Caballeros de la prensa: El cuarto poder (Deadline USA, Richard Brooks, 1952)

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Que una película de 1952 cuente tantas cosas y aborde en profundidad tantos temas en apenas una hora y veinticuatro minutos de metraje, con un guion tan rico en personajes, situaciones y diálogos, y con un trasfondo tan plagado de referencias e implicaciones de todo tipo debería dar que pensar a productores, directores, guionistas y espectadores de hoy. Que una película de 1952 sea capaz de diseccionar con tanta lucidez y contundencia cuáles son los males y las penas del ejercicio de la profesión periodística y revele tan a las claras cuáles son las carencias que acusa bien entrado el siglo XXI debería ser motivo de reflexión inaplazable para periodistas, dirigentes y dueños de los medios de comunicación y oyentes, espectadores y, sobre todo, lectores de prensa escrita. Que una película mantenga su vigencia hasta este punto indica el grado de riqueza y de excelencia al que llegó el cine clásico de Hollywood, tanto como manifiesta las causas de su imparable decadencia, de su bochornosa infantilización. Esta obra de Richard Brooks, sin tratarse, sin duda, de una obra maestra, adquiere la condición de película imperecedera, de relato imprescindible, de lugar al que volver para encontrar las claves y los principios que en la sociedad vertiginosa del no conocimiento insistimos por olvidar a diario.

Ed Hutcheson (Humphrey Bogart), editor de un importante periódico de Nueva York, «The Day», es un epicentro de actividad. No solo debe preocuparse de mantener la línea editorial del periódico y su compromiso con la libertad de información («veraz», dice nuestra Constitución, extremo que siempre tiende a olvidarse cuando se reivindica) y con la lealtad a sus lectores. Debe supervisar la calidad del trabajo de sus subalternos, velar para que cumplen a rajatabla el código deontológico de la profesión y los valores éticos del periódico, pero también debe evitar perder de vista los balances de pérdidas y ganancias, las cuentas de resultados, los ingresos percibidos gracias a los anunciantes, los datos de suscripciones y cancelaciones, en suma, el estado financiero del periódico. Cualquier desequilibrio en cualquiera de estas dos vertientes conlleva el desequilibrio general, y eso significa abrir la puerta a condicionantes, influencias, peligros y zozobras que terminan por afectar en última instancia no solo al periódico como empresa, sino a su calidad, es decir, a su libertad, y, por extensión, al estado del periodismo, lo que quiere decir al estado de la democracia. Algo tan básico, y tan ignorado hoy en día, es el punto de partida de esta sensacional película de Richard Brooks: la muerte del gran magnate, de quien hizo de «The Day» su razón de ser y vivir, abre la puerta a cambios en el accionariado o a ventas a otras cabeceras competidoras, únicamente a causa de los intereses pecuniarios de las herederas legales, la esposa (Ethel Barrymore) y las hijas (Fay Baker y Joyce Mackenzie). Un periódico que desaparece bajo el ala de otro periódico, de otro grupo de comunicación que lo compra para desmantelarlo, para acabar con la competencia, para dar otro paso hacia el oligopolio, es decir, hacia la reducción del espacio para el pensamiento libre y diverso. En estas circunstancias, Hutcheson sabe que lo único que puede salvar al periódico es la conservación de la dignidad, hacer su trabajo mejor que nunca, hasta el último minuto y las últimas consecuencias, porque un periódico solo es un periódico de verdad y un negocio rentable si es excelente en su trabajo, que no es otro que proporcionar un servicio a la democracia contando lo que ocurre. Desde su propia perspectiva, pero nunca silenciando los hechos. Hutcheson encuentra la oportunidad en la investigación a contrarreloj de los turbios negocios de un oscuro mafioso, Tomas Rienzi (Martin Gabel), y en el caso del asesinato de una mujer anónima cuyo cadáver, desnudo y envuelto en un abrigo de pieles, ha sido encontrado en el Hudson.

La absorbente trama es un thriller con tres vías de intriga y suspense: la primera, la empresarial, las difíciles maniobras de Hutcheson entre las herederas del periódico y su nuevo dueño para lograr la supervivencia de la cabecera e impedir el despido de los trabajadores; la segunda, la indagación periodística sobre las oscuras actividades de Rienzi, el hallazgo por parte del reportero Harry Thompson (Paul Stewart) de un confidente (Joe De Santis) dispuesto a hablar de una importante cantidad de dinero negro que el mafioso ha ocultado; tercera, la investigación, del caso de la mujer asesinada, y que lleva a una sorprendente conclusión sobre su identidad y su ignorado protagonismo en la investigación que desarrolla Thompson. Las piezas van encajando, la verdad se revela, y el periódico ve puesta en riesgo su existencia doblemente, en primer lugar por el juez que debe decidir las reclamaciones interpuestas contra su venta, y además por el propio Rienzi, que amenaza físicamente la vida de quienes pueden dar a «The Day» su último hálito de vida, la publicación de la verdad descubierta sobre sus verdaderas actividades. La puesta en marcha de las rotativas, el momento climático de la cinta, es de una épica muy pocas veces vista puesta al servicio de una operación técnica cotidiana, en apariencia sin importancia, se diría que banal.

Donde la película flaquea es en el necesario complemento romántico a la historia, la subtrama folletinesca que acepta y explota las líneas básicas del cliché del cine de periodismo: la exmujer (Kim Hunter) de Hutcheson, que lo abandonó porque él insistía en estar más casado con el periodismo que con ella, pero que conserva por él un afecto sincero, tal vez un amor larvado, que la lleva a comprenderle, a aceptarlo como él, o incluso a plantearse rechazar al publicista que la corteja y retomar su relación con Hutcheson. Tratada de manera convencional y previsible, es quizá el ingrediente más débil de un guion en otros aspectos sobresaliente, completado por personajes y situaciones impagables como Ed Begley, que llega a las manos con un compañero «desleal», que se ha buscado un empleo en otro periódico para cuando «The Day» desaparezca, y, sobre todo, Mrs. Williebrandt (Audey Christie), que en la «fiesta» de defunción del periódico realiza un breve resumen de su carrera periodística que es todo un emocionado tributo a la profesión, al tiempo que un romántico toque de atención al papel que el periodismo libre y de servicio público desempeña en el sistema democrático y en la preservación de sus libertades, y que no debemos frivolizar ni mucho menos olvidar, ni tampoco permitir que lo hagan quienes ejercen o sirven a una de las profesiones más hermosas del mundo.

8 comentarios sobre “Caballeros de la prensa: El cuarto poder (Deadline USA, Richard Brooks, 1952)

  1. … ¡Tengo que volver a verla y tu texto me devuelve las ganas! ¡Lo más flojo es lo que yo recuerdo, bueno, más bien recuerdo la aparición de Kim Hunter! Ya lo sabes, pero me gustan mucho el dúo cine y periodismo. El cuarto poder solo la he visto una vez, por eso no la tengo muy fresca…

    Beso
    Hildy

  2. Sí, es lo más flojo porque está tratado de manera convencional, da la impresión de que como relleno. La película, creo, habría ganado bastante sin esa subtrama. Es curioso que Richard Brooks patinara por ese lado, porque el componente emocional o femenino en sus películas suele dar mucho de sí.

    Besos

  3. Que tal Alfredo!
    Hace algun tiempo que volvi a verla y no puedo estar mas de acuerdo con lo que has escrito. Diria que es uno de los mejores exponentes del genero «periodistico», seguro que se me escapan algunos titulos importantes. A veces le doy muchas vueltas a como se podia llegar a esa «excelencia» que mencionas a la hora de realizar una pelicula, ¿crees que ese sistema tan duro de los estudios jugo un papel importante? Curiosamente este fin de semana me he visto una de esas joyitas de Fritz Lang que tocan en cierto modo este argumento con la prensa de por medio, se trata de While the City Sleeps (Mientras la ciudad duerme 1956).
    Saludos y feliz semana!

    1. Afortunadamente, es un subgénero que da tanto juego, que hay muchos títulos (algunos excelentes) de los que echar mano. Próximamente recuperaré aquí un artículo mío al respecto.

      La película de Lang es maravillosa, y más si piensas que el mismo año estrenó otra joya (las dos últimas de su etapa de 20 años en Hollywood): Más allá de la duda.

      Saludos!! Igualmente!!

  4. A estas alturas ya no me sorprende ni mucho ni poco ninguno de los dos valores que enardecen tu texto, Alfredo: el cine se ha infantilizado de una forma inimaginable hace sesenta años y tampoco es que el mundo de la información pueda sacar mucho pecho; probablemente esta excelente película sea más atinada con la situación actual del periodismo escrito y adláteres audiovisuales de lo que jamás hubiese supuesto el bueno de Brooks: ejemplos tenemos bien actuales en nuestro país, pendientes de resolver todos con resuello agonizante por motivos financieros y nadie parece percatarse que han perdido en buena parte la confianza del ciudadano por su escasa credibilidad, mermada por el peso publicitario.
    Desde luego, pese a la oportunidad de realizar una película actualizada, dudo tanto como tú que haya muchas probabilidades de verla en pantallas. Y, además, esta joyita añeja ni siquiera la verá nadie que no sienta el sano vicio del cine…
    Un abrazo.

    1. La oportunidad de realizar una película de este tipo actualizada se reduce, me temo, a eso que Spielberg hizo con los papeles del Pentágono, y que sin ser del todo desdeñable, era, como es moneda corriente en el director, más un parque temático sobre periodismo que una película seria y rigurosa. Ay, qué mundo estamos dejando…

      Abrazos

  5. No hace mucho fui a ver Los papeles del Pentágono y creo que el problema no es de guion sino de reducida visión que tiene Spielberg sobre el tema. Ahí tenemos El puente de los espías, otro problema que no es de guion. Este hombre se ha pasado la vida jugando a videojuegos. En fin, que cuando salí de ver Los papeles… me dije que sería de una visión un poco más interesante si viésemos primero Todos los hombres del presidente, y luego, esta.

    Abrazos mil

    1. Sí, sin duda. pero, evidentemente, es él quien pone el guion en imágenes. En fin, que no se puede crear por delegación (que otros lean los libros, que otros escriban, y luego ya haré yo lo que me dé la gana). Lo que me sorprendió fueron las alabanzas que recibió la película. A mí me dejó bastante frío.

      Abrazos

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