El thriller vinculado a las implicaciones de la corrupción política es casi un subgénero de la cinematografía italiana. La propia conformación del mapa político del país (en particular, la hegemonía de décadas de Democracia Cristiana y sus pactos con el Partido Comunista), el convulso funcionamiento de su plano institucional y de los mecanismos internos de los partidos (desde la Segunda Guerra Mundial el país sale a más de un Gobierno por año de promedio), la existencia del Estado Vaticano, eje de poder económico, político e incluso espiritual de primer orden con ilimitada capacidad de influencia dentro y fuera de Italia, en el centro de su capital, Roma, y la omnipresencia de las mafias (Camorra, Cosa Nostra, ‘Ndrangueta) y el crimen organizado proveniente de países del Este, alimentan un enfoque de su cine especialmente profuso en los años setenta y primeros ochenta, y que ocasionalmente sigue ofreciendo títulos a medida que el panorama va complicándose con la irrupción de sucesivos interlocutores políticos (Berlusconi, el Movimiento Cinco Estrellas, la ultraderecha…) y la constante aparición de nuevos factores de inestabilidad (crisis económica, inmigración, relaciones con la UE…). Suburra bebe tanto de las fuentes de aquel cine político italiano (de autores como Rosi, Petri, Bellochio, Pontecorvo, Zurlini, Damiani, Ferrara…) como de sus reelaboraciones más vinculadas a la actualidad del momento -en particular, de Il Divo (Paolo Sorrentino, 2008) y Gomorra (Matteo Garrone, 2008)-.
Partiendo de un caso tipo -las relaciones que, en torno a un gran proyecto inmobiliario en el puerto de Ostia, se establecen entre políticos, mafiosos, delincuencia local e incluso miembros de las altas esferas de la Santa Sede-, la película aspira a hacer un caleidoscopio de las distintas perspectivas y situaciones que genera un movimiento especulativo de estas características, alentado desde los intereses particulares de quienes emplean los partidos políticos y las instituciones como vehículos de negocio y con la ayuda y la participación activa del crimen organizado, que termina afectando de una u otra manera al elemento de base de cualquier sociedad, el ciudadano honrado que cumple con sus obligaciones y paga sus impuestos. En este contexto, la muerte de una prostituta en la orgía que un parlamentario celebra con su amante en un hotel de Roma, naturalmente a espaldas de su mujer, levanta una auténtica tormenta perfecta de extorsión, manipulación, violencia y crímenes encadenados en el que confluyen la necesaria ocultación del cadáver, el desarrollo de un proyecto de ley urbanístico cuya aprobación es ansiada por los cazadores de comisiones, las mafias del sur y los despachos vaticanos, y las luchas de poder entre clanes criminales. Venganzas sangrientas, sexo a raudales, negocios sucios, amenazas, política barriobajera, excursiones a los bajos fondos, chantajes, mucho plomo e incluso el secuestro de un niño son los ingredientes de un guiso cada vez más indigesto y peligroso para todos.
Sin las florituras formales y los alambiques visuales de Sorrentino, apostando por una mixtura de sobriedad y desbarre, la película parte de una estructura inicial de rompecabezas cuyas piezas, poco a poco (en ocasiones, demasiado), van encajándose, para constituir una intrincada combinación de relaciones y deseos incompatibles dirigida a un inevitable estallido violento. Irregular en cuanto a ritmo, algo morosa en su comienzo, tan vertiginosa como estática en distintas fases de su desarrollo, la narración, estructurada por capítulos titulados con la fecha y el número de días que faltan para el episodio de conclusión, que denomina como «Apocalipsis», renace en los largos, minuciosos y absorbentes minutos finales, un desenlace que se ocupa de atar los múltiples cabos que el poliédrico guion ha ido lanzando durante dos horas de metraje. Algunos de estos cierres son en exceso truculentos (la secuencia del puente sobre el Tíber, por ejemplo), otros poco menos que improbables, tal vez el broche definitivo sea una concesión «feliz» poco creíble, visto lo visto, pero en todos ellos la venganza, la sangre y la muerte adquieren un protagonismo central. Próxima a menudo al videoclip y a la cacharrería vertiginosa de la mayor parte del cine comercial de hoy, la película gana en sus minutos de reposo, en sus diálogos con carga de profundidad, en las largas esperas y en el tránsito pausado hacia la hecatombe final, mientras que en otros momentos parece regodearse en el morbo y, siempre, opta por el sensacionalismo y el impacto más directo, aun desagradable.
Dada su condición de contemporáneo fresco de época, de una manera de pensar, actuar y sentir de una parte sustantiva de la vida pública de un país, sus personajes son arquetipos, políticos (el trepa, el vendido, el ladino, el sobornable…), criminales (el hijo de clan mafioso que se rebela contra lo que fue su padre, el asesino implacable, el matón impulsivo, el capo sanguinario, el chantajista, el extorsionador…), y marginales (la prostituta introducida en círculos de poder, la yonqui, el inocente superado por las circunstancias…), que deambulan por lugares comunes dramáticos propios del género negro, del thriller sobre corrupción y del cine de acción. Estilizada, contundente y a ratos algo cargante, el talento se muestra más en la construcción del guion que en la traslación a imágenes y en el diseño y composición de planos y secuencias. Tan abigarrada y amontonada (como una parte importante de la trama que la sustenta), tan acelerada y disparatada como, a veces, sobria y contenida, el desequilibrio del conjunto no impide disfrutar de muchas de sus partes, y su final deja un regusto que, si bien no convence al cerebro, sí satisface las emociones más primarias.
¡He visto Gomorra y Il Divo, pero no Suburra!
Cuando he leído tu análisis y cuentas que todo empieza con especulaciones inmobiliarias y la política de por medio, he recordado una película italiana de Francesco Rosi, Las manos sobre la ciudad…
Beso
Hildy
Bueno… La película de Rosi es más «de política». Quiero decir, que son las tribulaciones de candidatos, partidos y la lucha por el control de la municipalidad de Nápoles los que mueven la historia a partir de un desgraciado accidente y de la especulación inmobiliaria de quienes andan metidos en política. En Suburra el mayor peso lo lleva el crimen organizado, el gangsterismo y la violencia. No obstante, es un programa doble muy adecuado y sugerente para comprobar la evolución de las cosas en apenas cincuenta años.
Besos