-Una fiebre se apoderó de la nación. Teníamos miedo de todo. La democracia estaba corrompida. Entonces Hitler nos dijo «Alzad la cabeza, cuando acabemos con nuestros enemigos, acaberemos con nuestros problemas.» ¿Qué pasó con los que sabíamos que estas palabras eran mentira, peor que mentira? ¿Por qué nos callamos? Porque amábamos a nuestra patria. ¿Qué importa que unas minorías raciales perdiesen sus derechos? Algún día eso cambiará. Lo que solo iba a ser una fase pasajera se convirtió en un modo de vivir. No resulta fácil decir la verdad, pero si hay alguna solución para Alemania los que sabemos que somos culpables tenemos que reconocerlo. Mi abogado pretende que piensen que no sabíamos nada de los campos de concentración. ¿Ignorarlo? ¿Dónde se creían que estábamos? ¿Dónde estábamos cuando los judíos eran arrastrados a los campos, cuando los vagones de ganado eran utilizados para conducir a los niños al terrible destino de su exterminio? Cuando las víctimas llamaban a gritos, estábamos mudos, sordos, ciegos. Nos justificaría decir que solo conocíamos el exterminio de unos cientos. Eso no nos hace menos culpables. Si no sabíamos es porque no queríamos saber. De todos los que están en esta sala, yo soy el peor, porque sabía lo que eran y sin embargo seguí con ellos.
(guion de Abby Mann, sobre su propia obra de teatro)
-Una fiebre se apoderó del terruño. Teníamos miedo de todo. La democracia estaba corrompida. Entonces el president Torra nos dijo “Alzad la cabeza, cuando acabemos con nuestros enemigos, acabaremos con nuestros problemas.” ¿Qué pasó con los que sabíamos que estas palabras eran mentira, peor que mentira? ¿Por qué nos callamos? Porque no sabíamos qué era realmente este terruño. ¿Qué importa que unas minorías perdiesen sus derechos? Algún día eso cambiará. Lo que solo iba a ser una fase pasajera se convirtió en un suplicio. No resulta fácil decir la verdad, pero si hay alguna solución para el terruño los que sabemos que somos unos pringaos tenemos que reconocerlo. Mi abogado pretende que piensen que no sabíamos nada de los lacitos amarillos, esteladas en los balcones y el racismo. ¿Ignorarlo? ¿Dónde se creían que estábamos? ¿Dónde estábamos cuando los inmigrantes eran arrastrados a los campos y a las fábricas cuando los vagones de ganado eran utilizados para conducir a los niños al terrible destino de su exterminio ideológico en las escuelas? Cuando las víctimas llamaban a gritos, estábamos mudos, sordos, ciegos. Nos justificaría decir que solo conocíamos el exterminio psicológico de unos cientos. Eso no nos hace menos culpables. Si no sabíamos es porque no queríamos saber. De todos los que están en este terruño, yo soy el peor, porque sabía lo que eran y sin embargo me escondí de ellos.
(guion de F. M. E, sobre su propio trastorno)
Abrazos mil.
Ay, amigo, así estamos. Pero precisamente he seleccionado este fragmento, precisamente por eso, porque no aprendemos. Y otro tanto podría decirse de los otros. Es vox populi.
Abrazos
Partiendo de un excelente guión, asistimos a una minuciosa denuncia de las atrocidades de las que es capaz el ser humano, también de la grave responsabilidad de quienes vieron venir todo el horror generado por el advenimiento del nazismo y no hicieron lo necesario para impedirlo, de quienes colaboraron con su silencio o anteponiendo intereses mercenarios. La película funciona como un aldabonazo para un mundo pragmático demasiado proclive a olvidar y contiene momentos realmente emocionantes. Habla de víctimas y verdugos y lo hace con apasionados y certeros diálogos. Sin embargo, donde “VENCEDORES O VENCIDOS” no alcanza el nivel deseado es en las limitaciones de Kramer como director que afloran en algunos momentos del film con una puesta en escena que repite movimientos y efectos de cámara en aras de conseguir un enfatismo expositivo al que no hay que negar fuerza y eficacia, pero que acaba resultando algo artificioso. Eso sí, todos los componentes del impresionante reparto están magníficos.