Esta obra maestra de John Ford acumula momentos inolvidables. Uno de ellos es este: «y nosotros no descansaremos».
Reflexiones desde un rollo de celuloide
Esta obra maestra de John Ford acumula momentos inolvidables. Uno de ellos es este: «y nosotros no descansaremos».
John Ford es para mí el director más grande de la Historia del Cine. Y mejore olvidarse de J. J. Abrams, que es fácil, por cierto.
Centauros del desierto, es sin duda su obra más enigmática, más abstracta, de la que nunca tendremos la clave. Nadie puede explicarla. Una obra maestra. Grande, muy grande. Ethan Edwars es incapaz de encontrar un lugar para sí mismo en una sociedad supuestamente estable. Ethan se enfrenta a la vida estable y ordenada y se lanza aparentemente a una lucha desesperada por seguir siendo un solitario y un rebelde. Ethan comprende finalmente la inutilidad de su rebelión tras devolver a su sobrina Debbie. No hay ya lugar para él y desaparece, dejando así paso a la nueva generación representada por Martin Pawley. Ethan es solo uno de los numerosos exiliados de las obras maestras de John Ford. Entre otros destacan los inmigrantes irlandeses y europeos que sueñan con adquirir una nueva respetabilidad en Estados Unidos. En El hombre que mató a Liberty Valance (1962), el dueño del restaurante, Peter Ericson, da literalmente saltos de alegría cuando se entera de que le ha sido concedida la ciudadanía norteamericana. El universo de Ford está también habitado por personajes desarraigados que vagan sin sentido de un lado para otro como los mineros de Hombres intrépidos (1940). Entre esos exiliados se encuentra incluso una tribu de indios: los Comanches de Centauros del desierto, son indios desprovistos de territorio y obligados a viajar continuamente de un lado para otro. Está también el boxeador inmigrante que vuelve a su ciudad natal después de haber matado a un hombre en el ring en El hombre tranquilo (1952), y las familias en busca de un nuevo trabajo en Las uvas de la ira (1940). Los héroes de las películas de Ford son los pioneros, hombres de la frontera, soldados y pacificadores que se dedicaron a la fundación de los hogares y comunidades que componen la actual Norteamérica. La visión de Ford es una visión popular: una exaltación de los ideales que hicieron a miles de colonos lanzarse hacia el Oeste en búsqueda de la libertad y mayores oportunidades, pero en un tono entrañable y familiar que hace que un baile tenga más importancia que una batalla o un duelo.
En Pasión de los fuertes, podría ser muy bien la marca de fábrica de Ford: una mujer contemplando desolada cómo un hombre desaparece por un sendero, con su deseo de aventuras todavía insatisfecho. John Ford adivina que la vida siempre es el recuerdo de un amor frustrado. Eso es lo que han rastreado siempre sus personajes. La pasión de los solos. El horizonte es el hogar de los héroes.
Ford fue el primero en utilizar la impresionante fotografía del Monument Valley en La diligencia (1939), fijando para siempre el estilo propio del western y la búsqueda de libertad y mayores oportunidades, pero en un tono entrañable y familiar que hace que un baile tenga más importancia que una batalla o un duelo. Pero eso no le impedía comprender que todo lo que le rodeaba estaba derrumbándose y desapareciendo. Ahí tenemos ese maravilloso plano final de Centauros del desierto donde una puerta se cierra, preservando así la paz del hogar, mientras que Ethan se aleja solo por el desierto, como el espíritu del indio muerto contra cuyos ojos ha disparado al comienzo de la película «para que vague eternamente sin encontrar reposo». Su búsqueda no ha terminado ni podrá terminar nunca.
Se me pone la carne de gallina cada vez que pienso lo que fue el cine, de lo que era capaz de hacer y de hacernos sentir.
Abrazos mil.
Suscribo todo lo que dices, querido Paco. Ahí está El gran combate (1964) que, si bien se resiente en el conjunto de sus problemas de rodaje y postproducción, del metraje descartado y del montaje resultante, es como un compendio de todos los temas de Ford. Falta, quizá, el retrato más detenido y reposado de ese héroe imperecedero, que de Ford salta a Eastwood en su Josey Wales, y que es el Oeste que nos queda. El resto murió con la modernidad, pero Ethan Edwards o el William Munny de Sin perdón nunca se sometieron.
Abrazos
Que tal Alfredo!
Poco que añadir despues del estupendo e interesante comentario de Francisco Machuca. Unicamente una pequeña observación, raro es que nadie se rasgase las vestiduras hasta el momento por la escena en que la india es pateada y en cierto modo ridiculizada. Lo digo por toda esta ola de puritanismo casposo (sin animo de ofender, es solo una opinión…) que ultimamente se ha instalado.
Desde luego que no es facil quedarse con un momento de esta maravillosa joya.
Saludos!
Bueno, a Ford ya le dieron en su día bastante caña por la manera en que, supestamente, trataba a los indios en sus películas: carne de cañón, enemigo en bruto, bestias salvajes sedientas de sangre y demás estupideces que decía la gente que no entendía nada de lo que veía, que no comprendía que Ford estaba contando la historia de su país, no haciendo películas de aventuras para lerdos. Porque Ford es el primero que hace películas acogiendo la perspectiva india del problema de la colonización blanca (en Fort Apache, tan pronto como en 1948), y lo recupera a lo largo de sus siguientes westerns (en El gran combate es justamente el tema central). Sin embargo, lo tildaban de fascista, así, por las buenas, por su tratamiento narrativo de la tradición, por sus valores supuestamente conservadores y por su retrato honorable y respetuoso a las instituciones políticas de su país (retrato no exento de crítica, aunque los acusadores no quieran verlo) y por la imagen que da del ejército y de lo militar. Obviamente, quienes hacen estas críticas (entre ellos la prestigiosa crítica Pauline Kael, tan miope al valorar a Ford como cuando valoraba a Eastwood) no saben nada de la persona John Ford (Jack Feeney) ni de todo lo que hizo por las tribus de navajos de Monument Valley detrás de las cámaras (hasta lo adoptaron y le pusieron un nombre indio: Natani Nez, «el líder alto»). Indudablemente, esta nueva ola a la que te refieres (no ofendes; para mí te quedas incluso corto), ese puritanismo de lo bienpensante, típicamente de cierta izquierda bobalicona y llorona que padecemos, no entiende nada de Ford. Es más, no lo ha visto, ni lo conoce. Y cuando ve algo por casualidad, lo ve descontextualizado, porque no ha leído nada, no ha visto nada, no sabe nada, salvo exigir respeto a sus sentimientos prefabricados por el buenrollismo del cine juvenil de los ochenta, edad mental en la que se ha quedado. Y así nos va. Toma ya desahogo 🙂
Saludos!!
Perfectamente explicado Alfredo. A veces tengo la sensación que uno de los muchos problemas es que la gente no lee, supongo que a partir de aqui arrancan muchos de los problemas. Recuerdo hace unos años en una cena (eramos una mesa de unas 10 personas) que salio el tema del cine, entre unas cosas y otras surgio Chaplin y no te lo pierdas, alguien en un tono muy academico lo tacho de «fascista», yo trate de argumentar lo contrario y no hubo manera… Pues lo dicho, gracias por tus siempre interesantes entradas.
Saludos!
Ay, tristemente, episodios de ese tipo se repiten con asiduidad. Esta persona demostró una ignorancia galopante, un desconocimiento absoluto de la vida, la obra y la figura del genio. El problema no solo es que no se lee, es que cuando se lee, una gran parte de la población no ya es que no sepa entender lo que lee, es que no manifiesta ninguna intención por esforzarse para entenderlo o para interpretarlo correctamente si sospecha que no va a coincidir con sus prejuicios (sentimientos y emociones, los llaman ahora). En cuanto a la ignorancia, no es que se posea, sino que se presume de ella públicamente, en una demostración del nivel de perversión que ha alcanzado la idea de democracia en las sociedades modernas y utilitaristas de Occidente, y que se expresa a partir de esta falsa lógica: si todos los ciudadanos somos iguales ante la ley, si existe la libertad de expresión y de pensamiento, entonces todas las opiniones son igual de respetables, y por tanto todo juicio o argumento fundamentado y bien formado es igual que cualquier opinión gratuita comentada en el mercado, en el bar, en la televisión o en el Parlamento. Y es que uno de los más perniciosos efectos de la cultura de la imagen ha sido hacer de la vida una imagen continua, una representación constante de la imagen idealizada que tenemos sobre las cosas, y no de las cosas mismas, con sus bondades y sus miserias. Este proceso infantilizador nos ha llevado a una conclusión terrible: como los niños pequeños, gran parte de la población patalea (sobre todo en redes), lloriquea y hace pucheros en cuanto la realidad le lleva la contraria, desmiente sus prejuicios (sentimientos y emociones) o les obliga a replantearse una de sus infundadas creencias. ¿Cómo reaccionan? ¿Como seres adultos y reflexivos? No, a través de la violencia verbal y de los linchamientos en las redes en plan hooligan. Y ahí andamos.
Jopé, menuda chapa…
Saludos!!!
Vengo dándole vueltas: Cicatriz, el indio interpretado por un blanco -alemán leo por ahí- con ojos azules. Siempre me ha parecido una chapuza indigna de semejante peli, -también algunas escenas de humor y la carga de la caballería- pero el otro día, viéndola, me dije de pronto: ¿y si esto no es una chapuza? ¿y si en el colmo del mensaje subliminal que nos quiere enviar Ford, este Cicatriz también fue un niño blanco secuestrado que ha sido elevado a la jefatura de la tribu? Me parece muy imporbable pero perfectamente lo pudo pensar Ford…
No es ninguna chapuza. En los últimos tiempos se critica mucho el cine de aquellos años porque se recurría a actores blancos para interpretar personajes de otras razas, y eso se tilda de racista sin miramientos, a veces sin entender nada de la película, como suele ocurrir con la cara tiznada de Al Jolson en «El cantor de jazz». Pero es obvio que entonces no se daba el caso de poder elegir entre intérpretes de diversas razas que garantizaran cierta solvencia en el trabajo y ante la cámara. Puede que esta falta de disponibilidad fuera asimismo síntoma o resultado de un racismo social, o más bien económico, pero, ¿tiene acaso la culpa de eso el director? Por otro lado, bien visto el detalle de los ojos azules de Henry Brandon. No te queda duda de que no es un error sino algo deliberado.
No obstante, hay toda una tradición de personajes nativos interpretados por actores blancos de manera más o menos bochornosa o incongruente. Muchos, muchísimos. Por otro lado, desde la «progresía», hoy se acepta sin ningún pero que intérpretes negros interpreten personajes blancos, o que incluso se considere a mujeres para interpretar a James Bond. Entonces, ¿aquella sustitución de intérpretes por blancos era mala y la de sustituir blancos por otras razas es buena? ¿Acaso no es eso igualmente racista? Porque ser racista no es solo el desprecio a una raza concreta; racismo es colocar la raza como elemento de elección en lugar de elmininarla de la ecuación. Es decir, que la igualdad no consiste en equiparación matemática, en compensación o en cuantificación, ni mucho menos en visibilización forzada, sino en hacer que determinados criterios que se han venido utilizando de manera perniciosa durante décadas o siglos desaparezcan del catálogo de principios que inspiran las decisiones. No que seas negro o blanco, hombre o mujer, sino que no importe lo que sea el personaje ni lo que seas tú, que los blancos interpreten a los blancos, los negros a los negros, las mujeres a las mujeres y los hombres a los hombres, y que quienes escriben, adaptan y filmen las historias, en vez de preocuparse por tonterías, den a sus respectivos personajes la dimensión dramática necesaria para que sean interesantes y solventes. Lo demás es escaparatismo moral y gilipollez.