Nueva entrega de mi sección en el programa La Torre de Babel, de Aragón Radio, la radio pública de Aragón, en este caso dedicada al 50º aniversario de dos títulos inaugurales del Nuevo Hollywood que reflejaban los cambios sociales de los años 60 subvirtiendo el mito del western: Easy Rider, de Dennis Hopper, y Cowboy de medianoche, de John Schlesinger.
(desde el minuto 11)
Qué gozada escucharos. Hoy me he deleitado con vuestras voces y las de las películas. Y muy interesante todo lo que cuentas poniendo como punto de partido ese viaje inverso del Oeste al Este… y el desencanto que arrastra. Por cierto, la película que señalas como antecedente La jungla humana de Don Siegel… ¡todavía no la he visto!, pero la apunto ya en la lista de pendientes.
Beso
Hildy
Bueno, Don Siegel y Clint Eastwood juntos, ya puedes imaginarte por dónde va la cosa… América buscaba reinventarse, justamente igual que el cine, aunque no sabría qué fue antes. Como tampoco resulta fácil dilucidar qué fue antes, si el mito de América o el país de verdad.
Gracias por escucharlo. Besos
Excelente. Me gusta reflexionar sobre el origen de algo y luego su evolución hasta llegar a la catástrofe. Esto se puede aplicar a todo, pero lo que aquí dices me ha inspirado lo que viene. Veamos.
Al principio todo fue caravanas e indios. Muchas caravanas colocadas en círculo para protegerse de los indios. Indios y más indios. Indios por todas partes haciendo el indio. Tanto los colonos de aquellas apestosas caravanas como lo tíos emplumados en lo alto de sus caballos andaban haciendo el indio. Todo el día y toda la noche. Era un no parar. Los de las caravanas que llevaban colgadas sartenes y cacerolas oxidadas, buscaban un terruño donde hacerse sus casas de madera, escupir gargajos negros y criar cerdos. Los indios lo único que hacían era gritar con las caras pintadas y evitar que ocurriera todo eso y que los extraterrestre acabaran exterminando a los búfalos y las búfalas. Guerra perdida. Se acabaron los búfalos y los indios. Luego vino un tuerto llamado John Ford. Sus personajes bailaban en salones de madera, y los que no lo hacían porque les importaba una mierda bailar, oteaban el horizonte. El fin del mundo todavía quedaba lejos.
Luego vino un poeta borrachuzo de resaca de estampida y pone el horizonte a un palmo de las narices de sus personajes. Ellos lo traspasan y mueren. El fin del mundo los ha devorado. A los desperdigados le salieron agujeros en las suelas de sus botas y solo le quedaban por realizar el último duelo en la Alta Sierra. Engendraron un poco por allí y un poco por acá y de eso nacieron los hijos del Easy Rider. En el cartel original de “Easy Rider”, de Dennis Hopper se puede leer: “Un hombre se lanza en busca de América, y no la puede encontrar en ninguna parte.” El viejo Jack Nicholson, al calor de una hoguera sin caballos, solo unas motocicletas de estéticas muy horteras donde el cuerpo se deforma por las posturas que hay que adoptar para subirse en ellas, dice desencantado: “Este era un país cojonudo. No sé lo que le ha ocurrido”, como tampoco lo sabían Joe, ese tipo llegado de Texas. «Cowboy de medianoche» es un retrato de una gran ciudad que también puede considerarse una especie de western tardío. Tras el realismo agridulce de la radiografía urbana se oculta el melancólico canto del cisne del ideal norteamericano del solitario héroe de la pradera. Estamos ante una balada sobre la pérdida de la inocencia, encarnada por Joe Buck, el último vaquero que trata de aferrarse a ese sueño en la Nueva York de los años sesenta. Corren lágrimas por mis ojos mientras escribo este breve y estúpido comentario.
Ahora solo quedan figurantes del oeste en los parques temáticos. Tienen contratos mal remunerados; están cabreados, insatisfechos dentro de sus disfraces baratos y algo cutres. Están endeudados hasta las cejas. Los cowboys y los indios se pasan el porro en la trasera de un decorado con el sombrero echado a la nuca en la hora del descanso. El cowboy se queja de la hipoteca y de su reciente divorcio. El indio de que su mujer espera su cuarto hijo más una amenaza de desahucio. Todavía no saben que el parque temático será clausurado dentro de un año por corrupción empresarial. Puedo ver en esto reminiscencias de una poesía crepuscular que no llegó a tocar jamás ni un ápice de la verdadera épica.
Abrazos mil.
Ahí está el famoso cowboy cantante de Times Square, en Nueva York: sombrero, botas, guitarra y calzoncillo paquetero. Por supuesto, no tiene ningún sitio de donde puedan colgarle los flecos. Una lamentable atracción turística con la que los guiris, sobre todo japoneses, no paran de hacerse fotos. En eso ha quedado el mito del Oeste, la frontera más allá de la frontera, una frontera que casi nunca es física, que siempre es mental, moral, tecnológica y espiritual. Una frontera que no llega nunca, y que cuando alcanza el mar no tiene más remedio que volver sobre sí misma y devorarse, como Saturno a sus hijos o como el capitalismo.
Abrazos