdo.

    Pero me pillan esas letras en una época del año en que suelo reflexionar respecto a lo que ha ido sucediendo año tras año y lo cierto es que, sin quitar su parte a nadie, sí hay objeciones a formular al «público» entendido como ciudadano de a pié con una influencia que menosprecia, una característica que se incrementa con el paso del tiempo.

    Si nos ceñimos únicamente a su respuesta como público frente a un acontecimiento artístico, entendamos que en una sala de cine el respetable da por sentado que sus reacciones no serán reconocidas de inmediato por quien puebla la pantalla o es responsable de lo que allí se vé. Pero fíjate, amigo, que en el teatro, cuando sólo el aire separa artista y público, también éste muestra grandes tragaderas; ya no existe el pateo con el que el público mostraba su desagrado inicial que podía acabar en abucheos. Yo lo viví hace casi treinta años por culpa de una soprano que quiso cantar Carmen en un Liceo (anterior al incendio) con un anfiteatro plagado de protestones por la infamia. Pero eso fué una excepción y no tengo noticias de más.

    Ahora la gente va al teatro y se encuentra con ¿actores? famosetes (porque salen en la tele) que usan micrófono porque sus tristes voces ni siquiera llenan la platea y aún así, en ocasiones, no se les entiende, y encima, van y les aplauden a rabiar.

    ¿Son tontos esos tragalbadas?¿Son unos buenazos que piensan que hay que contemporizar y admitir los fallos ajenos?¿Son gentes que jamás gozaron en vivo y en directo de intérpretes como Alfredo Marsillach, José Mª Prada, Fernando Fernán Gómez, Lola Cardona, las Caba Alba, José Bódalo o Ismael Merlo, por citar unos pocos que aquí el menda lerenda todavía oye en sueños, en vivo y en directo, sin trampa ni cartón?

    El derecho al pataleo ¿lo han prohibido, eliminado, acaso, por decreto-ley? Pregunta por ahí y comprueba cuantos saben en qué consiste.

    Pero es que no tan sólo es el público: a mi ahijado, cursando segundo año de no sé bien qué estudios universitarios, hay un profesor que envía a los alumnos Guassaps el sábado por la noche solicitando trabajos para el lunes o algo así y lo hace a menudo. A los de mi promoción nos quisieron meter en un examen una parte del temario que se había acordado con el catedrático (un vago de tomo y lomo, que faltó muchos días, de ahí el acuerdo) no entraba: ni cortos ni perezosos, nos levantamos y cortamos la Diagonal un ratito.

    Ya entrados los ochenta, un compañero de clases de inglés, penene en Arquitectura, va y me dice que se sorprende del aguante de sus alumnos: un viernes a última hora les dice que para el martes deberán presentar un proyecto que tal y cual y todos tomando nota: el tío se queda alucinado y les die: que no, que es coña, que es vierness, pasad un buen fin de semana. Ni le rechistaban: esos jóvenes de entonces, que ahora hace años acabaron Arquitectura, ¿son los que tragan lo que les pongan en el teatro y el cine?

    ¿También en la política? entonces empiezo a entender muchas cosas, pero lo que no sé es ni cómo arreglarlo, ni quién puede ser responsable de tal estropicio: pero seguro que todo pueblo tiene los políticos que elige y los elige libremente y por tanto, los merece. Creo, vaya. Mal que me parta un rayo.

    Perdona el tostón, Alfredo.

    Un abrazo.

  3. Bueno, se trata del frangmento de un diálogo entre dos personajes de una novela, y que no necesariamente tienen que coincidir con la opinión de Neville. Yo sí coincido en el resultado, es decir, que el público, el de cine o el de cualquier cosa, entendido como masa, termina por ver atrofiadas todas aquellas cualidades o competencias que no ejercita, o que no se ve obligado, compelido o invitado a ejercitar.

    Creo que lo que has descrito, la domesticación, es el mayor éxito del sistema. Constantemente, hemos visto en distintos tiempos y lugares cómo, en determinados momentos, esa misma masa se ha rebelado contra situaciones y personas que han obrado o tomado decisiones, a menudo arbitrarias, contra ella. Razón: probablemente, no tenían nada que perder. Hoy tenemos montones de cosas que perder, porque el propio sistema nos ha llenado de ellas. Es lo que los totalitarismos no comprendieron: tarde o temprano la gente no iba a aguantar más la precariedad. Ahora, nuestro sistema está empezando a llegar a ese punto, pero lo ha estirado más que ningún otro, y con más éxito. Tememos perderlo todo: comodidad, para empezar, bienes materiales, pero también la reputación, el reconocimiento de los otros, la aceptación. Somos más tribu que nunca.

    ¿Cómo se plasma eso en el cine? Pues en que, por ejemplo, la última mierda de Hollywood pueda verse en cinco o seis salas, y Sin amor (Loveless) la última joya de ese director ruso de apellido impronunciable, o Zama, de Lucrecia Martel, solo hayan pasado (al menos, en Zaragoza) por la pantalla de manera testimonial. Personalmente, no considero que el público sea culpable (por lo menos, no el único culpable) pero sí es responsable.

    Abrazos

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