Lena Horne interpreta la canción que titula la película, un musical retrospectivo sobre las grandes figuras de la música negra americana de comienzos del siglo XX. Stormy Weather fue compuesta en 1933 por Harold Arlen y Ted Koehler, y su primera intérprete fue Ethel Waters en el famoso Cotton Club del Harlem neoyorquino.
Qué poca consideración por parte de los estadounidenses respecto a la música de jazz; una de las más grandes aportaciones que ha dado ese país a la cultura musical. El racismo fue su principal motivo. Desde la gran Bessie Smith cantando desde los campos de algodón, pasando por Billie Holiday que tenía que entrar y salir por la puerta de atrás en cada una de sus actuaciones y llegando a Miles Davis cuando, entre acto y acto, salió a la calle para fumarse un cigarrillo y que le diera el aire. Pasó una pareja de policía de la Keystone y le dijeron que circulara. Davis dijo que estaba tocando y que había salido para tomarse un descanso. Que circules, le dijo uno de los polis que tenía un cerebro de mosquito. En fin, que acabaron dándole una paliza de tal manera que el impoluto y elegante traje blanco de Miles quedó completamente rojo de sangre. Y luego está Hollywood y lo mal que trató al músico de jazz, siempre como negro zumbón, sonriente y saleroso, arrinconado y denigrado a papeles de cocineros o friegaplatos. Se lo hicieron a Louis Armstrong, el músico más importante del siglo XX. El uso de la música en aquellas películas, en fin, esto da para mucho.
Stormy Weather es una canción preciosa brillantemente interpretada por Leane Horne. Las grandes canciones con alma de aquella época eran interpretadas constantemente por Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Frank Sinatra, Etta James, Etherl Waters, etc. Stormy Weather fue interpretada por todos ellos. Ay, el maravilloso Cotton Club de Harlem. Un lugar, una atmósfera, unas historias, una época. La era del jazz. Scott Fitzgerald estaría de acuerdo conmigo que jamás se llegó a realizar una película digna sobre ese lugar. Fíjate tú, amigo Alfredo lo que hizo Francis Ford Coppola en 1984. ¿Richard Gere soplando una trompeta? ¿La rubia platino Diane Lane? ¿Nicolas Cage? ¿Tom Waits? Recuerdo la escena donde dos negritos zumbones y sonrientes bailan cogidos de la mano. ¿Por qué no lo hicieron Waits y Cage? ¿Te lo puedes imaginar?
Un fuerte abrazo y buen finde, amigo mío.
Jajajaja… Pagaría por ver eso de Waits y Cage…
En el libro cuento la historia de los músicos y cantantes negros, incluidos Horne y Armstrong, que comían diariamente durante un rodaje en el comedor privado de Louis B. Mayer, no por deferencia de este, sino porque el resto del equipo de la película no quería compartir mesa con ellos. En fin, historias sobre aquellos que durante décadas fueron lo más denigrado de un país que, sin embargo, no puede entenderse sin los negros en todas y cada una de sus señas de identidad, ya sea el deporte, el ejército o la música. Hace falta ser cenutrio.
Fíjate en Cotton Club, lo malo que es Richard Gere: él sabe tocar la trompeta y, sin embargo, consigue que parezca que no ha tocado una trompeta en su vida…
Abrazos
Eso porque está en el rollo budista o zen o lo que sea, es decir, estar sentado en el suelo con las piernas cruzadas estilo indio y los brazos extendidos con las palmas de las manos hacia arriba y los ojos en blanco. Y creo que por poner ahora los ojos en blanco a sus casi setenta tacos va a ser padre.
Es un desastre cuando los actores deben representar a un músico. Gere es un soplagaitas, hombre. Paul Newman está fatal en “Un día volveré”, de Martin Ritt. Y encima lo ponen junto al gran Boca de Saco. Lo mismo le ocurre a James Stewart en Música y lágrimas, de Anthony Mann encarnando a Glen Miller. No está mal como actor, sino cuando coge el trombón. Lo mismo le ocurre a Forest Whitaker en Bird, de Eastwood cuando esgrime el saxo. Lo mismo le ocurre a Dooley Wilson aporreando el piano en Casablanca. Al menos Sean Penn tomó clases de guitarra cuando encarnó a Django Reinhardt en Acordes y desacuerdos del viejo Woody. De vuelta con Newman, sí está bien cuando canta una canción y toca la guitarra en La leyenda del indomable. Al menos tuvo que aprender a tocar la canción. Y mira, para finalizar, que esto puede ser muy largo, nos quedamos en esta maravillosa película. Aquí vemos al genial y añorado Harry Dean Stanton cantando y tocando la guitarra además de la armónica. Grabó discos. Realizó conciertos junto a Kris Kristofferson. Cantó en la tercera temporada de Twin Peaks y se canta una ranchera mariachi en su testamento cinematográfico: Lucky. Simplemente está conmovedor, te guste o no el charro. Ay, me sentí muy triste cuando murió el viejo e inigualable Harry. Ya no queda gente como él en el cine, amigo mío. Sensible, inteligente, poeta, rebelde, encantador, bebedor, fumador empedernido, en fin, la vieja escuela de esos tipos americanos que no se doblegan ante nada. Verlo regar con una manguera, sombrero tejano, en calzoncillos y botas de montar calientes es impagable. No actuaba, era él, y eso nos gustaba a muchos de nosotros. Y Richard Gere será padre con todo el pelo blanco, bebedor de leche de soja, adicto a las ensaladas y el agua mineral. ¡Soplagaitas!
Venga, hasta luego.
Es verdad. Posiblemente son los músicos, y también los escritores, las profesiones peor reflejadas en el cine. Lo de Newman es bastante grotesco, la verdad, pero ocurre casi siempre, salvo en esos contados casos en los que se trata de intérpretes y músicos o cantantes al mismo tiempo. Con los escritores ocurre lo mismo; las películas se dedican a reflejar lo que el público identifica externamente con lo que parece que es un escritor (al menos la parte del público que piensa en cómo puede ser un escritor, que es la más pequeña, claro). Cuando veo en películas comerciales americanas a esos escritores que se sientan delante de un portátil, con la mesa vacía, a «crear», es que me dan pampurrias. Y si tienen bloqueo, es ya la repera. En fin…
Creo que se te ha escapado un detalle crucial en la deriva que ha alcanzado Richard Gere: Richard Gere y la señora Doubtfire son la misma persona. ¿Que no te lo crees? Tú coge una foto de cada uno y ponlas juntas, ponlas. Ya verás, ya…
Abrazos
Oigo Stormy Weather y me vienen a la cabeza las veces que hemos escuchado esta canción en distintas versiones y en distintas películas. ¡Qué delicia de vídeo, de canción y de comentario de Francisco! Qué bueno recuperar y recordar a Lena Horne. Buen colofón de final de semana.
Y delicioso el corto de Frankenstein. Qué importante es la imagen que ponemos al monstruo…
Beso
Hildy
En este corto es un monstruo yeyé… 🙂
No sé qué tengo yo con este bicho, pero me encanta, en cualquiera de sus formas y casi en todas sus versiones. Tal vez porque parece más humano que los humanos, y porque los monstruos, tal vez, somos los otros.
Francisco es que canta mucho en la ducha, y claro, ya sabes lo que pasa…
Besos
Amargados, resentidos, frustrados, arrastrados, humillados, cínicos, borrachos, traumatizados, enfadados, etc. Es así como las películas han mostrado hasta nuestros días a los escritores. Desde aquellas que tratan personajes reales hasta las que tienen a protagonistas imaginarios, el cine ha tenido una visión muy negra del escritor y al acto de escribir. En Remando al viento (1988), de Gonzalo Suárez, Lord Byron, Shelley y Mari Shelley aparecen como seres ingenuos hasta la exageración, presos de impulsos de cólera sin fin. Hammett (1982), de Wim Wenders, nos muestra a un Dashiell Hammett entre el delírium trémens y sus dudas sobre su propio talento. Vidas al límite (1995), de Agnieszka Holland, nos muestra a unos atractivos Arthur Rimbaud (Leonardo DiCaprio) y Paul Verlaine (David Thewlis) que por momentos no están muy alejados de La extraña pareja (1968). El resplandor (1980), de Stanley Kubrick, nos muestra a Jack Torrance (Jack Nicholson) que empuña un hacha contra su propia familia. Virginia Wolf, Iris Murdoch, Dylan Thomas, Oscar Wilde, Truman Capote, las hermanas Brontë, James Joyce, Peter Barrie, Franz Kafka, León Tolstói, etc. Y es cierto lo que dices cuando salen esas mesas asépticas y un ordenador muy limpio y brillante.
La extrema dificultad que tiene los directores de cine con la cámara para retratar esta felicidad íntima del acto de escribir, quizá, sea una de las razones por las cuales son las innombrables y absurdas elipsis que pueblan estas películas, por ejemplo: en un plano vemos como el escritor se sienta ante su mesa de trabajo mientras la cámara se acerca hasta encuadrar su estilográfica o lápiz y se desliza hasta su mirada concentrada, se produce un corte y en el plano siguiente ya tenemos el libro en las librerías. Los cineastas no han sabido nunca cómo captar este proceso interno que lleva a un ser humano a encadenarse a una mesa durante días y noches hasta conseguir acabar una obra que destila el trayecto vital a otros seres humanos. Los prolegómenos sí, las consecuencias también. Es mucho más fácil mostrar cómo un escritor, plano contra plano, rompe con inicios equivocados (típico de las películas de escritores) y tira la máquina de escribir por la ventana (otro tópico) o filmar la sonrisa autocomplaciente de quien acaba una obra y levanta los brazos (más tópicos).
Es fácil mostrar la infancia normalmente desgraciada de un escritor, su adolescencia turbulenta, los traumas que marcaron su vida y que por una extraña razón lo llevaron a escribir o al manicomio (una cosa no descarta a la otra). Lo que es terriblemente difícil es filmar el inconstante, deslizante y maravilloso milagro de poner una palabra delante de otra y que de estas palabras surja En busca del tiempo perdido.
Por otro lado, es difícil ver en una película el interior de una casa donde aparece una biblioteca familiar. Tampoco a ningún héroe del cine clásico, Cary Grant, John Wayne o Gary Cooper, leyendo un libro en la mecedora del porche después de realizar cualquier hazaña o patraña. Nadie será capaz de imaginar una escena con Robert de Niro, Brad Pitt o Tom Hanks enfrascados en la lectura de una novela, o rodeados con estanterías cargadas de volúmenes manoseados.
Todo esto es parte de un artículo que escribí hace tiempo en una galaxia lejana… muy, muy lejana…
Abrazos mil
Pues tienes razón, es una actividad que no se ajusta fácilmente al lenguaje cinematográfico. El último bluf al respecto que he visto es El editor de libros, con Colin Firth y Jude Law. Qué horror esas parrafadas en off… A mí Howl (2010), sobre Allen Ginsberg, tampoco me gustó nada. Es cierto eso que mencionas; el cine americano, como antiintelectual que es, no sabe filmar libros, la lectura, la escritura… Si te fijas, lo de leer en la mecedora es propio de personajes de edad ya provecta, no sé, tipo Donald Crisp. Alguien les interrumpe, marcan la página, dejan el libro, se quitan las gafas y se frotan el puente de la nariz. Siempre es lo mismo.
Abrazos